Hoy me levanté temprano. Bueno, más o menos, porque cuando me levanté fui hacia la habitación de Elisa y Damen, y Elisa ya no estaba.
Y como Damen dormía, no quise despertarlo, así que me dirigí a la cocina.
Yo no sabía preparar leche con cereales, pero me fijé en un paquete plano encima de la encimera, y las tripas me rugieron. Fui hacia allí, me puse de puntillas e intenté cogerlo, pero no llegaba.
Al final cogí una silla, me subí y lo cogí. Era chocolate en tableta. Cogí un trozo y lo probé.
Me gustó mucho. Era tan dulce y suave… que al final me comí toda la tableta, manchándome las manos.
Entonces sentí una sensación extraña detrás de mí. Pero no vi nada.
Hasta que tocaron al timbre de la puerta. Con un poco de miedo, fui hacia la puerta, cogí el pomo de un salto, manchándolo de chocolate, y la abrí.
Una anciana de pelo canoso, rellenita y aire juvenil esperaba fuera. Al verme sonrió.
-Vaya, así que ya estás aquí –me dijo.
Alcé las cejas un poco sorprendida, pero no dije nada. Me aparté para dejarla pasar, entró y cerró la puerta detrás de ella.
-Kira, ¿verdad? –Asentí mientras la anciana se sentaba en el enorme sofá-. Si te preguntas que por qué te conozco, entonces espera, porque ya lo descubrirás.
Sentí unos pasos que venían de la habitación, y por el salón apareció Damen bostezando mientras se rascaba la cabeza.
-Kira, ¿quién…? –Miró a la anciana, se cruzó de brazos y sonrió con burla-. Vaya, Adalia, hacía tiempo que no nos veíamos. Ya sé que me echabas de menos, mujer. Pero no te culpo, es normal.
-Veo que sigues siendo tan arrogante como siempre, Damen.
Damen sonrió, y se fue hacia la cocina.
-¿Quieres tomar algo?
-Un vaso de agua sólo, gracias –contestó.
-¿Y tú, Kira? ¿Ya desayunaste?
Instintivamente miré el pomo manchado de la puerta, y la anciana Adalia siguió la dirección de mi mirada, divertida.
-Me da la impresión de que ya desayunó, sí –y rió.
Me hizo sonreír. Damen frunció el ceño, y miró el pomo, y luego mis manos manchadas todavía.
-¡Kira! ¿No podías esperar?
Cogió un paño, limpió mis manos y luego el pomo, y volvió a la cocina. Adalia sonrió.
-Vaya, Damen, te comportas como su padre –comentó.
Éste salió de la cocina con una taza y un vaso. Le tendió éste último a Adalia, y dio un sorbo a la taza.
-Qué bien, es un alivio saber eso –suspiró, y me miró. Yo me senté al lado de la anciana-. Pero qué le voy a hacer. Elisa quiere que se quede aquí.
-Ya lo sé.
-¡¿Lo sabías y no me dijiste nada?!
-Sabía que tendríais a esta pequeña inquilina y quién era, nada más.
-Nada más, dice. Eso es prácticamente… -sacudió la cabeza, y se apoyó en el posa brazos del sillón al lado del sofá-. Da igual. Y bien, ¿a qué has venido aquí? Porque no creo que hayas venido sólo por una visita ni, aunque parezca mentira, mi cara bonita. Así que di.
-Tuve… tuve una visión extraña, muy extraña. Sobre Elisa.
Se me puso el vello de punta al pensar que algo malo le pudiera pasar a Elisa, y sin duda a Damen también. Dio un sorbo a su taza, y suspiró.
-¿Qué… viste? –preguntó con la voz crispada.
-A ella inconsciente, tendida sobre una cama en una habitación que nunca he visto. Y a un hombre besarla, y que no eras tú. Luego ya nada más.
Miré a Damen. Estaba pálido, y miraba a la taza. Su expresión parecía serena, pero sus manos decían lo contrario, ya que sus nudillos se tornaron completamente blancos, y se le notaban los músculos de los brazos. Respiró hondo, apretó los labios y se levantó. Fue hacia la cocina.
Adalia también se levantó y le siguió, y yo con ella. Parpadeé un poco sorprendida por todo.
Damen tenía las manos apoyadas en el extremo de la encimera, mirando hacia allí, de espaldas a nosotras.
-¿Estás bien? –le preguntó colocándole una mano en el hombro.
Damen se sacudió su mano de encima con suavidad, y la miró, inexpresivo.
-Claro que sí. ¿Por qué iba a…?
-Damen, te conozco desde que tenías quince años. A mí no me engañas. Puede ser que yo me haya equivocado. O a lo mejor lo estamos malinterpretando.
-No… da igual, hablaré con ella por la noche. No pasa nada. Estoy bien.
Pero se notaba que estaba destrozado, carcomido quizá por los celos.
Adalia asintió.
-Bien, bueno, me tengo que ir. Y recuerda Damen, que quizá me esté equivocando.
Le dio unas palmaditas en la espalda, me revolvió con cariño el pelo y se fue. Miré a Damen, y éste a mí.
-Yo tengo que irme, así que te dejo aquí con el gato. Mira –fue hacia su habitación y volvió con un aparato cuadrado y blanco. Se dirigió al salón, y yo con él. Me senté en el sofá, y me puso el aparato en mi regazo. Lo abrió, encendió, y me explicó en pocas pero suficientes palabras cómo funcionaba. Luego se fue por la puerta sin decir nada más.
¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*
martes, 28 de diciembre de 2010
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Capítulo 67 (D)
-¿No te peso? –me preguntó Kira cuando íbamos a medio camino del garaje.
Estaba un poco lejos, pero era el mejor que había en la ciudad, por eso guardaba mi coche allí.
-No. Eres bastante ligera.
-Hum.
Kira a veces se quedaba mirando a la gente, asombrada, y a los animales. Cuando llegamos al garaje, la coloqué en la parte de atrás del coche, luego me monté yo y nos dirigimos al centro comercial.
Aparqué en el parking al llegar. Volví a coger a Kira en brazos, cerré el coche y fuimos al interior del centro.
Primero nos dirigimos hacia la tienda de ropa, dónde ella eligió todo lo que quiso.
En realidad, sólo quería un pantalón y una camiseta, pero yo le cogí quince más de cada cosa.
Finalmente se vistió con una camiseta rosa pastel sobre una de manga larga gris, y una falda también rosa. Luego nos dirigimos a la zapatería, dónde también ella sólo quería un par, y yo le cogí muchos más. Se puso unas botas blancas que le llegaban por debajo de la rodilla.
Disimuladamente para que nadie me viera, chasqueé los dedos e hice desaparecer las múltiples bolsas, dejándolas aparecer ya en casa.
Después fuimos hacia la tienda de muebles, y le compré un escritorio, una silla, una mesa… Bueno, lo normal en una habitación. Los encargué para ese mismo día.
Luego pasamos por delante de una heladería. Miré a Kira, que tenía la vista fijada en el helado de un niño sentado con sus padres.
Pero no supe si era por el helado, o por si echaba de menos a sus propios padres.
-¿Quieres uno?
-Nunca los probé.
Asentí, y le compré un helado de chocolate y nata para ella y uno de chocolate solo para mí.
Cuando lo probó, se relamió del gusto y se lo terminó en seguida. No pude evitar sonreír.
-¿Está rico? –pregunté.
-Sí, mucho –contestó con una sonrisa.
No quería encariñarme con ella, pero sabía perfectamente que no podría evitarlo. Porque ya estaba empezando. Mientras, Kira también se fijaba en los ángeles guardianes de las personas, invisibles para el ojo humano, que llevaban su actual uniforme de pantalones oscuros y blusa blanca, como lo había llevado yo hace tiempo.
Cuando terminamos de comprar todo, volvimos a casa.
Ya era casi noche, y la verdad, se me había pasado volando. Cuando bajé del coche y abrí la puerta, me encontré con que Kira se había quedado dormida en la silla que le había comprado para el coche. Sonreí, le desabroché el cinturón y la cogí en brazos. Cerré el coche, y me fui hacia casa.
Me encontré con Elisa acostada en el sofá, también dormida. Dejé a Kira en su cama, me fui de la habitación y luego fui al salón, hacia mi vida.
Me acuclillé y la observé dormir. Entonces recordé el sueño de esa noche. Me estremecí. Sinceramente pensé que me moría cuando la vi caer al suelo con la daga en el corazón, completamente desangrada.
La besé ligeramente en los labios, y abrió los ojos.
-¿Damen…?
-Sí, amor, soy yo.
Se incorporó mientras bostezaba, y miró a su alrededor.
-¿Y Kira?
-Ya dormida. La dejé en su habitación.
Sonrió, y yo la ayudé a levantarse.
Mientras íbamos a nuestra habitación, no pude evitar preocuparme un poco, ya que no me había encontrado con ningún nefilim ni nada parecido.
Pero lo dejé pasar.
Estaba un poco lejos, pero era el mejor que había en la ciudad, por eso guardaba mi coche allí.
-No. Eres bastante ligera.
-Hum.
Kira a veces se quedaba mirando a la gente, asombrada, y a los animales. Cuando llegamos al garaje, la coloqué en la parte de atrás del coche, luego me monté yo y nos dirigimos al centro comercial.
Aparqué en el parking al llegar. Volví a coger a Kira en brazos, cerré el coche y fuimos al interior del centro.
Primero nos dirigimos hacia la tienda de ropa, dónde ella eligió todo lo que quiso.
En realidad, sólo quería un pantalón y una camiseta, pero yo le cogí quince más de cada cosa.
Finalmente se vistió con una camiseta rosa pastel sobre una de manga larga gris, y una falda también rosa. Luego nos dirigimos a la zapatería, dónde también ella sólo quería un par, y yo le cogí muchos más. Se puso unas botas blancas que le llegaban por debajo de la rodilla.
Disimuladamente para que nadie me viera, chasqueé los dedos e hice desaparecer las múltiples bolsas, dejándolas aparecer ya en casa.
Después fuimos hacia la tienda de muebles, y le compré un escritorio, una silla, una mesa… Bueno, lo normal en una habitación. Los encargué para ese mismo día.
Luego pasamos por delante de una heladería. Miré a Kira, que tenía la vista fijada en el helado de un niño sentado con sus padres.
Pero no supe si era por el helado, o por si echaba de menos a sus propios padres.
-¿Quieres uno?
-Nunca los probé.
Asentí, y le compré un helado de chocolate y nata para ella y uno de chocolate solo para mí.
Cuando lo probó, se relamió del gusto y se lo terminó en seguida. No pude evitar sonreír.
-¿Está rico? –pregunté.
-Sí, mucho –contestó con una sonrisa.
No quería encariñarme con ella, pero sabía perfectamente que no podría evitarlo. Porque ya estaba empezando. Mientras, Kira también se fijaba en los ángeles guardianes de las personas, invisibles para el ojo humano, que llevaban su actual uniforme de pantalones oscuros y blusa blanca, como lo había llevado yo hace tiempo.
Cuando terminamos de comprar todo, volvimos a casa.
Ya era casi noche, y la verdad, se me había pasado volando. Cuando bajé del coche y abrí la puerta, me encontré con que Kira se había quedado dormida en la silla que le había comprado para el coche. Sonreí, le desabroché el cinturón y la cogí en brazos. Cerré el coche, y me fui hacia casa.
Me encontré con Elisa acostada en el sofá, también dormida. Dejé a Kira en su cama, me fui de la habitación y luego fui al salón, hacia mi vida.
Me acuclillé y la observé dormir. Entonces recordé el sueño de esa noche. Me estremecí. Sinceramente pensé que me moría cuando la vi caer al suelo con la daga en el corazón, completamente desangrada.
La besé ligeramente en los labios, y abrió los ojos.
-¿Damen…?
-Sí, amor, soy yo.
Se incorporó mientras bostezaba, y miró a su alrededor.
-¿Y Kira?
-Ya dormida. La dejé en su habitación.
Sonrió, y yo la ayudé a levantarse.
Mientras íbamos a nuestra habitación, no pude evitar preocuparme un poco, ya que no me había encontrado con ningún nefilim ni nada parecido.
Pero lo dejé pasar.
martes, 14 de diciembre de 2010
Capítulo 66 (D)---(K)
(D)Esa noche tuve una pesadilla. Horrible, sobre todo.
Estaba todo oscuro, y no veía nada ni a nadie. Entonces aparecía Elisa con un vestido blanco, hermosa como siempre, pero tenía los ojos tristes. Yo me acercaba para consolarla, abrazarla, besarla… pero en vez de eso, sacaba, sin querer, un cuchillo de filo transparente, y se la clavaba en el corazón, haciéndola caer.
Entonces me desperté sobresaltado. Me incorporé de repente. Elisa también se incorporó, soñolienta.
-Damen… ¿estás… estás bien? –me preguntó preocupada.
No se puede tener una clara idea de lo aliviado que me sentí en ese momento al verla a mi lado. La abracé rápidamente, enterrando mi cara en su pelo.
-No te maté… -susurré-. Pensé… pensé que… -suspiré, y la solté, aunque todavía tenía las manos temblorosas.
Elisa alzó una mano y me apartó el pelo mojado por el sudor, de la frente. Luego me besó.
-No te preocupes, estoy bien. Ven, volvamos a dormir.
Nos volvimos a tender en la cama, y Elisa me rodeó el cuello con los brazos, dejando sus manos en mi pelo, mientras yo apoyaba mi cabeza en su pecho. Eso me relajaba, y ella lo sabía.
Si esa pesadilla llegara a pasar de verdad, me muero, literalmente.
Por la mañana me desperté, y palpé el colchón buscando a la niña de mis ojos, pero estaba vacío.
Abrí los ojos con el ceño fruncido, pero entonces recordé que se había ido a la universidad. Suspiré. Me levanté, y chasqueé los dedos: la cama se hizo sola en un momento. Luego me dirigí al cuarto dónde dormía Kira; seguía durmiendo como una marmota.
Me fui a la cocina, y le preparé el desayuno.
Sinceramente no me hacía ninguna gracia que un demonio estuviera viviendo en mi casa, pero esta niña tenía algo especial.
Yin Yang se acercó a mí, y enroscó su cola en mi tobillo. Busqué la comida para gatos que había comprado hace poco Elisa, que estaba en uno de los armarios de abajo, y se lo serví en un cuenco. Fue directamente hacia él. Yo me preparé mi habitual taza de café.
(K)Me desperté con la luz del sol. Era reconfortante. Normalmente solía despertarme con el ruido de la gente o incluso de un perro, pero esto relajaba.
Bajé de la cama, me estiré y salí de la habitación hasta la cocina.
Allí me encontré con una taza de leche sobre la mesa, como ayer por la noche, con toda la comida –galletas, cereales, esos polvos extraños pero muy ricos y demás-, a Yin Yang comiendo de un cuenco, y a Damen apoyado en la encimera bebiendo de una taza azul. Iba vestido con sólo unos pantalones de pijama, así que no pude evitar ruborizarme. Pero la vista se me iba directamente a mi taza de leche. Cuando reparó en mí, me indicó con la cabeza que me sentara.
-Buenos días –me dijo después de darle un sorbo al líquido de la taza-. Venga, desayuna, que tenemos que irnos. Ya que tengo que aguantarte todo el día, por lo menos no me hagas perder el tiempo.
Asentí despacio, e intimidada, me senté en la silla y empecé a comer. Damen había dejado su taza de café en el fregadero, y me miraba con los brazos cruzados, todavía apoyado en la encimera.
-¿Te importaría no mirarme mientras como? –pregunté sin mirarle-. Resulta bastante molesto…
-Pero bueno, ¿no era yo quién ponía las reglas en mi casa?
Sin decir nada más, se fue hacia su habitación.
Era un personaje extraño, pero no preguntaría nada.
Yo terminé de desayunar, bajé de la silla con la taza y la llevé al fregadero, pero como no llegaba, lo dejé encima de la encimera.
Luego me quedé mirando al gato. No sabía qué hacer. Entonces apareció Damen vestido con una blusa negra mientras se la abotonaba y unos vaqueros oscuros, que hacían contraste con su extraño pelo plateado y con el pendiente que llevaba en una oreja.
La verdad es que el negro le sentaba muy, pero que muy bien. Pero opinaba de manera objetiva. No sentía atracción alguna por nadie.
Mientras se ataba el botón de la muñeca, habló:
-¿No tienes nada que ponerte? –dijo sin mirarme.
-No.
-¿Ni siquiera calzado?
-No.
-Bueno, pues habrá que empezar a comprar muchas cosas. Ven.
Me acerqué a él con cuidado, ya que temía, la verdad, que me hiciera daño, ya que Elisa no estaba ahora para protegerme. Me cogió en brazos.
-Ya que no tienes zapatos, será mejor que te lleve así. Por lo menos no te harás daño.
No respondí. Cogió su cartera, la guardó en el bolsillo trasero del pantalón, luego sus llaves y nos fuimos.
La verdad es que estar rodeada por unos brazos bastante fuertes como los suyos me reconfortaba, protegiéndome. Era como… como si fuera mi papá.
Estaba todo oscuro, y no veía nada ni a nadie. Entonces aparecía Elisa con un vestido blanco, hermosa como siempre, pero tenía los ojos tristes. Yo me acercaba para consolarla, abrazarla, besarla… pero en vez de eso, sacaba, sin querer, un cuchillo de filo transparente, y se la clavaba en el corazón, haciéndola caer.
Entonces me desperté sobresaltado. Me incorporé de repente. Elisa también se incorporó, soñolienta.
-Damen… ¿estás… estás bien? –me preguntó preocupada.
No se puede tener una clara idea de lo aliviado que me sentí en ese momento al verla a mi lado. La abracé rápidamente, enterrando mi cara en su pelo.
-No te maté… -susurré-. Pensé… pensé que… -suspiré, y la solté, aunque todavía tenía las manos temblorosas.
Elisa alzó una mano y me apartó el pelo mojado por el sudor, de la frente. Luego me besó.
-No te preocupes, estoy bien. Ven, volvamos a dormir.
Nos volvimos a tender en la cama, y Elisa me rodeó el cuello con los brazos, dejando sus manos en mi pelo, mientras yo apoyaba mi cabeza en su pecho. Eso me relajaba, y ella lo sabía.
Si esa pesadilla llegara a pasar de verdad, me muero, literalmente.
Por la mañana me desperté, y palpé el colchón buscando a la niña de mis ojos, pero estaba vacío.
Abrí los ojos con el ceño fruncido, pero entonces recordé que se había ido a la universidad. Suspiré. Me levanté, y chasqueé los dedos: la cama se hizo sola en un momento. Luego me dirigí al cuarto dónde dormía Kira; seguía durmiendo como una marmota.
Me fui a la cocina, y le preparé el desayuno.
Sinceramente no me hacía ninguna gracia que un demonio estuviera viviendo en mi casa, pero esta niña tenía algo especial.
Yin Yang se acercó a mí, y enroscó su cola en mi tobillo. Busqué la comida para gatos que había comprado hace poco Elisa, que estaba en uno de los armarios de abajo, y se lo serví en un cuenco. Fue directamente hacia él. Yo me preparé mi habitual taza de café.
(K)Me desperté con la luz del sol. Era reconfortante. Normalmente solía despertarme con el ruido de la gente o incluso de un perro, pero esto relajaba.
Bajé de la cama, me estiré y salí de la habitación hasta la cocina.
Allí me encontré con una taza de leche sobre la mesa, como ayer por la noche, con toda la comida –galletas, cereales, esos polvos extraños pero muy ricos y demás-, a Yin Yang comiendo de un cuenco, y a Damen apoyado en la encimera bebiendo de una taza azul. Iba vestido con sólo unos pantalones de pijama, así que no pude evitar ruborizarme. Pero la vista se me iba directamente a mi taza de leche. Cuando reparó en mí, me indicó con la cabeza que me sentara.
-Buenos días –me dijo después de darle un sorbo al líquido de la taza-. Venga, desayuna, que tenemos que irnos. Ya que tengo que aguantarte todo el día, por lo menos no me hagas perder el tiempo.
Asentí despacio, e intimidada, me senté en la silla y empecé a comer. Damen había dejado su taza de café en el fregadero, y me miraba con los brazos cruzados, todavía apoyado en la encimera.
-¿Te importaría no mirarme mientras como? –pregunté sin mirarle-. Resulta bastante molesto…
-Pero bueno, ¿no era yo quién ponía las reglas en mi casa?
Sin decir nada más, se fue hacia su habitación.
Era un personaje extraño, pero no preguntaría nada.
Yo terminé de desayunar, bajé de la silla con la taza y la llevé al fregadero, pero como no llegaba, lo dejé encima de la encimera.
Luego me quedé mirando al gato. No sabía qué hacer. Entonces apareció Damen vestido con una blusa negra mientras se la abotonaba y unos vaqueros oscuros, que hacían contraste con su extraño pelo plateado y con el pendiente que llevaba en una oreja.
La verdad es que el negro le sentaba muy, pero que muy bien. Pero opinaba de manera objetiva. No sentía atracción alguna por nadie.
Mientras se ataba el botón de la muñeca, habló:
-¿No tienes nada que ponerte? –dijo sin mirarme.
-No.
-¿Ni siquiera calzado?
-No.
-Bueno, pues habrá que empezar a comprar muchas cosas. Ven.
Me acerqué a él con cuidado, ya que temía, la verdad, que me hiciera daño, ya que Elisa no estaba ahora para protegerme. Me cogió en brazos.
-Ya que no tienes zapatos, será mejor que te lleve así. Por lo menos no te harás daño.
No respondí. Cogió su cartera, la guardó en el bolsillo trasero del pantalón, luego sus llaves y nos fuimos.
La verdad es que estar rodeada por unos brazos bastante fuertes como los suyos me reconfortaba, protegiéndome. Era como… como si fuera mi papá.
domingo, 5 de diciembre de 2010
Capítulo 65 (K)
El chico de pelo plateado, que quizá era Damen, al verme, se alarmó y sacó una pistola del bolsillo interior de su chaqueta. Me apuntó con ella, pero Elisa se colocó delante de mí, protegiéndome.
-Elisa, apártate.
-No.
-¡Es peligrosa! ¡Es un demonio! Puede matarte.
-Déjala, Damen. No pienso dejar que la mates.
Damen frunció el ceño, y apretó la mandíbula.
-Cómo sabes que no es peligrosa.
-Jonan vino aquí con ella. Prometí que la cuidaría.
-Si está aquí es por tres cosas: por estar protegiendo a alguien, por ser uno de mis ángeles o por ser un caído, un demonio o un nefilim. ¿A ti te parece que es alguna de las dos primeras?
-Por favor, Damen, confía en mí.
El tal Damen la miró de hito en hito, inexpresivo, y bajó los tensos hombros. Suspiró, y se guardó la pistola. Me miró.
-Te haré caso, Elisa. Pero si ella te hace algo, luego no me vengas suplicando que te ayude.
Sin embargo, los tres sabíamos perfectamente que la ayudaría de todos modos.
-Muy bien –constató ella.
Elisa me cogió de la mano y me llevó a una habitación, dónde había una cama y algún que otro mueble. Supuse que no utilizaban este cuarto para nada.
-Por ahora puedes dormir aquí. Mejor que el sofá… -dijo mirándome preocupada.
La miré, me solté de ella, fui hacia la cama y me senté encima. Estaba mullida.
-Es más de lo que he tenido estos últimos años, así que muchas gracias.
Damen apareció por la puerta, abrazó la cintura de Elisa por detrás y me miró.
-¿Está bien?
-Sí, gracias –contesté-. Es curioso vivir en una casa, bueno, apartamento como una casa, dónde hay alguien que desea asesinarte.
Damen soltó una carcajada, y Elisa le miró sonriendo.
-¿Sabes? Hasta incluso me vas a caer bien y todo.
Elisa se soltó de él, le dio un beso y me miró.
-Seguro que tienes hambre. Voy a prepararte leche con cola cao.
Asentí, y ella se fue. Damen me miró, se acercó un poco a dónde yo estaba y se acuclilló enfrente de mí, pero todavía seguía estando a mayor altura que yo.
-Por lo que has dicho antes, debo suponer que eres el Dominio jefe –dije casi sin inmutarme. Aunque su expresión y la posición de ataque me ponía un poco nerviosa.
-Sí, has acertado.
-Mi antiguo amo te anda buscando.
-¿Quién era tu antiguo amo?
-El señor Devon.
Para mi sorpresa, no se alteró. No movió ni un músculo; sólo se quedó ahí quieto, pensativo, y alzó las cejas.
-Entiendo. Debió de ser muy duro para ti.
-Lo fue.
-Te diría lo siento, pero no encuentro el sentido a decírtelo.
Me encogí de hombros.
-Estoy acostumbrada.
Damen se levantó, guardó las manos en los bolsillos del pantalón y me indicó con la cabeza que fuera a la cocina. Le seguí, y me encontré con un cuenco lleno de leche, y la mesa llena de comida.
Mi estómago lanzó un rugido, que hasta a mí me sorprendió. Elisa echó al cuenco unos polvos de un bote y los revolvió con una cuchara. Damen me llevó hasta la silla, me subí con dificultad y me senté.
-Come lo que quieras, Kira –me dijo Elisa acercándome de todo.
Asentí y empecé a comer. El gusto que sentí al aliviar el dolor de mi estómago fue increíble. Casi imposible, después de tanto tiempo.
-¿Cuánto tiempo se va a quedar? –preguntó Damen.
-No lo sé, el tiempo que haga falta.
-¿Tiene ropa o algo?
-No vino con nada. Sólo con la túnica y la capa aquella. Nada más.
-Hum. Entonces será mejor comprarle cosas.
-Pues Damen, tendrás que ir tú, porque yo mañana tengo clase. Mañana es martes.
Damen alzó las cejas y me miró. Yo le miré con la boca llena de leche y cereales.
-Hum… -suspiró, recordando seguramente nuestra conversación anterior-. Si no queda más remedio.
Elisa sonrió. Después de terminar mi cena, me llevó a la cama. Era estupendo dormir con el estómago lleno, sin temer que alguien pueda hacerte daño, ya que Damen no parecía tener intención de hacerme nada. Por ahora.
Elisa se quedó conmigo mientras intentaba dormir. Con los ojos cerrados, la escuchaba hablar con Damen, también presente en la habitación.
-Vamos, Damen, aunque no te gusten los niños, sé que tú siempre quisiste tener hijos.
Damen carraspeó.
-No. Para tener a alguien que gime, se caga, come y duerme ya tenemos a tu gato.
Elisa ignoró su cruel comentario.
-Concretamente una niña, ¿verdad? –como Elisa estaba tendida a mi lado, abrazándome, pude sentir cómo reía.
-Bueno, bueno… Venga, vamos a la cama, que ya es tarde.
Elisa deshizo con cuidado su abrazo, ambos se fueron y cerraron la puerta.
Entonces me di cuenta de la rapidez con la que les había cogido confianza. Pero extrañamente, no me preocupó.
-Elisa, apártate.
-No.
-¡Es peligrosa! ¡Es un demonio! Puede matarte.
-Déjala, Damen. No pienso dejar que la mates.
Damen frunció el ceño, y apretó la mandíbula.
-Cómo sabes que no es peligrosa.
-Jonan vino aquí con ella. Prometí que la cuidaría.
-Si está aquí es por tres cosas: por estar protegiendo a alguien, por ser uno de mis ángeles o por ser un caído, un demonio o un nefilim. ¿A ti te parece que es alguna de las dos primeras?
-Por favor, Damen, confía en mí.
El tal Damen la miró de hito en hito, inexpresivo, y bajó los tensos hombros. Suspiró, y se guardó la pistola. Me miró.
-Te haré caso, Elisa. Pero si ella te hace algo, luego no me vengas suplicando que te ayude.
Sin embargo, los tres sabíamos perfectamente que la ayudaría de todos modos.
-Muy bien –constató ella.
Elisa me cogió de la mano y me llevó a una habitación, dónde había una cama y algún que otro mueble. Supuse que no utilizaban este cuarto para nada.
-Por ahora puedes dormir aquí. Mejor que el sofá… -dijo mirándome preocupada.
La miré, me solté de ella, fui hacia la cama y me senté encima. Estaba mullida.
-Es más de lo que he tenido estos últimos años, así que muchas gracias.
Damen apareció por la puerta, abrazó la cintura de Elisa por detrás y me miró.
-¿Está bien?
-Sí, gracias –contesté-. Es curioso vivir en una casa, bueno, apartamento como una casa, dónde hay alguien que desea asesinarte.
Damen soltó una carcajada, y Elisa le miró sonriendo.
-¿Sabes? Hasta incluso me vas a caer bien y todo.
Elisa se soltó de él, le dio un beso y me miró.
-Seguro que tienes hambre. Voy a prepararte leche con cola cao.
Asentí, y ella se fue. Damen me miró, se acercó un poco a dónde yo estaba y se acuclilló enfrente de mí, pero todavía seguía estando a mayor altura que yo.
-Por lo que has dicho antes, debo suponer que eres el Dominio jefe –dije casi sin inmutarme. Aunque su expresión y la posición de ataque me ponía un poco nerviosa.
-Sí, has acertado.
-Mi antiguo amo te anda buscando.
-¿Quién era tu antiguo amo?
-El señor Devon.
Para mi sorpresa, no se alteró. No movió ni un músculo; sólo se quedó ahí quieto, pensativo, y alzó las cejas.
-Entiendo. Debió de ser muy duro para ti.
-Lo fue.
-Te diría lo siento, pero no encuentro el sentido a decírtelo.
Me encogí de hombros.
-Estoy acostumbrada.
Damen se levantó, guardó las manos en los bolsillos del pantalón y me indicó con la cabeza que fuera a la cocina. Le seguí, y me encontré con un cuenco lleno de leche, y la mesa llena de comida.
Mi estómago lanzó un rugido, que hasta a mí me sorprendió. Elisa echó al cuenco unos polvos de un bote y los revolvió con una cuchara. Damen me llevó hasta la silla, me subí con dificultad y me senté.
-Come lo que quieras, Kira –me dijo Elisa acercándome de todo.
Asentí y empecé a comer. El gusto que sentí al aliviar el dolor de mi estómago fue increíble. Casi imposible, después de tanto tiempo.
-¿Cuánto tiempo se va a quedar? –preguntó Damen.
-No lo sé, el tiempo que haga falta.
-¿Tiene ropa o algo?
-No vino con nada. Sólo con la túnica y la capa aquella. Nada más.
-Hum. Entonces será mejor comprarle cosas.
-Pues Damen, tendrás que ir tú, porque yo mañana tengo clase. Mañana es martes.
Damen alzó las cejas y me miró. Yo le miré con la boca llena de leche y cereales.
-Hum… -suspiró, recordando seguramente nuestra conversación anterior-. Si no queda más remedio.
Elisa sonrió. Después de terminar mi cena, me llevó a la cama. Era estupendo dormir con el estómago lleno, sin temer que alguien pueda hacerte daño, ya que Damen no parecía tener intención de hacerme nada. Por ahora.
Elisa se quedó conmigo mientras intentaba dormir. Con los ojos cerrados, la escuchaba hablar con Damen, también presente en la habitación.
-Vamos, Damen, aunque no te gusten los niños, sé que tú siempre quisiste tener hijos.
Damen carraspeó.
-No. Para tener a alguien que gime, se caga, come y duerme ya tenemos a tu gato.
Elisa ignoró su cruel comentario.
-Concretamente una niña, ¿verdad? –como Elisa estaba tendida a mi lado, abrazándome, pude sentir cómo reía.
-Bueno, bueno… Venga, vamos a la cama, que ya es tarde.
Elisa deshizo con cuidado su abrazo, ambos se fueron y cerraron la puerta.
Entonces me di cuenta de la rapidez con la que les había cogido confianza. Pero extrañamente, no me preocupó.
lunes, 29 de noviembre de 2010
Capítulo 64 (E)
Salí de la universidad al terminar las clases, y me fui andando a casa. Entré en el edificio, subí el ascensor, abrí la puerta y la cerré.
Entonces, delante de mí, apareció un Portal.
Me asusté un poco, porque Damen estaba vigilando por la ciudad, y no podía ser él.
Del Portal salió un chico rubio con alguien mucho más bajo con la cara tapada por una capucha. Me sorprendí, y sonreí.
-¡¡Jonan!! –dije emocionada.
-¡Elisa! –sonrió, y abrió los brazos cuando fui a abrazarle.
Cuando nos separamos, le miré.
-¡Cuánto tiempo! ¿Qué…? –miré a la personita a su lado.
-Necesito que me hagas un favor, Elisa. Me la encontré en la calle, completamente sola, y bueno… Ella… Me gustaría que pudieras encargarte de ella.
-¿Yo…?
La miré. Me acuclillé enfrente, y le retiré la capucha de la cara. Aunque estaba algo sucia, podía ver sus bonitas facciones. Unos ojos azules como los de Damen, pelo medio rizado y del color del chocolate, y mejillas ruborizadas. No sonreía. Lo que me llamó la atención fue que en la cabeza tenía dos pequeños cuernos negros, y de su túnica, en la espalda, sobresalían dos bultos…
-Hola –le dije con suavidad-. ¿Quién eres?
No respondió. Miré a Jonan.
-Se llama Kira. Debe de tener unos siete u ocho años, o quizá más. No estoy seguro.
La niña no paraba de mirarme, hasta que finalmente alzó una mano y me cogió un mechón de pelo.
-Me gusta tu pelo –comentó.
-Gracias –dije sonriendo.
Me levanté.
-Jonan, no hay problema. Me encargaré de ella.
-Está bien, pero ten cuidado. Damen podría… Bueno, ya sabes, como Kira es…
-¿Es…?
-Bueno, ella es lo que se llama un demonio esclavo.
-Hum. No te preocupes.
Asintió agradecido, y se fue por el Portal por el que había venido.
Miré a Kira.
-Bien, pequeña, primero es mejor que te des un baño. ¿Quieres?
-Me parece bien, pero por favor, respeta mi decisión de no llamarme pequeña. Es un poco molesto dada mi acomplejada altura.
Alcé las cejas.
-Oh, eh… muy… muy bien, entonces vamos, Kira.
Asintió, me cogió la mano que yo le había tendido y ambas fuimos al baño.
Llené la bañera de agua caliente más o menos por la mitad, Kira se desvistió y se metió dentro. Me fijé que en la espalda tenía dos alas como las de los murciélagos, y tenía cola, que terminaba en una flecha. Mientras la ayudaba a limpiarse, hablamos.
-Mira, Kira, yo me llamo Elisa.
-¿Elisa?
-Bueno, en realidad Elisabeth Katherine, pero es un nombre demasiado largo, así que sí, Elisa. Y… ¿cómo…?
Se encogió de hombros.
-No sé cómo llegué aquí, pero estoy desde hace muchos años con este cuerpo –me examinó-. Y veo que tú, dada tu madurez mental, deberías tener más de los que aparentas.
-Sí, bueno, yo… Vivo eternamente, como tú.
-Hum. Y ese tal Damen… Escuché su nombre en alguna parte.
-Es… bueno, el líder de los…
-De los ángeles que protegen a humanos y matan a los que son como yo, ¿no? Bueno, supongo que podré soportarlo.
-¿No tienes miedo de… bueno… de lo que pudiera pasar?
-Antes me dijiste que me cuidarías –asentí decidida-. Y vives con él. ¿Debo suponer que eres su novia?
-Hum…
-Eso es un sí. Y si eres su novia significa que te quiere y que no haría nada que te pudiera entristecer. Me supongo que si me hiciera daño, a ti no te gustaría. Por lo que eso nos deja en que no puede tocarme.
-Increíble –dije sin saber qué más decir.
-Gracias, aunque tu sorpresa ofende un poco, pero no pasa nada.
Cuando le lavé el pelo y terminé de bañarla, la ayudé a salir.
-Un momento –dijo.
Cerró los ojos y se le fueron ocultando los cuernos, las alas y la cola.
-Es mejor que me mantenga en mi forma humana.
Asentí y le presté un pijama mío corto, ya que las mangas de la parte de arriba le quedaban por los antebrazos y la parte de abajo por las rodillas. Apareció Yin Yang cuando ambas fuimos al salón. Se acercó a Kira despacio, la olisqueó y frotó su mejilla en la pierna de ella. Kira sonrió débilmente y le acarició la cabeza.
-¿Quién es? –me preguntó.
-Se llama Yin Yang. Vive con nosotros.
-Es bonito.
Sonreí. Entonces oímos el tintineo de unas llaves, y la puerta que se abría. Damen apareció por ella, y al verme sonrió, pero cuando bajó la mirada hacia Kira, la sonrisa se le borró de la cara.
Sacó una pistola del bolsillo de la chaqueta y la apuntó con ella.
Entonces, delante de mí, apareció un Portal.
Me asusté un poco, porque Damen estaba vigilando por la ciudad, y no podía ser él.
Del Portal salió un chico rubio con alguien mucho más bajo con la cara tapada por una capucha. Me sorprendí, y sonreí.
-¡¡Jonan!! –dije emocionada.
-¡Elisa! –sonrió, y abrió los brazos cuando fui a abrazarle.
Cuando nos separamos, le miré.
-¡Cuánto tiempo! ¿Qué…? –miré a la personita a su lado.
-Necesito que me hagas un favor, Elisa. Me la encontré en la calle, completamente sola, y bueno… Ella… Me gustaría que pudieras encargarte de ella.
-¿Yo…?
La miré. Me acuclillé enfrente, y le retiré la capucha de la cara. Aunque estaba algo sucia, podía ver sus bonitas facciones. Unos ojos azules como los de Damen, pelo medio rizado y del color del chocolate, y mejillas ruborizadas. No sonreía. Lo que me llamó la atención fue que en la cabeza tenía dos pequeños cuernos negros, y de su túnica, en la espalda, sobresalían dos bultos…
-Hola –le dije con suavidad-. ¿Quién eres?
No respondió. Miré a Jonan.
-Se llama Kira. Debe de tener unos siete u ocho años, o quizá más. No estoy seguro.
La niña no paraba de mirarme, hasta que finalmente alzó una mano y me cogió un mechón de pelo.
-Me gusta tu pelo –comentó.
-Gracias –dije sonriendo.
Me levanté.
-Jonan, no hay problema. Me encargaré de ella.
-Está bien, pero ten cuidado. Damen podría… Bueno, ya sabes, como Kira es…
-¿Es…?
-Bueno, ella es lo que se llama un demonio esclavo.
-Hum. No te preocupes.
Asintió agradecido, y se fue por el Portal por el que había venido.
Miré a Kira.
-Bien, pequeña, primero es mejor que te des un baño. ¿Quieres?
-Me parece bien, pero por favor, respeta mi decisión de no llamarme pequeña. Es un poco molesto dada mi acomplejada altura.
Alcé las cejas.
-Oh, eh… muy… muy bien, entonces vamos, Kira.
Asintió, me cogió la mano que yo le había tendido y ambas fuimos al baño.
Llené la bañera de agua caliente más o menos por la mitad, Kira se desvistió y se metió dentro. Me fijé que en la espalda tenía dos alas como las de los murciélagos, y tenía cola, que terminaba en una flecha. Mientras la ayudaba a limpiarse, hablamos.
-Mira, Kira, yo me llamo Elisa.
-¿Elisa?
-Bueno, en realidad Elisabeth Katherine, pero es un nombre demasiado largo, así que sí, Elisa. Y… ¿cómo…?
Se encogió de hombros.
-No sé cómo llegué aquí, pero estoy desde hace muchos años con este cuerpo –me examinó-. Y veo que tú, dada tu madurez mental, deberías tener más de los que aparentas.
-Sí, bueno, yo… Vivo eternamente, como tú.
-Hum. Y ese tal Damen… Escuché su nombre en alguna parte.
-Es… bueno, el líder de los…
-De los ángeles que protegen a humanos y matan a los que son como yo, ¿no? Bueno, supongo que podré soportarlo.
-¿No tienes miedo de… bueno… de lo que pudiera pasar?
-Antes me dijiste que me cuidarías –asentí decidida-. Y vives con él. ¿Debo suponer que eres su novia?
-Hum…
-Eso es un sí. Y si eres su novia significa que te quiere y que no haría nada que te pudiera entristecer. Me supongo que si me hiciera daño, a ti no te gustaría. Por lo que eso nos deja en que no puede tocarme.
-Increíble –dije sin saber qué más decir.
-Gracias, aunque tu sorpresa ofende un poco, pero no pasa nada.
Cuando le lavé el pelo y terminé de bañarla, la ayudé a salir.
-Un momento –dijo.
Cerró los ojos y se le fueron ocultando los cuernos, las alas y la cola.
-Es mejor que me mantenga en mi forma humana.
Asentí y le presté un pijama mío corto, ya que las mangas de la parte de arriba le quedaban por los antebrazos y la parte de abajo por las rodillas. Apareció Yin Yang cuando ambas fuimos al salón. Se acercó a Kira despacio, la olisqueó y frotó su mejilla en la pierna de ella. Kira sonrió débilmente y le acarició la cabeza.
-¿Quién es? –me preguntó.
-Se llama Yin Yang. Vive con nosotros.
-Es bonito.
Sonreí. Entonces oímos el tintineo de unas llaves, y la puerta que se abría. Damen apareció por ella, y al verme sonrió, pero cuando bajó la mirada hacia Kira, la sonrisa se le borró de la cara.
Sacó una pistola del bolsillo de la chaqueta y la apuntó con ella.
jueves, 25 de noviembre de 2010
Capítulo 63 (D)---(K)
(D)Salí de la pequeña habitación. Era de un bar del centro de la ciudad. Cuando me senté en un taburete de la barra, sentí varias miradas sobre mí, pero las ignoré.
Le pedí al camarero un Mojito, y me lo sirvió casi al momento.
-Señor… -dijo mientras yo le daba un sorbo al cóctel-. ¿Se encuentra bien Penny?
-¿La chica? Sí, está perfectamente.
Miré a mi derecha, y me encontré con la cara pecosa del chico que antes había venido a mi casa para avisarme.
-Puede… puede que usted no me recuerde… pero yo estaba en el grupo de Dominios nuevos… que visitó hace tiempo…
-Claro que te recuerdo, Brian. Aunque sois muchos, os conozco a todos y cada uno –contesté sin mirarle.
-Oh, sí, bueno… -se frotó el brazo, mirando el suelo-. Hum…
-¿Primero le llamas cabrón y luego no eres capaz de hablar con él? –dijo Jake, detrás del pelirrojo.
Sonrió ampliamente, y le puso una mano en el hombro. El otro le fulminó con la mirada.
-Aprende a callarte, Jake.
Éste puso los ojos en blanco.
-Es difícil hacerlo cuando me lo pones en bandeja, Brian.
Terminé el Mojito, me levanté todavía con las miradas del bar puestas en mí y le pagué al camarero.
-Ya sé que soy guapo, pero una foto os durará más –comenté mientras me iba.
(K)Estaba realmente asustada. No sabía qué hacer.
Me había escapado de las garras de mi cruel amo con el cuerpo de una niña de siete años. En realidad tenía más.
Estuve vagando por Buenos Aires, Argentina, durante los suficientes años como para que mi mente madurara, aguantando la sed y el hambre.
Entonces llegó aquel día.
Iba vestida con sólo una túnica blanca y una capa, completamente sucia y sin saber dónde ubicarme. Llovía a cántaros. Con el cansancio, me senté en el suelo, en un callejón. Tenía un frío horrible.
Hasta que apareció una sombra cerca de dónde yo estaba.
Cerré los ojos con fuerza por el terror, y luego sentí una mano en el hombro izquierdo.
-Hey, pequeña, ¿estás bien? –dijo una voz masculina y aterciopelada.
Abrí los ojos y me encontré con una bella cara, de pelo rubio y ojos verdes, pero veía un atisbo de desconfianza en ellos, a la vez que pena.
-Ven conmigo –me tendió la mano.
Me había quedado embobada mirándole, y ni siquiera me había dado cuenta de que le tomé la mano. Me levantó y me llevó con él, a lo que a primera vista parecía su casa. Era enorme.
Me condujo a un salón también grande y me sentó en un sofá, al lado de un fuego. Se fue y volvió con una manta. Me la puso sobre los hombros. Se volvió a ir.
Después de algunos minutos mirando el espacioso lugar y los decorados, el chico me trajo una taza caliente de alguna bebida espesa del color de mi pelo. Lo cogí y bebí un poco.
El chico sonrió, y se señaló a sí mismo sus labios con el dedo.
-Tienes manchado –dijo con suavidad.
Me pasé la lengua por los labios, y le miré. Volví a beber.
La verdad es que estaba bueno. Muy bueno.
-Es chocolate –sonrió-. Me llamo Jonathan, pero llámame Jonan. ¿Y tú?
-Kira –dije con un hilo de voz.
Asintió.
-Kira. Bonito nombre.
Le miré, y entonces supe qué era él por el tatuaje de su hombro. Había escuchado sobre ellos en los últimos cuatro años. Ángeles que mataban a seres como yo, sin piedad. Empecé a temblar.
-Tú… ¿vas a… vas a matarme? –pregunté con voz débil.
-Si quieres que te diga la verdad, debería. Pero no lo haré.
No pregunté el por qué. No quería saberlo.
Se cruzó de brazos y suspiró.
-El problema es que no sé qué hacer contigo. Yo tengo que irme ahora, así que…
Apretó los labios, pensativo. Entonces pareció que encontró alguna solución.
-Ya sé quién puede encargarse de ti.
Le pedí al camarero un Mojito, y me lo sirvió casi al momento.
-Señor… -dijo mientras yo le daba un sorbo al cóctel-. ¿Se encuentra bien Penny?
-¿La chica? Sí, está perfectamente.
Miré a mi derecha, y me encontré con la cara pecosa del chico que antes había venido a mi casa para avisarme.
-Puede… puede que usted no me recuerde… pero yo estaba en el grupo de Dominios nuevos… que visitó hace tiempo…
-Claro que te recuerdo, Brian. Aunque sois muchos, os conozco a todos y cada uno –contesté sin mirarle.
-Oh, sí, bueno… -se frotó el brazo, mirando el suelo-. Hum…
-¿Primero le llamas cabrón y luego no eres capaz de hablar con él? –dijo Jake, detrás del pelirrojo.
Sonrió ampliamente, y le puso una mano en el hombro. El otro le fulminó con la mirada.
-Aprende a callarte, Jake.
Éste puso los ojos en blanco.
-Es difícil hacerlo cuando me lo pones en bandeja, Brian.
Terminé el Mojito, me levanté todavía con las miradas del bar puestas en mí y le pagué al camarero.
-Ya sé que soy guapo, pero una foto os durará más –comenté mientras me iba.
(K)Estaba realmente asustada. No sabía qué hacer.
Me había escapado de las garras de mi cruel amo con el cuerpo de una niña de siete años. En realidad tenía más.
Estuve vagando por Buenos Aires, Argentina, durante los suficientes años como para que mi mente madurara, aguantando la sed y el hambre.
Entonces llegó aquel día.
Iba vestida con sólo una túnica blanca y una capa, completamente sucia y sin saber dónde ubicarme. Llovía a cántaros. Con el cansancio, me senté en el suelo, en un callejón. Tenía un frío horrible.
Hasta que apareció una sombra cerca de dónde yo estaba.
Cerré los ojos con fuerza por el terror, y luego sentí una mano en el hombro izquierdo.
-Hey, pequeña, ¿estás bien? –dijo una voz masculina y aterciopelada.
Abrí los ojos y me encontré con una bella cara, de pelo rubio y ojos verdes, pero veía un atisbo de desconfianza en ellos, a la vez que pena.
-Ven conmigo –me tendió la mano.
Me había quedado embobada mirándole, y ni siquiera me había dado cuenta de que le tomé la mano. Me levantó y me llevó con él, a lo que a primera vista parecía su casa. Era enorme.
Me condujo a un salón también grande y me sentó en un sofá, al lado de un fuego. Se fue y volvió con una manta. Me la puso sobre los hombros. Se volvió a ir.
Después de algunos minutos mirando el espacioso lugar y los decorados, el chico me trajo una taza caliente de alguna bebida espesa del color de mi pelo. Lo cogí y bebí un poco.
El chico sonrió, y se señaló a sí mismo sus labios con el dedo.
-Tienes manchado –dijo con suavidad.
Me pasé la lengua por los labios, y le miré. Volví a beber.
La verdad es que estaba bueno. Muy bueno.
-Es chocolate –sonrió-. Me llamo Jonathan, pero llámame Jonan. ¿Y tú?
-Kira –dije con un hilo de voz.
Asintió.
-Kira. Bonito nombre.
Le miré, y entonces supe qué era él por el tatuaje de su hombro. Había escuchado sobre ellos en los últimos cuatro años. Ángeles que mataban a seres como yo, sin piedad. Empecé a temblar.
-Tú… ¿vas a… vas a matarme? –pregunté con voz débil.
-Si quieres que te diga la verdad, debería. Pero no lo haré.
No pregunté el por qué. No quería saberlo.
Se cruzó de brazos y suspiró.
-El problema es que no sé qué hacer contigo. Yo tengo que irme ahora, así que…
Apretó los labios, pensativo. Entonces pareció que encontró alguna solución.
-Ya sé quién puede encargarse de ti.
sábado, 20 de noviembre de 2010
Capítulo 62
Sinceramente pensé que iba a morirme del dolor. Era insoportable. El hombro me dolía horrorosamente, e intentaba no quejarme, pero me era imposible. Tenía miedo, muchísimo miedo.
Los demás ángeles, guardianes y Dominios, me rodeaban preocupados. Me preguntaban qué tal estaba, si me dolía y más evidencias, hasta que volví a desmayarme.
Cuando abrí los ojos, no había nadie ya dentro de mi habitación. Pero me equivocaba.
Un chico muy guapo de facciones jóvenes, pero maduro, estaba sentado en una silla, casi al lado de mi cama, con los pies apoyados en ésta y los tobillos cruzados, leyendo un cómic manga.
Era la perfecta imagen de la despreocupación.
Pero había algo raro a su alrededor. Emanaba un enorme poder, que hacía que el aire crepitara en la habitación.
Lancé un débil gruñido de dolor, y ese chico alzó la mirada rápidamente. Me encontré con unos grandes ojos color turquesa.
-Hum. Mira quién ha despertado –dijo con una sonrisa burlona, y pasó una página.
Me incorporé débilmente, y fruncí el ceño.
-¿Quién…?
Se encogió de hombros, dejó el cómic cerrado sobre la mesita de noche al lado de la cama y bajó los pies de ella. Se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas.
-No intentes hacerte la dura conmigo, niña. Sé que esto puede ser terriblemente doloroso. Y ahora cuéntame quién te lo hizo.
-¿Pero quién eres tú?
-Soy el único que puede aliviar el dolor de tu herida.
-¡Entonces acaba con él de una vez! –sollocé.
Negó con la cabeza, y dejó de sonreír.
-Nada de premios hasta que no me digas lo que quiero.
Apreté los dientes, y una lágrima me resbaló por la mejilla.
-Vamos. Cuanto antes me lo cuentes, antes se irá el dolor. Créeme –se incorporó y se recostó en la silla, cruzándose de brazos.
Le miré con ojos llorosos. Me sorprendí. Aparte de sus brillantes ojos, tenía un pelo plateado que parecía casi irreal y que destacaba sobre su piel ligeramente tostada. Debajo de la luz de la lámpara, en su pelo se reflejaban varios colores…
-¿Vas a hacerme caso? –asentí débilmente.
-Iba… por la calle, por la noche, y me encontré con un hombre… de mediana edad, más o menos. Pelo castaño oscuro, corto, muy alto y delgado…
-¿Te dijo su nombre?
-No, pero me preguntó por el líder de los Dominios.
Eso llamó su atención. Un brillo astuto surcó sus ojos.
-¿Ah, sí? ¿Y tú qué le dijiste?
-Que no sabía dónde vivía ni nada. Pero que quizá estaba en la ciudad, aunque me dio la impresión de que eso ya lo sabía, y cuando supo que no podía aportarle más información, algo me mordió en el hombro y me desmayé. Luego desperté aquí.
Asintió pensativo, y se levantó. Se acercó a mí –no pude evitar sonrojarme un poco-, puso su mano en mi hombro herido, y el dolor se pasó, así, de repente. Cuando apartó la mano, lo moví, pero no me dolía. Sonreí y suspiré aliviada. Luego miré al chico con el ceño fruncido, ya que éste se iba hacia la puerta de la habitación. Cuando puso la mano en el pomo para marcharse, le llamé.
-¡Espera! ¿Puedo… puedo saber tu nombre?
Se volvió y me sonrió.
-Soy Damen, el líder al que casi delatas.
Me quedé con cara de póker. Él me guiñó un ojo y se fue, cerrando la puerta.
Me sentía como una estúpida. Tuve delante al hombre al que yo prácticamente consideraba un dios, y yo sólo me quejé del dolor. Me acosté en la cama, apretando los dientes con fuerza.
Pero la puerta se volvió a abrir. Era Damen, que entró en la habitación, fue hacia la mesita de noche y cogió el cómic manga.
-Es que si no lo termino no puedo dormir por la noche. Ah, y la próxima vez que te intenten matar, no me pidas ayuda, que para algo entrenas, ¿sí? –sonrió con sorna.
Dio media vuelta y se fue.
Los demás ángeles, guardianes y Dominios, me rodeaban preocupados. Me preguntaban qué tal estaba, si me dolía y más evidencias, hasta que volví a desmayarme.
Cuando abrí los ojos, no había nadie ya dentro de mi habitación. Pero me equivocaba.
Un chico muy guapo de facciones jóvenes, pero maduro, estaba sentado en una silla, casi al lado de mi cama, con los pies apoyados en ésta y los tobillos cruzados, leyendo un cómic manga.
Era la perfecta imagen de la despreocupación.
Pero había algo raro a su alrededor. Emanaba un enorme poder, que hacía que el aire crepitara en la habitación.
Lancé un débil gruñido de dolor, y ese chico alzó la mirada rápidamente. Me encontré con unos grandes ojos color turquesa.
-Hum. Mira quién ha despertado –dijo con una sonrisa burlona, y pasó una página.
Me incorporé débilmente, y fruncí el ceño.
-¿Quién…?
Se encogió de hombros, dejó el cómic cerrado sobre la mesita de noche al lado de la cama y bajó los pies de ella. Se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas.
-No intentes hacerte la dura conmigo, niña. Sé que esto puede ser terriblemente doloroso. Y ahora cuéntame quién te lo hizo.
-¿Pero quién eres tú?
-Soy el único que puede aliviar el dolor de tu herida.
-¡Entonces acaba con él de una vez! –sollocé.
Negó con la cabeza, y dejó de sonreír.
-Nada de premios hasta que no me digas lo que quiero.
Apreté los dientes, y una lágrima me resbaló por la mejilla.
-Vamos. Cuanto antes me lo cuentes, antes se irá el dolor. Créeme –se incorporó y se recostó en la silla, cruzándose de brazos.
Le miré con ojos llorosos. Me sorprendí. Aparte de sus brillantes ojos, tenía un pelo plateado que parecía casi irreal y que destacaba sobre su piel ligeramente tostada. Debajo de la luz de la lámpara, en su pelo se reflejaban varios colores…
-¿Vas a hacerme caso? –asentí débilmente.
-Iba… por la calle, por la noche, y me encontré con un hombre… de mediana edad, más o menos. Pelo castaño oscuro, corto, muy alto y delgado…
-¿Te dijo su nombre?
-No, pero me preguntó por el líder de los Dominios.
Eso llamó su atención. Un brillo astuto surcó sus ojos.
-¿Ah, sí? ¿Y tú qué le dijiste?
-Que no sabía dónde vivía ni nada. Pero que quizá estaba en la ciudad, aunque me dio la impresión de que eso ya lo sabía, y cuando supo que no podía aportarle más información, algo me mordió en el hombro y me desmayé. Luego desperté aquí.
Asintió pensativo, y se levantó. Se acercó a mí –no pude evitar sonrojarme un poco-, puso su mano en mi hombro herido, y el dolor se pasó, así, de repente. Cuando apartó la mano, lo moví, pero no me dolía. Sonreí y suspiré aliviada. Luego miré al chico con el ceño fruncido, ya que éste se iba hacia la puerta de la habitación. Cuando puso la mano en el pomo para marcharse, le llamé.
-¡Espera! ¿Puedo… puedo saber tu nombre?
Se volvió y me sonrió.
-Soy Damen, el líder al que casi delatas.
Me quedé con cara de póker. Él me guiñó un ojo y se fue, cerrando la puerta.
Me sentía como una estúpida. Tuve delante al hombre al que yo prácticamente consideraba un dios, y yo sólo me quejé del dolor. Me acosté en la cama, apretando los dientes con fuerza.
Pero la puerta se volvió a abrir. Era Damen, que entró en la habitación, fue hacia la mesita de noche y cogió el cómic manga.
-Es que si no lo termino no puedo dormir por la noche. Ah, y la próxima vez que te intenten matar, no me pidas ayuda, que para algo entrenas, ¿sí? –sonrió con sorna.
Dio media vuelta y se fue.
martes, 16 de noviembre de 2010
Capítulo 60/61
Capítulo 60 (P)
Hacía poco que me había convertido en un ángel Dominio, junto con otro grupo. Durante el día nos volvíamos invisibles y nos entrenábamos. Por la noche quedábamos en un bar que había más o menos en el centro de la ciudad. Sin embargo, nunca entraban humanos, porque sencillamente lo repelían. Me habían explicado que ellos tenían un instinto que nosotros no teníamos, y era el de saber que puede haber problemas sencillamente sintiéndolo. Me parecía fascinante, pero nunca había hablado con ninguno.
Una noche, cuando llegamos al bar, me había sentado rápidamente en el taburete de la barra y pedí un simple agua. Normalmente tomaba licor, pero no me apetecía nada.
Derek, el dueño del lugar, otro ángel Dominio desde hace tres años, me la sirvió en un vaso alto, y sonrió.
-¿Qué tal, Penny? Veo que el entrenamiento ha sido muy duro –comentó mientras secaba una jarra con un paño-. Tienes mala cara.
Suspiré.
-Sí, bueno, la verdad es que son tantos…
James, un ángel guardián normal y corriente se acercó a mí en cuánto Derek fue a servir más copas. Se sentó a mi lado, y yo le sonreí.
-Qué. ¿Qué tal te fue con tu protegido?
-Es un puñetero crío que no sirve para nada. No sé por qué lo protejo, si de todos modos no va a servir al mundo –suspiró-. Pero bueno, es lo mismo. ¿Y tú? ¿Qué tal fue el entrenamiento?
Me encogí de hombros, y bebí un sorbo de agua.
-Como siempre. Lo que no entiendo es por qué nuestro líder no nos entrena él mismo. Sería más fácil.
-Ya sabes que el líder pasa de eso –dijo Brian, sentándose a mi izquierda-. Es un tipo bastante peculiar. No le gusta la gente. No es como el líder de los ángeles Poderes, de verdad. Todo lo contrario.
-¿Les has visto? A los dos líderes quiero decir –pregunté con las cejas alzadas.
Sólo unos pocos tenían la suerte de conocer a los líderes de los niveles.
-Al de los Poderes me contaron que era bonachón, pero al nuestro sí, y tiene muy mala hostia cuando le enfadas. Pero hace cosas increíbles. Si no fuera tan capullo, me gustaría tenerlo como jefe.
-¿Tan capullo? ¿Es que no…?
-No es mal tío, pero… Bueno, sin ir más lejos, el otro día por la mañana, cuando vino para ver qué trabajo habíamos hecho, se nos presentó conduciendo un Lamborghini negro con unas gafas de sol estilo aviador y un puro, y dijo que tendríamos que hacerlo mucho mejor si queríamos ser tan buenos como él.
Bufé. Odiaba ese tipo de hombres, los que se creían superiores a los demás.
-Sin embargo, también nos dijo: “Recordad que el espejo representa el alma de una mujer. La espada, el alma del guerrero. Así que no os durmáis, porque aquí también podéis cagarla y destrozar vuestras vidas por un simple fallo”.
-Bueno, no es tan idiota como pensaba –dije.
Brian se encogió de hombros, y bebió de su Coca-Cola.
-Es lo mismo. Lo peor es que luego desapareció, así, de repente, dejándonos con el marrón de encargarnos nosotros, unos novatos, de varios demonios. Y da un miedo… Es un cabrón.
-No, no lo es –dijo una voz detrás de nosotros.
Nos volvimos y nos encontramos a Jake con los brazos cruzados.
-¿Que no? ¡Pero que yo recuerde, a ti te dejó tirado luchando contra un demonio!
-Lo sé, pero el otro día estuve en su casa. Tiene novia. Y se preocupa muchísimo por ella.
-Ja, no parece de las típicas personas que velan por la seguridad de los demás. Aparte de protegerlos de los demonios, claro.
-Pues te equivocas. Ni os lo imagináis. Se le cae la baba con ella, tíos, en serio.
Se dio media vuelta y se fue. Sacudí débilmente la cabeza, y bajé del taburete.
-Bueno, chicos, yo me voy ya, que dentro de poco tengo entrenamiento.
-¿En plena noche?
-Sí –suspiré-. Pero qué le voy a hacer. Hasta luego.
-Chao.
Salí de allí, y me encaminé por las calles de la ciudad. Las luces alumbraban cerca y a lo lejos de mí.
Entonces sentí una presencia. Me volví, pero no vi nada. Hasta que me giré otra vez y me encontré con un hombre. El vello de los brazos se me puso de punta.
-¿Quién… quién eres? –balbuceé.
-Si no me dices qué eres tú, entonces yo seré tu peor pesadilla –tirité-. ¿Eres un Dominio?
Asentí despacio.
-Tu líder. Dime dónde vive.
-No… no lo sé, señor. No lo conozco.
Miró al cielo con aire pensativo.
-¿Vive aquí, en la ciudad?
-Me… me supongo que sí, señor, pero no estoy completamente segura…
-Bien –sonrió.
Entonces de repente algo, por detrás, me mordió el hombro. No pude ver qué ser era, ya que me caí al suelo desmayada. Veía sólo sombras… y después, oscuridad total.
Capítulo 61 (D)
Me desperté por culpa del estúpido despertador. Alargué la mano y le di un golpe para que parara. Abrí los ojos y me encontré con Elisa apoyada en mi pecho, cubierta sólo por la sábana, durmiendo plácidamente. Sonreí, y miré la hora. Las siete y media. Suspiré. No me apetecía nada levantarme, y despertar a Elisa menos, pero llegaría tarde a la universidad.
Le acaricié el pelo con suavidad.
-Elisa… Cariño, despierta –lanzó un débil gruñido, y se revolvió un poco, pero no abrió los ojos-. Elisa. ¡Elisa, despierta!
Ahora sí que los abrió, con el ceño fruncido, y me miró.
-¿Qué? ¿Pasa algo?
-Sí, cielo. Que si no te levantas ahora, todo lo que tienes estudiado de la carrera se irá rápidamente a la mierda. Que por cierto, no es poco. Así que yo me pensaría…
Pero no me dejó terminar mi réplica. Se levantó de la cama, se vistió y se fue hacia la cocina.
Alcé las cejas sorprendido. Vaya.
Yo también me levanté, me puse el pantalón del pijama y la seguí. Cogió una magdalena, su mochila y me miró.
-Eh… ¿tú estás bien? –pregunté parpadeando-. Tienes tiempo de sobra…
-¡No, no tengo tiempo! Se suponía que debía estar un cuarto de hora antes en clase para poder preguntarle cosas al profesor sobre uno de mis muchos trabajos y coger el mejor sitio para la clase…
Me acerqué a ella y le besé suavemente los labios.
Me miró sorprendida.
-Relájate. Estás muy estresada. Y eso no es bueno. Todavía te queda un cuarto de hora para llegar a tiempo a todas esas cosas que tú dices.
-Claro: ése es el tiempo que tengo para ir de aquí a la universidad, así que me voy.
Se dio la vuelta, pero yo la cogí del brazo y la atraje hacia mí.
-Te llevaré en un Portal, pero por favor, siéntate a desayunar.
Apretó los labios, y suspiró. Dejó la mochila en el suelo, la magdalena encima de la mesa y se sentó en la silla. Le preparé un café y desayunamos. Luego la llevé, como prometí, por un Portal hasta la universidad, y volví al apartamento. Esta vez sí que me vestí, y me senté un poco en el sofá. La verdad no me apetecía hacer nada. Hasta que alguien llamó al timbre de la puerta. Lancé un suspiro hastiado, me levanté y la abrí. Eran Jake y otro chaval, de pelo cobrizo y la cara salpicada de pecas, y me miraban con ojos asustados. Me crucé de brazos.
-¿Algún buen motivo para interrumpir mi sesión de ver la tele en el sofá?
-Señor… Uno de nosotros está gravemente herido.
Me apoyé contra el marco de la puerta, y puse los ojos en blanco.
-¿Y cuando no hay heridos? No puedo encargarme de todos. Que cada uno se cuide de sí mismo, que para algo os elegí.
-Pero es que este ataque es especial.
-Por qué. ¿Por qué es vuestro amiguito el herido?
-Aparte de eso, señor, el ataque no es frecuente.
Alcé una ceja, y me incorporé. Eso llamó mi atención.
-¿No es… frecuente?
-No. No es un ataque normal. Por favor… ayúdela…
Ah, una chica. Suspiré, cogí las llaves de casa y cerré la puerta por fuera.
-Decidme dónde está.
Hacía poco que me había convertido en un ángel Dominio, junto con otro grupo. Durante el día nos volvíamos invisibles y nos entrenábamos. Por la noche quedábamos en un bar que había más o menos en el centro de la ciudad. Sin embargo, nunca entraban humanos, porque sencillamente lo repelían. Me habían explicado que ellos tenían un instinto que nosotros no teníamos, y era el de saber que puede haber problemas sencillamente sintiéndolo. Me parecía fascinante, pero nunca había hablado con ninguno.
Una noche, cuando llegamos al bar, me había sentado rápidamente en el taburete de la barra y pedí un simple agua. Normalmente tomaba licor, pero no me apetecía nada.
Derek, el dueño del lugar, otro ángel Dominio desde hace tres años, me la sirvió en un vaso alto, y sonrió.
-¿Qué tal, Penny? Veo que el entrenamiento ha sido muy duro –comentó mientras secaba una jarra con un paño-. Tienes mala cara.
Suspiré.
-Sí, bueno, la verdad es que son tantos…
James, un ángel guardián normal y corriente se acercó a mí en cuánto Derek fue a servir más copas. Se sentó a mi lado, y yo le sonreí.
-Qué. ¿Qué tal te fue con tu protegido?
-Es un puñetero crío que no sirve para nada. No sé por qué lo protejo, si de todos modos no va a servir al mundo –suspiró-. Pero bueno, es lo mismo. ¿Y tú? ¿Qué tal fue el entrenamiento?
Me encogí de hombros, y bebí un sorbo de agua.
-Como siempre. Lo que no entiendo es por qué nuestro líder no nos entrena él mismo. Sería más fácil.
-Ya sabes que el líder pasa de eso –dijo Brian, sentándose a mi izquierda-. Es un tipo bastante peculiar. No le gusta la gente. No es como el líder de los ángeles Poderes, de verdad. Todo lo contrario.
-¿Les has visto? A los dos líderes quiero decir –pregunté con las cejas alzadas.
Sólo unos pocos tenían la suerte de conocer a los líderes de los niveles.
-Al de los Poderes me contaron que era bonachón, pero al nuestro sí, y tiene muy mala hostia cuando le enfadas. Pero hace cosas increíbles. Si no fuera tan capullo, me gustaría tenerlo como jefe.
-¿Tan capullo? ¿Es que no…?
-No es mal tío, pero… Bueno, sin ir más lejos, el otro día por la mañana, cuando vino para ver qué trabajo habíamos hecho, se nos presentó conduciendo un Lamborghini negro con unas gafas de sol estilo aviador y un puro, y dijo que tendríamos que hacerlo mucho mejor si queríamos ser tan buenos como él.
Bufé. Odiaba ese tipo de hombres, los que se creían superiores a los demás.
-Sin embargo, también nos dijo: “Recordad que el espejo representa el alma de una mujer. La espada, el alma del guerrero. Así que no os durmáis, porque aquí también podéis cagarla y destrozar vuestras vidas por un simple fallo”.
-Bueno, no es tan idiota como pensaba –dije.
Brian se encogió de hombros, y bebió de su Coca-Cola.
-Es lo mismo. Lo peor es que luego desapareció, así, de repente, dejándonos con el marrón de encargarnos nosotros, unos novatos, de varios demonios. Y da un miedo… Es un cabrón.
-No, no lo es –dijo una voz detrás de nosotros.
Nos volvimos y nos encontramos a Jake con los brazos cruzados.
-¿Que no? ¡Pero que yo recuerde, a ti te dejó tirado luchando contra un demonio!
-Lo sé, pero el otro día estuve en su casa. Tiene novia. Y se preocupa muchísimo por ella.
-Ja, no parece de las típicas personas que velan por la seguridad de los demás. Aparte de protegerlos de los demonios, claro.
-Pues te equivocas. Ni os lo imagináis. Se le cae la baba con ella, tíos, en serio.
Se dio media vuelta y se fue. Sacudí débilmente la cabeza, y bajé del taburete.
-Bueno, chicos, yo me voy ya, que dentro de poco tengo entrenamiento.
-¿En plena noche?
-Sí –suspiré-. Pero qué le voy a hacer. Hasta luego.
-Chao.
Salí de allí, y me encaminé por las calles de la ciudad. Las luces alumbraban cerca y a lo lejos de mí.
Entonces sentí una presencia. Me volví, pero no vi nada. Hasta que me giré otra vez y me encontré con un hombre. El vello de los brazos se me puso de punta.
-¿Quién… quién eres? –balbuceé.
-Si no me dices qué eres tú, entonces yo seré tu peor pesadilla –tirité-. ¿Eres un Dominio?
Asentí despacio.
-Tu líder. Dime dónde vive.
-No… no lo sé, señor. No lo conozco.
Miró al cielo con aire pensativo.
-¿Vive aquí, en la ciudad?
-Me… me supongo que sí, señor, pero no estoy completamente segura…
-Bien –sonrió.
Entonces de repente algo, por detrás, me mordió el hombro. No pude ver qué ser era, ya que me caí al suelo desmayada. Veía sólo sombras… y después, oscuridad total.
Capítulo 61 (D)
Me desperté por culpa del estúpido despertador. Alargué la mano y le di un golpe para que parara. Abrí los ojos y me encontré con Elisa apoyada en mi pecho, cubierta sólo por la sábana, durmiendo plácidamente. Sonreí, y miré la hora. Las siete y media. Suspiré. No me apetecía nada levantarme, y despertar a Elisa menos, pero llegaría tarde a la universidad.
Le acaricié el pelo con suavidad.
-Elisa… Cariño, despierta –lanzó un débil gruñido, y se revolvió un poco, pero no abrió los ojos-. Elisa. ¡Elisa, despierta!
Ahora sí que los abrió, con el ceño fruncido, y me miró.
-¿Qué? ¿Pasa algo?
-Sí, cielo. Que si no te levantas ahora, todo lo que tienes estudiado de la carrera se irá rápidamente a la mierda. Que por cierto, no es poco. Así que yo me pensaría…
Pero no me dejó terminar mi réplica. Se levantó de la cama, se vistió y se fue hacia la cocina.
Alcé las cejas sorprendido. Vaya.
Yo también me levanté, me puse el pantalón del pijama y la seguí. Cogió una magdalena, su mochila y me miró.
-Eh… ¿tú estás bien? –pregunté parpadeando-. Tienes tiempo de sobra…
-¡No, no tengo tiempo! Se suponía que debía estar un cuarto de hora antes en clase para poder preguntarle cosas al profesor sobre uno de mis muchos trabajos y coger el mejor sitio para la clase…
Me acerqué a ella y le besé suavemente los labios.
Me miró sorprendida.
-Relájate. Estás muy estresada. Y eso no es bueno. Todavía te queda un cuarto de hora para llegar a tiempo a todas esas cosas que tú dices.
-Claro: ése es el tiempo que tengo para ir de aquí a la universidad, así que me voy.
Se dio la vuelta, pero yo la cogí del brazo y la atraje hacia mí.
-Te llevaré en un Portal, pero por favor, siéntate a desayunar.
Apretó los labios, y suspiró. Dejó la mochila en el suelo, la magdalena encima de la mesa y se sentó en la silla. Le preparé un café y desayunamos. Luego la llevé, como prometí, por un Portal hasta la universidad, y volví al apartamento. Esta vez sí que me vestí, y me senté un poco en el sofá. La verdad no me apetecía hacer nada. Hasta que alguien llamó al timbre de la puerta. Lancé un suspiro hastiado, me levanté y la abrí. Eran Jake y otro chaval, de pelo cobrizo y la cara salpicada de pecas, y me miraban con ojos asustados. Me crucé de brazos.
-¿Algún buen motivo para interrumpir mi sesión de ver la tele en el sofá?
-Señor… Uno de nosotros está gravemente herido.
Me apoyé contra el marco de la puerta, y puse los ojos en blanco.
-¿Y cuando no hay heridos? No puedo encargarme de todos. Que cada uno se cuide de sí mismo, que para algo os elegí.
-Pero es que este ataque es especial.
-Por qué. ¿Por qué es vuestro amiguito el herido?
-Aparte de eso, señor, el ataque no es frecuente.
Alcé una ceja, y me incorporé. Eso llamó mi atención.
-¿No es… frecuente?
-No. No es un ataque normal. Por favor… ayúdela…
Ah, una chica. Suspiré, cogí las llaves de casa y cerré la puerta por fuera.
-Decidme dónde está.
martes, 9 de noviembre de 2010
Capítulo 59 (E)
Me había quedado dormida después de todo lo que pasó. Me desperté al poco rato, y cuando abrí los ojos me encontré entre los brazos de Damen, con mi cabeza apoyada en su pecho desnudo, todavía en el lago. Él tenía la mejilla apoyada en mi pelo mientras me acariciaba la nuca, con los ojos cerrados, como si estuviera pensando en algo. Podía oír los latidos de su corazón, frenético, acompasados con los míos. Me incorporé un poco para verle mejor, y él abrió los ojos. Esos ojos turquesa que me miraban con un profundo amor eterno.
-Mi vida –susurró, y sonrió ligeramente.
Yo también le sonreí, y miré a mi alrededor.
-¿Cómo es que seguimos en el lago? –murmuré.
-No quería despertarte –siguió susurrando.
Me cogió el rostro con las dos manos, dejando resbalar las gotas de agua por sus antebrazos, en uno por encima del tatuaje de la cruz, y me besó en la frente con ternura. Luego en mis mejillas ruborizadas –no pude evitar sonrojarme-, el cuello y los labios.
Salimos más tarde del lago, nos vestimos, y Damen se agachó para coger una rosa ya putrefacta del césped.
Sopló ligeramente sobre sus pétalos, y ésta se fue abriendo y recuperando el color rubí despacio, quedando más hermosa que las demás. Me la tendió.
Yo la cogí con cuidado, por miedo a estropearla, y sonreí.
-Es preciosa.
-Como la mujer que tengo delante.
Le miré de hito en hito, y luego al suelo.
-¿Pasa algo? –me preguntó alzando mi barbilla con suavidad, para que pudiera mirarle-. ¿Hice algo mal?
-No… Es que tú me regalas tantas cosas… La vista del lago, la rosa… Y yo todavía no te he regalado nada.
-¿Es una broma? ¿Tú sabes lo que me acabas de regalar?
Le miré con el ceño fruncido.
-Elisa, amor, me acabas de obsequiar con el mejor regalo que una mujer puede hacerle a un hombre.
Le sonreí ampliamente y le besé. Volvimos por dónde aparecí yo aquí, por el túnel de hojas y ramas, y entramos en el Portal, llegando otra vez a casa.
Miré hacia el cielo por la puerta transparente del balcón, y me sorprendí.
-¿Pero… cuánto tiempo estuvimos en el lago?
-Técnicamente ninguno. Allí el tiempo no pasa. Más o menos como Narnia –se rió-. Por eso siempre me gusta ir allí para pensar y arreglar las cosas.
Asentí débilmente, y de repente escuchamos maullar a un gato.
Fruncimos el ceño y miramos alrededor para ver qué era, y di un pequeño respingo al constatar que era Yin Yang.
-¡Yin Yang! –me acuclillé, y vino hacia mí. Me levanté con él en brazos-. ¿Qué haces aquí, pequeño? –miré a Damen, que se había alejado un poco del gato-. Tommy debió de dejárselo aquí.
-Qué bien –dijo Damen entre dientes-. O lo echas tú, o lo hago yo.
Apreté más a Yin Yang.
-No puedes echarlo. ¡Es mi gato!
Puso los ojos en blanco. Cogí mi móvil del bolsillo del pantalón y llamé a mi hermano. Esperaba que no estuviera durmiendo. Descolgó a los tres tonos.
-Hum… ¿sí? –contestó con voz soñolienta.
Suspiré. Sí que estaba durmiendo.
-Tommy, siento mucho despertarte, pero te has olvidado a Yin Yang aquí.
-No, no lo olvidé. Quiero que te lo quedes tú.
Me dejó sin habla durante tres segundos.
-¿Có… cómo?
-Sí; verás, veo que últimamente… bueno, supongo que le quedarán como mucho seis años o menos… así que quiero que tú aproveches el tiempo que le quede. Yo ya lo tuve durante cuatro años, y aunque sé que lo echaré muchísimo de menos, en realidad es tuyo. Cuídalo bien.
-Pero Tommy… -me mordí el labio inferior-. Gracias. Te quiero mucho.
-Y yo a ti. Y ahora tengo que dejarte, que mis compañeros de cuarto me están mirando con ojos asesinos.
Me reí.
-De acuerdo. Buenas noches.
-Chao.
Y colgó. Miré a Damen. Ya debía de imaginarse qué pasaba por la sonrisa de mi cara.
-Oh, no. No. No. Este gato no va a vivir aquí.
-¿Por qué? ¡Por favor, Damen! Por favor…
Me miró a los ojos, y se ablandó un poco.
-Pero no es justo. Yo… -se cruzó de brazos-. Yo te quiero para mí solo. No quiero compartirte con un bicho con bigotes, peludo y que no para de soltar pelo negro por todos lados.
Me reí, dejé a Yin Yang en el suelo y abracé a Damen.
-Ya me tienes para ti solo todo el tiempo. Además te vendrá bien algo más de compañía.
-¿Con un bicho que se parece al gato de Sabrina? Espero que estés de coña –suspiró cuando le hice un puchero, y puso los ojos en blanco-. Qué haría yo en esta vida para tener en mi casa a eso –murmuró mirando a Yin Yang-. Está bien, pero si me da alguna clase de problema, entonces ese bicho estará muerto.
Sonreí y le besé. Miré la hora, y me quedé con la boca abierta.
-¡Las tres de la mañana! ¡Y yo tengo clase dentro de cinco horas! Y el proyecto no lo terminé… –suspiré angustiada.
Damen me cogió de la mano y me llevó a la habitación.
-Bueno, lo del proyecto ya lo terminarás en otro momento, pero podemos aprovechar tres horas tú y yo… -sonrió con malicia.
Me reí.
Ahora tendría también a Yin Yang a mi lado…
-Mi vida –susurró, y sonrió ligeramente.
Yo también le sonreí, y miré a mi alrededor.
-¿Cómo es que seguimos en el lago? –murmuré.
-No quería despertarte –siguió susurrando.
Me cogió el rostro con las dos manos, dejando resbalar las gotas de agua por sus antebrazos, en uno por encima del tatuaje de la cruz, y me besó en la frente con ternura. Luego en mis mejillas ruborizadas –no pude evitar sonrojarme-, el cuello y los labios.
Salimos más tarde del lago, nos vestimos, y Damen se agachó para coger una rosa ya putrefacta del césped.
Sopló ligeramente sobre sus pétalos, y ésta se fue abriendo y recuperando el color rubí despacio, quedando más hermosa que las demás. Me la tendió.
Yo la cogí con cuidado, por miedo a estropearla, y sonreí.
-Es preciosa.
-Como la mujer que tengo delante.
Le miré de hito en hito, y luego al suelo.
-¿Pasa algo? –me preguntó alzando mi barbilla con suavidad, para que pudiera mirarle-. ¿Hice algo mal?
-No… Es que tú me regalas tantas cosas… La vista del lago, la rosa… Y yo todavía no te he regalado nada.
-¿Es una broma? ¿Tú sabes lo que me acabas de regalar?
Le miré con el ceño fruncido.
-Elisa, amor, me acabas de obsequiar con el mejor regalo que una mujer puede hacerle a un hombre.
Le sonreí ampliamente y le besé. Volvimos por dónde aparecí yo aquí, por el túnel de hojas y ramas, y entramos en el Portal, llegando otra vez a casa.
Miré hacia el cielo por la puerta transparente del balcón, y me sorprendí.
-¿Pero… cuánto tiempo estuvimos en el lago?
-Técnicamente ninguno. Allí el tiempo no pasa. Más o menos como Narnia –se rió-. Por eso siempre me gusta ir allí para pensar y arreglar las cosas.
Asentí débilmente, y de repente escuchamos maullar a un gato.
Fruncimos el ceño y miramos alrededor para ver qué era, y di un pequeño respingo al constatar que era Yin Yang.
-¡Yin Yang! –me acuclillé, y vino hacia mí. Me levanté con él en brazos-. ¿Qué haces aquí, pequeño? –miré a Damen, que se había alejado un poco del gato-. Tommy debió de dejárselo aquí.
-Qué bien –dijo Damen entre dientes-. O lo echas tú, o lo hago yo.
Apreté más a Yin Yang.
-No puedes echarlo. ¡Es mi gato!
Puso los ojos en blanco. Cogí mi móvil del bolsillo del pantalón y llamé a mi hermano. Esperaba que no estuviera durmiendo. Descolgó a los tres tonos.
-Hum… ¿sí? –contestó con voz soñolienta.
Suspiré. Sí que estaba durmiendo.
-Tommy, siento mucho despertarte, pero te has olvidado a Yin Yang aquí.
-No, no lo olvidé. Quiero que te lo quedes tú.
Me dejó sin habla durante tres segundos.
-¿Có… cómo?
-Sí; verás, veo que últimamente… bueno, supongo que le quedarán como mucho seis años o menos… así que quiero que tú aproveches el tiempo que le quede. Yo ya lo tuve durante cuatro años, y aunque sé que lo echaré muchísimo de menos, en realidad es tuyo. Cuídalo bien.
-Pero Tommy… -me mordí el labio inferior-. Gracias. Te quiero mucho.
-Y yo a ti. Y ahora tengo que dejarte, que mis compañeros de cuarto me están mirando con ojos asesinos.
Me reí.
-De acuerdo. Buenas noches.
-Chao.
Y colgó. Miré a Damen. Ya debía de imaginarse qué pasaba por la sonrisa de mi cara.
-Oh, no. No. No. Este gato no va a vivir aquí.
-¿Por qué? ¡Por favor, Damen! Por favor…
Me miró a los ojos, y se ablandó un poco.
-Pero no es justo. Yo… -se cruzó de brazos-. Yo te quiero para mí solo. No quiero compartirte con un bicho con bigotes, peludo y que no para de soltar pelo negro por todos lados.
Me reí, dejé a Yin Yang en el suelo y abracé a Damen.
-Ya me tienes para ti solo todo el tiempo. Además te vendrá bien algo más de compañía.
-¿Con un bicho que se parece al gato de Sabrina? Espero que estés de coña –suspiró cuando le hice un puchero, y puso los ojos en blanco-. Qué haría yo en esta vida para tener en mi casa a eso –murmuró mirando a Yin Yang-. Está bien, pero si me da alguna clase de problema, entonces ese bicho estará muerto.
Sonreí y le besé. Miré la hora, y me quedé con la boca abierta.
-¡Las tres de la mañana! ¡Y yo tengo clase dentro de cinco horas! Y el proyecto no lo terminé… –suspiré angustiada.
Damen me cogió de la mano y me llevó a la habitación.
-Bueno, lo del proyecto ya lo terminarás en otro momento, pero podemos aprovechar tres horas tú y yo… -sonrió con malicia.
Me reí.
Ahora tendría también a Yin Yang a mi lado…
sábado, 6 de noviembre de 2010
Capítulo 58 (J)
Me llevé a Amanda a un café cerca de la torre de Pisa. Yo pedí un capuccino, y ella un descafeinado. Cuando la camarera hubo terminado de servirnos los cafés, ésta me miró concienzudamente y se mordió el labio inferior mientras se iba rápidamente a la barra.
Amanda me miró con una ceja alzada.
-Vaya, al parecer eres irresistible a cualquier mujer –comentó medio sonriente, medio algo más.
-Sí, bueno, suele pasarme. Lo que no quiero decir que yo sea un narcisista. Es sólo que…
-Es sólo que eres guapo, lo sabes y te aprovechas de ello –completó.
-Sí, exacto… -negué con la cabeza al darme cuenta de lo que había dicho-. No, no era eso lo que…
-No pasa nada. Conozco a la mayoría de los hombres como tú –se encogió de hombros-. Preferís a las mujeres que son guapas a que sean inteligentes –bebió un sorbo de su descafeinado, donde el vapor había empañado ligeramente sus gafas en un corto tiempo.
La miré de hito en hito.
-Yo las prefiero inteligentes –dije-. Y sobre todo si son inteligentes y guapas, como la que tengo delante.
Alzó rápidamente la mirada hacia mí. Me puse nervioso. ¿Y si me había precipitado? A lo mejor lo único que quería ella era que esta invitación se acabase de una vez y que no quisiera volverme a ver jamás. Pero me equivocaba.
Sonrió.
-Hum. Gracias, supongo, pero no me gustaría que te aprovecharas de esta guapa e inteligente chica –dijo sarcásticamente.
Ella no creía que fuera guapa e inteligente, pero se equivocaba. No tenía la menor idea del poder de seducción que poseía, y por eso, no sacaba provecho de ello.
Suspiré.
-Lo eres, créeme. Yo no miento nunca.
Debió de ver en mi cara que decía la verdad, porque apretó los labios y se ruborizó ligeramente, apartando la vista al suelo.
-Gracias –dijo ahora en serio.
Sonreí, y le miré las manos. Tenía unos dedos largos y delgados.
-Vaya, ¿tocas algún instrumento? –le pregunté maravillado.
-Bueno… sí, toco el piano.
-Hum –asentí-. Me lo imaginaba. Dos buenos amigos míos también lo tocan.
Por supuesto, me refería a Andrew y a Jonan. Incluso a veces, cuando vivíamos antiguamente en Saints, hacían dúos tocando. Daba gusto oírlos.
-No conozco a nadie que lo toque –comentó ella-. Por eso tampoco quería aprender, pero me obligaron a tomar clases.
-El sonido del piano es una melodía maravillosa. Tienes suerte de hacer tocar un gran instrumento que con sólo una ligera canción te hipnotiza.
Eso pareció gustarle, porque se ruborizó todavía más y se terminó su taza. Yo también.
Pedí la cuenta, pagué, y ambos nos levantamos.
-Bueno, espero sinceramente que volvamos a encontrarnos, Jack. Ha sido un placer.
-Lo mismo digo, bella dama –le sonreí.
Y ella a mí. Nos despedimos y cada uno se fue por su camino. Sin embargo, deseaba enormemente volver a verla...
Amanda me miró con una ceja alzada.
-Vaya, al parecer eres irresistible a cualquier mujer –comentó medio sonriente, medio algo más.
-Sí, bueno, suele pasarme. Lo que no quiero decir que yo sea un narcisista. Es sólo que…
-Es sólo que eres guapo, lo sabes y te aprovechas de ello –completó.
-Sí, exacto… -negué con la cabeza al darme cuenta de lo que había dicho-. No, no era eso lo que…
-No pasa nada. Conozco a la mayoría de los hombres como tú –se encogió de hombros-. Preferís a las mujeres que son guapas a que sean inteligentes –bebió un sorbo de su descafeinado, donde el vapor había empañado ligeramente sus gafas en un corto tiempo.
La miré de hito en hito.
-Yo las prefiero inteligentes –dije-. Y sobre todo si son inteligentes y guapas, como la que tengo delante.
Alzó rápidamente la mirada hacia mí. Me puse nervioso. ¿Y si me había precipitado? A lo mejor lo único que quería ella era que esta invitación se acabase de una vez y que no quisiera volverme a ver jamás. Pero me equivocaba.
Sonrió.
-Hum. Gracias, supongo, pero no me gustaría que te aprovecharas de esta guapa e inteligente chica –dijo sarcásticamente.
Ella no creía que fuera guapa e inteligente, pero se equivocaba. No tenía la menor idea del poder de seducción que poseía, y por eso, no sacaba provecho de ello.
Suspiré.
-Lo eres, créeme. Yo no miento nunca.
Debió de ver en mi cara que decía la verdad, porque apretó los labios y se ruborizó ligeramente, apartando la vista al suelo.
-Gracias –dijo ahora en serio.
Sonreí, y le miré las manos. Tenía unos dedos largos y delgados.
-Vaya, ¿tocas algún instrumento? –le pregunté maravillado.
-Bueno… sí, toco el piano.
-Hum –asentí-. Me lo imaginaba. Dos buenos amigos míos también lo tocan.
Por supuesto, me refería a Andrew y a Jonan. Incluso a veces, cuando vivíamos antiguamente en Saints, hacían dúos tocando. Daba gusto oírlos.
-No conozco a nadie que lo toque –comentó ella-. Por eso tampoco quería aprender, pero me obligaron a tomar clases.
-El sonido del piano es una melodía maravillosa. Tienes suerte de hacer tocar un gran instrumento que con sólo una ligera canción te hipnotiza.
Eso pareció gustarle, porque se ruborizó todavía más y se terminó su taza. Yo también.
Pedí la cuenta, pagué, y ambos nos levantamos.
-Bueno, espero sinceramente que volvamos a encontrarnos, Jack. Ha sido un placer.
-Lo mismo digo, bella dama –le sonreí.
Y ella a mí. Nos despedimos y cada uno se fue por su camino. Sin embargo, deseaba enormemente volver a verla...
lunes, 1 de noviembre de 2010
Capítulo 57 (E)---(D)
* Aviso, capítulo no apto para menores de 12.
xD No, es coña, pero vamos, al que le parezca demasiado... raro, que no lea el final. Pero que quede claro que tienen que hacer esto por algo...
(E) Al salir del Portal, me encontré con un túnel hecho de hojas del bosque y ramas. Era bastante largo, pero lo recorrí sin problemas. Al llegar al final, no me creía lo que veían mis ojos.
Sencillamente no podía.
Era un pequeño campo de reluciente hierba, dónde al fondo había una gran cascada que caía sobre un lago. Y el suelo también estaba lleno de velas y rosas rojas.
Y en el centro de esta maravilla de, quizá, la naturaleza, aunque lo dudaba bastante, estaba Damen, con los brazos detrás de la espalda y sonriendo de esa forma tan poco usual. Sonriendo de verdad, sin sarcasmo ni burla.
-Damen… -susurré mientras avanzaba despacio, mirando a mi alrededor, los árboles, que estaban tan bien cuidados que parecían irreales, sin ninguna imperfección, a lo mismo que el cielo, lleno de estrellas y la luna, que reflejaba su luz entre el lago y el césped, bañando las flores y tornándolas plateadas.
Damen me tendió una mano. Me acerqué a él, y sin pensarlo dos veces, se la cogí.
-Esto… es un regalo para ti. Por todo mi, supongo, egocentrismo, y bueno, mis bromas pesadas… y mi falta de demostración de cariño hacia ti, a pesar de que te quiera más que a mi propia vida.
-Damen, sabes que no hacía falta. Yo ya sé que me quieres, y no tienes por qué molestarte en hacer todo esto, porque el tenerte a mi lado ya es suficiente demostración de amor por tu parte.
Me miró con ternura, y me besó brevemente.
-Lo sé, pero es que tengo miedo de perderte. Otra vez. Ahora… ahora que vuelvo a saber cómo son tus besos, no me conformaría con sólo besarte en mis sueños.
Le rodeé el cuello con los brazos y le besé con toda pasión posible.
Luego Damen me soltó a regañadientes, porque yo quería ver otra vez el pequeño paisaje.
-¿Cómo…?
-Este siempre ha sido mi lugar favorito para pasar el rato. Lo creé yo con, bueno, supongo que magia. Hace dos años más o menos. Quería esperar a una ocasión especial para enseñártelo.
-Gracias... No siempre alguien te muestra su único lugar en el que se siente de verdad estar en el paraíso.
-Elisa, mientras estés a mi lado, cualquier lugar me hace sentir como el paraíso.
Le miré. Nunca en la vida me había dicho palabras tan bonitas como las de hoy. Y él se había dado cuenta de lo que estaba pensando. Sonrió todavía más, me agarró con fuerza, aunque no mucha, la muñeca, y me llevó hasta la orilla del lago. El agua era cristalina, completamente pura y limpia. Parecía irreal, como los árboles. En realidad, como todo lo que me rodeaba.
-¿Cómo pude llegar a esto? –murmuré.
Damen frunció el ceño.
-No… no te comprendo.
-Todo. No… no sé qué hice en mi vida para ser… tan afortunada. El… el tenerte a ti, los seres fantásticos, este tipo de paisajes increíbles que parecen sacados de un cuadro…
Sonrió aliviado.
-Pues simplemente ser tu misma. Aunque bueno, a alguna le tenía que tocar, ¿no?
Le sonreí. Y le tiré al agua.
(D) Inesperadamente, mientras Elisa sonreía y yo le miraba embobado, me tiró al lago. Al volver a subir a la superficie, solté agua de mi boca y sacudí la cabeza, dejando caer gotas cristalinas por el aire de mi pelo ahora mojado. Le miré sonriendo y con el ceño fruncido. Me crucé de brazos.
-¿Sabes que ahora voy a tardar en secarme?
-Algo sí sabía –y se rió con dulzura desde el césped.
Suspiré débilmente por ella, sin que se notase demasiado, y con una rapidez sobrehumana, la cogí de la mano y la arrastré al agua conmigo.
Cuando subió también a la superficie, se frotó los ojos y me miró con ellos, entrecerrados, pero sonriendo.
-¡Ahora yo sí que voy a tardar en secarme! –dijo.
-Ah, no es mi culpa. Si no me hubieras empujado…
La voz se me fue apagando a medida que la veía mejor. Las gotas del agua cristalina se le resbalaban por su precioso y brillante pelo, cayéndole también por el rostro y el cuello. Tragué saliva de los nervios.
¿Pero por qué estaba nervioso?
Ella también se me había quedado mirando.
Sin saber siquiera lo que hacía, como si estuviera hechizado por ella, por sus ojos de color chocolate con los que podía perderme durante infinitas horas sin siquiera darme cuenta, alcé la mano hacia su mejilla y la acaricié despacio, para dejarla resbalar por su cuello hasta su chaqueta. Le bajé la cremallera con cuidado de poder hacer algo mal, y se la quité despacio, dejándola en el césped, en la orilla del lago.
Debía de reconocer que me había acostado con muchísimas chicas, pero esta era la única vez en la que me sentía nervioso de verdad. Ellas no me importaban; Elisa sí, y si le hiciera daño por alguna cosa, nunca me lo perdonaría.
Le quité la camiseta y el pantalón hasta dejarla en ropa interior. Ella se había ruborizado ligeramente.
Bañada bajo la luz de la luna, dentro del lago, parecía la criatura más perfecta que había visto en la vida.
Le acaricié la piel desnuda del brazo hasta llegar al hombro, y ya de ahí seguimos quitándonos la ropa hasta que, entre las suaves caricias, los besos apasionados en la piel mojada por el agua, la belleza del paisaje y la luz plateada de la luna, la hice completamente mía.
xD No, es coña, pero vamos, al que le parezca demasiado... raro, que no lea el final. Pero que quede claro que tienen que hacer esto por algo...
(E) Al salir del Portal, me encontré con un túnel hecho de hojas del bosque y ramas. Era bastante largo, pero lo recorrí sin problemas. Al llegar al final, no me creía lo que veían mis ojos.
Sencillamente no podía.
Era un pequeño campo de reluciente hierba, dónde al fondo había una gran cascada que caía sobre un lago. Y el suelo también estaba lleno de velas y rosas rojas.
Y en el centro de esta maravilla de, quizá, la naturaleza, aunque lo dudaba bastante, estaba Damen, con los brazos detrás de la espalda y sonriendo de esa forma tan poco usual. Sonriendo de verdad, sin sarcasmo ni burla.
-Damen… -susurré mientras avanzaba despacio, mirando a mi alrededor, los árboles, que estaban tan bien cuidados que parecían irreales, sin ninguna imperfección, a lo mismo que el cielo, lleno de estrellas y la luna, que reflejaba su luz entre el lago y el césped, bañando las flores y tornándolas plateadas.
Damen me tendió una mano. Me acerqué a él, y sin pensarlo dos veces, se la cogí.
-Esto… es un regalo para ti. Por todo mi, supongo, egocentrismo, y bueno, mis bromas pesadas… y mi falta de demostración de cariño hacia ti, a pesar de que te quiera más que a mi propia vida.
-Damen, sabes que no hacía falta. Yo ya sé que me quieres, y no tienes por qué molestarte en hacer todo esto, porque el tenerte a mi lado ya es suficiente demostración de amor por tu parte.
Me miró con ternura, y me besó brevemente.
-Lo sé, pero es que tengo miedo de perderte. Otra vez. Ahora… ahora que vuelvo a saber cómo son tus besos, no me conformaría con sólo besarte en mis sueños.
Le rodeé el cuello con los brazos y le besé con toda pasión posible.
Luego Damen me soltó a regañadientes, porque yo quería ver otra vez el pequeño paisaje.
-¿Cómo…?
-Este siempre ha sido mi lugar favorito para pasar el rato. Lo creé yo con, bueno, supongo que magia. Hace dos años más o menos. Quería esperar a una ocasión especial para enseñártelo.
-Gracias... No siempre alguien te muestra su único lugar en el que se siente de verdad estar en el paraíso.
-Elisa, mientras estés a mi lado, cualquier lugar me hace sentir como el paraíso.
Le miré. Nunca en la vida me había dicho palabras tan bonitas como las de hoy. Y él se había dado cuenta de lo que estaba pensando. Sonrió todavía más, me agarró con fuerza, aunque no mucha, la muñeca, y me llevó hasta la orilla del lago. El agua era cristalina, completamente pura y limpia. Parecía irreal, como los árboles. En realidad, como todo lo que me rodeaba.
-¿Cómo pude llegar a esto? –murmuré.
Damen frunció el ceño.
-No… no te comprendo.
-Todo. No… no sé qué hice en mi vida para ser… tan afortunada. El… el tenerte a ti, los seres fantásticos, este tipo de paisajes increíbles que parecen sacados de un cuadro…
Sonrió aliviado.
-Pues simplemente ser tu misma. Aunque bueno, a alguna le tenía que tocar, ¿no?
Le sonreí. Y le tiré al agua.
(D) Inesperadamente, mientras Elisa sonreía y yo le miraba embobado, me tiró al lago. Al volver a subir a la superficie, solté agua de mi boca y sacudí la cabeza, dejando caer gotas cristalinas por el aire de mi pelo ahora mojado. Le miré sonriendo y con el ceño fruncido. Me crucé de brazos.
-¿Sabes que ahora voy a tardar en secarme?
-Algo sí sabía –y se rió con dulzura desde el césped.
Suspiré débilmente por ella, sin que se notase demasiado, y con una rapidez sobrehumana, la cogí de la mano y la arrastré al agua conmigo.
Cuando subió también a la superficie, se frotó los ojos y me miró con ellos, entrecerrados, pero sonriendo.
-¡Ahora yo sí que voy a tardar en secarme! –dijo.
-Ah, no es mi culpa. Si no me hubieras empujado…
La voz se me fue apagando a medida que la veía mejor. Las gotas del agua cristalina se le resbalaban por su precioso y brillante pelo, cayéndole también por el rostro y el cuello. Tragué saliva de los nervios.
¿Pero por qué estaba nervioso?
Ella también se me había quedado mirando.
Sin saber siquiera lo que hacía, como si estuviera hechizado por ella, por sus ojos de color chocolate con los que podía perderme durante infinitas horas sin siquiera darme cuenta, alcé la mano hacia su mejilla y la acaricié despacio, para dejarla resbalar por su cuello hasta su chaqueta. Le bajé la cremallera con cuidado de poder hacer algo mal, y se la quité despacio, dejándola en el césped, en la orilla del lago.
Debía de reconocer que me había acostado con muchísimas chicas, pero esta era la única vez en la que me sentía nervioso de verdad. Ellas no me importaban; Elisa sí, y si le hiciera daño por alguna cosa, nunca me lo perdonaría.
Le quité la camiseta y el pantalón hasta dejarla en ropa interior. Ella se había ruborizado ligeramente.
Bañada bajo la luz de la luna, dentro del lago, parecía la criatura más perfecta que había visto en la vida.
Le acaricié la piel desnuda del brazo hasta llegar al hombro, y ya de ahí seguimos quitándonos la ropa hasta que, entre las suaves caricias, los besos apasionados en la piel mojada por el agua, la belleza del paisaje y la luz plateada de la luna, la hice completamente mía.
martes, 26 de octubre de 2010
Capítulo 55/56
Capítulo 55 (J)
Me había despertado un poco cansado después de las peleas que tuve ayer con tres demonios, pero estaba perfectamente.
A eso de las doce y media de la mañana, fui a dar una vuelta por las calles de Roma. Un poco de aire me vendría bien.
Pasé por la carretera y demás, por los parques, hasta llegar al puente Milvio, dónde estaba lleno de candados de las parejas que sellan su amor eterno.
Nunca me había parado a pensar si yo quería una compañera. Había visto, hace mucho, claro, a Damen ligar con cualquier mujer que fuera guapa. Pero yo no sería capaz de hacer algo así.
Mientras caminaba por el puente, me fijé en un candado azul dónde ponía las letras “J&A”.
Entonces me choqué con alguien.
Yo quedé de pie, pero ese alguien se cayó sentada al suelo. Y se le cayeron unas gafas.
-Scusa ma! –dije en italiano mientras me arrodillaba a su lado y la ayudaba a levantarse-. No era mi intención…
-No… no te preocupes, estoy bien. Fue un fallo mío. Es que me quedé mirando un candado… -la chica tenía un fuerte acento propio de los italianos.
-Sí, yo también, y sin querer…
Ambos miramos el candado azul de “J&A”, y nos volvimos a mirar. Sonreímos.
-Vaya… esto… ¿Hablas español?
-Sí, bueno… Mi madre es de España, y me enseñó desde pequeñita hablarlo…
-Oh, bueno, perdona. Hum. Soy un maleducado. Me llamo Jack –le tendí la mano.
-Yo… yo Amanda –me tomó la mano, y yo le besé los nudillos antes de responder.
-Precioso nombre, si me permites decirlo.
Amanda se quedó un poco en estado de shock, pero le volví a sonreír. Se ruborizó violentamente y volvió a mirar el candado.
-Vaya, qué casualidad, ¿no crees? Las mismas iniciales que en el candado –carraspeó avergonzada.
Me fijé en las gafas que estaban en el suelo, las cogí y se las tendí. Ella, agradecida, me sonrió y se las puso.
-Deberías tener más cuidado con ellas –le dije con voz dulce-. Podrías perderlas.
-Lo sé, es que siempre tengo la cabeza puesta en otro sitio –se rió.
Ése me pareció el sonido más maravilloso que había escuchado en la vida. El corazón me empezó a latir frenético.
Entonces la miré mejor. Era de tez morena, tostada, con unos ojos pequeños y azules detrás de unas gafas rosa pastel, y de pelo marrón chocolate.
Ansiaba alzar la mano y acariciarle la mejilla, para saber si era tan suave como parecía. Estaba seguro de que sí, pero me temía que sería de mala educación, así que me contuve.
Me di cuenta de que nos habíamos quedado mirando el uno al otro, y que todavía seguíamos en el puente.
Sacudí la cabeza, y le sonreí otra vez.
-Esto… te… ¿te apetece… no sé… -me rasqué la nuca, mirando al suelo-, tomar… algo? Una disculpa por el pequeño empujón…
-Pero no te preocupes, no fue nada.
-Pero no me quedaría tranquilo.
Sonrió y asintió.
-Me encantaría.
Fue increíble el poder que tuvieron sobre mí esas dos simples palabras.
Capítulo 55 (E)
Tommy y yo nos dirigimos al parque de atracciones. Era un sitio fantástico, incluso para pasar un rato con tu hermanito pequeño.
Nos montamos en todas las atracciones que pudimos.
Como por ejemplo, a los columpios que dan vueltas en el aire. Aunque de ahí salimos bastante mareados.
O también en dos montañas rusas increíblemente grandes, altas y largas, que iban a una velocidad impresionante. Aunque yo le tenía un pánico terrible a este tipo de cacharros, Tommy deseaba con todas sus fuerzas poder montar, así que no pude negarme.
Me recordaban a cuando caía por los Portales, y sentí un pequeño ramalazo de añoranza. Le pediría a Damen que hiciera alguno alguna vez.
Comimos en el McDonald’s que había cerca de un pequeño cine, también dentro del parque.
Luego fuimos a dar una vuelta para que nos hiciera la digestión y para no intentar vomitar, al menos yo, en cualquier atracción que montaríamos al cabo del rato.
Fuimos a los coches de choque, jugamos al Air-Hockey –que por cierto, me dio varias palizas-, y ya por la noche, la atracción más temida para mí: el Huracán, una lanzadera de ochenta metros de alto y que bajaba a una velocidad mayor que la gravedad. Muchísimo mayor.
Pero por supuesto, Tommy no podía esperar para montar.
Mientras hacíamos cola, sentí algo extraño en el estómago, aparte de los nervios. Una sensación extraña que sentía en la espalda. Miré a mi alrededor, encontrándome con alguna que otra mirada curiosa de un niño o un chico, pero no vi nada raro.
Hasta que miré al suelo, a mis pies, y me encontré con una especie de hadita corretear por allí, dirigiéndose, entre la gente, a la atracción. Alcé las cejas sorprendida, y miré a Tommy. Él también la había visto –gracias a mí o por mi culpa, todavía no lo tenía muy claro-, y se había quedado con la boca abierta.
-¿Has visto eso? –me preguntó.
-Sí, sí que lo he visto…
Damen nunca me había hablado de la existencia de esos seres. Aunque bueno, si sabías que los ángeles existían y que tu novio, compañero tuyo durante toda la eternidad, fuera el líder de un nivel importante de éstos, supongo que también habría que creer en seres diminutos y alados.
La cola acabó después de media hora, y subimos.
Empezamos a ascender. Sentía el corazón martilleándome el pecho rítmicamente, y la sangre palpitando en mis oídos con fuerza. Miré mis manos: temblaban, y cometí el enorme error de mirar más allá de ellas, al suelo, que ya estaba más o menos a cincuenta metros de mí. Tragué saliva, y miré hacia arriba.
Abrí mucho los ojos. El hada que había visto antes estaba quitando varios tornillos de la columna. Intenté gritar, pero no me salía ningún sonido. Avisé a Tommy, pero éste ya lo miraba. Empezó a tornarse pálido. Era increíble que las demás personas que habían subido con nosotros no eran conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir.
Pensé rápido: hoy, en vez las Converse, había traído bailarinas, así que balanceé el pie, dejándola colgada por los dedos, y después del cuarto, impulsé el pie hacia arriba, con lo que la bailarina salió disparada hacia el hada.
No le dio. Y estábamos a punto de llegar arriba.
Lo intenté con el otro. Lo mismo, dejé colgar la bailarina por los dedos, y con un enorme impulso…
-Vamos… vamos… -susurré.
Salió disparada otra vez, y esta vez, por suerte o precisión –creo que por suerte-, le dio al hada, dejándola entumecida y confusa, y cayó al suelo.
-¡Oh, Dios mío! –solté sin querer. Por favor, que esté bien, que esté bien…
Las personas que se me habían quedado mirando por lo de las bailarinas miraron abajo, creyendo que gritaba porque ya estábamos arriba.
Y caímos.
La caída duró más o menos tres milésimas de segundo, pero bastó para dejarme temblando al bajarme. Tommy me ayudó con cuidado, y fuimos al dependiente de la atracción para que me devolviera las bailarinas, que según él, cayeron del cielo. Ejem.
Mi hermano y yo, después de calzarme y bajarnos del elevador, buscamos con la mirada al hada. No estaba. Eso quería decir que seguía viva. Suspiré aliviada.
Tomamos un helado sin hablar del tema, y volvimos a casa. Le acompañé al hotel donde se alojaba, y luego volví yo a casa.
Subí en el ascensor, abrí la puerta con las llaves y la cerré detrás de mí con los ojos cerrados, ya cansada. Me apoyé en la puerta, y suspiré. Luego abrí los ojos despacio, y me quedé con la boca abierta por lo que estaba viendo.
Delante de mí, en el suelo, doce rosas rojas formaban una flecha, rodeada de velas granate que alumbraban el salón, y que ésta señalaba un Portal.
Me planteé no entrar, pero algo tan especial como esto sólo lo podría haber hecho Damen.
Pasé por encima de las rosas y entré dentro.
Me había despertado un poco cansado después de las peleas que tuve ayer con tres demonios, pero estaba perfectamente.
A eso de las doce y media de la mañana, fui a dar una vuelta por las calles de Roma. Un poco de aire me vendría bien.
Pasé por la carretera y demás, por los parques, hasta llegar al puente Milvio, dónde estaba lleno de candados de las parejas que sellan su amor eterno.
Nunca me había parado a pensar si yo quería una compañera. Había visto, hace mucho, claro, a Damen ligar con cualquier mujer que fuera guapa. Pero yo no sería capaz de hacer algo así.
Mientras caminaba por el puente, me fijé en un candado azul dónde ponía las letras “J&A”.
Entonces me choqué con alguien.
Yo quedé de pie, pero ese alguien se cayó sentada al suelo. Y se le cayeron unas gafas.
-Scusa ma! –dije en italiano mientras me arrodillaba a su lado y la ayudaba a levantarse-. No era mi intención…
-No… no te preocupes, estoy bien. Fue un fallo mío. Es que me quedé mirando un candado… -la chica tenía un fuerte acento propio de los italianos.
-Sí, yo también, y sin querer…
Ambos miramos el candado azul de “J&A”, y nos volvimos a mirar. Sonreímos.
-Vaya… esto… ¿Hablas español?
-Sí, bueno… Mi madre es de España, y me enseñó desde pequeñita hablarlo…
-Oh, bueno, perdona. Hum. Soy un maleducado. Me llamo Jack –le tendí la mano.
-Yo… yo Amanda –me tomó la mano, y yo le besé los nudillos antes de responder.
-Precioso nombre, si me permites decirlo.
Amanda se quedó un poco en estado de shock, pero le volví a sonreír. Se ruborizó violentamente y volvió a mirar el candado.
-Vaya, qué casualidad, ¿no crees? Las mismas iniciales que en el candado –carraspeó avergonzada.
Me fijé en las gafas que estaban en el suelo, las cogí y se las tendí. Ella, agradecida, me sonrió y se las puso.
-Deberías tener más cuidado con ellas –le dije con voz dulce-. Podrías perderlas.
-Lo sé, es que siempre tengo la cabeza puesta en otro sitio –se rió.
Ése me pareció el sonido más maravilloso que había escuchado en la vida. El corazón me empezó a latir frenético.
Entonces la miré mejor. Era de tez morena, tostada, con unos ojos pequeños y azules detrás de unas gafas rosa pastel, y de pelo marrón chocolate.
Ansiaba alzar la mano y acariciarle la mejilla, para saber si era tan suave como parecía. Estaba seguro de que sí, pero me temía que sería de mala educación, así que me contuve.
Me di cuenta de que nos habíamos quedado mirando el uno al otro, y que todavía seguíamos en el puente.
Sacudí la cabeza, y le sonreí otra vez.
-Esto… te… ¿te apetece… no sé… -me rasqué la nuca, mirando al suelo-, tomar… algo? Una disculpa por el pequeño empujón…
-Pero no te preocupes, no fue nada.
-Pero no me quedaría tranquilo.
Sonrió y asintió.
-Me encantaría.
Fue increíble el poder que tuvieron sobre mí esas dos simples palabras.
Capítulo 55 (E)
Tommy y yo nos dirigimos al parque de atracciones. Era un sitio fantástico, incluso para pasar un rato con tu hermanito pequeño.
Nos montamos en todas las atracciones que pudimos.
Como por ejemplo, a los columpios que dan vueltas en el aire. Aunque de ahí salimos bastante mareados.
O también en dos montañas rusas increíblemente grandes, altas y largas, que iban a una velocidad impresionante. Aunque yo le tenía un pánico terrible a este tipo de cacharros, Tommy deseaba con todas sus fuerzas poder montar, así que no pude negarme.
Me recordaban a cuando caía por los Portales, y sentí un pequeño ramalazo de añoranza. Le pediría a Damen que hiciera alguno alguna vez.
Comimos en el McDonald’s que había cerca de un pequeño cine, también dentro del parque.
Luego fuimos a dar una vuelta para que nos hiciera la digestión y para no intentar vomitar, al menos yo, en cualquier atracción que montaríamos al cabo del rato.
Fuimos a los coches de choque, jugamos al Air-Hockey –que por cierto, me dio varias palizas-, y ya por la noche, la atracción más temida para mí: el Huracán, una lanzadera de ochenta metros de alto y que bajaba a una velocidad mayor que la gravedad. Muchísimo mayor.
Pero por supuesto, Tommy no podía esperar para montar.
Mientras hacíamos cola, sentí algo extraño en el estómago, aparte de los nervios. Una sensación extraña que sentía en la espalda. Miré a mi alrededor, encontrándome con alguna que otra mirada curiosa de un niño o un chico, pero no vi nada raro.
Hasta que miré al suelo, a mis pies, y me encontré con una especie de hadita corretear por allí, dirigiéndose, entre la gente, a la atracción. Alcé las cejas sorprendida, y miré a Tommy. Él también la había visto –gracias a mí o por mi culpa, todavía no lo tenía muy claro-, y se había quedado con la boca abierta.
-¿Has visto eso? –me preguntó.
-Sí, sí que lo he visto…
Damen nunca me había hablado de la existencia de esos seres. Aunque bueno, si sabías que los ángeles existían y que tu novio, compañero tuyo durante toda la eternidad, fuera el líder de un nivel importante de éstos, supongo que también habría que creer en seres diminutos y alados.
La cola acabó después de media hora, y subimos.
Empezamos a ascender. Sentía el corazón martilleándome el pecho rítmicamente, y la sangre palpitando en mis oídos con fuerza. Miré mis manos: temblaban, y cometí el enorme error de mirar más allá de ellas, al suelo, que ya estaba más o menos a cincuenta metros de mí. Tragué saliva, y miré hacia arriba.
Abrí mucho los ojos. El hada que había visto antes estaba quitando varios tornillos de la columna. Intenté gritar, pero no me salía ningún sonido. Avisé a Tommy, pero éste ya lo miraba. Empezó a tornarse pálido. Era increíble que las demás personas que habían subido con nosotros no eran conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir.
Pensé rápido: hoy, en vez las Converse, había traído bailarinas, así que balanceé el pie, dejándola colgada por los dedos, y después del cuarto, impulsé el pie hacia arriba, con lo que la bailarina salió disparada hacia el hada.
No le dio. Y estábamos a punto de llegar arriba.
Lo intenté con el otro. Lo mismo, dejé colgar la bailarina por los dedos, y con un enorme impulso…
-Vamos… vamos… -susurré.
Salió disparada otra vez, y esta vez, por suerte o precisión –creo que por suerte-, le dio al hada, dejándola entumecida y confusa, y cayó al suelo.
-¡Oh, Dios mío! –solté sin querer. Por favor, que esté bien, que esté bien…
Las personas que se me habían quedado mirando por lo de las bailarinas miraron abajo, creyendo que gritaba porque ya estábamos arriba.
Y caímos.
La caída duró más o menos tres milésimas de segundo, pero bastó para dejarme temblando al bajarme. Tommy me ayudó con cuidado, y fuimos al dependiente de la atracción para que me devolviera las bailarinas, que según él, cayeron del cielo. Ejem.
Mi hermano y yo, después de calzarme y bajarnos del elevador, buscamos con la mirada al hada. No estaba. Eso quería decir que seguía viva. Suspiré aliviada.
Tomamos un helado sin hablar del tema, y volvimos a casa. Le acompañé al hotel donde se alojaba, y luego volví yo a casa.
Subí en el ascensor, abrí la puerta con las llaves y la cerré detrás de mí con los ojos cerrados, ya cansada. Me apoyé en la puerta, y suspiré. Luego abrí los ojos despacio, y me quedé con la boca abierta por lo que estaba viendo.
Delante de mí, en el suelo, doce rosas rojas formaban una flecha, rodeada de velas granate que alumbraban el salón, y que ésta señalaba un Portal.
Me planteé no entrar, pero algo tan especial como esto sólo lo podría haber hecho Damen.
Pasé por encima de las rosas y entré dentro.
martes, 19 de octubre de 2010
Capítulo 54 (D)
Me levanté del sofá al terminar el café, lo dejé en el fregadero y me fui a la habitación. Elisa había terminado justo de hacer la cama.
Me acerqué y le abracé la cintura por detrás, susurrándole al oído:
-¿Sabes que con un chasquido de dedos habría podido hacer yo la cama?
-Pero prefiero hacerla yo por mí misma, gracias.
-No entiendo por qué.
Suspiró, e intentó deshacer mi abrazo, pero yo no la dejé. Al contrario, la apreté más contra mí, y le besé un hombro desnudo, ya que la parte de arriba de su pijama era de asas.
-¿Estás enfadada?
-¿Por qué siempre me preguntas eso?
-Porque me interesa saberlo.
-Pensaba que lo único que te interesaba era tu propia felicidad y tu aspecto –me replicó.
Dejé caer los brazos a los costados, y ella se volvió hacia mí. Fruncí el ceño.
-¿Por qué crees eso?
-¿Por qué crees tú que yo creo eso?
-Sabes que bromeo.
-A veces no lo parece.
-Si hago eso es porque… Bueno –suspiré-. Elisa, últimamente no hacemos más que discutir.
-Eso es lo que haces con todos.
-Con todos menos tú. Y no me gusta nada discutir contigo.
-¿Tú… tú me quieres de verdad?
-¿Qué pregunta estúpida es esa? ¿Acaso no te acuerdas lo que te dije ayer en el coche?
-Sí, pero eso es el pasado. Lo que me importa es el futuro. Ambos sabemos que el amor eterno no existe, Damen.
-Lo que te debe importar ahora es el presente. Y… te aseguro que existe. Te lo demostraré.
-Eso es imposible. ¿Cómo vas…?
-El tiempo es el único aliado que me queda para demostrártelo.
Me miró de hito en hito, pero finalmente asintió.
-¿Me crees? –pregunté un poco sorprendido.
Sinceramente pensé que me mandaría a la mierda automáticamente.
-Te creo –se acercó a mí y me abrazó-. Siento ser tan… irritable, pero es que con la presión de todo en general… Me está matando –le devolví el abrazo, y le besé el pelo.
-No te preocupes, mi vida. Yo estaré contigo todo el tiempo.
Le cogí el rostro entre mis manos y la besé en los labios apasionadamente, pero el timbre nos interrumpió.
Gruñí disgustado, y Elisa sonrió.
-Debe de ser Tommy –dijo.
-Debí mandar a ese maldito gato más lejos –murmuré.
Posé mi frente en la suya y suspiré.
-Nunca dudes de lo que siento por ti –le susurré, y me dirigí a la puerta.
La abrí, y en efecto, me encontré con la cara roja de Tommy y su gato en brazos. Respiraba rápido, y me miró con el ceño fruncido.
-Pasa, anda –le apremié, dejándole sitio.
Él, con la cabeza alta, muy digno –reprimí una sonrisa-, entró, y Elisa apareció vestida con sus típicos vaqueros pitillo y su sudadera con capucha, y abrazó a Tommy.
Algún día le pediría que se vistiera una minifalda y una camiseta corta. Sonreí ante ese pensamiento.
-¿Estás bien? –Le preguntó a su hermano-. ¿Te costó mucho encontrarlo?
-No, qué va. Yin Yang estaba en la perrera más alejada de todas y dentro de la jaula de tres perros Doberman hambrientos. Pero por lo demás, bien.
Elisa suspiró y me miró. Yo me encogí de hombros.
-Que no me hubiera molestado –dije, y miré la hora-. Bueno, yo me piro vampiro, que tengo cosas que hacer.
-Bien –miró a Tommy-. Pasaremos el día juntos.
Éste asintió feliz, y yo me crucé de brazos.
-Ah, claro. Para pasar el día con él no tienes que terminar tu proyecto, ¿verdad? –dije medio en broma, medio serio. Aunque no quería decirlo, me molestaba un poco.
Pero que quede claro que yo no soy celoso.
Elisa puso los ojos en blanco, se acercó a mí y me dio un fugaz beso en los labios.
-Ya sabes que hace mucho tiempo que no le veo, y a ti te veo todos los días. Bueno, quizá casi todos, pero es prácticamente lo mismo. Así que no te quejes.
Suspiré, pero luego sonreí. Me dirigí a Tommy.
-Bueno, chaval. Me parece que no nos volveremos a ver en un tiempo, así que… Chao, y hasta pronto –él asintió, y miré al gato-. Y la próxima vez que vengas no traigas a ese bicho contigo.
Yin Yang sacó las pequeñas garras de sus patas, pero no le hice caso. Me despedí y me fui.
Me acerqué y le abracé la cintura por detrás, susurrándole al oído:
-¿Sabes que con un chasquido de dedos habría podido hacer yo la cama?
-Pero prefiero hacerla yo por mí misma, gracias.
-No entiendo por qué.
Suspiró, e intentó deshacer mi abrazo, pero yo no la dejé. Al contrario, la apreté más contra mí, y le besé un hombro desnudo, ya que la parte de arriba de su pijama era de asas.
-¿Estás enfadada?
-¿Por qué siempre me preguntas eso?
-Porque me interesa saberlo.
-Pensaba que lo único que te interesaba era tu propia felicidad y tu aspecto –me replicó.
Dejé caer los brazos a los costados, y ella se volvió hacia mí. Fruncí el ceño.
-¿Por qué crees eso?
-¿Por qué crees tú que yo creo eso?
-Sabes que bromeo.
-A veces no lo parece.
-Si hago eso es porque… Bueno –suspiré-. Elisa, últimamente no hacemos más que discutir.
-Eso es lo que haces con todos.
-Con todos menos tú. Y no me gusta nada discutir contigo.
-¿Tú… tú me quieres de verdad?
-¿Qué pregunta estúpida es esa? ¿Acaso no te acuerdas lo que te dije ayer en el coche?
-Sí, pero eso es el pasado. Lo que me importa es el futuro. Ambos sabemos que el amor eterno no existe, Damen.
-Lo que te debe importar ahora es el presente. Y… te aseguro que existe. Te lo demostraré.
-Eso es imposible. ¿Cómo vas…?
-El tiempo es el único aliado que me queda para demostrártelo.
Me miró de hito en hito, pero finalmente asintió.
-¿Me crees? –pregunté un poco sorprendido.
Sinceramente pensé que me mandaría a la mierda automáticamente.
-Te creo –se acercó a mí y me abrazó-. Siento ser tan… irritable, pero es que con la presión de todo en general… Me está matando –le devolví el abrazo, y le besé el pelo.
-No te preocupes, mi vida. Yo estaré contigo todo el tiempo.
Le cogí el rostro entre mis manos y la besé en los labios apasionadamente, pero el timbre nos interrumpió.
Gruñí disgustado, y Elisa sonrió.
-Debe de ser Tommy –dijo.
-Debí mandar a ese maldito gato más lejos –murmuré.
Posé mi frente en la suya y suspiré.
-Nunca dudes de lo que siento por ti –le susurré, y me dirigí a la puerta.
La abrí, y en efecto, me encontré con la cara roja de Tommy y su gato en brazos. Respiraba rápido, y me miró con el ceño fruncido.
-Pasa, anda –le apremié, dejándole sitio.
Él, con la cabeza alta, muy digno –reprimí una sonrisa-, entró, y Elisa apareció vestida con sus típicos vaqueros pitillo y su sudadera con capucha, y abrazó a Tommy.
Algún día le pediría que se vistiera una minifalda y una camiseta corta. Sonreí ante ese pensamiento.
-¿Estás bien? –Le preguntó a su hermano-. ¿Te costó mucho encontrarlo?
-No, qué va. Yin Yang estaba en la perrera más alejada de todas y dentro de la jaula de tres perros Doberman hambrientos. Pero por lo demás, bien.
Elisa suspiró y me miró. Yo me encogí de hombros.
-Que no me hubiera molestado –dije, y miré la hora-. Bueno, yo me piro vampiro, que tengo cosas que hacer.
-Bien –miró a Tommy-. Pasaremos el día juntos.
Éste asintió feliz, y yo me crucé de brazos.
-Ah, claro. Para pasar el día con él no tienes que terminar tu proyecto, ¿verdad? –dije medio en broma, medio serio. Aunque no quería decirlo, me molestaba un poco.
Pero que quede claro que yo no soy celoso.
Elisa puso los ojos en blanco, se acercó a mí y me dio un fugaz beso en los labios.
-Ya sabes que hace mucho tiempo que no le veo, y a ti te veo todos los días. Bueno, quizá casi todos, pero es prácticamente lo mismo. Así que no te quejes.
Suspiré, pero luego sonreí. Me dirigí a Tommy.
-Bueno, chaval. Me parece que no nos volveremos a ver en un tiempo, así que… Chao, y hasta pronto –él asintió, y miré al gato-. Y la próxima vez que vengas no traigas a ese bicho contigo.
Yin Yang sacó las pequeñas garras de sus patas, pero no le hice caso. Me despedí y me fui.
viernes, 15 de octubre de 2010
Capítulo 53 (E)
Por la mañana, me desperté por los rayos de sol que se reflejaban por la ventana.
Pero no sólo con eso. Un suave pelaje me acarició la mejilla. Y el suave tintineo de un cascabel.
Abrí los ojos y me encontré con los ojos verdes de un gato negro…
¡¡Yin Yang!!
Me incorporé, y Yin Yang maulló.
-¡¡Yin Yang!! –Grité cogiéndolo en brazos-. ¿Pero qué haces tú aquí? ¡Cómo te echaba de menos!
Yin Yang ronroneó.
-Me alegro de que te guste la sorpresa.
Alcé la mirada y me encontré a Damen apoyado, con los brazos cruzados, en el marco de la puerta, sonriendo.
-Damen… -sonreí.
Se incorporó, se acercó a la cama y se sentó a mi lado. Acarició la cabeza de Yin Yang.
-¿Cómo lo has…? ¿Y por qué…?
-Hum… Supongo que esto es mi disculpa por lo de ayer.
-Pero Damen, fui yo la que…
Negó con la cabeza.
-Te grité y demás, y bueno… No quería… Ayer fue la primera vez en la vida que me viste acabar con tres vidas a sangre fría… -suspiró-. Quiero que lo olvides. Y con respecto a cómo lo traje… Adivina quién vino.
Le miré confusa. Por la puerta apareció un niño de doce años.
Abrí mucho los ojos.
-¡¿Tommy?! –grité dejando a Yin Yang en la cama y levantándome.
Tommy sonrió ampliamente y asintió.
-Dios mío… qué mayor estás –comenté incrédula. Hacía prácticamente cuatro años que no le veía, por el hecho de que ahora vivía muy lejos de casa y que mis padres se extrañarían de que siguiera teniendo la apariencia de una chica de diecisiete años, en vez de una de veintiuno.
Tommy vino corriendo hacia mí y me abrazó. Yo le besé en el pelo.
-Cómo te eché de menos… -susurró.
-Y yo a ti, pequeño.
-Bueno, aquí el gato y yo sobramos, así que nos vamos. Estaremos en el salón –dijo Damen mientras cogía a Yin Yang en brazos y se iba.
Tommy y yo nos separamos, y le revolví el pelo negro con cariño.
-¿Cómo es que estás aquí? –le pregunté.
-Pues verás. Cuando te fuiste empecé a jugar al tenis. ¡Y se me da tan bien que voy a campeonatos! Cuando me enteré que el próximo iba a ser aquí, me alegré tanto que le supliqué a mi entrenador que me dejara venir. Y a papá y mamá también.
-¿Qué tal están?
-¿Papá y mamá? Bueno… Todavía siguen queriendo que vuelvas a casa, y no se fían de Damen, pero por lo demás, bien.
-Hum… La verdad es que me siento fatal por ello… -suspiré.
-Tranquila –miró a su alrededor-. Y bueno, qué bien os lo montáis. ¿Y este apartamento? Parece una casa dentro de un edificio –me miró-. ¿Crees que hay un hueco para mí en eso de lo que hace Damen?
-Ni se te ocurra. Es muy peligroso.
-Lo sé… Era broma.
Sonreí no muy contenta por su comentario y nos fuimos hacia el salón. Nos encontramos con Damen apartando a Yin Yang con una mano en el sofá mientras con la otra sostenía su café.
-¡Aparta, bicho! ¡Lárgate! ¡Fus, vete!
Yin Yang lo ignoraba e intentaba llegar por todos los medios a la taza de café, así que Damen chasqueó los dedos y Yin Yang desapareció de repente.
Tommy y yo nos asustamos.
Damen bebió de su café recostado en el sofá, tan tranquilo.
-¡¿Qué has hecho con Yin Yang?! –le pregunté nerviosa.
Dio otro sorbo al café, y me miró. Se encogió de hombros.
-Digamos que ahora está en un lugar mejor.
-¡¿Lo has matado?! –gritó Tommy con ojos llorosos.
-¿Hum? Ah, no. Lo mandé a una perrera.
-Pero… en la perrera sólo hay perros…
-Por eso mismo.
Tommy abrió mucho los ojos y se fue por la puerta a buscar a Yin Yang. Me crucé de brazos y miré a Damen.
-¿Te parece bonito?
-Lo qué. ¿Mi reflejo? Precioso. Pero claro, más bonito que mi reflejo soy yo mismo –y sonrió.
Puse los ojos en blanco y me fui a la habitación.
-¡Pero oye, tranquila, que después de mí y mi reflejo, lo más bonito eres tú!
-¡Olvídame! –le grité desde allí.
Escuché su risa, pero de todos modos daba igual, era un pesado.
Pero sinceramente no sé lo que haría sin él.
Pero no sólo con eso. Un suave pelaje me acarició la mejilla. Y el suave tintineo de un cascabel.
Abrí los ojos y me encontré con los ojos verdes de un gato negro…
¡¡Yin Yang!!
Me incorporé, y Yin Yang maulló.
-¡¡Yin Yang!! –Grité cogiéndolo en brazos-. ¿Pero qué haces tú aquí? ¡Cómo te echaba de menos!
Yin Yang ronroneó.
-Me alegro de que te guste la sorpresa.
Alcé la mirada y me encontré a Damen apoyado, con los brazos cruzados, en el marco de la puerta, sonriendo.
-Damen… -sonreí.
Se incorporó, se acercó a la cama y se sentó a mi lado. Acarició la cabeza de Yin Yang.
-¿Cómo lo has…? ¿Y por qué…?
-Hum… Supongo que esto es mi disculpa por lo de ayer.
-Pero Damen, fui yo la que…
Negó con la cabeza.
-Te grité y demás, y bueno… No quería… Ayer fue la primera vez en la vida que me viste acabar con tres vidas a sangre fría… -suspiró-. Quiero que lo olvides. Y con respecto a cómo lo traje… Adivina quién vino.
Le miré confusa. Por la puerta apareció un niño de doce años.
Abrí mucho los ojos.
-¡¿Tommy?! –grité dejando a Yin Yang en la cama y levantándome.
Tommy sonrió ampliamente y asintió.
-Dios mío… qué mayor estás –comenté incrédula. Hacía prácticamente cuatro años que no le veía, por el hecho de que ahora vivía muy lejos de casa y que mis padres se extrañarían de que siguiera teniendo la apariencia de una chica de diecisiete años, en vez de una de veintiuno.
Tommy vino corriendo hacia mí y me abrazó. Yo le besé en el pelo.
-Cómo te eché de menos… -susurró.
-Y yo a ti, pequeño.
-Bueno, aquí el gato y yo sobramos, así que nos vamos. Estaremos en el salón –dijo Damen mientras cogía a Yin Yang en brazos y se iba.
Tommy y yo nos separamos, y le revolví el pelo negro con cariño.
-¿Cómo es que estás aquí? –le pregunté.
-Pues verás. Cuando te fuiste empecé a jugar al tenis. ¡Y se me da tan bien que voy a campeonatos! Cuando me enteré que el próximo iba a ser aquí, me alegré tanto que le supliqué a mi entrenador que me dejara venir. Y a papá y mamá también.
-¿Qué tal están?
-¿Papá y mamá? Bueno… Todavía siguen queriendo que vuelvas a casa, y no se fían de Damen, pero por lo demás, bien.
-Hum… La verdad es que me siento fatal por ello… -suspiré.
-Tranquila –miró a su alrededor-. Y bueno, qué bien os lo montáis. ¿Y este apartamento? Parece una casa dentro de un edificio –me miró-. ¿Crees que hay un hueco para mí en eso de lo que hace Damen?
-Ni se te ocurra. Es muy peligroso.
-Lo sé… Era broma.
Sonreí no muy contenta por su comentario y nos fuimos hacia el salón. Nos encontramos con Damen apartando a Yin Yang con una mano en el sofá mientras con la otra sostenía su café.
-¡Aparta, bicho! ¡Lárgate! ¡Fus, vete!
Yin Yang lo ignoraba e intentaba llegar por todos los medios a la taza de café, así que Damen chasqueó los dedos y Yin Yang desapareció de repente.
Tommy y yo nos asustamos.
Damen bebió de su café recostado en el sofá, tan tranquilo.
-¡¿Qué has hecho con Yin Yang?! –le pregunté nerviosa.
Dio otro sorbo al café, y me miró. Se encogió de hombros.
-Digamos que ahora está en un lugar mejor.
-¡¿Lo has matado?! –gritó Tommy con ojos llorosos.
-¿Hum? Ah, no. Lo mandé a una perrera.
-Pero… en la perrera sólo hay perros…
-Por eso mismo.
Tommy abrió mucho los ojos y se fue por la puerta a buscar a Yin Yang. Me crucé de brazos y miré a Damen.
-¿Te parece bonito?
-Lo qué. ¿Mi reflejo? Precioso. Pero claro, más bonito que mi reflejo soy yo mismo –y sonrió.
Puse los ojos en blanco y me fui a la habitación.
-¡Pero oye, tranquila, que después de mí y mi reflejo, lo más bonito eres tú!
-¡Olvídame! –le grité desde allí.
Escuché su risa, pero de todos modos daba igual, era un pesado.
Pero sinceramente no sé lo que haría sin él.
martes, 12 de octubre de 2010
Capítulo 52 (D)---(E)
(D)-Bien. Tú irás por el lado oeste. Vosotros dos por el sur. ¡Venga! –ordené.
Los Dominios asintieron y me obedecieron. Iba a irme a vigilar por el norte cuando me encontré con Jake. Seguramente querría preguntarme por alguna chorrada de las suyas, pero me miraba muy, muy preocupado y con miedo.
Entonces empecé a asustarme de verdad.
-Qué ocurre, Jake.
-Elisa… ¡Elisa no está en casa!
El corazón empezó a latirme frenético.
-¡¿Qué es eso de que no está en casa?!
-¡No, y no sé dónde está! ¡Hace una hora que no viene!
Tenía los ojos llorosos. Apreté la mandíbula.
-Jake, espero que esto sea una de estas estúpidas bromas tuyas y me estés tomando el pelo, por tus muertos.
El crío negó con la cabeza, tembloroso.
-Está bien. Vamos a llamar a los demás.
Salimos corriendo rápidamente de allí.
Tenía miedo de que le hubiera pasado algo. Muchísimo miedo.
(E)El rubio me agarró el brazo, y el moreno cogió una especie de navaja suiza y me la acercó al antebrazo. Temblé como una hoja.
Me hizo un corte en la muñeca, justo en una vena visible a través de la piel, que empezó a sangrar abundantemente. Entonces manchó su dedo índice con mi sangre y la probó.
-Hum. Tiene sangre de arcángel recorriéndole por las venas. Y está deliciosa –se volvió a manchar el dedo, y volvió a probarla.
Intenté apartar el brazo, pero el rubio me tenía bien agarrada.
Entonces apareció. No, aparecieron.
Detrás del nefilim moreno se acercaron dos ángeles Dominios. Los nefilim emitieron un gruñido, pero sonrieron.
-Bah. ¿Sólo dos? Podremos con ellos perfectamente.
Pero detrás del rubio aparecieron veinte más. Se fueron acercando poco a poco, y agarraron a los nefilim. Yo, por instinto, me llevé la mano izquierda a mi muñeca, intentando frenar la hemorragia. Pero me era imposible.
Entonces los Dominios se abrieron mecánicamente dejando paso a alguien.
A Damen.
Enfurecido, se acercó a los nefilim y creó, de la nada, dos cuchillos. Sin piedad, y con toda la furia contenida, se los clavó, a cada uno, en el corazón.
-Espero que os pudráis en el infierno –susurró.
Los nefilim cayeron al suelo, y se desintegraron.
Damen indicó con un movimiento de cabeza a los Dominios que se fueran. Miré a Jake detrás de él, que me miraba tímido y entristecido.
-Elisa, lo siento…
-No fue tu culpa Jake. No te preocupes –contesté con un hilo de voz.
-Lárgate –le dijo Damen sin mirarle.
Jake asintió y se fue corriendo. Damen se volvió hacia mí. Me miró inexpresivo, pero con un débil deje de pánico en los ojos. Y luego a mi herida. Se arrodilló a mi lado, ya que yo estaba sentada, pues me mareé tanto que no aguantaba de pie, y me cogió la muñeca.
Mientras examinaba la herida, habló.
-¿De verdad que siempre tengo que enfadarme contigo porque te escapas de casa? –dijo sin mirarme-. Porque si lo que buscas es una buena bronca, lo estás consiguiendo.
-Damen, lo siento. Pero es que me había quedado sin bolígrafos, y como mañana no abrían las tiendas…
Eso le enfadó, frunció el ceño y me miró.
-¿Unos bolígrafos, Elisa? ¡¿Unos puñeteros bolígrafos merecen arriesgar tu vida?!
-¡Sino mañana no podría terminar el trabajo!
-Elisabeth Katherine –soltó entre dientes, intentando controlarse.
Le miré. Sólo me llamaba por mi nombre completo cuando realmente estaba disgustado.
-Perdóname –susurré.
Sacudió la cabeza, y se levantó conmigo en brazos. Me llevó a casa, y me hizo sentar en el sofá. Se acuclilló en frente mía y volvió a examinar la herida.
-Hum… es un corte limpio, pero justamente te cortó en una arteria y una vena a la vez. Ese hijo de perra… -masculló.
Se llevó el dedo índice y corazón a los labios y luego los posó en la herida, que seguía sangrando sin control.
Como por arte de magia, la herida se fue cerrando hasta quedar solamente una ligera cicatriz.
Pero yo seguía mareada. Miré a mis pies. La alfombra se había manchado.
-Estás pálida –suspiró-. Has perdido mucha sangre. Espera.
Se levantó, y al cabo de un rato me trajo agua con azúcar. Me lo bebí, y Damen me llevó a la habitación y me tendió en la cama. Me dormí enseguida.
Los Dominios asintieron y me obedecieron. Iba a irme a vigilar por el norte cuando me encontré con Jake. Seguramente querría preguntarme por alguna chorrada de las suyas, pero me miraba muy, muy preocupado y con miedo.
Entonces empecé a asustarme de verdad.
-Qué ocurre, Jake.
-Elisa… ¡Elisa no está en casa!
El corazón empezó a latirme frenético.
-¡¿Qué es eso de que no está en casa?!
-¡No, y no sé dónde está! ¡Hace una hora que no viene!
Tenía los ojos llorosos. Apreté la mandíbula.
-Jake, espero que esto sea una de estas estúpidas bromas tuyas y me estés tomando el pelo, por tus muertos.
El crío negó con la cabeza, tembloroso.
-Está bien. Vamos a llamar a los demás.
Salimos corriendo rápidamente de allí.
Tenía miedo de que le hubiera pasado algo. Muchísimo miedo.
(E)El rubio me agarró el brazo, y el moreno cogió una especie de navaja suiza y me la acercó al antebrazo. Temblé como una hoja.
Me hizo un corte en la muñeca, justo en una vena visible a través de la piel, que empezó a sangrar abundantemente. Entonces manchó su dedo índice con mi sangre y la probó.
-Hum. Tiene sangre de arcángel recorriéndole por las venas. Y está deliciosa –se volvió a manchar el dedo, y volvió a probarla.
Intenté apartar el brazo, pero el rubio me tenía bien agarrada.
Entonces apareció. No, aparecieron.
Detrás del nefilim moreno se acercaron dos ángeles Dominios. Los nefilim emitieron un gruñido, pero sonrieron.
-Bah. ¿Sólo dos? Podremos con ellos perfectamente.
Pero detrás del rubio aparecieron veinte más. Se fueron acercando poco a poco, y agarraron a los nefilim. Yo, por instinto, me llevé la mano izquierda a mi muñeca, intentando frenar la hemorragia. Pero me era imposible.
Entonces los Dominios se abrieron mecánicamente dejando paso a alguien.
A Damen.
Enfurecido, se acercó a los nefilim y creó, de la nada, dos cuchillos. Sin piedad, y con toda la furia contenida, se los clavó, a cada uno, en el corazón.
-Espero que os pudráis en el infierno –susurró.
Los nefilim cayeron al suelo, y se desintegraron.
Damen indicó con un movimiento de cabeza a los Dominios que se fueran. Miré a Jake detrás de él, que me miraba tímido y entristecido.
-Elisa, lo siento…
-No fue tu culpa Jake. No te preocupes –contesté con un hilo de voz.
-Lárgate –le dijo Damen sin mirarle.
Jake asintió y se fue corriendo. Damen se volvió hacia mí. Me miró inexpresivo, pero con un débil deje de pánico en los ojos. Y luego a mi herida. Se arrodilló a mi lado, ya que yo estaba sentada, pues me mareé tanto que no aguantaba de pie, y me cogió la muñeca.
Mientras examinaba la herida, habló.
-¿De verdad que siempre tengo que enfadarme contigo porque te escapas de casa? –dijo sin mirarme-. Porque si lo que buscas es una buena bronca, lo estás consiguiendo.
-Damen, lo siento. Pero es que me había quedado sin bolígrafos, y como mañana no abrían las tiendas…
Eso le enfadó, frunció el ceño y me miró.
-¿Unos bolígrafos, Elisa? ¡¿Unos puñeteros bolígrafos merecen arriesgar tu vida?!
-¡Sino mañana no podría terminar el trabajo!
-Elisabeth Katherine –soltó entre dientes, intentando controlarse.
Le miré. Sólo me llamaba por mi nombre completo cuando realmente estaba disgustado.
-Perdóname –susurré.
Sacudió la cabeza, y se levantó conmigo en brazos. Me llevó a casa, y me hizo sentar en el sofá. Se acuclilló en frente mía y volvió a examinar la herida.
-Hum… es un corte limpio, pero justamente te cortó en una arteria y una vena a la vez. Ese hijo de perra… -masculló.
Se llevó el dedo índice y corazón a los labios y luego los posó en la herida, que seguía sangrando sin control.
Como por arte de magia, la herida se fue cerrando hasta quedar solamente una ligera cicatriz.
Pero yo seguía mareada. Miré a mis pies. La alfombra se había manchado.
-Estás pálida –suspiró-. Has perdido mucha sangre. Espera.
Se levantó, y al cabo de un rato me trajo agua con azúcar. Me lo bebí, y Damen me llevó a la habitación y me tendió en la cama. Me dormí enseguida.
domingo, 10 de octubre de 2010
Capítulo 51 (E)
Damen se había ido a vigilar toda la noche, ya que le tocaba. Y para mantenerme vigilada a mí por si ocurría algo, mandó a ese tal Jake del que tanto había oído hablar.
Él prefería haber llamado a Jack, pero hacía varios meses que no le veíamos ya que tuvo que viajar a Italia, por falta de Dominios. Brad estaba en México, Jonan en Argentina, Andrew en Corea del Sur, Cecil… bueno, de Cecil no se fiaba. Y Susan… Nadie sabía su paradero. Ni siquiera su abuela Adalia.
Jake era, con todo, un niño. Tenía dieciséis tiernos años, de pelo rubio y ojos negros, con el rostro siempre ruborizado ligeramente. Pero servía perfectamente para avisar a Damen si algo malo ocurría.
Pero el niño se había quedado dormido en el sofá.
Entonces se me acabó la tinta del boli. Me desesperé.
-¡No! –dije llevándome las manos a la cabeza.
Puede que pareciera una estupidez, pero para mí esto era muy importante. Mañana era domingo, y las tiendas estaban cerradas. Me puse a buscar más bolígrafos que fueran del mismo tono que el mío. Un simple bolígrafo Bic, pero no había.
Miré la hora: las diez menos cuarto.
La librería cerraba a las diez, así que… Quizá me diera tiempo.
Iba a avisar a Jake, pero el pobre se notaba que no dormía lo suficiente, ya que tenía ojeras bajo los ojos. Así que le dejé en casa durmiendo.
Cogí las llaves de casa, algún que otro euro para cogerme al menos tres bolígrafos y salí del apartamento. Bajé por las escaleras corriendo y salí a la calle. Como era invierno, ya era noche cerrada. Me subí la cremallera de la sudadera hasta el cuello, metí las manos en los bolsillos de ésta y empecé a andar.
Tardé unos minutos en llegar a la librería, y estaban a punto de cerrar, así que corrí.
-¡Espere! –grité-. ¡No cierre! ¡Espere!
La chica se volvió, y yo llegué a su lado.
-Lo… siento… -balbuceé por el cansancio-. Pero… Yo… Necesito… bolis… ¡Por favor!
La chica, obviamente, me miró sorprendida, pero asintió. Le pedí tres bolígrafos, y le tendí el euro.
-Quédese con el cambio. ¡Muchísimas gracias!
La chica asintió sonriendo y cerró finalmente la librería. Y se fue.
Me volví y empecé a andar, pero por la oscuridad y, la verdad, el miedo que tenía porque no había nadie por la calle, me hicieron desorientarme. Y eso que hacía tres años y varios meses que andaba por estas calles, pero estaba aterrada. Al final divisé un callejón para llegar antes a casa, así que fui hacia él y me metí.
Pero al final de ésta me aguardaba una sorpresa.
Un hombre vestido de negro apareció por él. Aterrada, me volví y me encontré con otro también vestido de negro. Uno era rubio y otro moreno, más o menos. No distinguía bien.
-Vaya, vaya, vaya. Mira qué tenemos aquí. Una chica perdida. ¿Quieres que te ayudemos, pequeña?
-Lucas, la estás asustando. Y si se nos asusta, la cosa no tendrá ninguna gracia.
El corazón me latía a cien por hora. Sentía la sangre latir en mis oídos. Tragué saliva del miedo, y hablé.
-Sois… sois… nefilim, ¿verdad? ¿Pero qué hacéis aquí por la noche?
Los hombres se miraron confusos entre ellos, y luego me volvieron a mirar.
-¿Cómo sabes tú de eso? Eres una simple humana…
El moreno me examinó con ojos entrecerrados.
-No, no es humana. Tiene algo… ¿Quién eres?
Apreté los labios e intenté escabullirme por un lado del callejón, pero me fue imposible. Me agarraron. Cerré los ojos, deseando que todo esto fuera una pesadilla.
Él prefería haber llamado a Jack, pero hacía varios meses que no le veíamos ya que tuvo que viajar a Italia, por falta de Dominios. Brad estaba en México, Jonan en Argentina, Andrew en Corea del Sur, Cecil… bueno, de Cecil no se fiaba. Y Susan… Nadie sabía su paradero. Ni siquiera su abuela Adalia.
Jake era, con todo, un niño. Tenía dieciséis tiernos años, de pelo rubio y ojos negros, con el rostro siempre ruborizado ligeramente. Pero servía perfectamente para avisar a Damen si algo malo ocurría.
Pero el niño se había quedado dormido en el sofá.
Entonces se me acabó la tinta del boli. Me desesperé.
-¡No! –dije llevándome las manos a la cabeza.
Puede que pareciera una estupidez, pero para mí esto era muy importante. Mañana era domingo, y las tiendas estaban cerradas. Me puse a buscar más bolígrafos que fueran del mismo tono que el mío. Un simple bolígrafo Bic, pero no había.
Miré la hora: las diez menos cuarto.
La librería cerraba a las diez, así que… Quizá me diera tiempo.
Iba a avisar a Jake, pero el pobre se notaba que no dormía lo suficiente, ya que tenía ojeras bajo los ojos. Así que le dejé en casa durmiendo.
Cogí las llaves de casa, algún que otro euro para cogerme al menos tres bolígrafos y salí del apartamento. Bajé por las escaleras corriendo y salí a la calle. Como era invierno, ya era noche cerrada. Me subí la cremallera de la sudadera hasta el cuello, metí las manos en los bolsillos de ésta y empecé a andar.
Tardé unos minutos en llegar a la librería, y estaban a punto de cerrar, así que corrí.
-¡Espere! –grité-. ¡No cierre! ¡Espere!
La chica se volvió, y yo llegué a su lado.
-Lo… siento… -balbuceé por el cansancio-. Pero… Yo… Necesito… bolis… ¡Por favor!
La chica, obviamente, me miró sorprendida, pero asintió. Le pedí tres bolígrafos, y le tendí el euro.
-Quédese con el cambio. ¡Muchísimas gracias!
La chica asintió sonriendo y cerró finalmente la librería. Y se fue.
Me volví y empecé a andar, pero por la oscuridad y, la verdad, el miedo que tenía porque no había nadie por la calle, me hicieron desorientarme. Y eso que hacía tres años y varios meses que andaba por estas calles, pero estaba aterrada. Al final divisé un callejón para llegar antes a casa, así que fui hacia él y me metí.
Pero al final de ésta me aguardaba una sorpresa.
Un hombre vestido de negro apareció por él. Aterrada, me volví y me encontré con otro también vestido de negro. Uno era rubio y otro moreno, más o menos. No distinguía bien.
-Vaya, vaya, vaya. Mira qué tenemos aquí. Una chica perdida. ¿Quieres que te ayudemos, pequeña?
-Lucas, la estás asustando. Y si se nos asusta, la cosa no tendrá ninguna gracia.
El corazón me latía a cien por hora. Sentía la sangre latir en mis oídos. Tragué saliva del miedo, y hablé.
-Sois… sois… nefilim, ¿verdad? ¿Pero qué hacéis aquí por la noche?
Los hombres se miraron confusos entre ellos, y luego me volvieron a mirar.
-¿Cómo sabes tú de eso? Eres una simple humana…
El moreno me examinó con ojos entrecerrados.
-No, no es humana. Tiene algo… ¿Quién eres?
Apreté los labios e intenté escabullirme por un lado del callejón, pero me fue imposible. Me agarraron. Cerré los ojos, deseando que todo esto fuera una pesadilla.
miércoles, 6 de octubre de 2010
Capítulo 50 (D)
El ángel caído se cruzó de brazos y sonrió burlonamente.
Yo, por mi parte, me guardé las manos en los bolsillos del pantalón y también le sonreí con sorna. Pero también me coloqué disimuladamente delante de Elisa. Sólo por si acaso, ya que temía…
-Vaya, por fin conozco al líder de los Dominios. Es un placer conocerte.
-Entiendo que lo sea –dije.
-Hum, menudo egocentrismo.
-Yo no soy egocéntrico. Simplemente soy realista.
-No seas tan gallito, Dominio. Estoy aquí para descubrir qué es lo que te atañe –miró a Elisa-. Y me parece que lo he encontrado –volvió a mirarme, pero yo ya no sonreía-. Estoy seguro de que a los demás les hará muchísima gracia y alegría saberlo.
Esto, obviamente, significaba que sabía lo que era Elisa para mí.
Debía deshacerme de él.
-Eso no va a pasar.
-¿Ah, no? ¿Y por qué?
-Porque antes estarás muerto.
Y me lancé a por él. Empezamos a pelear.
-Maldito idiota… -dijo.
-¿Idiota yo? Idiota el destino que te hizo inferior.
Eso le cabreó. Pero yo fui más rápido, me coloqué detrás de él y le cogí las muñecas. En la espalda tenía la cicatriz en forma de V al revés de las alas arrebatadas. Y pensar que yo estuve a punto de pasar lo mismo que él...
Le retorcí las muñecas.
-¡¡Ayy!! –Exclamó arqueándose del dolor-. Te crees el más fuerte… -balbuceó-. Pero no lo eres. No todo el mundo quiere ser como tú. Yo no te envidio.
-¡Ja! Chaval, la envidia que sientes hacia mí no te deja dormir. Sin embargo, alimenta mi ego todavía más. Así que ni te esfuerces en ocultarlo.
De repente vi las luces de un coche que iba a pasar por allí. Miré a Elisa, y le indiqué que se apartara. Ella asintió y se acercó a una columna.
Yo me hice invisible al ojo humano, así que justo cuando el coche iba a pasar por mi lado, arrojé al caído hacia delante.
Por supuesto, el coche lo atropelló. La cosa era que a los ángeles caídos sí podían verlos.
Pero éste ya estaba muerto. Avancé hasta Elisa cuando el conductor salía del coche, y me hice visible otra vez. Montamos en el nuestro, arranqué y salí de allí.
Mientras iba por la carretera, Elisa me miró.
-Damen, ¿qué está pasando? El chico ese me miró de una forma… extraña. Y tú te lanzaste a matarlo sin pensar siquiera.
Apreté el volante con las dos manos. Incluso los nudillos se me quedaron blancos. Elisa colocó su mano en mi hombro, y eso me relajó notablemente. La miré alternativamente con la carretera.
-Mira… Sí, hay un problema. No podía dejarlo vivir.
-Por qué. ¿Por qué era inferior a ti? –dijo con sarcasmo.
-¡No, porque te quería a ti! –solté sin pensar.
Elisa abrió mucho sus grandes ojos, y se quedó muda.
-¿A mí? –susurró-. ¿Pero por qué?
-Por mi culpa –dije sin mirarla-. Intentan encontrar mi punto débil.
-Que yo sepa tú no tienes… -se le fue apagando la voz poco a poco hasta que cayó en la cuenta-. ¿Yo… me consideras… de verdad me consideras tu único punto débil?
Asentí despacio. Elisa sonrió.
-Es lo más bonito que me has dicho en la vida. Bueno, en realidad lo acabo de decir yo, pero ya me entiendes.
-Claro que lo entiendo, Elisa. Claro que sí. Y ya que nos hemos puesto “pastelosos”, te seré sincero: aunque sabes que yo sólo muestro sentimientos de afecto hacia mí mismo a menudo, que no me interesa nadie más que mi belleza, es mentira. Tú me importas más que todo eso. Muchísimo más. Y si tengo que ir al fin del mundo, al infierno, matar a todo ser viviente que se cruce en mi camino o incluso hacerme daño a mí mismo, lo haré. Lo haré si eso te mantiene toda la eternidad a mi lado. Porque te quiero.
La miré. Tenía los ojos llorosos, y desvió la mirada hacia la ventana, mirando la noche y las luces de la ciudad que destacaban entre las estrellas y la oscuridad, provocando un efecto mágico en ello.
-Tú… ejem. Me… me pareces… Me pareces más… más perfecta que yo –dije, sin todavía poderlo creer, ni ella tampoco. Suspiré-. Y te quiero. Te quiero muchísimo. Pero no te acostumbres a que te diga esto, porque oye: tengo una reputación que mantener.
Elisa me miró y sonrió. Se inclinó en el asiento y me besó en la mejilla, provocándome, y a ella misma, un ligero rubor. Carraspeé.
Al final llegamos a casa, y Elisa ya se lanzó a por su proyecto.
Le había prometido que si pasaba el día conmigo, podría seguir con él por la noche. Y si hay algo que siempre cumplo, son las promesas, aunque me fastidien tanto como esta.
Yo, por mi parte, me guardé las manos en los bolsillos del pantalón y también le sonreí con sorna. Pero también me coloqué disimuladamente delante de Elisa. Sólo por si acaso, ya que temía…
-Vaya, por fin conozco al líder de los Dominios. Es un placer conocerte.
-Entiendo que lo sea –dije.
-Hum, menudo egocentrismo.
-Yo no soy egocéntrico. Simplemente soy realista.
-No seas tan gallito, Dominio. Estoy aquí para descubrir qué es lo que te atañe –miró a Elisa-. Y me parece que lo he encontrado –volvió a mirarme, pero yo ya no sonreía-. Estoy seguro de que a los demás les hará muchísima gracia y alegría saberlo.
Esto, obviamente, significaba que sabía lo que era Elisa para mí.
Debía deshacerme de él.
-Eso no va a pasar.
-¿Ah, no? ¿Y por qué?
-Porque antes estarás muerto.
Y me lancé a por él. Empezamos a pelear.
-Maldito idiota… -dijo.
-¿Idiota yo? Idiota el destino que te hizo inferior.
Eso le cabreó. Pero yo fui más rápido, me coloqué detrás de él y le cogí las muñecas. En la espalda tenía la cicatriz en forma de V al revés de las alas arrebatadas. Y pensar que yo estuve a punto de pasar lo mismo que él...
Le retorcí las muñecas.
-¡¡Ayy!! –Exclamó arqueándose del dolor-. Te crees el más fuerte… -balbuceó-. Pero no lo eres. No todo el mundo quiere ser como tú. Yo no te envidio.
-¡Ja! Chaval, la envidia que sientes hacia mí no te deja dormir. Sin embargo, alimenta mi ego todavía más. Así que ni te esfuerces en ocultarlo.
De repente vi las luces de un coche que iba a pasar por allí. Miré a Elisa, y le indiqué que se apartara. Ella asintió y se acercó a una columna.
Yo me hice invisible al ojo humano, así que justo cuando el coche iba a pasar por mi lado, arrojé al caído hacia delante.
Por supuesto, el coche lo atropelló. La cosa era que a los ángeles caídos sí podían verlos.
Pero éste ya estaba muerto. Avancé hasta Elisa cuando el conductor salía del coche, y me hice visible otra vez. Montamos en el nuestro, arranqué y salí de allí.
Mientras iba por la carretera, Elisa me miró.
-Damen, ¿qué está pasando? El chico ese me miró de una forma… extraña. Y tú te lanzaste a matarlo sin pensar siquiera.
Apreté el volante con las dos manos. Incluso los nudillos se me quedaron blancos. Elisa colocó su mano en mi hombro, y eso me relajó notablemente. La miré alternativamente con la carretera.
-Mira… Sí, hay un problema. No podía dejarlo vivir.
-Por qué. ¿Por qué era inferior a ti? –dijo con sarcasmo.
-¡No, porque te quería a ti! –solté sin pensar.
Elisa abrió mucho sus grandes ojos, y se quedó muda.
-¿A mí? –susurró-. ¿Pero por qué?
-Por mi culpa –dije sin mirarla-. Intentan encontrar mi punto débil.
-Que yo sepa tú no tienes… -se le fue apagando la voz poco a poco hasta que cayó en la cuenta-. ¿Yo… me consideras… de verdad me consideras tu único punto débil?
Asentí despacio. Elisa sonrió.
-Es lo más bonito que me has dicho en la vida. Bueno, en realidad lo acabo de decir yo, pero ya me entiendes.
-Claro que lo entiendo, Elisa. Claro que sí. Y ya que nos hemos puesto “pastelosos”, te seré sincero: aunque sabes que yo sólo muestro sentimientos de afecto hacia mí mismo a menudo, que no me interesa nadie más que mi belleza, es mentira. Tú me importas más que todo eso. Muchísimo más. Y si tengo que ir al fin del mundo, al infierno, matar a todo ser viviente que se cruce en mi camino o incluso hacerme daño a mí mismo, lo haré. Lo haré si eso te mantiene toda la eternidad a mi lado. Porque te quiero.
La miré. Tenía los ojos llorosos, y desvió la mirada hacia la ventana, mirando la noche y las luces de la ciudad que destacaban entre las estrellas y la oscuridad, provocando un efecto mágico en ello.
-Tú… ejem. Me… me pareces… Me pareces más… más perfecta que yo –dije, sin todavía poderlo creer, ni ella tampoco. Suspiré-. Y te quiero. Te quiero muchísimo. Pero no te acostumbres a que te diga esto, porque oye: tengo una reputación que mantener.
Elisa me miró y sonrió. Se inclinó en el asiento y me besó en la mejilla, provocándome, y a ella misma, un ligero rubor. Carraspeé.
Al final llegamos a casa, y Elisa ya se lanzó a por su proyecto.
Le había prometido que si pasaba el día conmigo, podría seguir con él por la noche. Y si hay algo que siempre cumplo, son las promesas, aunque me fastidien tanto como esta.
sábado, 2 de octubre de 2010
Capítulo 49 (E)
Damen se había sacado el carnet de conducir, y se había comprado un Lamborghini Diablo negro con dinero creado por él mismo. Vamos, un chollo.
Cuando me lo enseñó la primera vez, casi me da un ataque:
>Me había tapado los ojos y me llevaba afuera, en la calle.
-Espera, todavía no los abras –me dijo.
Me soltó, y después de unos segundos, los abrí. Me quedé con la boca abierta mirando ese pedazo coche. Damen lo miró orgulloso.
-¿Qué te parece?
-Que estás loco. Bueno, quizá más que eso.
Me sonrió encantado. A él le hacía feliz, así que…<
De eso había pasado más o menos siete meses. Y el coche seguía igual. Lo cuidaba mucho.
Mientras conducía, sacó el móvil, marcó y se lo acercó a la oreja izquierda, dónde, desde que se había hecho líder, se hizo un piercing, dónde lucía un pendiente pequeño, con la forma de un diamante, y transparente y brillante como tal. Eso sí que me había gustado.
-¿Cecil? –preguntó cuando le descolgaron-. ¡¿Yo qué te dije, pedazo de imbécil?! ¡Que te encargaras de ese novato! (…) ¡Sí, de Jake! Ayer estaba siendo atacado por un demonio. Pequeño, pero el chaval no sabía luchar. ¡¿Dónde estabas tú?! (…) Oh, ya claro, entiendo. Estar con una mujer que apenas conoces desde hace veinte minutos en la cama es mucho, pero que mucho más importante que tu responsabilidad. (…) Mira, olvídalo. Se lo encargaré a otro que tenga más cerebro que tú –y colgó.
Le miré con las cejas alzadas. Frenó en un semáforo en rojo, y me miró también. Parecía que se relajaba.
-Bueno… Esto ocurre a menudo, ya sabes.
-Sí, supongo –le sonreí.
Me parecía muy divertido verlo enfadado y hablando por teléfono.
Arrancó de nuevo cuando se puso en verde.
-Sigo sin entender por qué quieres que pasemos el día juntos.
-¿Es que no puedo tener algún detalle con mi niña?
Le miré con los ojos entrecerrados.
-No. Tú no sueles hacer esas cosas.
Suspiró.
-Es verdad, no suelo hacerlo. Por eso quiero que ahora… No lo estropees, ¿quieres?
Miré por la ventana sin decir nada. Llegamos a un centro comercial.
-¿El centro? ¿Por qué?
-¿No es el sueño de toda mujer quedarse encerrada en un centro comercial con todas las tiendas abiertas?
-Probablemente, pero no de todas.
-Bueno, da igual. Esto lo hago por ti.
Encontró un sitio y aparcó. Cuando salimos del coche y lo cerró, le contesté.
-No, perdona. Esto no lo haces por mí. Lo haces por ti.
Puso los ojos en blanco y me pasó un brazo por los hombros.
-Venga, no quiero discutir.
Una chica de quince años que iba con sus padres no era consciente de que tenía detrás a un ángel de la guarda. Éste, al ver a Damen, abrió mucho los ojos y sonrió débilmente. La chica también se le quedó mirando.
-Ay… -murmuró él-. Debe de ser horrible poder verme pero no poder tenerme… ¿No crees?
Sacudí la cabeza.
Ahora Damen podía hacerse visible e invisible cuando le diera la gana, cosa que cuando era un ángel normal no podía.
Luego pasamos al lado de un niño pequeño en brazos de su padre. Damen lo miró.
-¿Estás bien? –le pregunté preocupada.
-¿Hum? Sí. Sólo pensaba… De pequeño siempre quise ser como mi padre.
-¿En serio?
Realmente no me imaginaba a Damen… de esa manera.
-Sí.
-¿Y… se puede saber por qué?
-¿Cómo que por qué? ¿Acaso no es obvio? Para tener un hijo tan guapo e inteligente como yo.
Puse los ojos en blanco, y él se rió.
Al final pasamos todo el día sin separarnos. Aunque yo le decía que volviéramos pronto a casa porque tenía que terminar mi proyecto, él me ignoraba. Incluso me arrastró, literalmente, al cine y a un restaurante italiano. Casi me da algo.
Hasta que, ya por la noche -¡al fin!-, vimos algo muy curioso.
El parking del centro comercial era subterráneo, y sin embargo, no había nadie. Ni un alma. Sin pensar, me agarré al brazo de Damen. Éste sonrió satisfecho, pero también estaba segura de estaba preocupado por algo.
Entonces apareció. Delante de nosotros, a unos siete metros, un chico joven, de pelo negro y corto y vestido solamente con unos vaqueros negros. Y por supuesto, estaba segura de que eso no era nada, pero nada bueno…
Cuando me lo enseñó la primera vez, casi me da un ataque:
>Me había tapado los ojos y me llevaba afuera, en la calle.
-Espera, todavía no los abras –me dijo.
Me soltó, y después de unos segundos, los abrí. Me quedé con la boca abierta mirando ese pedazo coche. Damen lo miró orgulloso.
-¿Qué te parece?
-Que estás loco. Bueno, quizá más que eso.
Me sonrió encantado. A él le hacía feliz, así que…<
De eso había pasado más o menos siete meses. Y el coche seguía igual. Lo cuidaba mucho.
Mientras conducía, sacó el móvil, marcó y se lo acercó a la oreja izquierda, dónde, desde que se había hecho líder, se hizo un piercing, dónde lucía un pendiente pequeño, con la forma de un diamante, y transparente y brillante como tal. Eso sí que me había gustado.
-¿Cecil? –preguntó cuando le descolgaron-. ¡¿Yo qué te dije, pedazo de imbécil?! ¡Que te encargaras de ese novato! (…) ¡Sí, de Jake! Ayer estaba siendo atacado por un demonio. Pequeño, pero el chaval no sabía luchar. ¡¿Dónde estabas tú?! (…) Oh, ya claro, entiendo. Estar con una mujer que apenas conoces desde hace veinte minutos en la cama es mucho, pero que mucho más importante que tu responsabilidad. (…) Mira, olvídalo. Se lo encargaré a otro que tenga más cerebro que tú –y colgó.
Le miré con las cejas alzadas. Frenó en un semáforo en rojo, y me miró también. Parecía que se relajaba.
-Bueno… Esto ocurre a menudo, ya sabes.
-Sí, supongo –le sonreí.
Me parecía muy divertido verlo enfadado y hablando por teléfono.
Arrancó de nuevo cuando se puso en verde.
-Sigo sin entender por qué quieres que pasemos el día juntos.
-¿Es que no puedo tener algún detalle con mi niña?
Le miré con los ojos entrecerrados.
-No. Tú no sueles hacer esas cosas.
Suspiró.
-Es verdad, no suelo hacerlo. Por eso quiero que ahora… No lo estropees, ¿quieres?
Miré por la ventana sin decir nada. Llegamos a un centro comercial.
-¿El centro? ¿Por qué?
-¿No es el sueño de toda mujer quedarse encerrada en un centro comercial con todas las tiendas abiertas?
-Probablemente, pero no de todas.
-Bueno, da igual. Esto lo hago por ti.
Encontró un sitio y aparcó. Cuando salimos del coche y lo cerró, le contesté.
-No, perdona. Esto no lo haces por mí. Lo haces por ti.
Puso los ojos en blanco y me pasó un brazo por los hombros.
-Venga, no quiero discutir.
Una chica de quince años que iba con sus padres no era consciente de que tenía detrás a un ángel de la guarda. Éste, al ver a Damen, abrió mucho los ojos y sonrió débilmente. La chica también se le quedó mirando.
-Ay… -murmuró él-. Debe de ser horrible poder verme pero no poder tenerme… ¿No crees?
Sacudí la cabeza.
Ahora Damen podía hacerse visible e invisible cuando le diera la gana, cosa que cuando era un ángel normal no podía.
Luego pasamos al lado de un niño pequeño en brazos de su padre. Damen lo miró.
-¿Estás bien? –le pregunté preocupada.
-¿Hum? Sí. Sólo pensaba… De pequeño siempre quise ser como mi padre.
-¿En serio?
Realmente no me imaginaba a Damen… de esa manera.
-Sí.
-¿Y… se puede saber por qué?
-¿Cómo que por qué? ¿Acaso no es obvio? Para tener un hijo tan guapo e inteligente como yo.
Puse los ojos en blanco, y él se rió.
Al final pasamos todo el día sin separarnos. Aunque yo le decía que volviéramos pronto a casa porque tenía que terminar mi proyecto, él me ignoraba. Incluso me arrastró, literalmente, al cine y a un restaurante italiano. Casi me da algo.
Hasta que, ya por la noche -¡al fin!-, vimos algo muy curioso.
El parking del centro comercial era subterráneo, y sin embargo, no había nadie. Ni un alma. Sin pensar, me agarré al brazo de Damen. Éste sonrió satisfecho, pero también estaba segura de estaba preocupado por algo.
Entonces apareció. Delante de nosotros, a unos siete metros, un chico joven, de pelo negro y corto y vestido solamente con unos vaqueros negros. Y por supuesto, estaba segura de que eso no era nada, pero nada bueno…
jueves, 30 de septiembre de 2010
Capítulo 48 (D)
Cuando iba arrastrando por el suelo a Elisa porque no quería moverse del sitio, llamaron a la puerta.
-Venga ya… -murmuré soltándola y dejándola caer tendida al suelo.
-¡Ay! –se llevó una mano a la cabeza.
Me acerqué a la puerta y la abrí. Tres de mis ángeles, novatos, me miraban nerviosos.
-Señor, ¡hay un problema! –dijo el del medio.
-¡Sí! ¡Al ángel Jake le está atacando un demonio! –dijo el de la derecha.
Suspiré. Jacob era otro ángel novato realmente malo en la lucha y bocazas.
-¿Un demonio Mayor?
-Esto… No, señor… Uno normal y corriente…
Les cerré la puerta.
-¡Señor! –gritaron desde fuera.
Volví a abrir la puerta.
-No vale la pena. ¿Me estáis tomando el pelo? Sois cuatro. Él uno, y pequeño. Así que no me toquéis las narices.
Me volví para ver a Elisa todavía en el suelo, pero no estaba. Apreté la mandíbula y cabreado, les volví a cerrar la puerta.
-¡Elisa! ¡Vuelve aquí ahora mismo si no quieres que te traiga yo a la fuerza! –le grité.
-¡Señor! –volvieron a gritar los de fuera.
-¡Largaos de una maldita vez, estúpidos cobardes! –dije sin siquiera abrir la puerta.
Escuché suspiros y pasos que se iban. Bien.
Fui al comedor y me la volví a encontrar escribiendo. Esta vez la cogí en brazos. Ella se revolvió, pero no la solté.
-Damen, escúchame…
La callé con un beso.
-Nada de “Damen, escúchame” porque no te haré caso.
-Si me dejaras estudiando, entonces harías de mi día un día perfecto.
-Sabes… Dios hace cosas perfectas. Pero hay que admitirlo, conmigo se lució. ¿No te llega con eso?
Finalmente suspiró con cansancio. Elisa ya debería saber que yo siempre gano.
Aunque ella y yo dormíamos en la misma cama, todavía no… No quiso hacerlo. Yo, por supuesto, respeté su decisión y esperaría.
Me quedé despierto hasta que ella se hubo dormido, por si acaso, y luego yo con ella.
Por la mañana me desperté normal, pero cuando me incorporé y miré hacia Elisa, ésta se iba a caer de la cama.
Sinceramente me planteé dejarla caer. Sería divertido verla enfadada. Pero supongo que una pequeña parte de mi amor por ella y mi sentido común (quizá también Pepito Grillo) me decían que la ayudara. Así que alargué el brazo, la rodeé por la cintura y la atraje hacia mí.
Ella se despertó también. Se dio la vuelta y me miró con ojos soñolientos y llorosos. Me sonrió, se incorporó y bostezó. Eso me hizo sonreír. Adoraba verla por la mañana. Siempre era la vez que realmente me daba cuenta de cuánto la amaba. Aunque me metiera con ella, le hiciera bromas y demás, la quería. Y aunque las veces eran muy escasas, me gustaba demostrárselo.
Pero claro, no ocurría a menudo.
-¿Sabes? Estuve a punto de dejarte caer. Me encantaría ver tu cara despertando con la marca del suelo en ella –me reí.
Elisa me fulminó con la mirada, se levantó y fue. Suspiré y la seguí.
-Eh, Elisa. Cielo, sabes que era una broma, ¿verdad? –dije cuando ambos llegamos a la cocina.
Se volvió hacia mí con el ceño fruncido.
-Déjame, ¿quieres? No estoy para bromas.
Fue hacia la cafetera y se sirvió café en una taza. Me acerqué por detrás, le aparté el pelo del cuello y le besé la nuca. Noté cómo se estremecía.
-¿Estás enfadada? –volvió a suspirar, y se giró otra vez hacia mí, quedándose encerrada entre mi cuerpo y la encimera.
-Es que, lo único que quiero ahora mismo, es terminar mi trabajo. Y tú no me dejas.
-Y yo lo único que quiero ahora es tenerte para mí solo todo el día. Déjame al menos esto. Es lo único que te pido. Por favor.
Elisa alzó las cejas sorprendida. Yo no solía decir por favor. En realidad, sólo lo dije una o dos veces en mi vida. Así que al final, asintió con los labios apretados.
-Está bien –cogió su taza, y me miró-. Damen, si no sales de aquí, no podré pasar.
-Entonces dime las palabras mágicas que hacen que esté a tu voluntad.
Puso los ojos en blanco.
-Hum… ¿Por favor? –Negué con la cabeza-. ¿Cariño? –volví a negar-. ¿Te quiero?
-Bien, pero ahora dilo como si lo sintieras.
-Cariño, no voy a decirlo “como si lo sintiera”, porque en realidad sí lo siento. Te quiero –y para mi sorpresa, me besó.
Yo, medio anonadado, me aparté y la dejé irse, aunque lo hice a regañadientes.
Terminamos de desayunar y nos fuimos.
-Venga ya… -murmuré soltándola y dejándola caer tendida al suelo.
-¡Ay! –se llevó una mano a la cabeza.
Me acerqué a la puerta y la abrí. Tres de mis ángeles, novatos, me miraban nerviosos.
-Señor, ¡hay un problema! –dijo el del medio.
-¡Sí! ¡Al ángel Jake le está atacando un demonio! –dijo el de la derecha.
Suspiré. Jacob era otro ángel novato realmente malo en la lucha y bocazas.
-¿Un demonio Mayor?
-Esto… No, señor… Uno normal y corriente…
Les cerré la puerta.
-¡Señor! –gritaron desde fuera.
Volví a abrir la puerta.
-No vale la pena. ¿Me estáis tomando el pelo? Sois cuatro. Él uno, y pequeño. Así que no me toquéis las narices.
Me volví para ver a Elisa todavía en el suelo, pero no estaba. Apreté la mandíbula y cabreado, les volví a cerrar la puerta.
-¡Elisa! ¡Vuelve aquí ahora mismo si no quieres que te traiga yo a la fuerza! –le grité.
-¡Señor! –volvieron a gritar los de fuera.
-¡Largaos de una maldita vez, estúpidos cobardes! –dije sin siquiera abrir la puerta.
Escuché suspiros y pasos que se iban. Bien.
Fui al comedor y me la volví a encontrar escribiendo. Esta vez la cogí en brazos. Ella se revolvió, pero no la solté.
-Damen, escúchame…
La callé con un beso.
-Nada de “Damen, escúchame” porque no te haré caso.
-Si me dejaras estudiando, entonces harías de mi día un día perfecto.
-Sabes… Dios hace cosas perfectas. Pero hay que admitirlo, conmigo se lució. ¿No te llega con eso?
Finalmente suspiró con cansancio. Elisa ya debería saber que yo siempre gano.
Aunque ella y yo dormíamos en la misma cama, todavía no… No quiso hacerlo. Yo, por supuesto, respeté su decisión y esperaría.
Me quedé despierto hasta que ella se hubo dormido, por si acaso, y luego yo con ella.
Por la mañana me desperté normal, pero cuando me incorporé y miré hacia Elisa, ésta se iba a caer de la cama.
Sinceramente me planteé dejarla caer. Sería divertido verla enfadada. Pero supongo que una pequeña parte de mi amor por ella y mi sentido común (quizá también Pepito Grillo) me decían que la ayudara. Así que alargué el brazo, la rodeé por la cintura y la atraje hacia mí.
Ella se despertó también. Se dio la vuelta y me miró con ojos soñolientos y llorosos. Me sonrió, se incorporó y bostezó. Eso me hizo sonreír. Adoraba verla por la mañana. Siempre era la vez que realmente me daba cuenta de cuánto la amaba. Aunque me metiera con ella, le hiciera bromas y demás, la quería. Y aunque las veces eran muy escasas, me gustaba demostrárselo.
Pero claro, no ocurría a menudo.
-¿Sabes? Estuve a punto de dejarte caer. Me encantaría ver tu cara despertando con la marca del suelo en ella –me reí.
Elisa me fulminó con la mirada, se levantó y fue. Suspiré y la seguí.
-Eh, Elisa. Cielo, sabes que era una broma, ¿verdad? –dije cuando ambos llegamos a la cocina.
Se volvió hacia mí con el ceño fruncido.
-Déjame, ¿quieres? No estoy para bromas.
Fue hacia la cafetera y se sirvió café en una taza. Me acerqué por detrás, le aparté el pelo del cuello y le besé la nuca. Noté cómo se estremecía.
-¿Estás enfadada? –volvió a suspirar, y se giró otra vez hacia mí, quedándose encerrada entre mi cuerpo y la encimera.
-Es que, lo único que quiero ahora mismo, es terminar mi trabajo. Y tú no me dejas.
-Y yo lo único que quiero ahora es tenerte para mí solo todo el día. Déjame al menos esto. Es lo único que te pido. Por favor.
Elisa alzó las cejas sorprendida. Yo no solía decir por favor. En realidad, sólo lo dije una o dos veces en mi vida. Así que al final, asintió con los labios apretados.
-Está bien –cogió su taza, y me miró-. Damen, si no sales de aquí, no podré pasar.
-Entonces dime las palabras mágicas que hacen que esté a tu voluntad.
Puso los ojos en blanco.
-Hum… ¿Por favor? –Negué con la cabeza-. ¿Cariño? –volví a negar-. ¿Te quiero?
-Bien, pero ahora dilo como si lo sintieras.
-Cariño, no voy a decirlo “como si lo sintiera”, porque en realidad sí lo siento. Te quiero –y para mi sorpresa, me besó.
Yo, medio anonadado, me aparté y la dejé irse, aunque lo hice a regañadientes.
Terminamos de desayunar y nos fuimos.
lunes, 27 de septiembre de 2010
Capítulo 47 (D)
Casi siempre me reía de las cosas que hacía Elisa. Me divertían.
Pero en el fondo estaba aterrado. ¿El por qué? Bien.
Los seres a los que mato se han dado cuenta de que si acaban conmigo, acabarán con los demás ángeles Dominios. Y para ello están intentando averiguar mi punto débil. Mi único punto débil.
Obviamente, era Elisa. Por ahora no lo saben, y de verdad espero que no se les ocurra de ningún modo. Porque si alguien, por algún mínimo o estúpido motivo, por muy pequeño que sea, le hiciera daño… estaba muerto. Completamente.
Y uno de mis mayores temores: Devon. Él sí que lo sabía. Y estaba seguro que no dudará en matarla, pero yo haré lo imposible por mantenerla a mi lado. Sinceramente, si volviera a perderla, mi mundo se derrumbaría por completo.
Pero intentaba, o no solía, pensar en ello.
Así que, simplemente, me divierto con mi niña.
En el baño, mientras intentaba sacar los pelos de su cepillo, recordó.
-¡Mierda! –soltó.
La miré divertido.
-¿Ahora qué? ¿Te acabas de acordar de la baba que dejaste en el cojín del sofá cuando dormías?
Me fulminó con la mirada.
-No. ¡Tengo que terminar el proyecto! ¡Se me había olvidado!
Dejó el cepillo dentro de un cajón y salió corriendo hacia el comedor, dónde tenía todos sus apuntes y libretas desperdigadas por la mesa. La seguí. Se sentó en la silla y empezó a leer. Suspiré. Me acerqué a ella y le puse una mano en el hombro.
-Cariño, ese proyecto tienes que entregarlo dentro de dos meses. Y ya tienes hecho más de la mitad. ¿Por qué no te relajas un poco?
Me miró con el ceño fruncido.
-No puedo. Si lo dejo para el último momento, ¡entonces sí que estaré desesperada!
Lancé otro suspiro hastiado. Ella volvió a leer.
-Mira. ¿Qué te parece si vamos tú y yo a algún sitio? Hace tiempo que no…
-Damen, tienes unas ojeras horribles. No creo que estés ahora mismo para dar una vuelta.
-Bien, vale. Pero mañana no tienes clase. Y yo tengo esta noche y el día de mañana libres. Así que duermo hoy y mañana nos vamos.
Elisa suspiró un poco desesperada.
-¿Pero qué dirán tus ángeles?
Bufé.
-Soy su jefe. ¿Qué porras me van a decir ellos? –Hizo un débil gruñido-. Sabes que no acepto un no por respuesta –le recordé.
-Pero el trabajo…
-Tienes toda la eternidad para terminar ese maldito trabajo.
-Está bien…
Sonreí.
-Me voy a duchar. Y, hazme el favor, no te chapes todo eso. No te servirá de nada.
Ella me sacó la lengua y se volvió a enfrascar en la lectura. Le di un beso en el pelo y me fui.
Mientras me duchaba, no pude parar de pensar en lo que le podría pasar a Elisa… En lo que hubiera podido pasar hace tres años y medio si no me hubiera recordado… O si simplemente no nos hubiéramos encontrado otra vez. Seguramente ahora viviría feliz con otro chico que por supuesto no sería yo.
Y eso me hacía enfurecer. Notaba como debajo del agua se me tensaban los músculos de los brazos al pensar en ello. Pensar que esos suspiros que a veces me regala no fueran por ni para mí, o si otro le quitara todos los besos que yo le robé. O todas las palabras significativas que me dice y me acarician el corazón como una suave pluma.
Era demasiado.
Salí de la ducha, me sequé, me vestí con sólo unos pantalones de pijama, dejando el pecho al descubierto con mi tatuaje negro de la cruz en el antebrazo y el otro, nuevo, que me caracterizaba de líder de los ángeles Dominios, la estrella de ocho puntas en el hombro. Los demás también lo tenían, pero ellos lo tenían en el hombro izquierdo. Yo en el derecho.
Descalzo, volví a entrar en el comedor.
-Tú también tienes que dormir, ¿sabías?
-Sí, soy consciente de ello.
-No lo parece.
Dejó el boli encima de la mesa y me miró.
-Mira, Damen. Tú vete a dormir. Yo me quedaré estudiando, ¿de acuerdo? ¡Ya sé que eres un cabezota, pero limítate a seguir esa pauta!
-Y tú eres el doble de cabezota que yo –le cogí de la mano y la levanté de la silla-. Ven, vamos.
Intentaba arrastrarla mientras ella forcejeaba hacia el otro lado. Pero como yo soy más fuerte, se rindió.
Menuda testaruda.
Pero en el fondo estaba aterrado. ¿El por qué? Bien.
Los seres a los que mato se han dado cuenta de que si acaban conmigo, acabarán con los demás ángeles Dominios. Y para ello están intentando averiguar mi punto débil. Mi único punto débil.
Obviamente, era Elisa. Por ahora no lo saben, y de verdad espero que no se les ocurra de ningún modo. Porque si alguien, por algún mínimo o estúpido motivo, por muy pequeño que sea, le hiciera daño… estaba muerto. Completamente.
Y uno de mis mayores temores: Devon. Él sí que lo sabía. Y estaba seguro que no dudará en matarla, pero yo haré lo imposible por mantenerla a mi lado. Sinceramente, si volviera a perderla, mi mundo se derrumbaría por completo.
Pero intentaba, o no solía, pensar en ello.
Así que, simplemente, me divierto con mi niña.
En el baño, mientras intentaba sacar los pelos de su cepillo, recordó.
-¡Mierda! –soltó.
La miré divertido.
-¿Ahora qué? ¿Te acabas de acordar de la baba que dejaste en el cojín del sofá cuando dormías?
Me fulminó con la mirada.
-No. ¡Tengo que terminar el proyecto! ¡Se me había olvidado!
Dejó el cepillo dentro de un cajón y salió corriendo hacia el comedor, dónde tenía todos sus apuntes y libretas desperdigadas por la mesa. La seguí. Se sentó en la silla y empezó a leer. Suspiré. Me acerqué a ella y le puse una mano en el hombro.
-Cariño, ese proyecto tienes que entregarlo dentro de dos meses. Y ya tienes hecho más de la mitad. ¿Por qué no te relajas un poco?
Me miró con el ceño fruncido.
-No puedo. Si lo dejo para el último momento, ¡entonces sí que estaré desesperada!
Lancé otro suspiro hastiado. Ella volvió a leer.
-Mira. ¿Qué te parece si vamos tú y yo a algún sitio? Hace tiempo que no…
-Damen, tienes unas ojeras horribles. No creo que estés ahora mismo para dar una vuelta.
-Bien, vale. Pero mañana no tienes clase. Y yo tengo esta noche y el día de mañana libres. Así que duermo hoy y mañana nos vamos.
Elisa suspiró un poco desesperada.
-¿Pero qué dirán tus ángeles?
Bufé.
-Soy su jefe. ¿Qué porras me van a decir ellos? –Hizo un débil gruñido-. Sabes que no acepto un no por respuesta –le recordé.
-Pero el trabajo…
-Tienes toda la eternidad para terminar ese maldito trabajo.
-Está bien…
Sonreí.
-Me voy a duchar. Y, hazme el favor, no te chapes todo eso. No te servirá de nada.
Ella me sacó la lengua y se volvió a enfrascar en la lectura. Le di un beso en el pelo y me fui.
Mientras me duchaba, no pude parar de pensar en lo que le podría pasar a Elisa… En lo que hubiera podido pasar hace tres años y medio si no me hubiera recordado… O si simplemente no nos hubiéramos encontrado otra vez. Seguramente ahora viviría feliz con otro chico que por supuesto no sería yo.
Y eso me hacía enfurecer. Notaba como debajo del agua se me tensaban los músculos de los brazos al pensar en ello. Pensar que esos suspiros que a veces me regala no fueran por ni para mí, o si otro le quitara todos los besos que yo le robé. O todas las palabras significativas que me dice y me acarician el corazón como una suave pluma.
Era demasiado.
Salí de la ducha, me sequé, me vestí con sólo unos pantalones de pijama, dejando el pecho al descubierto con mi tatuaje negro de la cruz en el antebrazo y el otro, nuevo, que me caracterizaba de líder de los ángeles Dominios, la estrella de ocho puntas en el hombro. Los demás también lo tenían, pero ellos lo tenían en el hombro izquierdo. Yo en el derecho.
Descalzo, volví a entrar en el comedor.
-Tú también tienes que dormir, ¿sabías?
-Sí, soy consciente de ello.
-No lo parece.
Dejó el boli encima de la mesa y me miró.
-Mira, Damen. Tú vete a dormir. Yo me quedaré estudiando, ¿de acuerdo? ¡Ya sé que eres un cabezota, pero limítate a seguir esa pauta!
-Y tú eres el doble de cabezota que yo –le cogí de la mano y la levanté de la silla-. Ven, vamos.
Intentaba arrastrarla mientras ella forcejeaba hacia el otro lado. Pero como yo soy más fuerte, se rindió.
Menuda testaruda.
viernes, 24 de septiembre de 2010
Temporada 2: Capítulo 46 (E)
Habían pasado dos años desde que Damen se había convertido en el líder de los ángeles Dominios. Él y los demás vigilaban día y noche alternativamente. Los nefilim salían por el día, y los ángeles caídos por la noche. Por no hablar de los demonios, que esos salían de noche y de día. O eso era lo que me había contado Damen.
No sabía mucho del tema, pero en realidad era interesante.
Cada vez se unían más ángeles capacitados para estar bajo las órdenes de él, y así era mucho más fácil todo, aunque también podían morir en la lucha.
Bueno, y yo… Estaba en mi tercer año de la universidad. Era duro, pero estaba segurísima de que era lo que yo más deseaba. Y Damen me apoyaba.
Una tarde, me había quedado dormida mirando en la televisión la serie House, cuando sentí el ruido de unas llaves en el exterior y el abrir de una puerta. Pero estaba tan cansada que no me molesté en abrir los ojos.
Sentí unos pasos débiles que repiqueteaban en el parquet y venían hacia dónde estaba yo.
Luego una mano suave acariciarme la mejilla. Y el tacto suave de unos labios cálidos contra los míos.
Entonces sí que abrí los ojos despacio, y me encontré con la bella cara de Damen muy cerca de la mía, mirándome con ojos tiernos.
-Hola, mi cielo –me susurró.
Chasqueé la lengua y me di media vuelta, dándole la espalda y quedándome cara al respaldo del sofá. Pero sonreí.
Él se sentó en el reposabrazos al lado de mi cabeza, y miró la tele.
-Vaya, así que te quedaste dormida mirando las noticias, ¿eh? Sí, claro, es considerable. La muerte de un niño enterrado vivo en el jardín de su propia casa no merece tu atención, ¿no crees?
Puse los ojos en blanco, y cerré los ojos.
-Me dormí viendo House –repliqué con voz débil por el sueño.
-Ya, claro. Sí, bonita serie. En realidad ese hombre me recuerda a mí.
-Sí… él también es un cabrón como tú, amor.
Damen soltó una carcajada, se inclinó desde el reposabrazos hacia mí y empezó a hacerme cosquillas.
Me revolví intentando zafarme, pero al final me rendí y empecé a reírme.
-¡Ay, vale, vale, me rindo! –Intenté decir entre risas-. De verdad.
Le miré. Damen sonrió ampliamente, y me empezó a besar la frente, la nariz, las mejillas, la barbilla, y los labios.
Luego se levantó, y yo con él. Bostecé, me rasqué la cabeza y apagué la televisión, interrumpiendo algún que otro anuncio de coches. Damen se rió al verme.
-Parece que tuvieras resaca –me dijo.
Sacudí la cabeza, e intenté desenredarme el pelo con los dedos, pero me daban tirones. Damen seguía riéndose. Le ignoré, y recorrí una pequeña parte del enorme apartamento para ir al baño y me peiné con el cepillo. Al terminar, dejé mucho pelo enredado en las cerdas. Suspiré.
Damen apareció en el baño, y alzó las cejas.
-Un día te vas a quedar calva, cielo –y volvió a reírse.
Volví a poner los ojos en blanco, y le miré.
-¿Sabes? Creía que con la responsabilidad que cargas ahora habías madurado. Ya veo que no.
-Ay… mi pequeña e ingenua niña. ¿Nunca escuchaste eso de “los niños crecen y las niñas maduran”?
-Sí, supongo. Y sin duda tiene razón.
Damen se cruzó de brazos y asintió.
Le quería con todo mi corazón, pero a veces me sacaba de quicio.
No sabía mucho del tema, pero en realidad era interesante.
Cada vez se unían más ángeles capacitados para estar bajo las órdenes de él, y así era mucho más fácil todo, aunque también podían morir en la lucha.
Bueno, y yo… Estaba en mi tercer año de la universidad. Era duro, pero estaba segurísima de que era lo que yo más deseaba. Y Damen me apoyaba.
Una tarde, me había quedado dormida mirando en la televisión la serie House, cuando sentí el ruido de unas llaves en el exterior y el abrir de una puerta. Pero estaba tan cansada que no me molesté en abrir los ojos.
Sentí unos pasos débiles que repiqueteaban en el parquet y venían hacia dónde estaba yo.
Luego una mano suave acariciarme la mejilla. Y el tacto suave de unos labios cálidos contra los míos.
Entonces sí que abrí los ojos despacio, y me encontré con la bella cara de Damen muy cerca de la mía, mirándome con ojos tiernos.
-Hola, mi cielo –me susurró.
Chasqueé la lengua y me di media vuelta, dándole la espalda y quedándome cara al respaldo del sofá. Pero sonreí.
Él se sentó en el reposabrazos al lado de mi cabeza, y miró la tele.
-Vaya, así que te quedaste dormida mirando las noticias, ¿eh? Sí, claro, es considerable. La muerte de un niño enterrado vivo en el jardín de su propia casa no merece tu atención, ¿no crees?
Puse los ojos en blanco, y cerré los ojos.
-Me dormí viendo House –repliqué con voz débil por el sueño.
-Ya, claro. Sí, bonita serie. En realidad ese hombre me recuerda a mí.
-Sí… él también es un cabrón como tú, amor.
Damen soltó una carcajada, se inclinó desde el reposabrazos hacia mí y empezó a hacerme cosquillas.
Me revolví intentando zafarme, pero al final me rendí y empecé a reírme.
-¡Ay, vale, vale, me rindo! –Intenté decir entre risas-. De verdad.
Le miré. Damen sonrió ampliamente, y me empezó a besar la frente, la nariz, las mejillas, la barbilla, y los labios.
Luego se levantó, y yo con él. Bostecé, me rasqué la cabeza y apagué la televisión, interrumpiendo algún que otro anuncio de coches. Damen se rió al verme.
-Parece que tuvieras resaca –me dijo.
Sacudí la cabeza, e intenté desenredarme el pelo con los dedos, pero me daban tirones. Damen seguía riéndose. Le ignoré, y recorrí una pequeña parte del enorme apartamento para ir al baño y me peiné con el cepillo. Al terminar, dejé mucho pelo enredado en las cerdas. Suspiré.
Damen apareció en el baño, y alzó las cejas.
-Un día te vas a quedar calva, cielo –y volvió a reírse.
Volví a poner los ojos en blanco, y le miré.
-¿Sabes? Creía que con la responsabilidad que cargas ahora habías madurado. Ya veo que no.
-Ay… mi pequeña e ingenua niña. ¿Nunca escuchaste eso de “los niños crecen y las niñas maduran”?
-Sí, supongo. Y sin duda tiene razón.
Damen se cruzó de brazos y asintió.
Le quería con todo mi corazón, pero a veces me sacaba de quicio.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Capítulo 45 (E) (Final)
Después de todo eso, Gabriel nos obligó a irnos de allí. Damen podía crear un portal dónde le diera la gana, así que nos fuimos por ahí. Llegamos a Saints, dónde todo estaba tranquilo. El edificio Celeste lo estaban reformando, y la gente estaba feliz y demás.
Damen suspiró.
-Echaré esto de menos –comentó, y me miró-. Pero lo cambio por algo que siempre he deseado tener.
-¿Lo qué?
-A ti –sonrió.
Yo le di un beso, y luego miré a Susan. Me acerqué a ella.
-Susan…
-Elisa, te echaré de menos.
Parpadeé sorprendida por su tono de voz y la rapidez con la que lo dijo.
-¿Cómo?
-Dejaré este rollo de ángeles y seres extraños. Antes creía que era divertido, ya ves –señaló su ropa gótica-. Pero después de esto… No… Quiero volver a tener mi vida normal. Ya sabes…
Suspiré, pero asentí. La abracé.
-Te echaré muchísimo de menos, Susan. Muchísimo.
-Y yo a ti –sollozamos juntas.
Luego nos separamos. Damen miró a Jonan.
-Jonan, acompáñala a su casa.
-¡Sí, señor! –contestó éste.
Damen puso los ojos en blanco, aunque sonriendo.
Jonan se la llevó al Portal de Celeste. Vi cómo se iban. Damen me abrazó por la cintura.
-Tenemos que irnos –me miró-. ¿Qué vas a hacer con tus padres?
Sacudí con la cabeza.
-Supongo que… no sé. Tendré que despedirme o… No lo sé.
-Hum. Bueno, ya veremos qué hacer. Bien, chicos –se volvió hacia los demás-, despedíos de todo esto. No lo veremos en un tiempo.
Suspiraron.
-Lo sabemos. Pero eso de ser especiales mola –comentó Andrew.
-Andrew… Bueno, da igual –Cecil suspiró.
-Venga, vamos.
Damen fue hacia el Portal, dónde ya estaba Jonan esperando, y entramos.
Después de toda esta historia, cada uno empezó a vivir en una casa propia. Descubrieron que eran capaces de crear materia de la nada, y por lo tanto vivían en mansiones. Yo me fui a vivir con Damen a la ciudad cuando terminé el instituto, y empecé a estudiar en la universidad. Tuve que decirles a mis padres que me iba de casa.
Se lo tomaron mal, pero Tommy me ayudó. A él tuve que explicárselo todo. Lo entendió.
Y, en general, nuestra vida sigue igual. Bastante bien, aunque ahora es más diferente que nunca. Y sabiendo que Devon sigue vivo en cualquier sitio queriendo acabar conmigo… me ponía los pelos de punta, pero no me dejaba intimidar. No sabiendo que Damen estaría a mi lado para siempre.
*Bueno, y hasta aquí la primera parte. La segunda tendrá más cosas. Se volverá un relato tipo "Urban Fantasy", habrá personajes nuevos y demás, y quizá se encuentren con otro de mis personajes... Pero en general la cosa no cambiará mucho ^^, ya sabéis, Damen seguirá siendo tan capullo como siempre ;D
¡Gracias a todas por vuestro apoyo! :D
Damen suspiró.
-Echaré esto de menos –comentó, y me miró-. Pero lo cambio por algo que siempre he deseado tener.
-¿Lo qué?
-A ti –sonrió.
Yo le di un beso, y luego miré a Susan. Me acerqué a ella.
-Susan…
-Elisa, te echaré de menos.
Parpadeé sorprendida por su tono de voz y la rapidez con la que lo dijo.
-¿Cómo?
-Dejaré este rollo de ángeles y seres extraños. Antes creía que era divertido, ya ves –señaló su ropa gótica-. Pero después de esto… No… Quiero volver a tener mi vida normal. Ya sabes…
Suspiré, pero asentí. La abracé.
-Te echaré muchísimo de menos, Susan. Muchísimo.
-Y yo a ti –sollozamos juntas.
Luego nos separamos. Damen miró a Jonan.
-Jonan, acompáñala a su casa.
-¡Sí, señor! –contestó éste.
Damen puso los ojos en blanco, aunque sonriendo.
Jonan se la llevó al Portal de Celeste. Vi cómo se iban. Damen me abrazó por la cintura.
-Tenemos que irnos –me miró-. ¿Qué vas a hacer con tus padres?
Sacudí con la cabeza.
-Supongo que… no sé. Tendré que despedirme o… No lo sé.
-Hum. Bueno, ya veremos qué hacer. Bien, chicos –se volvió hacia los demás-, despedíos de todo esto. No lo veremos en un tiempo.
Suspiraron.
-Lo sabemos. Pero eso de ser especiales mola –comentó Andrew.
-Andrew… Bueno, da igual –Cecil suspiró.
-Venga, vamos.
Damen fue hacia el Portal, dónde ya estaba Jonan esperando, y entramos.
Después de toda esta historia, cada uno empezó a vivir en una casa propia. Descubrieron que eran capaces de crear materia de la nada, y por lo tanto vivían en mansiones. Yo me fui a vivir con Damen a la ciudad cuando terminé el instituto, y empecé a estudiar en la universidad. Tuve que decirles a mis padres que me iba de casa.
Se lo tomaron mal, pero Tommy me ayudó. A él tuve que explicárselo todo. Lo entendió.
Y, en general, nuestra vida sigue igual. Bastante bien, aunque ahora es más diferente que nunca. Y sabiendo que Devon sigue vivo en cualquier sitio queriendo acabar conmigo… me ponía los pelos de punta, pero no me dejaba intimidar. No sabiendo que Damen estaría a mi lado para siempre.
*Bueno, y hasta aquí la primera parte. La segunda tendrá más cosas. Se volverá un relato tipo "Urban Fantasy", habrá personajes nuevos y demás, y quizá se encuentren con otro de mis personajes... Pero en general la cosa no cambiará mucho ^^, ya sabéis, Damen seguirá siendo tan capullo como siempre ;D
¡Gracias a todas por vuestro apoyo! :D
domingo, 19 de septiembre de 2010
Capítulo 44 (D)---(E)
Los demás también me miraban con tristeza. Y se lanzaron hacia nosotros, abrazándonos.
-¡Que me ahogáis! –dije.
Se rieron débilmente, menos Elisa. Se apartaron de nosotros, y yo la abracé, apoyando mi frente en su pelo, cerrando los ojos. Gabriel me miró a conciencia.
-Hum… ¿Sabes? Quizá pueda hacer algo…
Todos miramos hacia él.
-Durante siglos hemos intentado capturar o cazar a demonios, incluyendo a ángeles caídos perversos o a los nefilim. Pero no somos lo suficientemente… No sé cómo explicaros.
-¿Qué quiere decir, señor…?
Gabriel no contestó. Se dio media vuelta y desapareció. Y después de unos momentos volvió con un cáliz de cristal y un cuchillo.
-Qué es esto –pregunté apretando más a Elisa contra mí. Temía algo, pero no sabía qué era.
Siguió sin decir nada. Entre Gabriel y yo brotó, del suelo de nubes, una especie de fuente, dónde, cuando terminó de crecer hasta quedar a la altura de mi pecho, colocó el cáliz. Cogió el cuchillo y se hizo una herida en la palma de la mano izquierda. La sangre, de color dorada para mi enorme sorpresa y las demás, cayó dentro del cáliz, volviéndolo de ese color. Me hizo una seña para que me acercara. Miré a Elisa, me separé de ella y me acerqué a la columna.
-Damen, tú serás el líder. Te encargarás de cuidarlos y ayudar a los que deseen incorporarse a vosotros.
-¿Tengo que hacer de niñera? Estupendo –puse los ojos en blanco.
-¡Damen! –Gritó Andrew-. ¡No seas estúpido! O es esto o convertirte en un ángel caído.
Me lamí los labios resecos, y asentí.
-Bébelo –me dijo Gabriel.
Cogí el cáliz y me lo acerqué a la boca, pero lo bajé, y miré a Elisa.
-¿Podré estar con ella? –le pregunté a Gabriel sin apartar la vista de ella.
-Sí, si no descuidas tus obligaciones, claro.
Elisa sonrió ampliamente.
-Pero vivirás eternamente.
Eso me frenó, y le miré.
-¿Y ella no?
-No. Ella es humana. Envejecerá como cualquiera.
Dejé la copa.
-Entonces no quiero.
-Si no bebes del cáliz, vivirás eternamente igual, pero condenado. Tú eliges.
-Para mí no existe mayor condena que vivir separado de ella. Y ya lo he vivido suficiente tiempo.
Gabriel la miró.
-¿Estás dispuesta a vivir toda la eternidad a su lado? –le preguntó.
Elisa asintió decidida.
Sinceramente pensé que iba a dudar, o vacilar. Pero lo dijo directamente. Y eso me gustó mucho. Gabriel asintió.
-Bien. Bebe tú también del cáliz – me miró-. Adelante, Damen.
Volví a coger el cáliz en mis manos, y bebí un poco de su contenido.
(E) Cuando Damen terminó de beber, hizo una mueca de desagrado.
-¿Pero qué lleva esto?
Gabriel me señaló con la cabeza.
-Ahora tú.
Damen me tendió el cáliz mientras sus alas se tornaban azules como el cielo. Luego bebí yo.
Me sentía rara, pero no me dolía nada. Sino… eso, rara.
Gabriel cogió la copa, pero Damen le tendió una mano. El arcángel le miró con una ceja alzada.
-¿Qué? ¿No me la puedo quedar?
-¿Para qué? –Gabriel estaba perplejo.
-Quiero saber cuánto me darían por ella en eBay…
Me reí, y me lancé hacia Damen. Le abracé con todas mis fuerzas, y él a mí.
Los demás aplaudieron, y les miramos.
-¿Qué? –dijo Jonan-. Es que esto nos emociona…
Nos reímos.
-¿Y cómo se recluta gente para esto? –preguntó Jack.
Damen le miró.
-¿Por qué quieres saberlo?
-¿Crees que voy a dejar que mi mejor amigo se lo pase en grande mientras yo estoy protegiendo a un puñado de humanos torpes? De eso nada –y sonrió.
Damen, sin dejar de abrazarme, alzó un brazo y lo pasó por los hombros de Jack.
-Fácil. Damen, haz lo mismo que acabo de hacer yo.
-¿Lo de sangrar en el cáliz y…?
-Sí.
-¿Y por qué no de la tuya?
-Sólo los líderes de los grupos de ángeles pueden tener sangre de arcángel en las venas.
-Hum.
Jack hizo una mueca.
-Mejor me lo pienso –Damen le miró con el ceño fruncido, y Jack rectificó-. Que es broma, hombre. Venga, va.
Damen cogió el cáliz y el cuchillo, se hizo la herida en la mano y la sangre cayó dentro. Se lo tendió a Jack.
-Bebe, bebe. Ya verás qué rico y nutritivo –dijo Damen sonriendo con burla.
Jack sacudió la cabeza, cogió el cáliz y bebió.
Los demás también se ofrecieron, excepto Susan, claro.
-Ya no sois ángeles normales. Sois ángeles Dominios. Ahora podéis hacer cosas que los demás no pueden. Ya las descubriréis. Pero debo deciros que podéis haceros visibles ante el ojo humano cuando deseéis, e invisibles por lo mismo.
Asintieron.
-Pero hombre, ya no me hacía falta ser más perfecto. Yo ya era mitad humano, mitad increíble –dijo Damen.
Gabriel ignoró su egocéntrico comentario y me miró.
-¿Entonces yo…?
-Tú eres humana con un poco de sangre de ángel en las venas. Eres como un nefilim, pero no tienes maldad. Por supuesto, te quedarás así para siempre.
Sonreí. Por fin Damen y yo podríamos estar juntos para siempre… si es que nada se interponía, claro.
-------------------------------------------------
Bueno..., la, por así decirlo, primera temporada de Night of Angels está llegando a su fin, pero tranquilas, que la historia sigue. En el último capítulo (el siguiente) ya os explicaré lo necesario.
Y otra cosa, os pido un favor... Veréis, gracias a Lore (^^), pude conocer un blog que me enganchó su historia desde el prólogo. Y creo que deberíais saber de él. Os prometo que no os arrepentiréis ;D
http://destino-que-aguarda.blogspot.com/
Es de Elisabeth (¡qué casualidad! ;D), y por supuesto, os lo agradezco mucho ^^
De verdad que merece la pena leerlo *¬* A mí me tiene enganchadísima :3 ¡Gracias!
Ah, y como siempre, ¡vuestros comentarios me animan mucho, de verdad! :D
-¡Que me ahogáis! –dije.
Se rieron débilmente, menos Elisa. Se apartaron de nosotros, y yo la abracé, apoyando mi frente en su pelo, cerrando los ojos. Gabriel me miró a conciencia.
-Hum… ¿Sabes? Quizá pueda hacer algo…
Todos miramos hacia él.
-Durante siglos hemos intentado capturar o cazar a demonios, incluyendo a ángeles caídos perversos o a los nefilim. Pero no somos lo suficientemente… No sé cómo explicaros.
-¿Qué quiere decir, señor…?
Gabriel no contestó. Se dio media vuelta y desapareció. Y después de unos momentos volvió con un cáliz de cristal y un cuchillo.
-Qué es esto –pregunté apretando más a Elisa contra mí. Temía algo, pero no sabía qué era.
Siguió sin decir nada. Entre Gabriel y yo brotó, del suelo de nubes, una especie de fuente, dónde, cuando terminó de crecer hasta quedar a la altura de mi pecho, colocó el cáliz. Cogió el cuchillo y se hizo una herida en la palma de la mano izquierda. La sangre, de color dorada para mi enorme sorpresa y las demás, cayó dentro del cáliz, volviéndolo de ese color. Me hizo una seña para que me acercara. Miré a Elisa, me separé de ella y me acerqué a la columna.
-Damen, tú serás el líder. Te encargarás de cuidarlos y ayudar a los que deseen incorporarse a vosotros.
-¿Tengo que hacer de niñera? Estupendo –puse los ojos en blanco.
-¡Damen! –Gritó Andrew-. ¡No seas estúpido! O es esto o convertirte en un ángel caído.
Me lamí los labios resecos, y asentí.
-Bébelo –me dijo Gabriel.
Cogí el cáliz y me lo acerqué a la boca, pero lo bajé, y miré a Elisa.
-¿Podré estar con ella? –le pregunté a Gabriel sin apartar la vista de ella.
-Sí, si no descuidas tus obligaciones, claro.
Elisa sonrió ampliamente.
-Pero vivirás eternamente.
Eso me frenó, y le miré.
-¿Y ella no?
-No. Ella es humana. Envejecerá como cualquiera.
Dejé la copa.
-Entonces no quiero.
-Si no bebes del cáliz, vivirás eternamente igual, pero condenado. Tú eliges.
-Para mí no existe mayor condena que vivir separado de ella. Y ya lo he vivido suficiente tiempo.
Gabriel la miró.
-¿Estás dispuesta a vivir toda la eternidad a su lado? –le preguntó.
Elisa asintió decidida.
Sinceramente pensé que iba a dudar, o vacilar. Pero lo dijo directamente. Y eso me gustó mucho. Gabriel asintió.
-Bien. Bebe tú también del cáliz – me miró-. Adelante, Damen.
Volví a coger el cáliz en mis manos, y bebí un poco de su contenido.
(E) Cuando Damen terminó de beber, hizo una mueca de desagrado.
-¿Pero qué lleva esto?
Gabriel me señaló con la cabeza.
-Ahora tú.
Damen me tendió el cáliz mientras sus alas se tornaban azules como el cielo. Luego bebí yo.
Me sentía rara, pero no me dolía nada. Sino… eso, rara.
Gabriel cogió la copa, pero Damen le tendió una mano. El arcángel le miró con una ceja alzada.
-¿Qué? ¿No me la puedo quedar?
-¿Para qué? –Gabriel estaba perplejo.
-Quiero saber cuánto me darían por ella en eBay…
Me reí, y me lancé hacia Damen. Le abracé con todas mis fuerzas, y él a mí.
Los demás aplaudieron, y les miramos.
-¿Qué? –dijo Jonan-. Es que esto nos emociona…
Nos reímos.
-¿Y cómo se recluta gente para esto? –preguntó Jack.
Damen le miró.
-¿Por qué quieres saberlo?
-¿Crees que voy a dejar que mi mejor amigo se lo pase en grande mientras yo estoy protegiendo a un puñado de humanos torpes? De eso nada –y sonrió.
Damen, sin dejar de abrazarme, alzó un brazo y lo pasó por los hombros de Jack.
-Fácil. Damen, haz lo mismo que acabo de hacer yo.
-¿Lo de sangrar en el cáliz y…?
-Sí.
-¿Y por qué no de la tuya?
-Sólo los líderes de los grupos de ángeles pueden tener sangre de arcángel en las venas.
-Hum.
Jack hizo una mueca.
-Mejor me lo pienso –Damen le miró con el ceño fruncido, y Jack rectificó-. Que es broma, hombre. Venga, va.
Damen cogió el cáliz y el cuchillo, se hizo la herida en la mano y la sangre cayó dentro. Se lo tendió a Jack.
-Bebe, bebe. Ya verás qué rico y nutritivo –dijo Damen sonriendo con burla.
Jack sacudió la cabeza, cogió el cáliz y bebió.
Los demás también se ofrecieron, excepto Susan, claro.
-Ya no sois ángeles normales. Sois ángeles Dominios. Ahora podéis hacer cosas que los demás no pueden. Ya las descubriréis. Pero debo deciros que podéis haceros visibles ante el ojo humano cuando deseéis, e invisibles por lo mismo.
Asintieron.
-Pero hombre, ya no me hacía falta ser más perfecto. Yo ya era mitad humano, mitad increíble –dijo Damen.
Gabriel ignoró su egocéntrico comentario y me miró.
-¿Entonces yo…?
-Tú eres humana con un poco de sangre de ángel en las venas. Eres como un nefilim, pero no tienes maldad. Por supuesto, te quedarás así para siempre.
Sonreí. Por fin Damen y yo podríamos estar juntos para siempre… si es que nada se interponía, claro.
-------------------------------------------------
Bueno..., la, por así decirlo, primera temporada de Night of Angels está llegando a su fin, pero tranquilas, que la historia sigue. En el último capítulo (el siguiente) ya os explicaré lo necesario.
Y otra cosa, os pido un favor... Veréis, gracias a Lore (^^), pude conocer un blog que me enganchó su historia desde el prólogo. Y creo que deberíais saber de él. Os prometo que no os arrepentiréis ;D
http://destino-que-aguarda.blogspot.com/
Es de Elisabeth (¡qué casualidad! ;D), y por supuesto, os lo agradezco mucho ^^
De verdad que merece la pena leerlo *¬* A mí me tiene enganchadísima :3 ¡Gracias!
Ah, y como siempre, ¡vuestros comentarios me animan mucho, de verdad! :D
Suscribirse a:
Entradas (Atom)