Me levanté temprano en la habitación de invitados. Susan dormía en la cama gemela a la mía. Intenté no despertarla. Me vestí y salí en cuclillas de la casa. Pero fuera, de pie con los brazos cruzados y cara de impaciencia y sueño, me esperaba Damen. Cerré la puerta despacio mientras le miraba.
-¿Qué haces aquí? ¿No decías que no querías volver a verme?
-He decidido acompañarte.
-¿Por?
-Bueno, siempre me ha gustado levantarme temprano y dar un paseo, ver como los pájaros cantan… y todas esas chorradas.
-Si tú lo dices…
Bajé los escalones y me dirigí hacia el edificio seguida de Damen.
Durante el camino me fijé que éste iba por la sombra.
-¿Tienes complejo de vampiro? –le pregunté.
-¿Hum?
-Es que… por qué vas…
-Ah. ¿Qué por qué camino por la sombra? Fácil. Porque los bombones nos derretimos al sol.
Me sonrió. Yo puse los ojos en blanco.
Al llegar, entramos en el vestíbulo, hablé con la chica para la cita que tenía a mi nombre con…
Qué raro. Ayer no me dijo su nombre.
Bueno, ella lo llamó sencillamente “jefe”. Subimos por el ascensor hasta la planta 87º, dónde el hombre nos esperaba. Antes de entrar, peté.
-¡Pasa! –dijo desde dentro.
Abrí la puerta, y el hombre me sonrió. Pero al pasar y ver a Damen detrás de mí, su sonrisa se borró de la cara y dio paso a la incredulidad.
-¿Damen? ¿Qué haces aquí?
-¿A ti qué te parece, Devon?
Al escuchar su nombre, un recuerdo vago me vino a la cabeza. Me sonaba. Me sonaba muchísimo. Como cuando escuchas el nombre de alguien famoso e intentas recordar su rostro, pero no eres capaz. Y eso da mucha rabia.
Devon debió de darse cuenta de mi reacción, ya que cuando Damen pronunció su nombre, apretó la mandíbula. Pero volvió a sonreír.
-Ya, entiendo. Bien…
-¿Y mi familia? –pregunté.
-Oh, eh, tu familia… Pues ya están en casa.
Parpadeé sorprendida, mirándolo anonadada.
-¿Cómo?
-Sí, es que decidí que a lo mejor… querrías despedirte de Damen antes de marcharte porque… -miró hacia él-. Damen, vas a dejar de protegerla.
Estaba segura que eso fue un duro golpe para él, porque se quedó paralizado al escuchar esas palabras. Y, para ser sinceros, a mí también me dolieron.
-Por qué –dijo Damen secamente.
-No es sólo por qué…
-¡Dime la maldita razón!
-Hay más personas que debes proteger.
-Y también hay más ángeles que ahora mismo pueden hacerlo.
-Y tú eres uno de ellos. Así que acompáñala al Portal, despedíos y luego vuelves.
-Pero mi familia entonces…
-Están a salvo en tu casa.
Suspiré aliviada, y Damen y yo nos volvimos hacia la puerta. Bajamos por el ascensor hasta la habitación del Portal. Recorrimos el pasillo, saludamos a la guardiana –Damen no se molestó ni en coquetear- y entramos. Cerró la puerta detrás de él. Le miré.
Estaba apoyado de espaldas a ella, mirando al suelo. Su pelo plateado le tapaba la cara.
Abrí la boca para decir algo, pero él hizo un ademán para que callara.
-¿Sabes por qué me enfado tanto contigo?
Negué con la cabeza, un poco sorprendida.
-No, ¿por qué?
-¿Sabes por qué una madre le riñe a su hijo cuando va a cruzar una carretera solo y casi lo atropella un camión, pero él sale ileso?
-Porque le quiere –susurré.
Se incorporó, y me miró con una sonrisa torcida.
-Y porque le importa –dejó de sonreír-. Eso es básicamente lo que me pasa contigo, Elisa. Eres una de las pocas personas con las que me enfado cuando hacen algo perjudicial para ellas. Porque me importas. Y no sólo porque sea mi obligación protegerte, sino por… Bueno, por ti.
Sonreí. Avanzó unos pasos hasta quedar a mi lado, en frente del Portal.
-Bien, como esta será… supongo, la última vez que nos veamos, que por cierto todavía no comprendo por qué Devon quiere eso, pues… -carraspeó, y apartó la mirada del Portal para mirarme a los ojos-, ha sido… un placer conocerte. Y… -bufó-, no puedo creer que vaya decir esto –respiró hondo, y suspiró-, te echaré de menos.
Unos débiles sollozos surgían dentro de mí, e intenté apaciguarlos, pero me fue imposible. Y lo que temía: empecé a llorar.
Damen abrió mucho los ojos y alzó las manos para que parara.
-Está bien, ¡está bien! ¿Qué hice mal? ¿Acaso dije algo…? Pero deja de llorar…
Me reí. Era divertidísimo ver cómo Damen intentaba que parara. Y entonces me di cuenta de que le iba a echar mucho, muchísimo de menos. Que quizá nunca conocería a alguien tan narcisista, egoísta, creído y divertido como él, que está ahí en los mejores y peores momentos.
Y por un impulso rodeé su cintura con mis brazos y le abracé, apoyando mi cabeza en su pecho. Y más lágrimas me resbalaron por las mejillas. Después del pequeño shock que sufrió por mi comportamiento, me abrazó por los hombros y me apretó contra él, con fuerza, como si temiera que me fuera en cualquier momento. Yo seguía llorando. Deseé que este momento durara para siempre, pero estaba claro que eso era imposible. Me separé de él y me enjuagué las lágrimas con una mano. Damen me dejó ir a regañadientes, pero mantuvo agarrada mi otra mano libre con la suya. No quería soltarme, pero tenía que ir a por mi familia, así que me solté de él.
Di un paso hacia el Portal, pero antes de entrar, me volví.
-¿Sabes? Quizá incluso… No me extrañaría que los demás sintiesen envidia de ti.
-Ay, Elisa. Si la envidia matase, todos estarían muertos sólo por mi existencia.
-Tan modesto como siempre -sonreí-. Y espero que... bueno, que puedas encontrar pronto a esa tal Kate que te vuelve loco. Me gustaría conocerla algún día.
Sonrió, y suspiró.
-Elisa, antes de nada, te diré que tus padres no recordarán absolutamente nada de esto.
Le sonreí.
-Damen, eres un gran amigo.
Me volví a acercar, le di un beso en la mejilla y entré dentro.