-¡Ay, Dios, no! –gritó Rubí al mirarse en el espejo de su habitación.
Se había acabado de levantar, tenía el pelo revuelto alrededor de la cabeza y todavía llevaba pijama. Pero no era eso lo que captaba su atención, sino el pequeño bulto rojo que le había salido en la punta de la nariz.
-No, no, no… ¡No!
-¡Cariño! ¿Qué pasa?
Su madre había entrado rápidamente en la habitación al escuchar los gritos de su hija. Ésta se volvió hacia la mujer señalándose la nariz.
-¡¡Mira!! ¡Me ha salido un grano enorme en la nariz! ¿Por qué? ¿Por qué a mí?
La mujer suspiró aliviada. Así que era sólo eso. Negó con la cabeza.
-No seas tonta.
-¡Pero es que hoy es el primer día de curso! ¡No puedo ir con esto así!
-Anda, ven, y no te lo exprimas, sino te quedará la marca.
-¡Pero…!
Genial, sus planes habían fallado. Josh se reiría de ella hasta hartarse, ya lo estaba viendo… Su madre le puso la pomada, y Rubí suspiró angustiada. Se puso el uniforme del colegio –una cosa horrible que constituía en una falda verde y gris a cuadros, con el polo blanco y la chaqueta verde oscuro-, se colocó la mochila al hombro y cogió una magdalena para desayunar. Sus dos hermanos mayores y su padre ya estaban en la mesa.
Harry, el mayor de todos, con veinte años y estudiando en la universidad, y Nick, el mediano, con dieciocho, y en el instituto. Ella era la pequeña, con diecisiete, en un curso menos que su hermano.
Al verla, los dos se echaron a reír.
-¿Pero qué te pasa en la cara? –soltó Nick.
-Nick, vamos, calla –masculló Harry dándole un codazo, pero también riendo entre dientes.
Rubí apretó los dientes y se fue ya al instituto, sin esperar por su hermano. ¿Por qué justo tuvo que salirle hoy ese grano horrendo?
Mierda de adolescencia, pensó ella mientras esperaba en la parada del autobús. Josh apareció corriendo a lo lejos y saludándola con la mano, con una sonrisa de oreja a oreja.
Se colocó a su lado, se inclinó un poco y le dio un beso en los labios.
-¡Tu primer día de bachillerato! ¿No estás emocionada, cariño?
-Sí, bueno… –Contestó Rubí abatida.
-¿Qué te pasa?
-¡Mira!
-¿Lo qué? ¿El grano que tienes en la nariz? Sí, lo he visto desde allá abajo.
Rubí se le quedó mirando, y luego giró la cara.
-Va, venga, que es broma…
Rubí puso los ojos en blanco. Y el autobús llegó por fin. Ambos se subieron.
¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*
miércoles, 7 de diciembre de 2011
jueves, 1 de diciembre de 2011
Prólogo
-¡Por tus muertos, corre!
Los dos jóvenes se encaminaron por las calles de la ciudad, a medianoche, corriendo como alma que lleva el diablo, hacia un lugar seguro. Uno de ellos, la chica, llevaba escondida la llave maestra en su puño, húmedo por el sudor del esfuerzo y del miedo. Pero ellos no son los únicos que la quieren.
Tres hombres vestidos de negro les perseguían. Y por poco les alcanzan, pero los jóvenes estaban bien entrenados para ocasiones como esa.
El chico encontró una tienda con sólo un candado, perfecto para esconderse.
Alargó la mano, cogió el candado cerrado, y con un poco de esfuerzo con la mente, consiguió abrirlo. El objeto cayó al suelo con un pequeño estruendo. El joven abrió la puerta con rapidez, dejando pasar primero a su compañera, y entró después de ella. Sus respiraciones estaban agitadas por la carrera, y para empeorarlo, la tienda estaba completamente a oscuras. Pero olía a dulce.
-¿Dónde estamos? –preguntó ella.
-Parece… parece que estamos en una tienda de golosinas. Da igual –se giró hacia ella-. Venga, date prisa, teletraspórtanos a casa.
La chica asintió en la oscuridad, y abrió su puño. Las llaves brillaban con lucidez, dejándose ver entre la penumbra, creando sombras en las caras de ambos. Los ojos negros de él absorbieron los colores que desprendían, creando un efecto especial en ellos. Volvió a cerrar la mano, y la joven, antes de teletransportarse, abrió la caja de plástico de las llaves de golosina, dejando escapar algunas, rellenas completamente de azúcar, se las guardó en los bolsillos y tendió su mano hacia la de él, que la miraba con extrañeza, poniendo los ojos en blanco.
-¿En un momento como este y te pones a coger golosinas?
-Es que me entró el hambre…
El chico suspiró, ambos se cogieron las manos, y desaparecieron de la tienda.
Lo que no sabían era que las llaves especiales habían resbalado de la mano de la chica, quedándose encerrada en el cubículo de las golosinas…
Los dos jóvenes se encaminaron por las calles de la ciudad, a medianoche, corriendo como alma que lleva el diablo, hacia un lugar seguro. Uno de ellos, la chica, llevaba escondida la llave maestra en su puño, húmedo por el sudor del esfuerzo y del miedo. Pero ellos no son los únicos que la quieren.
Tres hombres vestidos de negro les perseguían. Y por poco les alcanzan, pero los jóvenes estaban bien entrenados para ocasiones como esa.
El chico encontró una tienda con sólo un candado, perfecto para esconderse.
Alargó la mano, cogió el candado cerrado, y con un poco de esfuerzo con la mente, consiguió abrirlo. El objeto cayó al suelo con un pequeño estruendo. El joven abrió la puerta con rapidez, dejando pasar primero a su compañera, y entró después de ella. Sus respiraciones estaban agitadas por la carrera, y para empeorarlo, la tienda estaba completamente a oscuras. Pero olía a dulce.
-¿Dónde estamos? –preguntó ella.
-Parece… parece que estamos en una tienda de golosinas. Da igual –se giró hacia ella-. Venga, date prisa, teletraspórtanos a casa.
La chica asintió en la oscuridad, y abrió su puño. Las llaves brillaban con lucidez, dejándose ver entre la penumbra, creando sombras en las caras de ambos. Los ojos negros de él absorbieron los colores que desprendían, creando un efecto especial en ellos. Volvió a cerrar la mano, y la joven, antes de teletransportarse, abrió la caja de plástico de las llaves de golosina, dejando escapar algunas, rellenas completamente de azúcar, se las guardó en los bolsillos y tendió su mano hacia la de él, que la miraba con extrañeza, poniendo los ojos en blanco.
-¿En un momento como este y te pones a coger golosinas?
-Es que me entró el hambre…
El chico suspiró, ambos se cogieron las manos, y desaparecieron de la tienda.
Lo que no sabían era que las llaves especiales habían resbalado de la mano de la chica, quedándose encerrada en el cubículo de las golosinas…
miércoles, 30 de noviembre de 2011
lunes, 22 de agosto de 2011
Capítulo 92 (E)
Me quedé mirando al chico joven anonadada, al igual que Kira.
¿Ethan?
Cruzamos la pequeña carretera hacia él.
Cuando nuestra sombra se proyectó a sus pies, el chico alzó la mirada.
Sí, eran exactamente los mismos ojos color celeste de Damen. Y el pelo, también como el de éste, pero de un color negro prácticamente azulado. Pero los rasgos físicos eran casi idénticos, aunque más maduros.
Nos miró con indiferencia y vio hacia otro lado, pero al ver que no nos movíamos, volvió otra vez la cabeza hacia nosotras.
-¿Tengo monos en la cara o qué?
La misma arrogancia. Era obvio.
-¿Esperas a alguien? –pregunté.
-¿Importa mucho?
-Quizá, depende de quién seas.
Alzó las cejas sorprendido, se incorporó y se cruzó de brazos.
-Perdona, niña, vosotras habéis venido a molestarme con preguntas elocuentes sobre mi situación… ¿Acaso te he pedido algo?
-No, pero sé que en algún momento lo harás.
-Vale, eso sí que me acaba de acojonar. ¿Quién eres?
-¿Conoces a Damen?
-¿Cómo eres capaz de cambiar de tema casi al momento?
-¿Lo conoces o no?
-Depende de a qué Damen te refieras. Hay muchos en el mundo.
-Un chico con tus ojos, y de un extraño pelo plateado…
-Entonces quizá sí. ¿Y tú quién…?
-Soy su novia. Y ella es Kira, su demonio –Kira sonrió y saludó con la mano-. ¿No me recuerdas, Ethan?
El chico nos miró alternativamente con los ojos muy abiertos.
-Esto… a riesgo de meter la pata hasta el mismísimo fondo… Por casualidad, ¿tú no serás Kate?
Sonreí ampliamente y asentí. Por primera vez, el hermano de Damen también sonrió.
-Vaya, vaya, quién lo hubiera dicho. La verdad te recordaba como una niña regordeta de diez años que le faltaban algunos dientes, pero veo… -me miró de arriba abajo-. Hum, veo que te has vuelto una mujer bastante guapa…
-Esto… gracias, supongo.
La verdad es que me incomodaba recibir cumplidos de otra gente que no fuera Damen o mis padres, y mucho menos del hermano de mi novio.
-¿Y a qué esperas? –preguntó Kira.
-Bueno… a que abra la tienda. Pensaba darle una sorpresa a mi hermanito pequeño, pero esta cosa no abre. Y ya son las once de la mañana.
-Pero Ethan… -repliqué-. ¿No te has preguntado antes de hablar contigo, por qué te estábamos mirando?
-¿Qué quieres decir?
-A ver… Los ángeles son invisibles…
-¡Ja! Ay, Kate, claro, perdona. No recordaba que hacía muchísimo tiempo que no hablábamos. No soy un ángel corriente. Soy un ángel Poder desde hace algún tiempo. Concretamente soy el jefe de los ángeles Poderes.
Me quedé con la boca abierta. Sabía que Damen y Ethan siempre habían rivalizado como los hermanos que eran, pero es que esto… esto superaba los límites.
-¿Es porque Damen lo es de los Dominios?
-¿Qué Damen es qué? –preguntó confuso.
De modo que no era rivalidad, sino una jugarreta del destino. Curioso.
-Hum, bueno, da igual. Ahora mismo Damen está durmiendo, pero si quieres venir con Kira y conmigo a dar una vuelta…
-Aceptaré gustoso tu oferta –y sonrió ampliamente.
Le devolví la sonrisa y los tres empezamos a andar.
¿Ethan?
Cruzamos la pequeña carretera hacia él.
Cuando nuestra sombra se proyectó a sus pies, el chico alzó la mirada.
Sí, eran exactamente los mismos ojos color celeste de Damen. Y el pelo, también como el de éste, pero de un color negro prácticamente azulado. Pero los rasgos físicos eran casi idénticos, aunque más maduros.
Nos miró con indiferencia y vio hacia otro lado, pero al ver que no nos movíamos, volvió otra vez la cabeza hacia nosotras.
-¿Tengo monos en la cara o qué?
La misma arrogancia. Era obvio.
-¿Esperas a alguien? –pregunté.
-¿Importa mucho?
-Quizá, depende de quién seas.
Alzó las cejas sorprendido, se incorporó y se cruzó de brazos.
-Perdona, niña, vosotras habéis venido a molestarme con preguntas elocuentes sobre mi situación… ¿Acaso te he pedido algo?
-No, pero sé que en algún momento lo harás.
-Vale, eso sí que me acaba de acojonar. ¿Quién eres?
-¿Conoces a Damen?
-¿Cómo eres capaz de cambiar de tema casi al momento?
-¿Lo conoces o no?
-Depende de a qué Damen te refieras. Hay muchos en el mundo.
-Un chico con tus ojos, y de un extraño pelo plateado…
-Entonces quizá sí. ¿Y tú quién…?
-Soy su novia. Y ella es Kira, su demonio –Kira sonrió y saludó con la mano-. ¿No me recuerdas, Ethan?
El chico nos miró alternativamente con los ojos muy abiertos.
-Esto… a riesgo de meter la pata hasta el mismísimo fondo… Por casualidad, ¿tú no serás Kate?
Sonreí ampliamente y asentí. Por primera vez, el hermano de Damen también sonrió.
-Vaya, vaya, quién lo hubiera dicho. La verdad te recordaba como una niña regordeta de diez años que le faltaban algunos dientes, pero veo… -me miró de arriba abajo-. Hum, veo que te has vuelto una mujer bastante guapa…
-Esto… gracias, supongo.
La verdad es que me incomodaba recibir cumplidos de otra gente que no fuera Damen o mis padres, y mucho menos del hermano de mi novio.
-¿Y a qué esperas? –preguntó Kira.
-Bueno… a que abra la tienda. Pensaba darle una sorpresa a mi hermanito pequeño, pero esta cosa no abre. Y ya son las once de la mañana.
-Pero Ethan… -repliqué-. ¿No te has preguntado antes de hablar contigo, por qué te estábamos mirando?
-¿Qué quieres decir?
-A ver… Los ángeles son invisibles…
-¡Ja! Ay, Kate, claro, perdona. No recordaba que hacía muchísimo tiempo que no hablábamos. No soy un ángel corriente. Soy un ángel Poder desde hace algún tiempo. Concretamente soy el jefe de los ángeles Poderes.
Me quedé con la boca abierta. Sabía que Damen y Ethan siempre habían rivalizado como los hermanos que eran, pero es que esto… esto superaba los límites.
-¿Es porque Damen lo es de los Dominios?
-¿Qué Damen es qué? –preguntó confuso.
De modo que no era rivalidad, sino una jugarreta del destino. Curioso.
-Hum, bueno, da igual. Ahora mismo Damen está durmiendo, pero si quieres venir con Kira y conmigo a dar una vuelta…
-Aceptaré gustoso tu oferta –y sonrió ampliamente.
Le devolví la sonrisa y los tres empezamos a andar.
martes, 12 de julio de 2011
Capítulo 91 (D)---(E)
Me ocultaba algo. Lo percibía en todos mis sentidos. Pero estaba seguro que no me lo iba a decir. Entonces debía de ser grave. Pero confiaba ciegamente en ella.
Después de desayunar los tres en la mesa y darle la comida al gato peludo, me acosté en cama.
La verdad es que el cansancio podía conmigo.
(E)Damen tenía unas ojeras horribles del cansancio. El pobre debía de estar pasándolo fatal, y más a mi favor para no decirle lo del bebé y preocuparle el doble.
Estaba sentada en el sofá, con mi portátil en las rodillas, cuando Kira se colocó a mi lado. Todavía estaba en su forma humana.
-Elisa… ¿estás bien? –me preguntó preocupada. La miré.
-¿Yo? ¿Por qué me lo preguntas?
-Últimamente estás muy rara. Damen lo nota. Y yo también.
Me había pillado. Suspiré. Quizá con sólo decírselo a Kira no pasaría nada.
Dejé el ordenador a un lado.
-Está bien, pero prométeme que no se lo dirás a Damen, por favor.
-Promesa de meñique –alzó el dedo meñique, y yo sonreí. La imité, y entrelazamos los dedos.
-Bien, Kira… Estoy… hum… embarazada.
Se me quedó mirando con los ojos muy abiertos. Pero luego sonrió abiertamente.
-¡¿De verdad?! –asentí-. ¡¡Bien!! ¡Un niño!
-Ssshh… ¡Kira, no grites tanto! –susurré-. Ya sabes…
-Ya, no te preocupes. Yo, calladita –me miró la barriga-. ¿Puedo oírle?
-Hum, no sé si se escuchará mucho, pero puedes probar.
Pegó la oreja en mi estómago, y cerró los ojos.
-Percibo… una débil vitalidad –murmuró-. Y me gusta.
Sonreí.
-Kira, ¿te apetece ir a dar una vuelta? Aunque sea domingo y no haya nada abierto, podemos ir a tomar el aire.
-¡Sí!
Ambas nos levantamos, cogimos las chaquetas y nos fuimos. Hacía, la verdad, un frío horrible en la calle propia del invierno.
Kira se entretuvo persiguiendo a una paloma blanca que andaba por el suelo, pero al ver a la niña, el ave alzó el vuelo.
-Oh –murmuró Kira.
Sonreí. Entonces, miré hacia otro lado. Mis ojos se encontraron con una persona apoyada en la pared de una tienda, mirando constantemente el reloj, como si esperase a alguien, o esperando a que la tienda se abriese. El problema era su físico…
-¿Pero qué…? –susurré. Kira lo miró también, y se le desencajó la mandíbula. Lo señaló con un dedo tembloroso.
No podía ser. Simplemente…
Después de desayunar los tres en la mesa y darle la comida al gato peludo, me acosté en cama.
La verdad es que el cansancio podía conmigo.
(E)Damen tenía unas ojeras horribles del cansancio. El pobre debía de estar pasándolo fatal, y más a mi favor para no decirle lo del bebé y preocuparle el doble.
Estaba sentada en el sofá, con mi portátil en las rodillas, cuando Kira se colocó a mi lado. Todavía estaba en su forma humana.
-Elisa… ¿estás bien? –me preguntó preocupada. La miré.
-¿Yo? ¿Por qué me lo preguntas?
-Últimamente estás muy rara. Damen lo nota. Y yo también.
Me había pillado. Suspiré. Quizá con sólo decírselo a Kira no pasaría nada.
Dejé el ordenador a un lado.
-Está bien, pero prométeme que no se lo dirás a Damen, por favor.
-Promesa de meñique –alzó el dedo meñique, y yo sonreí. La imité, y entrelazamos los dedos.
-Bien, Kira… Estoy… hum… embarazada.
Se me quedó mirando con los ojos muy abiertos. Pero luego sonrió abiertamente.
-¡¿De verdad?! –asentí-. ¡¡Bien!! ¡Un niño!
-Ssshh… ¡Kira, no grites tanto! –susurré-. Ya sabes…
-Ya, no te preocupes. Yo, calladita –me miró la barriga-. ¿Puedo oírle?
-Hum, no sé si se escuchará mucho, pero puedes probar.
Pegó la oreja en mi estómago, y cerró los ojos.
-Percibo… una débil vitalidad –murmuró-. Y me gusta.
Sonreí.
-Kira, ¿te apetece ir a dar una vuelta? Aunque sea domingo y no haya nada abierto, podemos ir a tomar el aire.
-¡Sí!
Ambas nos levantamos, cogimos las chaquetas y nos fuimos. Hacía, la verdad, un frío horrible en la calle propia del invierno.
Kira se entretuvo persiguiendo a una paloma blanca que andaba por el suelo, pero al ver a la niña, el ave alzó el vuelo.
-Oh –murmuró Kira.
Sonreí. Entonces, miré hacia otro lado. Mis ojos se encontraron con una persona apoyada en la pared de una tienda, mirando constantemente el reloj, como si esperase a alguien, o esperando a que la tienda se abriese. El problema era su físico…
-¿Pero qué…? –susurré. Kira lo miró también, y se le desencajó la mandíbula. Lo señaló con un dedo tembloroso.
No podía ser. Simplemente…
sábado, 11 de junio de 2011
Capítulo 90 (E)
Por la mañana, fui hacia el salón dónde Jack y su mujer, Amanda, esperaban sentados, junto con sus dos mellizos.
Jack nos contó que se habían conocido en Italia, y se habían casado hace dos años. Damen, por ayudar a su amigo, había hecho inmortal a Amanda dándole de beber su sangre, para que pasara toda la eternidad al lado de Jack. Desde entonces, el líder había mandado a otros Dominios a Italia y Jack se trasladó aquí. Y nos habían dado una gratificante noticia: Amanda estuvo embarazada hace un año. Damen estaba asustado porque no sabía cómo serían éstos: era la primera vez que un Dominio tenía hijos. Pero para la sorpresa de todos, los mellizos eran completamente humanos, normales y corrientes, pero con sangre de ángel en las venas. Tenían un niño, de pelo marrón chocolate como la madre y ojos verdes, y una niña rubita como Jack con los mismos ojos de su hermano y su padre.
Debía decir que últimamente yo no me encontraba bien, y sabía perfectamente por qué, también.
Cuando les llevé los cafés, con Yin Yang –ya bastante viejo- detrás de mí siguiéndome, y me iba a sentar, me entraron arcadas.
-Perdonadme –exclamé mientras iba al baño.
Cuando terminé de revolver, con cuidado me limpié bien y volví al salón.
Jack y Amanda me miraban preocupados. Los mellizos fueron hacia Yin Yang y jugaron con él. Me senté con un suspiro.
-Elisa… -susurró Jack.
-Si me vas a repetir que se lo diga a Damen, lo haré. Pero en otro momento.
Ambos se cruzaron de brazos y fruncieron el ceño. Volví a suspirar.
-¿No crees que se dará cuenta tarde o temprano? –Preguntó Amanda, y me puso una mano en el hombro-. Elisa, no podrás esconderlo siempre.
-Lo sé, Amanda, pero es que tengo miedo de… No sé cómo se lo tomará. No le gustan los niños. ¿Y si no quiere tenerlo? ¿Con que cara le digo que vamos a tener uno?
No dijeron nada. Yin Yang corrió por el salón intentando escapar de los dos monstruitos de un año que le seguían.
-Vamos… prométenos que se lo dirás. O lo haces tú, o lo hago yo.
-Jack, no me hagas esto.
-Tú eliges. ¿Cómo crees que se lo tomará mejor? ¿De ti o de mí?
Apreté los dientes, pero asentí.
-Vale, cuando vuelva, se lo digo.
-Muy bien.
Para mi malísima suerte, oímos el tintineo de unas llaves en la cerradura de la puerta. Ésta se abrió, dejando pasar a Damen y a Kira en su forma de demonio.
Al ver a los niños, Kira se transformó con cuidado, haciendo desaparecer sus alas y cola, pues nadie quería que los mellizos supieran sobre el mundo fantástico en el que estaban metidos.
Cerraron la puerta detrás de ellos.
-¡Hola! –saludaron Jack y Amanda.
Damen sonrió, y les saludó con la cabeza. Los mellizos, al verle, fueron a sus brazos.
-¡Tío Damen! –gritaron.
Éste les dio un breve abrazo y les revolvió el pelo con cariño, mirándome de reojo de vez en cuando. Luego jugaron con Kira. Miré a Jack; éste me indicaba disimuladamente que se lo dijera. Respiré hondo.
-¿Ocurre algo? –Preguntó Damen con el ceño fruncido-. ¿Por qué estáis todos tan callados?
-Damen… tengo que decirte algo –murmuré.
Se cruzó de brazos y respiró hondo. Me hizo una señal con la cabeza para que empezara, pero me paralicé. Alzó una ceja.
-Estoy esperando.
-Yo… hum…
Jack se levantó del sofá.
-Damen, tienes que saber que…
Corrí hacia él y le tapé la boca.
-Tienes que saber que… que… que te tienes… ¡Que te tienes que cortar el pelo! Damen, por favor, pareces un hippie…
Me miró interrogativo. En realidad tenía el pelo perfectamente cortado. Ejem.
Suspiró, y puso los ojos en blanco. Amanda se levantó.
-Bueno, Jack y yo tenemos que irnos ya… ¡Niños! –los mellizos corrieron hacia su madre. Se me hizo un nudo en el estómago-. Hasta mañana, chicos.
Jack me lanzó una última mirada, y los cuatro se fueron.
Jack nos contó que se habían conocido en Italia, y se habían casado hace dos años. Damen, por ayudar a su amigo, había hecho inmortal a Amanda dándole de beber su sangre, para que pasara toda la eternidad al lado de Jack. Desde entonces, el líder había mandado a otros Dominios a Italia y Jack se trasladó aquí. Y nos habían dado una gratificante noticia: Amanda estuvo embarazada hace un año. Damen estaba asustado porque no sabía cómo serían éstos: era la primera vez que un Dominio tenía hijos. Pero para la sorpresa de todos, los mellizos eran completamente humanos, normales y corrientes, pero con sangre de ángel en las venas. Tenían un niño, de pelo marrón chocolate como la madre y ojos verdes, y una niña rubita como Jack con los mismos ojos de su hermano y su padre.
Debía decir que últimamente yo no me encontraba bien, y sabía perfectamente por qué, también.
Cuando les llevé los cafés, con Yin Yang –ya bastante viejo- detrás de mí siguiéndome, y me iba a sentar, me entraron arcadas.
-Perdonadme –exclamé mientras iba al baño.
Cuando terminé de revolver, con cuidado me limpié bien y volví al salón.
Jack y Amanda me miraban preocupados. Los mellizos fueron hacia Yin Yang y jugaron con él. Me senté con un suspiro.
-Elisa… -susurró Jack.
-Si me vas a repetir que se lo diga a Damen, lo haré. Pero en otro momento.
Ambos se cruzaron de brazos y fruncieron el ceño. Volví a suspirar.
-¿No crees que se dará cuenta tarde o temprano? –Preguntó Amanda, y me puso una mano en el hombro-. Elisa, no podrás esconderlo siempre.
-Lo sé, Amanda, pero es que tengo miedo de… No sé cómo se lo tomará. No le gustan los niños. ¿Y si no quiere tenerlo? ¿Con que cara le digo que vamos a tener uno?
No dijeron nada. Yin Yang corrió por el salón intentando escapar de los dos monstruitos de un año que le seguían.
-Vamos… prométenos que se lo dirás. O lo haces tú, o lo hago yo.
-Jack, no me hagas esto.
-Tú eliges. ¿Cómo crees que se lo tomará mejor? ¿De ti o de mí?
Apreté los dientes, pero asentí.
-Vale, cuando vuelva, se lo digo.
-Muy bien.
Para mi malísima suerte, oímos el tintineo de unas llaves en la cerradura de la puerta. Ésta se abrió, dejando pasar a Damen y a Kira en su forma de demonio.
Al ver a los niños, Kira se transformó con cuidado, haciendo desaparecer sus alas y cola, pues nadie quería que los mellizos supieran sobre el mundo fantástico en el que estaban metidos.
Cerraron la puerta detrás de ellos.
-¡Hola! –saludaron Jack y Amanda.
Damen sonrió, y les saludó con la cabeza. Los mellizos, al verle, fueron a sus brazos.
-¡Tío Damen! –gritaron.
Éste les dio un breve abrazo y les revolvió el pelo con cariño, mirándome de reojo de vez en cuando. Luego jugaron con Kira. Miré a Jack; éste me indicaba disimuladamente que se lo dijera. Respiré hondo.
-¿Ocurre algo? –Preguntó Damen con el ceño fruncido-. ¿Por qué estáis todos tan callados?
-Damen… tengo que decirte algo –murmuré.
Se cruzó de brazos y respiró hondo. Me hizo una señal con la cabeza para que empezara, pero me paralicé. Alzó una ceja.
-Estoy esperando.
-Yo… hum…
Jack se levantó del sofá.
-Damen, tienes que saber que…
Corrí hacia él y le tapé la boca.
-Tienes que saber que… que… que te tienes… ¡Que te tienes que cortar el pelo! Damen, por favor, pareces un hippie…
Me miró interrogativo. En realidad tenía el pelo perfectamente cortado. Ejem.
Suspiró, y puso los ojos en blanco. Amanda se levantó.
-Bueno, Jack y yo tenemos que irnos ya… ¡Niños! –los mellizos corrieron hacia su madre. Se me hizo un nudo en el estómago-. Hasta mañana, chicos.
Jack me lanzó una última mirada, y los cuatro se fueron.
sábado, 4 de junio de 2011
Night of Angels: T3 Capítulo 89 (D)
Me escondí en las sombras. Corrí de un lado para otro, asustando a mi presa.
Notaba su miedo y ansiedad, y aunque parezca raro, me gustaba esa sensación. Que me temieran.
Después de todos los seres con los que hemos eliminado yo y mis ángeles, por fin han empezado a acojonarse de verdad. Y cada vez éramos más.
El demonio, que tenía forma de persona normal pero con el pelo teñido de rosa fucsia, corrió por el callejón, persiguiendo a una chica joven.
Cuando ya la tenía acorralada, se abalanzó sobre ella, y justo cuando iba a hacerle daño de verdad, le cogí el cuello del jersey y le estampé contra la pared.
-¿Qué…? –murmuró mirándome con los ojos dilatados del miedo.
Sonreí tétricamente.
-¿No sabes que no se le hace daño a las personas? Porque deberías –lo tiré al suelo de un golpe.
Me acerqué a él y le puse un pie sobre el pecho, impidiéndole incorporarse y respirar. Gimió de dolor.
-¡Basta, por favor! ¡Te juro que…!
De la nada, creé un puñal y se lo clavé en el corazón, sin dejarle explicarse. Ya me conocía demasiado sus trucos. Se desintegró en polvo. Me volví hacia la chica, que estaba encogida en la pared.
-No voy a hacerte daño, pero piénsatelo dos veces antes de ir por callejones oscuros de noche –dije.
-Tú… ¿cómo…? ¿Has… cómo hiciste lo del cuchillo? ¿Qué eres?
-Créeme, no te gustaría saberlo. Y ahora estate quietecita.
Me remangué las mangas de la camisa hasta los codos, le toqué la frente y absorbí sus recuerdos de estos últimos cinco minutos. Luego me largué de allí.
Mientras iba por la calle ausente de personas e iluminada por las farolas, decidí que sería mejor sacar a mi demonio de su sueño. Frené el paso, y cogí el colgante que colgaba de mi cuello.
-Kira, sal –susurré.
El colgante se tornó de un azul cielo y una especie de espíritu salió de él, hasta caer al suelo y convertirse en una niña de diez años con alas de murciélago y cola acabada en flecha.
Me miró con ojos soñolientos, y bostezó, estirándose todo lo que pudo.
-Damen –murmuró-. Ya era hora. Estaba muy aburrida…
Había pasado ya dos años desde que Kira había decidido ser nuestra demonio por voluntad propia, y siempre me ayudaba en las peleas.
-Lo siento, tuve que ocuparme de un asunto.
Empecé a andar otra vez, y Kira me siguió con los brazos cruzados detrás de la espalda, sonriendo ampliamente.
-No se te ve muy contento –dijo al cabo de unos segundos.
Guardé las manos en los bolsillos del pantalón y me encogí de hombros.
-Es por Elisa, ¿verdad?
Suspiré, y asentí.
-Damen, ya sabes que a lo mejor sólo está pasando por un período complicado para ella. Eso que tienen las humanas cada mes… -me reí, y Kira me miró con el ceño fruncido-. No entiendo cómo puede tenerlo si es tan inmortal como nosotros… -se cruzó de brazos, y suspiró.
-No es tan inmortal como nosotros, Kira. Ella sigue siendo una humana normal y corriente, sólo que no envejece.
-Ah.
La miré. Ella también estaba preocupada por Elisa.
Yo lo único que quería era volver a casa. El cansancio me estaba matando.
Notaba su miedo y ansiedad, y aunque parezca raro, me gustaba esa sensación. Que me temieran.
Después de todos los seres con los que hemos eliminado yo y mis ángeles, por fin han empezado a acojonarse de verdad. Y cada vez éramos más.
El demonio, que tenía forma de persona normal pero con el pelo teñido de rosa fucsia, corrió por el callejón, persiguiendo a una chica joven.
Cuando ya la tenía acorralada, se abalanzó sobre ella, y justo cuando iba a hacerle daño de verdad, le cogí el cuello del jersey y le estampé contra la pared.
-¿Qué…? –murmuró mirándome con los ojos dilatados del miedo.
Sonreí tétricamente.
-¿No sabes que no se le hace daño a las personas? Porque deberías –lo tiré al suelo de un golpe.
Me acerqué a él y le puse un pie sobre el pecho, impidiéndole incorporarse y respirar. Gimió de dolor.
-¡Basta, por favor! ¡Te juro que…!
De la nada, creé un puñal y se lo clavé en el corazón, sin dejarle explicarse. Ya me conocía demasiado sus trucos. Se desintegró en polvo. Me volví hacia la chica, que estaba encogida en la pared.
-No voy a hacerte daño, pero piénsatelo dos veces antes de ir por callejones oscuros de noche –dije.
-Tú… ¿cómo…? ¿Has… cómo hiciste lo del cuchillo? ¿Qué eres?
-Créeme, no te gustaría saberlo. Y ahora estate quietecita.
Me remangué las mangas de la camisa hasta los codos, le toqué la frente y absorbí sus recuerdos de estos últimos cinco minutos. Luego me largué de allí.
Mientras iba por la calle ausente de personas e iluminada por las farolas, decidí que sería mejor sacar a mi demonio de su sueño. Frené el paso, y cogí el colgante que colgaba de mi cuello.
-Kira, sal –susurré.
El colgante se tornó de un azul cielo y una especie de espíritu salió de él, hasta caer al suelo y convertirse en una niña de diez años con alas de murciélago y cola acabada en flecha.
Me miró con ojos soñolientos, y bostezó, estirándose todo lo que pudo.
-Damen –murmuró-. Ya era hora. Estaba muy aburrida…
Había pasado ya dos años desde que Kira había decidido ser nuestra demonio por voluntad propia, y siempre me ayudaba en las peleas.
-Lo siento, tuve que ocuparme de un asunto.
Empecé a andar otra vez, y Kira me siguió con los brazos cruzados detrás de la espalda, sonriendo ampliamente.
-No se te ve muy contento –dijo al cabo de unos segundos.
Guardé las manos en los bolsillos del pantalón y me encogí de hombros.
-Es por Elisa, ¿verdad?
Suspiré, y asentí.
-Damen, ya sabes que a lo mejor sólo está pasando por un período complicado para ella. Eso que tienen las humanas cada mes… -me reí, y Kira me miró con el ceño fruncido-. No entiendo cómo puede tenerlo si es tan inmortal como nosotros… -se cruzó de brazos, y suspiró.
-No es tan inmortal como nosotros, Kira. Ella sigue siendo una humana normal y corriente, sólo que no envejece.
-Ah.
La miré. Ella también estaba preocupada por Elisa.
Yo lo único que quería era volver a casa. El cansancio me estaba matando.
domingo, 29 de mayo de 2011
Capítulo 88 (E)
Después del viaje hasta casa, Damen se encontró con una gran sorpresa…
Todos los Dominios estaban tan felices en un bar extraño al que Damen frecuentaba ahora, como si no hubiera pasado nada… Incluso Penny no se lo creía.
Lo mejor de todo fue, que en medio de los ángeles, había uno en especial…
-¡¡¡¡Jack!!!! –gritó Damen sonriente.
Éste se volvió con una copa en la mano, y sonrió. La alzó a modo de saludo.
-Hey.
Damen se lanzó hacia él, despeinándole por completo el pelo con la mano. Jack se quejó.
-¡Ay! ¿Pero qué haces? ¡No sé qué os pasa a todos últimamente, pero vamos, que no es normal!
Damen ignoró su comentario, y sonrió ampliamente. Yo también corrí hacia él, abrazándole.
-¡Jack! –sollocé.
Jack también me abrazó, pero extrañado.
-No sé qué porras os pasa, pero bueno, supongo que…
Damen y yo nos miramos confusos, pero entonces entendimos.
Al acabar con Keiran en el pasado, nada de lo que hizo él en el futuro llegó a ocurrir.
Después de todo esto, ya que nadie recordaba nada, excepto nosotros y Penny, nos fuimos a casa, increíblemente contentos.
Por la noche, Kira, con Yin Yang en brazos, nos pidió expresamente hablar con nosotros.
Sentados en el sofá, Kira se nos acercó con los brazos cruzados detrás de la espalda, con una enorme sonrisa en la cara.
-¿Qué pasa, Kira? –preguntó Damen.
-Hum. ¡Tengo una sorpresa!
-¿Y cuál es? –pregunté con dulzura. Yin Yang maulló, y le acaricié la cabeza. Se ve que Penny se había encargado de él mientras estábamos fuera.
Sacó las manos de detrás de la espalda con los puños cerrados. Los alzó delante de nosotros, y con las muñecas hacia arriba, los abrió. En cada uno, había un collar con un colgante en forma de esfera brillante. Nos tendió uno a cada uno. Los cogimos y los miramos.
-¿Y esto?
-Quiero que ambos seáis mis amos. Así podré ayudaros cuando deseéis, y yo os ayudaré encantada. Anulé mi lazo con mi antiguo amo, que me trataba muy mal, y quiero que vosotros os quedéis conmigo.
Damen y yo nos miramos un poco preocupados, pero parecía que para ella era algo fantástico. Asentí.
-No hay problema, Kira. Seremos tus… esto…
-Amos –completó ella por mí, con una sonrisa-. Si os los colocáis, empezaréis a serlo. Podréis convocarme llamándome por mi nombre, y yo simplemente saldré de los collares y os ayudaré. Así que ya no me hace falta dormir en el cuarto; dormiré en los colgantes.
Ambos nos colocamos los colgantes, y Kira bostezó.
-Hum… puedes… irte a dormir cuando quieras, Kira –dijo Damen.
-Gracias, Damen –dijo, cerró los ojos, y empezó a desvanecerse, convirtiéndose en una especie de espíritu que entró en el colgante de éste. Le miré.
-Vaya, ¿ves? Te dije que no te arrepentirías de tenerla con nosotros.
Puso los ojos en blanco, pero sonrió también.
-Lo que tú digas, mi vida.
Todos los Dominios estaban tan felices en un bar extraño al que Damen frecuentaba ahora, como si no hubiera pasado nada… Incluso Penny no se lo creía.
Lo mejor de todo fue, que en medio de los ángeles, había uno en especial…
-¡¡¡¡Jack!!!! –gritó Damen sonriente.
Éste se volvió con una copa en la mano, y sonrió. La alzó a modo de saludo.
-Hey.
Damen se lanzó hacia él, despeinándole por completo el pelo con la mano. Jack se quejó.
-¡Ay! ¿Pero qué haces? ¡No sé qué os pasa a todos últimamente, pero vamos, que no es normal!
Damen ignoró su comentario, y sonrió ampliamente. Yo también corrí hacia él, abrazándole.
-¡Jack! –sollocé.
Jack también me abrazó, pero extrañado.
-No sé qué porras os pasa, pero bueno, supongo que…
Damen y yo nos miramos confusos, pero entonces entendimos.
Al acabar con Keiran en el pasado, nada de lo que hizo él en el futuro llegó a ocurrir.
Después de todo esto, ya que nadie recordaba nada, excepto nosotros y Penny, nos fuimos a casa, increíblemente contentos.
Por la noche, Kira, con Yin Yang en brazos, nos pidió expresamente hablar con nosotros.
Sentados en el sofá, Kira se nos acercó con los brazos cruzados detrás de la espalda, con una enorme sonrisa en la cara.
-¿Qué pasa, Kira? –preguntó Damen.
-Hum. ¡Tengo una sorpresa!
-¿Y cuál es? –pregunté con dulzura. Yin Yang maulló, y le acaricié la cabeza. Se ve que Penny se había encargado de él mientras estábamos fuera.
Sacó las manos de detrás de la espalda con los puños cerrados. Los alzó delante de nosotros, y con las muñecas hacia arriba, los abrió. En cada uno, había un collar con un colgante en forma de esfera brillante. Nos tendió uno a cada uno. Los cogimos y los miramos.
-¿Y esto?
-Quiero que ambos seáis mis amos. Así podré ayudaros cuando deseéis, y yo os ayudaré encantada. Anulé mi lazo con mi antiguo amo, que me trataba muy mal, y quiero que vosotros os quedéis conmigo.
Damen y yo nos miramos un poco preocupados, pero parecía que para ella era algo fantástico. Asentí.
-No hay problema, Kira. Seremos tus… esto…
-Amos –completó ella por mí, con una sonrisa-. Si os los colocáis, empezaréis a serlo. Podréis convocarme llamándome por mi nombre, y yo simplemente saldré de los collares y os ayudaré. Así que ya no me hace falta dormir en el cuarto; dormiré en los colgantes.
Ambos nos colocamos los colgantes, y Kira bostezó.
-Hum… puedes… irte a dormir cuando quieras, Kira –dijo Damen.
-Gracias, Damen –dijo, cerró los ojos, y empezó a desvanecerse, convirtiéndose en una especie de espíritu que entró en el colgante de éste. Le miré.
-Vaya, ¿ves? Te dije que no te arrepentirías de tenerla con nosotros.
Puso los ojos en blanco, pero sonrió también.
-Lo que tú digas, mi vida.
martes, 24 de mayo de 2011
Capítulo 87 (D)
Después de salir del castillo, fuimos otra vez al centro de ese pequeño y extraño pueblo, dónde todos los pasajeros y los residentes hacían fiestas, bailaban y todas esas cosas, así que nos habíamos ido a un pequeño restaurante y tomamos algo allí, pero en la terraza, para ver a la gente. Kira sonreía cada vez que las luces de las pequeñas farolas parpadeaban, y Elisa también reía con ella.
Cuando pasamos muchísimo rato allí, una chica vestida con vaqueros oscuros, una chaqueta y unas enormes gafas de sol (no tan chulas como las mías, ojo) caminó hacia nosotros mientras sacaba fotos al lugar. Reconocí quién era por su pelo rojizo. Me levanté de mi silla.
Alex paró a nuestro lado, y sonrió con la cámara todavía en las manos.
-Alex –dije.
-¡Hey! Aquí estoy.
-¿Y… qué haces con…? –señalé con la mirada la cámara.
-¿Tú qué crees? ¡Sacar fotos a todo esto! Quiero que Jack se muera de envidia… -miró hacia Elisa, que se había levantado y colocado a mi lado, y luego a Kira-. Hum, veo que os habéis encontrado –me miró-. Menos mal, ya me veía contigo recorrer todo el lugar para encontrarlas.
Me reí, y Elisa y Kira sonrieron.
-Bueno, ¿vamos?
-¿Y qué va a pasar con todas estas personas? –preguntó Elisa, preocupada.
Alex se encogió de hombros mientras se guardaba la cámara en el bolsillo.
-No te preocupes. Volverán al tren y creerán que todo esto es un sueño.
-Hum.
Sonreí. Alex se acercó a la pared del restaurante y creó un Portal del tiempo, tan diferente de los míos. Al terminar, nos indicó con la cabeza que nos metiéramos.
-Venga.
Pasaron primero ellas, luego yo y por último Alex, cerrándolo.
Caímos en el internado de ésta, en los jardines delanteros, dónde nos esperaban Jack, Leo y otros hombres vestidos de negro que no reconocía.
Alex fue directamente a los brazos de Jack, enseñándole la cámara con una sonrisa burlona.
-Mira lo que tengo y tú no –dijo medio cantando con voz de niña.
Jack le sonrió con ternura y le dio un beso en los labios.
Desvié la mirada, y me encontré con la de Elisa. Se ruborizó violentamente, y yo sonreí con sorna. Me acerqué a ella y también la besé, un beso un poco más largo que el de Alex y Jack.
Al separarnos, les miré.
-Hey, aquí todos podemos jugar –dije.
Me miraron con las cejas alzadas, y se rieron. Abracé a Elisa.
-Bueno, entonces ya está todo, ¿no? –Dijo Jack, y miró a Alex-. ¿Hace falta que te vayas más?
-No, tranqui. Aquí me quedo.
-Bien, pues será mejor que volvamos a casa –dije, pero reparé en una cosa-. ¿Y Penny?
-La volvimos a llevar a casa…
-Bien. Yo creo que ya tuvimos suficiente por un tiempo…
Elisa cogió la mano de Kira y los tres subimos a mi coche. Cuando cerré la puerta, bajé la ventanilla tintada para ver la cara de esos dos.
-Hum… Damen, creo que… -empezó Alex, miró a Jack, y éste, al sonreír, negó con la cabeza. Ella sonrió y se encogió de hombros-. Bueno, ya verás. ¡Hasta que nos veamos! Que si no me equivoco será dentro de poco…
-Sí –contesté, y sonreí-. Hasta pronto.
-Chao.
Subí la ventanilla y arranqué el coche. Elisa me miró.
-¿Cómo que os volveréis a ver? –preguntó con curiosidad. Yo sonreí.
-Te lo diré cuando llegue el momento, lo juro.
Puso los ojos en blanco, y miró por la ventana. Pero yo me puse a pensar en lo que Alex me iba a decir pero no dijo…
Cuando pasamos muchísimo rato allí, una chica vestida con vaqueros oscuros, una chaqueta y unas enormes gafas de sol (no tan chulas como las mías, ojo) caminó hacia nosotros mientras sacaba fotos al lugar. Reconocí quién era por su pelo rojizo. Me levanté de mi silla.
Alex paró a nuestro lado, y sonrió con la cámara todavía en las manos.
-Alex –dije.
-¡Hey! Aquí estoy.
-¿Y… qué haces con…? –señalé con la mirada la cámara.
-¿Tú qué crees? ¡Sacar fotos a todo esto! Quiero que Jack se muera de envidia… -miró hacia Elisa, que se había levantado y colocado a mi lado, y luego a Kira-. Hum, veo que os habéis encontrado –me miró-. Menos mal, ya me veía contigo recorrer todo el lugar para encontrarlas.
Me reí, y Elisa y Kira sonrieron.
-Bueno, ¿vamos?
-¿Y qué va a pasar con todas estas personas? –preguntó Elisa, preocupada.
Alex se encogió de hombros mientras se guardaba la cámara en el bolsillo.
-No te preocupes. Volverán al tren y creerán que todo esto es un sueño.
-Hum.
Sonreí. Alex se acercó a la pared del restaurante y creó un Portal del tiempo, tan diferente de los míos. Al terminar, nos indicó con la cabeza que nos metiéramos.
-Venga.
Pasaron primero ellas, luego yo y por último Alex, cerrándolo.
Caímos en el internado de ésta, en los jardines delanteros, dónde nos esperaban Jack, Leo y otros hombres vestidos de negro que no reconocía.
Alex fue directamente a los brazos de Jack, enseñándole la cámara con una sonrisa burlona.
-Mira lo que tengo y tú no –dijo medio cantando con voz de niña.
Jack le sonrió con ternura y le dio un beso en los labios.
Desvié la mirada, y me encontré con la de Elisa. Se ruborizó violentamente, y yo sonreí con sorna. Me acerqué a ella y también la besé, un beso un poco más largo que el de Alex y Jack.
Al separarnos, les miré.
-Hey, aquí todos podemos jugar –dije.
Me miraron con las cejas alzadas, y se rieron. Abracé a Elisa.
-Bueno, entonces ya está todo, ¿no? –Dijo Jack, y miró a Alex-. ¿Hace falta que te vayas más?
-No, tranqui. Aquí me quedo.
-Bien, pues será mejor que volvamos a casa –dije, pero reparé en una cosa-. ¿Y Penny?
-La volvimos a llevar a casa…
-Bien. Yo creo que ya tuvimos suficiente por un tiempo…
Elisa cogió la mano de Kira y los tres subimos a mi coche. Cuando cerré la puerta, bajé la ventanilla tintada para ver la cara de esos dos.
-Hum… Damen, creo que… -empezó Alex, miró a Jack, y éste, al sonreír, negó con la cabeza. Ella sonrió y se encogió de hombros-. Bueno, ya verás. ¡Hasta que nos veamos! Que si no me equivoco será dentro de poco…
-Sí –contesté, y sonreí-. Hasta pronto.
-Chao.
Subí la ventanilla y arranqué el coche. Elisa me miró.
-¿Cómo que os volveréis a ver? –preguntó con curiosidad. Yo sonreí.
-Te lo diré cuando llegue el momento, lo juro.
Puso los ojos en blanco, y miró por la ventana. Pero yo me puse a pensar en lo que Alex me iba a decir pero no dijo…
sábado, 14 de mayo de 2011
Capítulo 86 (D)
-Damen –Susurró Elisa-. ¡Damen!
Soltó la espada, que cayó al suelo en un golpe sordo, y empezó a temblar violentamente.
Me asusté. Pensé que le había pasado algo bastante grave.
-Elisa, ¿estás… estás bien?
-Estuve… estuve a punto de… de matarte… -balbuceó.
La cogí de un brazo y la atraje hacia mí, presionándola contra mi pecho con fuerza. Temía que se desvaneciera… o algo. Ella empezó a llorar.
-Ssshh… Va, venga, tranquila, ya está –la consolé.
-¡Casi te mato! –dijo desesperada y con voz temblorosa.
-Ya pasó, amor –murmuré.
Kira consiguió soltarse del hombre que la tenía agarrada y corrió hacia nosotros.
-¡Damen, Elisa!
La miramos, y la abrazamos también, colocándola entre nosotros.
Entonces recordé a Kerian.
-Cógela –le susurré a Elisa, refiriéndome a Kira.
Ella asintió y la cogió en brazos, mientras yo me separaba de ellas. Cogí la espada del suelo y me acerqué a esa asquerosa rata.
Él retrocedió hasta chocar contra la pared, sin quitar el ojo de la espada.
-Hum… Damen, podemos hablar, ya sabes –al ver que yo no reaccionaba, empezó a gritar-. ¡Chicos, cogedle!
Pero ninguno se movió. Estaban paralizados por mí.
-No pueden moverse, Keiran. Y ahora vas a saber lo que es la venganza fría de verdad –le agarré del cuello-. Hum, y tranquilo, le diré a tu hermana que le mandas recuerdos.
Él tragó saliva.
-Da igual. Devon acabará contigo tarde o temprano.
Alcé una ceja ante la mención de Devon, pero le atravesé la hoja por el corazón.
Me aparté casi enseguida de él, y cayó al suelo, ya muerto.
Era demasiado débil. No podía haber hecho todo lo que hizo él solo.
Y sabía perfectamente quién le había ayudado.
-Damen…
Me volví al escuchar la voz de Elisa.
Estaba tapando los ojos de Kira con una mano, para que no viera la escena. Mejor.
Me acerqué a ellas, y le di un beso a Elisa. Al momento hice que le aparecieran unas bailarinas blancas en los pies.
-Vamos, salgamos de aquí.
Según mis cálculos, nos quedaba medio día para que Alex volviera a por nosotros.
Soltó la espada, que cayó al suelo en un golpe sordo, y empezó a temblar violentamente.
Me asusté. Pensé que le había pasado algo bastante grave.
-Elisa, ¿estás… estás bien?
-Estuve… estuve a punto de… de matarte… -balbuceó.
La cogí de un brazo y la atraje hacia mí, presionándola contra mi pecho con fuerza. Temía que se desvaneciera… o algo. Ella empezó a llorar.
-Ssshh… Va, venga, tranquila, ya está –la consolé.
-¡Casi te mato! –dijo desesperada y con voz temblorosa.
-Ya pasó, amor –murmuré.
Kira consiguió soltarse del hombre que la tenía agarrada y corrió hacia nosotros.
-¡Damen, Elisa!
La miramos, y la abrazamos también, colocándola entre nosotros.
Entonces recordé a Kerian.
-Cógela –le susurré a Elisa, refiriéndome a Kira.
Ella asintió y la cogió en brazos, mientras yo me separaba de ellas. Cogí la espada del suelo y me acerqué a esa asquerosa rata.
Él retrocedió hasta chocar contra la pared, sin quitar el ojo de la espada.
-Hum… Damen, podemos hablar, ya sabes –al ver que yo no reaccionaba, empezó a gritar-. ¡Chicos, cogedle!
Pero ninguno se movió. Estaban paralizados por mí.
-No pueden moverse, Keiran. Y ahora vas a saber lo que es la venganza fría de verdad –le agarré del cuello-. Hum, y tranquilo, le diré a tu hermana que le mandas recuerdos.
Él tragó saliva.
-Da igual. Devon acabará contigo tarde o temprano.
Alcé una ceja ante la mención de Devon, pero le atravesé la hoja por el corazón.
Me aparté casi enseguida de él, y cayó al suelo, ya muerto.
Era demasiado débil. No podía haber hecho todo lo que hizo él solo.
Y sabía perfectamente quién le había ayudado.
-Damen…
Me volví al escuchar la voz de Elisa.
Estaba tapando los ojos de Kira con una mano, para que no viera la escena. Mejor.
Me acerqué a ellas, y le di un beso a Elisa. Al momento hice que le aparecieran unas bailarinas blancas en los pies.
-Vamos, salgamos de aquí.
Según mis cálculos, nos quedaba medio día para que Alex volviera a por nosotros.
viernes, 15 de abril de 2011
Capítulo 85 (E)
El chico de pelo extraño sonrió. Y eso le daba un aspecto aterrador…
-No voy a arrodillarme. Tengo demasiado orgullo para eso –dijo.
La niña que estaba a su lado no me quitaba el ojo de encima. Mirándome nostálgica. La cosa es que cada vez que los veía, me daban punzones en la cabeza.
-Muy bien –dijo Keiran-. Tú te lo has buscado. -Me miró-. Elisa, hazme el favor de ir a tu cuarto. Yo voy ahora –dijo las últimas palabras mirando de reojo al chico guapo, y éste se puso tenso. Dejó de sonreír.
El mayordomo se acercó a mí, me cogió delicadamente del codo y me condujo hacia la puerta, y yo seguí mirando al chico, intentando recordar dónde lo había visto… Y él me devolvía la mirada, llena de temor.
-¡Espera!
Interrumpió. Todos le miramos. Adelantó un paso, cerró los ojos, apretó los puños con fuerza y, con un suspiro cansado, se dejó caer de rodillas al suelo.
-¿Contento? –masculló entre dientes.
-Hum, todavía falta hacer una cosa.
Se volvió, cogió una especie de espada de fina hoja y me la tendió.
-Mátale.
-¡¿Qué?!
Me solté de las manos del mayordomo, y retrocedí unos pasos, pero éste no me dejó.
-¡Keiran, no puedo hacer eso! ¡Soy incapaz de matar a nadie! –dije asustada.
-¿Confías en mí, Elisa? Por favor, sabes que yo no haría nada que te perjudicara. Vamos.
Miré la espada un largo rato, y luego a sus oscuros ojos, tan diferentes a los del chico arrodillado.
-Sabes que si muero, Keiran, la raza de los Dominios se extinguirá, y con ellos, tu amada.
Keiran abrió mucho los ojos y le miró furioso.
-Tú lo sabías –dijo-. Sabías quién era yo.
-Después de analizarte mejor, estaba claro. Pero recuerda que fue elección suya, no mía.
Keiran apretó los labios con fuerza, y me hizo una señal con la cabeza.
Al final asentí y cogí la espada.
-¡No!
La niña pequeña fue hacia su… ¿padre? ¿Hermano? Bueno, hacia el chico para protegerle, pero otro mayordomo la cogió por la cintura, agarrándola con fuerza. Ella se revolvió en sus brazos, pataleando, pero no pudo hacer nada.
-¡Damen, no! ¡No, no, no! ¡Elisa, no lo hagas! –lloriqueó-. ¡Damen, puedes defenderte perfectamente! ¡¿Por qué no te defiendes?!
No le hice caso. Me coloqué delante del arrodillado, y él me miró desde abajo.
Lo que más me sorprendió no fue que no dijera nada, sino que parecía… orgulloso. Como si no le importara que estuviera a punto de arrebatarle su vida.
Levanté la espada, con la punta del filo hacia abajo, cerré los ojos, e iba a descargarla sobre él si no fuera porque sus palabras me frenaron.
-Morir a manos de tu amor verdadero. Hum, yo creo que es el sueño de todo amante –susurró para sí con la cabeza gacha, mirando al suelo.
Abrí los ojos despacio, sorprendida. Bajé la mirada hacia su cara. Su pelo plateado caía a ambos lados de ésta, impidiéndome ver sus ojos.
-¿Qué… qué has dicho? –balbuceé-. ¿Tu amor? ¿Crees que yo… soy tu…?
Dejé la frase flotando entre nosotros. Atisbé una sonrisa arrogante en su rostro…
Levantó la cabeza, para luego volver a bajarla.
-Sí. Pero no lo creo; lo sé. No sabes lo que está pasando, Elisabeth. Lo sé todo sobre ti, aunque creas que no.
-Tú no me conoces, no sabes nada acerca de mí –mascullé.
Se rió débilmente.
-Si tú supieras… Sé que te encanta que te llamen por Elisa, porque tu nombre completo te parece demasiado largo. Odias a los hombres idiotas, egoístas y egocéntricos, pero sin embargo, en el fondo, amas a uno más que a tu vida, y ni siquiera lo sabes en estos momentos. Te encanta comer cereales con leche fría por las tardes, y dormir hasta las doce de la mañana. Que te abracen cuando estás triste, incluso que te besen, pero también te gusta estar sola de vez en cuando. Quieres mucho a tu gato, pero siempre le riñes cuando le hace daño a algún ratón o un pájaro. Adoras tu ordenador, y sobre todo hacerme enfadar por cosas insignificantes, pero siempre consigues tranquilizarme con sólo sonreírme. –Hizo una pausa, y susurró-: Que te rodee la cintura con un brazo cuando estás casi dormida, y despertarte con la luz del sol. O que te calle con un beso.
-¿Cómo… cómo sabes todas esas cosas…? Que, por cierto, no creo que…
No sabía qué decir. Me quedé sorprendida por sus palabras. El chico se fue levantando poco a poco a medida que hablaba.
-Tú me enseñaste tantas cosas… La felicidad se puede encontrar en cosas que apenas carecen de importancia. Las cosas hermosas que están siempre ahí y nosotros no nos damos cuenta. Me enseñaste que uno mismo no lo es todo, y otra forma de amar. Que no hacer nada a tu lado lo es todo para mí. Que el sonido de tu voz y la forma con que pronuncias mi nombre entre suspiro y suspiro es suficiente para ponerme la piel de gallina. Que la pronunciación de tu nombre es suficiente para hacerme caer de rodillas. Me has hecho soñar. Y me has hecho más feliz de lo que he sido nunca.
Ya se había levantado, completamente de pie, y ahora era él el que me miraba desde arriba. No sabía qué hacer, qué responder, nada… Me había hipnotizado por completo.
-Por favor, Elisa, no te olvides de mí, porque no podría soportarlo otra vez. Esto es diferente. La primera vez que me olvidaste, yo tampoco te recordaba a ti, y no era consciente de quién eras. Ahora sí. Y me está matando.
¿La primera vez? ¿Es que ya me había pasado antes?
La cabeza me empezó a latir con fuerza. Hasta que varias imágenes se arremolinaron, y pude comprender todo lo que me decía.
-No voy a arrodillarme. Tengo demasiado orgullo para eso –dijo.
La niña que estaba a su lado no me quitaba el ojo de encima. Mirándome nostálgica. La cosa es que cada vez que los veía, me daban punzones en la cabeza.
-Muy bien –dijo Keiran-. Tú te lo has buscado. -Me miró-. Elisa, hazme el favor de ir a tu cuarto. Yo voy ahora –dijo las últimas palabras mirando de reojo al chico guapo, y éste se puso tenso. Dejó de sonreír.
El mayordomo se acercó a mí, me cogió delicadamente del codo y me condujo hacia la puerta, y yo seguí mirando al chico, intentando recordar dónde lo había visto… Y él me devolvía la mirada, llena de temor.
-¡Espera!
Interrumpió. Todos le miramos. Adelantó un paso, cerró los ojos, apretó los puños con fuerza y, con un suspiro cansado, se dejó caer de rodillas al suelo.
-¿Contento? –masculló entre dientes.
-Hum, todavía falta hacer una cosa.
Se volvió, cogió una especie de espada de fina hoja y me la tendió.
-Mátale.
-¡¿Qué?!
Me solté de las manos del mayordomo, y retrocedí unos pasos, pero éste no me dejó.
-¡Keiran, no puedo hacer eso! ¡Soy incapaz de matar a nadie! –dije asustada.
-¿Confías en mí, Elisa? Por favor, sabes que yo no haría nada que te perjudicara. Vamos.
Miré la espada un largo rato, y luego a sus oscuros ojos, tan diferentes a los del chico arrodillado.
-Sabes que si muero, Keiran, la raza de los Dominios se extinguirá, y con ellos, tu amada.
Keiran abrió mucho los ojos y le miró furioso.
-Tú lo sabías –dijo-. Sabías quién era yo.
-Después de analizarte mejor, estaba claro. Pero recuerda que fue elección suya, no mía.
Keiran apretó los labios con fuerza, y me hizo una señal con la cabeza.
Al final asentí y cogí la espada.
-¡No!
La niña pequeña fue hacia su… ¿padre? ¿Hermano? Bueno, hacia el chico para protegerle, pero otro mayordomo la cogió por la cintura, agarrándola con fuerza. Ella se revolvió en sus brazos, pataleando, pero no pudo hacer nada.
-¡Damen, no! ¡No, no, no! ¡Elisa, no lo hagas! –lloriqueó-. ¡Damen, puedes defenderte perfectamente! ¡¿Por qué no te defiendes?!
No le hice caso. Me coloqué delante del arrodillado, y él me miró desde abajo.
Lo que más me sorprendió no fue que no dijera nada, sino que parecía… orgulloso. Como si no le importara que estuviera a punto de arrebatarle su vida.
Levanté la espada, con la punta del filo hacia abajo, cerré los ojos, e iba a descargarla sobre él si no fuera porque sus palabras me frenaron.
-Morir a manos de tu amor verdadero. Hum, yo creo que es el sueño de todo amante –susurró para sí con la cabeza gacha, mirando al suelo.
Abrí los ojos despacio, sorprendida. Bajé la mirada hacia su cara. Su pelo plateado caía a ambos lados de ésta, impidiéndome ver sus ojos.
-¿Qué… qué has dicho? –balbuceé-. ¿Tu amor? ¿Crees que yo… soy tu…?
Dejé la frase flotando entre nosotros. Atisbé una sonrisa arrogante en su rostro…
Levantó la cabeza, para luego volver a bajarla.
-Sí. Pero no lo creo; lo sé. No sabes lo que está pasando, Elisabeth. Lo sé todo sobre ti, aunque creas que no.
-Tú no me conoces, no sabes nada acerca de mí –mascullé.
Se rió débilmente.
-Si tú supieras… Sé que te encanta que te llamen por Elisa, porque tu nombre completo te parece demasiado largo. Odias a los hombres idiotas, egoístas y egocéntricos, pero sin embargo, en el fondo, amas a uno más que a tu vida, y ni siquiera lo sabes en estos momentos. Te encanta comer cereales con leche fría por las tardes, y dormir hasta las doce de la mañana. Que te abracen cuando estás triste, incluso que te besen, pero también te gusta estar sola de vez en cuando. Quieres mucho a tu gato, pero siempre le riñes cuando le hace daño a algún ratón o un pájaro. Adoras tu ordenador, y sobre todo hacerme enfadar por cosas insignificantes, pero siempre consigues tranquilizarme con sólo sonreírme. –Hizo una pausa, y susurró-: Que te rodee la cintura con un brazo cuando estás casi dormida, y despertarte con la luz del sol. O que te calle con un beso.
-¿Cómo… cómo sabes todas esas cosas…? Que, por cierto, no creo que…
No sabía qué decir. Me quedé sorprendida por sus palabras. El chico se fue levantando poco a poco a medida que hablaba.
-Tú me enseñaste tantas cosas… La felicidad se puede encontrar en cosas que apenas carecen de importancia. Las cosas hermosas que están siempre ahí y nosotros no nos damos cuenta. Me enseñaste que uno mismo no lo es todo, y otra forma de amar. Que no hacer nada a tu lado lo es todo para mí. Que el sonido de tu voz y la forma con que pronuncias mi nombre entre suspiro y suspiro es suficiente para ponerme la piel de gallina. Que la pronunciación de tu nombre es suficiente para hacerme caer de rodillas. Me has hecho soñar. Y me has hecho más feliz de lo que he sido nunca.
Ya se había levantado, completamente de pie, y ahora era él el que me miraba desde arriba. No sabía qué hacer, qué responder, nada… Me había hipnotizado por completo.
-Por favor, Elisa, no te olvides de mí, porque no podría soportarlo otra vez. Esto es diferente. La primera vez que me olvidaste, yo tampoco te recordaba a ti, y no era consciente de quién eras. Ahora sí. Y me está matando.
¿La primera vez? ¿Es que ya me había pasado antes?
La cabeza me empezó a latir con fuerza. Hasta que varias imágenes se arremolinaron, y pude comprender todo lo que me decía.
domingo, 27 de marzo de 2011
Capítulo 84 (K)---(D)
Al llegar al comedor, nos paramos. Era enorme, con una gran mesa larga que ocupaba el centro de éste, y muchas sillas a los lados. Y en la cabeza de la mesa, se encontraba un chico joven y rubio. Alzó la mirada, y miró a Damen. Sonrió con una sonrisa torcida.
-Bueno, bueno, bueno. ¿A quién tenemos aquí? Mi querido amigo Damen.
-Tú eres Keiran.
-Sí, en efecto.
-Y sabes que pagarás por lo que le hiciste a mi amigo, ¿verdad?
El chico soltó una carcajada.
-Claro. Pero vamos, sentaos. Aunque la venganza se sirve mejor fría, también es bueno que se haga con el estómago lleno, ¿no crees?
Damen apretó la mandíbula, y ambos nos sentamos en nuestras respectivas sillas.
-Hum, qué raro. ¿Dónde está el hombre gallito del que tanto he oído hablar? –dijo Keiran.
-Dónde está Elisa.
-¡Pero bueno! ¿Por qué crees que está aquí?
-Me tomas el pelo. Hay que ser completamente retrasado mental para no darse cuenta de lo que está pasando.
-Hum. ¿Y no es mejor que primero cenes y luego la veas?
-¡No quiero comer nada! –Damen golpeó la mesa con el puño y se levantó de su asiento, tirando la silla hacia atrás-. ¡Dónde está!
Keiran cerró los ojos y alzó su copa. Bebió un sorbo y la volvió a dejar en la mesa. Sonrió otra vez. Eso me ponía el vello de punta.
-¿Quieres verla? ¿Estás seguro?
-¡Sí, claro que lo estoy!
-Muy bien.
Keiran le hizo un gesto de asentimiento al hombre pálido, y éste salió de la sala.
Después de unos pocos segundos, Elisa apareció por la puerta. Llevaba puesto un vestido blanco de asas que le llegaba hasta las rodillas, con el pelo negro ondulado, y los brazos detrás de la espalda. Iba descalza, como si estuviera en su propia casa. Con ese aspecto parecía una niña pequeña…
(D)Cuando la vi aparecer por la puerta, el corazón se me disparó. Pensé que se me iba a salir del pecho. Estaba guapísima, pero lo que no entendía era por qué Keiran la había vestido y peinado así. Me miraba con esos ojos oscuros llenos de inocencia, como los de una niña.
Luego miró a Keiran, y fue hacia él hasta ponerse a su lado, todavía con las manos detrás de la espalda. Keiran se levantó de su silla.
-Keiran, ¿querías verme? –dijo ella.
-Sí, querida. Quería que conocieras a este chico.
-¡Elisa! –dije sin poderlo evitar-. ¡Elisa, amor, estás bien!
Elisa me miró confusa, y frunció el ceño. Un ligero rubor se expandió por sus mejillas. Estaba… estaba tan hermosa…
-¿Por qué me llama “amor”? ¿Quién es?
Tragué saliva del miedo y el terror que sentía en esos momentos. Una enorme sensación de desasosiego me inundó la espalda, el estómago, las rodillas… Notaba que estaba al borde de las lágrimas.
No, no, no. Por favor, no. Otra vez no. ¡Otra vez no!
-¡¿No me recuerdas?! ¡Elisa, ¿no me recuerdas?! –pregunté con desesperación en la voz. No lo podía evitar.
Que te lo hicieran una vez podía ser soportable, pero dos veces… Era demasiado.
Me acerqué a ella y la agarré por los hombros.
-¡Elisa, soy yo, Damen! ¡Tu Damen! ¡Elisa, por favor!
Me entraron unas ganas irreparables de echarme llorar allí mismo, pero no. No me haría el débil delante de ese malnacido.
Elisa se sacudió mis manos de encima y retrocedió hasta colocarse detrás de Keiran.
Unos celos furiosos aparecieron en mi interior.
-¡No sé quién eres! ¡Déjame! –lloriqueó-. ¡Keiran! ¿Quién es? ¿Por qué me grita?
-Tranquila, cielo. Está bien –le contestó.
Kira se levantó de su silla, y se colocó a mi lado.
-Keiran, no puedes hacerme esto. Primero me quitas a mi mejor amigo, y luego al amor de mi vida. ¡¿Qué te hice yo para que me hagas todo esto?! -Pregunté desesperado.
-¿Qué qué me hiciste? ¡¿Qué qué me hiciste?! ¡Acabar con todo lo que yo quería, eso hiciste!
Así que ya sabes, ojo por ojo. Tú me quitaste a mi amor, yo te quito el tuyo.
-Déjala.
-¿Y qué vas a hacer si no lo hago?... Hum. Espera –miró a Elisa, y luego a mí con una sonrisa diabólica-. Le devolveré sus recuerdos y no la mataré… si te arrodillas.
-Si me arrodillo –repetí anonadado.
Solté una carcajada, y me crucé de brazos, sonriendo con burla.
Lo que me faltaba en esos momentos.
-Bueno, bueno, bueno. ¿A quién tenemos aquí? Mi querido amigo Damen.
-Tú eres Keiran.
-Sí, en efecto.
-Y sabes que pagarás por lo que le hiciste a mi amigo, ¿verdad?
El chico soltó una carcajada.
-Claro. Pero vamos, sentaos. Aunque la venganza se sirve mejor fría, también es bueno que se haga con el estómago lleno, ¿no crees?
Damen apretó la mandíbula, y ambos nos sentamos en nuestras respectivas sillas.
-Hum, qué raro. ¿Dónde está el hombre gallito del que tanto he oído hablar? –dijo Keiran.
-Dónde está Elisa.
-¡Pero bueno! ¿Por qué crees que está aquí?
-Me tomas el pelo. Hay que ser completamente retrasado mental para no darse cuenta de lo que está pasando.
-Hum. ¿Y no es mejor que primero cenes y luego la veas?
-¡No quiero comer nada! –Damen golpeó la mesa con el puño y se levantó de su asiento, tirando la silla hacia atrás-. ¡Dónde está!
Keiran cerró los ojos y alzó su copa. Bebió un sorbo y la volvió a dejar en la mesa. Sonrió otra vez. Eso me ponía el vello de punta.
-¿Quieres verla? ¿Estás seguro?
-¡Sí, claro que lo estoy!
-Muy bien.
Keiran le hizo un gesto de asentimiento al hombre pálido, y éste salió de la sala.
Después de unos pocos segundos, Elisa apareció por la puerta. Llevaba puesto un vestido blanco de asas que le llegaba hasta las rodillas, con el pelo negro ondulado, y los brazos detrás de la espalda. Iba descalza, como si estuviera en su propia casa. Con ese aspecto parecía una niña pequeña…
(D)Cuando la vi aparecer por la puerta, el corazón se me disparó. Pensé que se me iba a salir del pecho. Estaba guapísima, pero lo que no entendía era por qué Keiran la había vestido y peinado así. Me miraba con esos ojos oscuros llenos de inocencia, como los de una niña.
Luego miró a Keiran, y fue hacia él hasta ponerse a su lado, todavía con las manos detrás de la espalda. Keiran se levantó de su silla.
-Keiran, ¿querías verme? –dijo ella.
-Sí, querida. Quería que conocieras a este chico.
-¡Elisa! –dije sin poderlo evitar-. ¡Elisa, amor, estás bien!
Elisa me miró confusa, y frunció el ceño. Un ligero rubor se expandió por sus mejillas. Estaba… estaba tan hermosa…
-¿Por qué me llama “amor”? ¿Quién es?
Tragué saliva del miedo y el terror que sentía en esos momentos. Una enorme sensación de desasosiego me inundó la espalda, el estómago, las rodillas… Notaba que estaba al borde de las lágrimas.
No, no, no. Por favor, no. Otra vez no. ¡Otra vez no!
-¡¿No me recuerdas?! ¡Elisa, ¿no me recuerdas?! –pregunté con desesperación en la voz. No lo podía evitar.
Que te lo hicieran una vez podía ser soportable, pero dos veces… Era demasiado.
Me acerqué a ella y la agarré por los hombros.
-¡Elisa, soy yo, Damen! ¡Tu Damen! ¡Elisa, por favor!
Me entraron unas ganas irreparables de echarme llorar allí mismo, pero no. No me haría el débil delante de ese malnacido.
Elisa se sacudió mis manos de encima y retrocedió hasta colocarse detrás de Keiran.
Unos celos furiosos aparecieron en mi interior.
-¡No sé quién eres! ¡Déjame! –lloriqueó-. ¡Keiran! ¿Quién es? ¿Por qué me grita?
-Tranquila, cielo. Está bien –le contestó.
Kira se levantó de su silla, y se colocó a mi lado.
-Keiran, no puedes hacerme esto. Primero me quitas a mi mejor amigo, y luego al amor de mi vida. ¡¿Qué te hice yo para que me hagas todo esto?! -Pregunté desesperado.
-¿Qué qué me hiciste? ¡¿Qué qué me hiciste?! ¡Acabar con todo lo que yo quería, eso hiciste!
Así que ya sabes, ojo por ojo. Tú me quitaste a mi amor, yo te quito el tuyo.
-Déjala.
-¿Y qué vas a hacer si no lo hago?... Hum. Espera –miró a Elisa, y luego a mí con una sonrisa diabólica-. Le devolveré sus recuerdos y no la mataré… si te arrodillas.
-Si me arrodillo –repetí anonadado.
Solté una carcajada, y me crucé de brazos, sonriendo con burla.
Lo que me faltaba en esos momentos.
viernes, 25 de marzo de 2011
Capítulo 83 (D)
Kira se aferraba con fuerza a mi pantalón, asustada. Yo le daba de vez en cuando palmaditas en la espalda para calmarla.
El bosque estaba completamente oscuro, y con mis gafas de sol puestas, miraba todavía más negro, pero eso era bueno para mi vista.
-Damen, tengo miedo –dijo Kira al cabo del rato.
-Ya casi estamos.
-Cógeme en brazos, porfi –lloriqueó.
Suspiré hondo, me acuclillé y la cogí. Se agarró con fuerza al cuello levantado de mi cazadora y tragó saliva sonoramente.
-Hum… ¿no pasamos antes por aquí?
Frené, y fruncí el ceño.
-¿Qué dices?
-¡Sí, mira! Ese árbol –lo señaló con el dedo- ya lo pasamos.
-Todos los árboles son iguales. ¿Cómo sabes que ya lo vimos?
-Porque es el único árbol del bosque que no tiene hojas, Damen.
Apreté los labios.
-Ah. Sí, bueno, puede ser.
Nos desviamos del camino que habíamos seguido hasta ahora. Y mientras caminábamos, Kira miraba seguido hacia el suelo, a los pies de los árboles.
-¿Qué miras?
-Las hadas.
-¿Hadas?
Asintió y señaló a un punto, pero no había nada. La miré con una ceja alzada y una sonrisa burlona.
-Tú deliras, niña. –Ella se enfurruñó.
-¡Yo no deliro! ¡Había hadas!
-Ya, claro.
Finalmente encontramos la maldita salida.
Miramos al cielo. Había millones de estrellas. Y luego nos fijamos, delante de nosotros, en un enorme castillo antiguo. Oscuro como el bosque del que salimos, y de fondo, debajo de la colina dónde estaba, se podían ver las pequeñas luces del pueblo.
El castillo se parecía al de Drácula. Kira empezó a temblar.
-Yo no quiero ir.
La dejé en el suelo, y la miré.
-Debemos ir.
-No, yo no quiero.
Respiré hondo.
-Elisa está ahí dentro. ¿No quieres salvarla?
Apretó la mandíbula y miró al suelo. Frunció el ceño después de unos diez segundos.
-¿Seguro que Elisa está ahí?
-Tan seguro como que me llamo Damen.
Suspiró, y asintió despacio.
-Vale. Por Elisa.
Sonreí, y empezamos a caminar hacia la entrada.
Al llegar hasta las enormes puertas, alcé la mano para petar, pero las puertas se abrieron solas, sin que yo hiciera nada.
Le cogí la mano a Kira y empezamos a andar. Traspasamos las puertas y llegamos a un enorme vestíbulo. Un hombre trajeado, y cadavéricamente pálido, se inclinó en una reverencia y nos indicó con una mano que pasáramos a una de las habitaciones.
-Pasen, por favor. El señor les estaba esperando.
Asentí y seguimos al hombre hasta un enorme comedor.
El bosque estaba completamente oscuro, y con mis gafas de sol puestas, miraba todavía más negro, pero eso era bueno para mi vista.
-Damen, tengo miedo –dijo Kira al cabo del rato.
-Ya casi estamos.
-Cógeme en brazos, porfi –lloriqueó.
Suspiré hondo, me acuclillé y la cogí. Se agarró con fuerza al cuello levantado de mi cazadora y tragó saliva sonoramente.
-Hum… ¿no pasamos antes por aquí?
Frené, y fruncí el ceño.
-¿Qué dices?
-¡Sí, mira! Ese árbol –lo señaló con el dedo- ya lo pasamos.
-Todos los árboles son iguales. ¿Cómo sabes que ya lo vimos?
-Porque es el único árbol del bosque que no tiene hojas, Damen.
Apreté los labios.
-Ah. Sí, bueno, puede ser.
Nos desviamos del camino que habíamos seguido hasta ahora. Y mientras caminábamos, Kira miraba seguido hacia el suelo, a los pies de los árboles.
-¿Qué miras?
-Las hadas.
-¿Hadas?
Asintió y señaló a un punto, pero no había nada. La miré con una ceja alzada y una sonrisa burlona.
-Tú deliras, niña. –Ella se enfurruñó.
-¡Yo no deliro! ¡Había hadas!
-Ya, claro.
Finalmente encontramos la maldita salida.
Miramos al cielo. Había millones de estrellas. Y luego nos fijamos, delante de nosotros, en un enorme castillo antiguo. Oscuro como el bosque del que salimos, y de fondo, debajo de la colina dónde estaba, se podían ver las pequeñas luces del pueblo.
El castillo se parecía al de Drácula. Kira empezó a temblar.
-Yo no quiero ir.
La dejé en el suelo, y la miré.
-Debemos ir.
-No, yo no quiero.
Respiré hondo.
-Elisa está ahí dentro. ¿No quieres salvarla?
Apretó la mandíbula y miró al suelo. Frunció el ceño después de unos diez segundos.
-¿Seguro que Elisa está ahí?
-Tan seguro como que me llamo Damen.
Suspiró, y asintió despacio.
-Vale. Por Elisa.
Sonreí, y empezamos a caminar hacia la entrada.
Al llegar hasta las enormes puertas, alcé la mano para petar, pero las puertas se abrieron solas, sin que yo hiciera nada.
Le cogí la mano a Kira y empezamos a andar. Traspasamos las puertas y llegamos a un enorme vestíbulo. Un hombre trajeado, y cadavéricamente pálido, se inclinó en una reverencia y nos indicó con una mano que pasáramos a una de las habitaciones.
-Pasen, por favor. El señor les estaba esperando.
Asentí y seguimos al hombre hasta un enorme comedor.
martes, 22 de marzo de 2011
Capítulo 82 (D)
Después de comprarle una chuchería a Kira, nos pusimos a buscar.
Recorrimos todos los parámetros de la aldea, en cada rincón, lo que fuera. Pero no había nada. Miramos en las casas por si Keiran se alojaba en alguna. Entrevistamos a las personas del pueblo por si alguno era él disfrazado… pero nada.
Hasta que encontramos a un grupito de niños, un poco mayores que Kira, jugando a la luz de la luna en una fuente.
Nos acercamos.
-Hey, chicos –empecé.
Los cuatro niños me miraron confusos por interrumpirles su juego.
-¡Tu pelo! –señaló uno-. ¡Es de plata!
-Sí. ¿Podéis ayudarnos?
Miraron a Kira, que se aferró a mi pierna con timidez, y otra vez a mí.
-¡No queremos!
Suspiré.
-¿Y si os digo que puedo hacer magia?
-¿Magia? –se miraron entre ellos.
-Sí.
Alcé la mirada hacia la fuente. Ellos también la miraron, y de repente aparecieron colores vivos en el agua.
-¡Guau! –gritó uno.
Otro tocó el agua, y al sacar la mano, ésta estaba pintada de rojo, verde, amarillo y azul. Los niños me miraron asombrados.
-¡¡Es un brujo!!
-¡No, un mago!
-¡Un hechicero!
-Sí, sí. Pero no lo digáis tan alto, y no se lo digáis a nadie, ¿queda claro? –asintieron emocionados-. ¿Qué sabéis sobre un tal Lord Keiran?
Los niños apretaron los labios, asustados. Sonreí. Eso quería decir que habían oído hablar de él.
-Vamos, no tengáis miedo.
Uno de ellos, el que suponía que era el que mandaba, avanzó un paso y me hizo una señal con la mano de que me acercara. Solté la mano de Kira y me acuclillé en frente del crío.
-Dicen –susurró- que es el hombre más malo de todos. Y es verdad. Un día nosotros fuimos por el bosque, y encontramos el camino para llegar a su castillo, que es muy, muy grande. Pero hay fantasmas, y lobos, y murciélagos… Da mucho miedo.
-¿Y por dónde se va a ese castillo?
Se dio la vuelta y me señaló un punto bastante apartado de la plaza, dónde se celebraba la fiesta.
-Por allí. Pero ten cuidado, porque te puedes perder rápido.
-Querrás decir que me puedo perder fácilmente.
-Eso.
Asentí y me levanté. Miré a Kira, le cogí la mano y les agradecí a los niños su ayuda.
Entonces pasamos por la plaza –dónde, extrañamente, todos y cada uno de los pasajeros del tren no parecían acordarse de eso, del tren- y nos dirigimos al bosque.
Recorrimos todos los parámetros de la aldea, en cada rincón, lo que fuera. Pero no había nada. Miramos en las casas por si Keiran se alojaba en alguna. Entrevistamos a las personas del pueblo por si alguno era él disfrazado… pero nada.
Hasta que encontramos a un grupito de niños, un poco mayores que Kira, jugando a la luz de la luna en una fuente.
Nos acercamos.
-Hey, chicos –empecé.
Los cuatro niños me miraron confusos por interrumpirles su juego.
-¡Tu pelo! –señaló uno-. ¡Es de plata!
-Sí. ¿Podéis ayudarnos?
Miraron a Kira, que se aferró a mi pierna con timidez, y otra vez a mí.
-¡No queremos!
Suspiré.
-¿Y si os digo que puedo hacer magia?
-¿Magia? –se miraron entre ellos.
-Sí.
Alcé la mirada hacia la fuente. Ellos también la miraron, y de repente aparecieron colores vivos en el agua.
-¡Guau! –gritó uno.
Otro tocó el agua, y al sacar la mano, ésta estaba pintada de rojo, verde, amarillo y azul. Los niños me miraron asombrados.
-¡¡Es un brujo!!
-¡No, un mago!
-¡Un hechicero!
-Sí, sí. Pero no lo digáis tan alto, y no se lo digáis a nadie, ¿queda claro? –asintieron emocionados-. ¿Qué sabéis sobre un tal Lord Keiran?
Los niños apretaron los labios, asustados. Sonreí. Eso quería decir que habían oído hablar de él.
-Vamos, no tengáis miedo.
Uno de ellos, el que suponía que era el que mandaba, avanzó un paso y me hizo una señal con la mano de que me acercara. Solté la mano de Kira y me acuclillé en frente del crío.
-Dicen –susurró- que es el hombre más malo de todos. Y es verdad. Un día nosotros fuimos por el bosque, y encontramos el camino para llegar a su castillo, que es muy, muy grande. Pero hay fantasmas, y lobos, y murciélagos… Da mucho miedo.
-¿Y por dónde se va a ese castillo?
Se dio la vuelta y me señaló un punto bastante apartado de la plaza, dónde se celebraba la fiesta.
-Por allí. Pero ten cuidado, porque te puedes perder rápido.
-Querrás decir que me puedo perder fácilmente.
-Eso.
Asentí y me levanté. Miré a Kira, le cogí la mano y les agradecí a los niños su ayuda.
Entonces pasamos por la plaza –dónde, extrañamente, todos y cada uno de los pasajeros del tren no parecían acordarse de eso, del tren- y nos dirigimos al bosque.
domingo, 20 de marzo de 2011
Capítulo 81 (E)
Sentí un poco de presión a mi lado, sobre dónde me encontraba, como ya dije, sin duda una cama, y algo inclinarse sobre mí.
Y una respiración chocar contra mis labios.
Entonces abrí los ojos de repente, y justo delante de mi cara, había alguien a punto de besarme.
Me incorporé con fuerza, chocando mi frente con la suya.
-¡¡Ayy!! –gritamos.
Caímos hacia atrás. Con una mano en el golpe, me reincorporé y le miré. Era un chico de la edad, más o menos, de Damen. De pelo rubio y ojos negros como el carbón.
Y me miraba furioso. Retrocedí hasta chocar contra la cabecera de la cama. Tragué saliva sonoramente.
-Oye… ¿Quién… quién eres tú…?
-¿Yo? Te lo diré. Me llamo Keiran. Bueno, por aquí me llaman Lord Keiran.
-¿Y… qué hago yo aquí?
-Hum. Nada, en realidad. Bueno, eres un reto.
-Un reto –mi cara debía de ser todo un poema.
-Sí. Estoy desafiando a tu… hum… ¿amado? ¿Cómo lo llamáis ahora?
-Novio.
-Eso. Damen merece sufrir.
-¡¿Pero por qué?! ¡¿Qué te hizo él que fuera tan grave…?!
-¡Mató a mi prometida y convirtió a mi hermana pequeña en uno de los suyos! ¿Tú sabes lo que duele eso? ¿Que te arrebaten lo que más quieres, lo más valioso que tienes en el mundo y en tu mundo, y que se salgan con la suya?
-Pero… tu hermana…
-Tu novio le metió cosas en la cabeza, cosas estúpidas, y ahora me odia. Y mi vida, mi todo, ya no existe. Se esfumó. Así que ahora le toca sufrir a él.
-No sabes el daño que le hiciste matando a su mejor amigo. Damen lloró por él. El Damen que yo conozco nunca lloraría por nada. Y míralo.
-Hum, gustoso pero insuficiente. Sé que lo que de verdad, de verdad en esta vida, que le va a dar ganas de suicidarse, de acabar con todo, es tu muerte. O tu odio hacia él. Dime, ¿qué es más práctico? ¿Matarte o hacer que le odies para el resto de tu vida y su vida?
Apreté la mandíbula.
-¿Vas a matarme?
-No, por ahora no. Sé que llegará pronto. Y quiero darle una sorpresa. A ver… ¿qué le dolería más…? –Sonrió con maldad-. Quizá si te corto un brazo…
-¡¿Que qué?! –abrí mucho los ojos.
-No. No sería… -se quedó pensativo un momento, mirándome fijamente. Alzó las manos y me cogió la cara. Cerró los ojos-. Te olvidaste de él.
-¿Qué? -Sacudí la cabeza para que me dejara, sin éxito-. ¡Yo nunca me olvidaría de él!
-Sí. En el pasado. Puedo verlo.
Fruncí el ceño. Sí, cuando Devon me quitó los recuerdos…
-Y eso le destrozó. Totalmente. ¿Qué pasaría si te olvidaras de él dos veces?
Supe lo que estaba pensando, y me aparté bruscamente de él.
-¡No! ¡Déjame! –Me protegí la cabeza con las manos, en un vano intento de que dejara mi mente en paz-. Por favor.
Keiran me cogió las manos, se acercó peligrosamente a mí y juntó sus labios con los míos.
Entonces sentí cómo todo se desvanecía. Otra vez. Y antes de desmayarme, pensé que ya estaba harta de que jugaran seguido con mis recuerdos. Algún día, todos pagarían por ello. Estaba segura…
Y una respiración chocar contra mis labios.
Entonces abrí los ojos de repente, y justo delante de mi cara, había alguien a punto de besarme.
Me incorporé con fuerza, chocando mi frente con la suya.
-¡¡Ayy!! –gritamos.
Caímos hacia atrás. Con una mano en el golpe, me reincorporé y le miré. Era un chico de la edad, más o menos, de Damen. De pelo rubio y ojos negros como el carbón.
Y me miraba furioso. Retrocedí hasta chocar contra la cabecera de la cama. Tragué saliva sonoramente.
-Oye… ¿Quién… quién eres tú…?
-¿Yo? Te lo diré. Me llamo Keiran. Bueno, por aquí me llaman Lord Keiran.
-¿Y… qué hago yo aquí?
-Hum. Nada, en realidad. Bueno, eres un reto.
-Un reto –mi cara debía de ser todo un poema.
-Sí. Estoy desafiando a tu… hum… ¿amado? ¿Cómo lo llamáis ahora?
-Novio.
-Eso. Damen merece sufrir.
-¡¿Pero por qué?! ¡¿Qué te hizo él que fuera tan grave…?!
-¡Mató a mi prometida y convirtió a mi hermana pequeña en uno de los suyos! ¿Tú sabes lo que duele eso? ¿Que te arrebaten lo que más quieres, lo más valioso que tienes en el mundo y en tu mundo, y que se salgan con la suya?
-Pero… tu hermana…
-Tu novio le metió cosas en la cabeza, cosas estúpidas, y ahora me odia. Y mi vida, mi todo, ya no existe. Se esfumó. Así que ahora le toca sufrir a él.
-No sabes el daño que le hiciste matando a su mejor amigo. Damen lloró por él. El Damen que yo conozco nunca lloraría por nada. Y míralo.
-Hum, gustoso pero insuficiente. Sé que lo que de verdad, de verdad en esta vida, que le va a dar ganas de suicidarse, de acabar con todo, es tu muerte. O tu odio hacia él. Dime, ¿qué es más práctico? ¿Matarte o hacer que le odies para el resto de tu vida y su vida?
Apreté la mandíbula.
-¿Vas a matarme?
-No, por ahora no. Sé que llegará pronto. Y quiero darle una sorpresa. A ver… ¿qué le dolería más…? –Sonrió con maldad-. Quizá si te corto un brazo…
-¡¿Que qué?! –abrí mucho los ojos.
-No. No sería… -se quedó pensativo un momento, mirándome fijamente. Alzó las manos y me cogió la cara. Cerró los ojos-. Te olvidaste de él.
-¿Qué? -Sacudí la cabeza para que me dejara, sin éxito-. ¡Yo nunca me olvidaría de él!
-Sí. En el pasado. Puedo verlo.
Fruncí el ceño. Sí, cuando Devon me quitó los recuerdos…
-Y eso le destrozó. Totalmente. ¿Qué pasaría si te olvidaras de él dos veces?
Supe lo que estaba pensando, y me aparté bruscamente de él.
-¡No! ¡Déjame! –Me protegí la cabeza con las manos, en un vano intento de que dejara mi mente en paz-. Por favor.
Keiran me cogió las manos, se acercó peligrosamente a mí y juntó sus labios con los míos.
Entonces sentí cómo todo se desvanecía. Otra vez. Y antes de desmayarme, pensé que ya estaba harta de que jugaran seguido con mis recuerdos. Algún día, todos pagarían por ello. Estaba segura…
miércoles, 16 de marzo de 2011
Capítulo 80 (K)
-Hum… -murmuré.
Giré sobre mí misma en el suelo, con los ojos cerrados, pero me di un golpe en la frente contra el armario.
-Ouch…
Me llevé las manos a la cabeza por el dolor, y abrí los ojos. En efecto, me encontré con mi amigo el armario.
Me incorporé, y busqué con la mirada a Damen. Al final me lo encontré sentado en el marco de la puerta, en el suelo, inconsciente.
Me levanté con el dolor palpitándome en la cabeza, y vi la habitación dar vueltas a mi alrededor, pero me acerqué igual. Le sacudí el hombro con suavidad.
-Damen… Damen, despierta… -susurré.
Damen abrió los ojos despacio, se los frotó con los dedos y parpadeó. Luego me miró.
-¿Kira? ¿Qué…?
Me encogí de hombros.
Con un poco de esfuerzo, se levantó, y se llevó una mano a la cabeza. Luego miró por la ventana. Frunció el ceño.
-Está oscuro… ¿Qué pasa aquí?
Tragué saliva sonoramente.
-Tengo miedo –murmuré temblando.
Damen me miró, se agachó y me levantó en brazos. Dejé de temblar. Salimos del compartimento hacia el pasillo, y las personas que estaban tiradas en el suelo dormidas empezaron a despertarse. Los ya despiertos se dirigían a las puertas del tren, para ver dónde estábamos.
Salimos del vagón. Miré a mi alrededor. Era una estación de tren, pero era imposible que hubiéramos llegado ya. La gente iba saliendo del tren poco a poco, hasta que finalmente también salió el maquinista, y todos los trabajadores.
-A ver… ¡A ver! ¡Por favor, tranquilidad! –gritó-. No sé qué ha ocurrido ni cómo hemos llegado hasta aquí, ¡pero que haya calma!
¿Calma? ¡Estábamos prácticamente a oscuras!
Me aferré al cuello levantado de la cazadora negra de Damen, asustada. Él me apretó más contra su pecho, dándome palmaditas en la espalda.
-Va, venga, tranquila –susurró mirando a algún punto del lugar.
Tenía los ojos entrecerrados. Quizá él podía ver a través de la oscuridad.
El bullicio que formaba la gente me ponía nerviosa. Podía sentir el miedo de todos y cada uno. Y eso ponía mis sentidos alerta.
De repente, una luz cegadora apareció al fondo del lugar, entre las sombras. Unas puertas.
La gente empezó a mirarse entre sí, desconcertada. Una chica empezó a ir hacia la puerta, curiosa. Por supuesto, era la misma de antes, la tal Frida. Los demás la siguieron con la mirada.
-¡Hey, mirad todos! –dijo después de ver lo que había en esa luz.
Todo el mundo empezó a caminar hacia allí, y nosotros también.
Al otro lado de las puertas, había una especie de plaza iluminada por luces de colores en los postes y las farolas. Pero era de noche, así que le daba un aspecto casi mágico al lugar.
Miré a Damen. Éste entrecerró los ojos, cegado por las luces, y mientras con un brazo me agarraba, con la mano del otro rebuscó en su bolsillo interior de la cazadora. Luego sacó unas gafas de sol de esas modernas y completamente opacas y se las colocó con un movimiento de muñeca. Frunció el ceño.
Un hombre bastante obeso y bajito, vestido de traje, apareció por la plaza. Se colocó delante de nosotros y sonrió. Abrió los brazos en un gesto de bienvenida.
-¡Vaya, hola a todo el mundo! Es increíble, nunca habíamos tenido tantos turistas…
El maquinista del tren se cruzó de brazos.
-Hum, en realidad no sabemos cómo llegamos aquí… íbamos hacia el norte cuando…
-Sí, bueno, a veces puede pasar el equivocarse de camino.
Eso debió de cabrear al maquinista, porque percibía su enfado y ansiedad.
-¿Perdone? Yo nunca me equivoco de camino, señor. ¡Vamos por las vías, por el amor de Dios!
-Bueno, bueno… No quiero empezar mal. Este es mi pueblo, False Palace.
-¿False… Palace? Es un nombre… hum… exótico, supongo.
-Sí, eso dicen. Bien, estamos en fiestas, así que podéis pasear por dónde queráis. ¡Oh, qué maleducado soy! Llámenme Richard. Adelante.
Damen suspiró, me dejó en el suelo, y me cogió de la mano. Miró a los lados.
-¿Y ahora? –pregunté con voz inocente.
-Hay que buscar. Está clarísimo que esto no fue una casualidad. Ese tal Keiran nos hizo una jugada.
-Hum –de repente me sonaron las tripas.
La gente se fue esparciendo, un poco confusa y conmocionada, algunos con ganas de volver al tren, otros asustados, otros curiosos…
Damen me miró divertido.
-¿Tienes hambre?
Asentí con timidez. Me apretó la mano y me indicó con la cabeza que empezáramos a andar.
-Vamos. Te compro algo y empezamos a buscar. No te separes de mí, ¿entendido?
Sonreí débilmente y empezamos a caminar.
Tenía tantas ganas de encontrar a Elisa…
Giré sobre mí misma en el suelo, con los ojos cerrados, pero me di un golpe en la frente contra el armario.
-Ouch…
Me llevé las manos a la cabeza por el dolor, y abrí los ojos. En efecto, me encontré con mi amigo el armario.
Me incorporé, y busqué con la mirada a Damen. Al final me lo encontré sentado en el marco de la puerta, en el suelo, inconsciente.
Me levanté con el dolor palpitándome en la cabeza, y vi la habitación dar vueltas a mi alrededor, pero me acerqué igual. Le sacudí el hombro con suavidad.
-Damen… Damen, despierta… -susurré.
Damen abrió los ojos despacio, se los frotó con los dedos y parpadeó. Luego me miró.
-¿Kira? ¿Qué…?
Me encogí de hombros.
Con un poco de esfuerzo, se levantó, y se llevó una mano a la cabeza. Luego miró por la ventana. Frunció el ceño.
-Está oscuro… ¿Qué pasa aquí?
Tragué saliva sonoramente.
-Tengo miedo –murmuré temblando.
Damen me miró, se agachó y me levantó en brazos. Dejé de temblar. Salimos del compartimento hacia el pasillo, y las personas que estaban tiradas en el suelo dormidas empezaron a despertarse. Los ya despiertos se dirigían a las puertas del tren, para ver dónde estábamos.
Salimos del vagón. Miré a mi alrededor. Era una estación de tren, pero era imposible que hubiéramos llegado ya. La gente iba saliendo del tren poco a poco, hasta que finalmente también salió el maquinista, y todos los trabajadores.
-A ver… ¡A ver! ¡Por favor, tranquilidad! –gritó-. No sé qué ha ocurrido ni cómo hemos llegado hasta aquí, ¡pero que haya calma!
¿Calma? ¡Estábamos prácticamente a oscuras!
Me aferré al cuello levantado de la cazadora negra de Damen, asustada. Él me apretó más contra su pecho, dándome palmaditas en la espalda.
-Va, venga, tranquila –susurró mirando a algún punto del lugar.
Tenía los ojos entrecerrados. Quizá él podía ver a través de la oscuridad.
El bullicio que formaba la gente me ponía nerviosa. Podía sentir el miedo de todos y cada uno. Y eso ponía mis sentidos alerta.
De repente, una luz cegadora apareció al fondo del lugar, entre las sombras. Unas puertas.
La gente empezó a mirarse entre sí, desconcertada. Una chica empezó a ir hacia la puerta, curiosa. Por supuesto, era la misma de antes, la tal Frida. Los demás la siguieron con la mirada.
-¡Hey, mirad todos! –dijo después de ver lo que había en esa luz.
Todo el mundo empezó a caminar hacia allí, y nosotros también.
Al otro lado de las puertas, había una especie de plaza iluminada por luces de colores en los postes y las farolas. Pero era de noche, así que le daba un aspecto casi mágico al lugar.
Miré a Damen. Éste entrecerró los ojos, cegado por las luces, y mientras con un brazo me agarraba, con la mano del otro rebuscó en su bolsillo interior de la cazadora. Luego sacó unas gafas de sol de esas modernas y completamente opacas y se las colocó con un movimiento de muñeca. Frunció el ceño.
Un hombre bastante obeso y bajito, vestido de traje, apareció por la plaza. Se colocó delante de nosotros y sonrió. Abrió los brazos en un gesto de bienvenida.
-¡Vaya, hola a todo el mundo! Es increíble, nunca habíamos tenido tantos turistas…
El maquinista del tren se cruzó de brazos.
-Hum, en realidad no sabemos cómo llegamos aquí… íbamos hacia el norte cuando…
-Sí, bueno, a veces puede pasar el equivocarse de camino.
Eso debió de cabrear al maquinista, porque percibía su enfado y ansiedad.
-¿Perdone? Yo nunca me equivoco de camino, señor. ¡Vamos por las vías, por el amor de Dios!
-Bueno, bueno… No quiero empezar mal. Este es mi pueblo, False Palace.
-¿False… Palace? Es un nombre… hum… exótico, supongo.
-Sí, eso dicen. Bien, estamos en fiestas, así que podéis pasear por dónde queráis. ¡Oh, qué maleducado soy! Llámenme Richard. Adelante.
Damen suspiró, me dejó en el suelo, y me cogió de la mano. Miró a los lados.
-¿Y ahora? –pregunté con voz inocente.
-Hay que buscar. Está clarísimo que esto no fue una casualidad. Ese tal Keiran nos hizo una jugada.
-Hum –de repente me sonaron las tripas.
La gente se fue esparciendo, un poco confusa y conmocionada, algunos con ganas de volver al tren, otros asustados, otros curiosos…
Damen me miró divertido.
-¿Tienes hambre?
Asentí con timidez. Me apretó la mano y me indicó con la cabeza que empezáramos a andar.
-Vamos. Te compro algo y empezamos a buscar. No te separes de mí, ¿entendido?
Sonreí débilmente y empezamos a caminar.
Tenía tantas ganas de encontrar a Elisa…
viernes, 4 de marzo de 2011
Capítulo 79 (D)
La humana se me quedó mirando con una ceja alzada.
-¿Qué? ¿Me lo vais a decir o no?
-Mira, no soy tu niñera ni soy tu jodida cita, que te quede claro. Lárgate.
-¡Oh! Maleducado…
Esperaba que las inglesas no fueran todas así.
-Soy Damen, y ella Kira –ésta la fulminaba con la mirada.
-Muy bien. Yo Frida. ¿Y qué hacéis por aquí?
-Íbamos a cenar tranquilamente hasta que tú llegaste.
-Bien, pues yo también me voy a cenar. Adiós.
Se levantó por fin de la silla y se fue. Miré a Kira. Y ambos suspiramos aliviados.
-Menos mal.
-Ya…
Cuando vino el camarero, pedimos nuestra cena.
Yo pedí sólo un plato, pero Kira…
-Bien. Yo quiero rollitos de estos, champiñones con alioli, ternera asada, sin falta de patatas por favor, un poco de pulpo, estos calamares a la romana, un helado de copa de chocolate con nata por encima y un zumo.
El pobre hombre terminó de anotar todo, asintió sorprendido y se fue.
-¿Qué fue eso? –pregunté sonriendo.
Kira se encogió de hombros.
-Me gusta comer mucho.
-No sé dónde vas a meter toda esa comida.
Se señaló el pequeño estómago.
-Éste es resistente.
Me reí. A pesar de todas las preocupaciones que ambos teníamos, y por supuesto, la principal de todas, podía decirse que lo llevábamos bien.
Hicieron falta tres camareros para traernos toda la comida. Por supuesto, ellos estaban sonrientes.
-Aquí tienen. Hum, tienen cara de franceses, quizá. Así que bon apetite.
-Se equivoca. Somos de España.
-¡Oh, lo lamento! Entonces buen provecho.
Claro, ellos teóricamente estaban hablando en inglés, y por eso no distinguíamos.
Cuando se fueron, teníamos toda la mesa llena. Algunas personas se quedaban embobadas mirando comer a Kira todo el montón. Incluido un servidor.
-Kira, si comes así de rápido…
-Es que… –dijo con la boca llena.
Fruncí el ceño.
-Eh. No se habla con la boca llena –dije severo.
Kira asintió despacio y tragó.
-Lo siento –suspiró-. Es que estuve tanto tiempo sin comer…
Asentí. No lo comprendía, claro, pero sin duda sabía que era muy duro.
Cuando terminamos de cenar, nos fuimos al compartimento.
Al entrar, cerramos la puerta. Kira se puso a saltar en el sofá.
-Kira… -dije suspirando.
-Lo siento, papá…
Ella dejó de saltar. Ambos nos quedamos congelados por la última palabra que había pronunciado. Se ruborizó, bajó del sofá y carraspeó.
Miró a una de las flores de un jarrón que había de decorativo.
Me reí por dentro. Me había llamado papá. Papá. Qué raro sonaba.
Pero de repente, Kira cayó al suelo, desmayada.
-¡Kira! –corrí hacia ella.
Fruncí el ceño. Respiraba. Suspiré aliviado, pero me levanté del suelo y salí al pasillo.
Miré extrañado por el corredor a unas pocas personas que estaban tiradas en el suelo, inconscientes.
Y al final no pude evitarlo. Un gran cansancio se expandió por mi cuerpo, haciéndome cerrar los ojos inevitablemente, sumiéndome en una oscuridad total.
-¿Qué? ¿Me lo vais a decir o no?
-Mira, no soy tu niñera ni soy tu jodida cita, que te quede claro. Lárgate.
-¡Oh! Maleducado…
Esperaba que las inglesas no fueran todas así.
-Soy Damen, y ella Kira –ésta la fulminaba con la mirada.
-Muy bien. Yo Frida. ¿Y qué hacéis por aquí?
-Íbamos a cenar tranquilamente hasta que tú llegaste.
-Bien, pues yo también me voy a cenar. Adiós.
Se levantó por fin de la silla y se fue. Miré a Kira. Y ambos suspiramos aliviados.
-Menos mal.
-Ya…
Cuando vino el camarero, pedimos nuestra cena.
Yo pedí sólo un plato, pero Kira…
-Bien. Yo quiero rollitos de estos, champiñones con alioli, ternera asada, sin falta de patatas por favor, un poco de pulpo, estos calamares a la romana, un helado de copa de chocolate con nata por encima y un zumo.
El pobre hombre terminó de anotar todo, asintió sorprendido y se fue.
-¿Qué fue eso? –pregunté sonriendo.
Kira se encogió de hombros.
-Me gusta comer mucho.
-No sé dónde vas a meter toda esa comida.
Se señaló el pequeño estómago.
-Éste es resistente.
Me reí. A pesar de todas las preocupaciones que ambos teníamos, y por supuesto, la principal de todas, podía decirse que lo llevábamos bien.
Hicieron falta tres camareros para traernos toda la comida. Por supuesto, ellos estaban sonrientes.
-Aquí tienen. Hum, tienen cara de franceses, quizá. Así que bon apetite.
-Se equivoca. Somos de España.
-¡Oh, lo lamento! Entonces buen provecho.
Claro, ellos teóricamente estaban hablando en inglés, y por eso no distinguíamos.
Cuando se fueron, teníamos toda la mesa llena. Algunas personas se quedaban embobadas mirando comer a Kira todo el montón. Incluido un servidor.
-Kira, si comes así de rápido…
-Es que… –dijo con la boca llena.
Fruncí el ceño.
-Eh. No se habla con la boca llena –dije severo.
Kira asintió despacio y tragó.
-Lo siento –suspiró-. Es que estuve tanto tiempo sin comer…
Asentí. No lo comprendía, claro, pero sin duda sabía que era muy duro.
Cuando terminamos de cenar, nos fuimos al compartimento.
Al entrar, cerramos la puerta. Kira se puso a saltar en el sofá.
-Kira… -dije suspirando.
-Lo siento, papá…
Ella dejó de saltar. Ambos nos quedamos congelados por la última palabra que había pronunciado. Se ruborizó, bajó del sofá y carraspeó.
Miró a una de las flores de un jarrón que había de decorativo.
Me reí por dentro. Me había llamado papá. Papá. Qué raro sonaba.
Pero de repente, Kira cayó al suelo, desmayada.
-¡Kira! –corrí hacia ella.
Fruncí el ceño. Respiraba. Suspiré aliviado, pero me levanté del suelo y salí al pasillo.
Miré extrañado por el corredor a unas pocas personas que estaban tiradas en el suelo, inconscientes.
Y al final no pude evitarlo. Un gran cansancio se expandió por mi cuerpo, haciéndome cerrar los ojos inevitablemente, sumiéndome en una oscuridad total.
martes, 1 de marzo de 2011
Capítulo 78 (K)
Sin soltar la mano de Damen, nos dirigimos a nuestro compartimento, que estaba en los primeros vagones del enorme tren. Era enorme, la verdad. Una habitación con dos camas perfectamente hechas, una mesa, sofás… Y algún que otro decorativo. Me quedé con la boca abierta. Damen bajó la mirada hacia mí, y sonrió débilmente.
-Dormiremos aquí durante el viaje –miró por la ventana-. Dentro de poco será noche cerrada.
De repente, escuchamos un silbido, y por el susto, di un respingo. Y luego un débil traqueteo. El tren empezaba a andar. Le di un tirón a Damen en el brazo.
-¿Puedo ir afuera para ver cómo vamos? –pregunté.
Mirándole directamente a sus ojos azules, asintió.
-Está bien. Ve, pero ten cuidado. Yo reservaré una mesa en el restaurante. ¿No tienes hambre?
Asentí sonriendo. Solté su mano y me dirigí a la puerta, pero cuando pasé la puerta hasta el pasillo, le escuché:
-¡Kira!
Me asomé al interior.
-Ten mucho cuidado –volví a asentir, y me hizo una señal con la cabeza de que me marchara.
Salí corriendo, esquivando a la gente que colocaba sus maletas a los compartimentos de primera clase. Aunque no pude evitar chocarme con una señora:
-¡Ten cuidado, niña estúpida! No sé cómo pueden dejar a niños corretear por aquí…
Y entró en la habitación. La ignoré y llegué al pasillo de los compartimentos de segunda clase. Allí también la gente colocaba sus maletas, y volví a chocarme con alguien, pero esta vez con una niña. Le vi la cara. Era la misma niña de gafas, delgaducha, de quince años que habíamos visto antes Damen y yo.
-¡Ay, serás memo! –me miró-. ¿Y tú, niñita de ojos azules? ¿No sabes que es de mala educación chocarse con la gente? –me dijo. Yo, como solía hacer con la gente que no conocía, no dije nada-. ¿Qué? ¿Eres muda?
Volví a escuchar el silbido del tren, así que aparté a la chica de un empujón y corrí por el pasillo.
-¡Eh! –me gritó, pero sus gritos se perdieron entre la gente y sus murmullos.
Pasé por el restaurante, entre las mesas, todavía escuchando las quejas de la gente porque una niña estuviera corriendo en el tren, y por fin, pasando todo, llegué afuera, al último vagón. No había nadie, y por poco vi a la gente, a las familias que se habían despedido de los viajeros, llorando, consolándose por echarlos de menos, y demás.
Este mundo era muy curioso, pero me gustaba.
El tren empezó a ir cada vez más y más rápido, hasta que consiguió una velocidad estable, dejando la estación atrás. Yo me agarré a la barra y miré las vías, que se perdían por el camino.
Entonces sentí una mano en el hombro. Todos mis sentidos se alarmaron.
Me giré rápidamente, y volví a ver a la chica de antes.
-Hey –dijo.
Me sacudí su mano del hombro, la esquivé por un lado y entré corriendo en el vagón, dejando atrás su anonadada cara, pensando en por qué yo era tan desconfiada.
Entré en el restaurante. Ahora casi todas las mesas estaban llenas. Busqué con la mirada a Damen, y me lo encontré en una mesa al lado de la ventana, leyendo la carta que le había dado aquel cartero que había llamado a Elisa rellenita.
Me acerqué a él. Alzó la mirada del trozo del papel para mirarme, y al ver que no me sentaba, me indicó con la cabeza que me colocara delante de él. Me subí a la silla, me senté y miré a la ventana, a las estrellas que habían empezado a aparecer en el cielo.
-¿Estás bien? –me preguntó volviendo a mirar la carta.
-Sí.
-No lo pareces. Estás pálida.
¿Cómo pudo darse cuenta si apenas me había mirado?
A veces, me daba miedo.
-Hum… No, no, estoy bien.
-Entiendo.
Se guardó el sobre, y cruzó los brazos encima de la mesa. Nos miramos.
-¿Adónde vamos? –le pregunté.
-No lo sé. Al norte, supongo. Empezaremos a buscar por allí.
-Ya veo…
La chica de antes, otra vez, se acercó a nuestra mesa. Damen la miró con una ceja alzada.
-¿Puedo ayudarte en algo? -le preguntó.
-Sí. ¿Mi disculpa?
-¿Disculpa?
-No, tuyo no. El de ella.
-No me estaba disculpando. Es una forma de hablar. Quiero decir de qué estás hablando.
-Ella –me señaló con la cabeza- me empujó antes.
Damen me miró.
-Fue sin querer –me excusé.
-Bien, pues listo. Ahora déjanos en paz, niña. Tenemos cosas mejores que hacer, ¿sabías?
-¿Cómo? ¿Aún por encima? ¡Quiero mi disculpa!
Damen puso los ojos en blanco, y la chica, descaradamente, se sentó a mi lado.
-¿Pero qué…?
-Yo no me voy sin mi disculpa.
-Lárgate. No estoy para cuidar a crías.
-¿Y tu hija qué? También es una cría.
-No soy su…
-No es mi… -dijimos a la vez.
-Ya, claro, claro.
Damen suspiró derrotado. La chica era demasiado cabezota.
-Discúlpate, Kira.
La miré con los ojos entrecerrados.
-Perdón –solté entre dientes.
-Eso está muchísimo mejor –dijo, y se cruzó de brazos sobre la mesa-. Y bueno, ¿cómo os llamáis?
Miré a Damen. ¿Pero esta chica no se iba a ir…?
-Dormiremos aquí durante el viaje –miró por la ventana-. Dentro de poco será noche cerrada.
De repente, escuchamos un silbido, y por el susto, di un respingo. Y luego un débil traqueteo. El tren empezaba a andar. Le di un tirón a Damen en el brazo.
-¿Puedo ir afuera para ver cómo vamos? –pregunté.
Mirándole directamente a sus ojos azules, asintió.
-Está bien. Ve, pero ten cuidado. Yo reservaré una mesa en el restaurante. ¿No tienes hambre?
Asentí sonriendo. Solté su mano y me dirigí a la puerta, pero cuando pasé la puerta hasta el pasillo, le escuché:
-¡Kira!
Me asomé al interior.
-Ten mucho cuidado –volví a asentir, y me hizo una señal con la cabeza de que me marchara.
Salí corriendo, esquivando a la gente que colocaba sus maletas a los compartimentos de primera clase. Aunque no pude evitar chocarme con una señora:
-¡Ten cuidado, niña estúpida! No sé cómo pueden dejar a niños corretear por aquí…
Y entró en la habitación. La ignoré y llegué al pasillo de los compartimentos de segunda clase. Allí también la gente colocaba sus maletas, y volví a chocarme con alguien, pero esta vez con una niña. Le vi la cara. Era la misma niña de gafas, delgaducha, de quince años que habíamos visto antes Damen y yo.
-¡Ay, serás memo! –me miró-. ¿Y tú, niñita de ojos azules? ¿No sabes que es de mala educación chocarse con la gente? –me dijo. Yo, como solía hacer con la gente que no conocía, no dije nada-. ¿Qué? ¿Eres muda?
Volví a escuchar el silbido del tren, así que aparté a la chica de un empujón y corrí por el pasillo.
-¡Eh! –me gritó, pero sus gritos se perdieron entre la gente y sus murmullos.
Pasé por el restaurante, entre las mesas, todavía escuchando las quejas de la gente porque una niña estuviera corriendo en el tren, y por fin, pasando todo, llegué afuera, al último vagón. No había nadie, y por poco vi a la gente, a las familias que se habían despedido de los viajeros, llorando, consolándose por echarlos de menos, y demás.
Este mundo era muy curioso, pero me gustaba.
El tren empezó a ir cada vez más y más rápido, hasta que consiguió una velocidad estable, dejando la estación atrás. Yo me agarré a la barra y miré las vías, que se perdían por el camino.
Entonces sentí una mano en el hombro. Todos mis sentidos se alarmaron.
Me giré rápidamente, y volví a ver a la chica de antes.
-Hey –dijo.
Me sacudí su mano del hombro, la esquivé por un lado y entré corriendo en el vagón, dejando atrás su anonadada cara, pensando en por qué yo era tan desconfiada.
Entré en el restaurante. Ahora casi todas las mesas estaban llenas. Busqué con la mirada a Damen, y me lo encontré en una mesa al lado de la ventana, leyendo la carta que le había dado aquel cartero que había llamado a Elisa rellenita.
Me acerqué a él. Alzó la mirada del trozo del papel para mirarme, y al ver que no me sentaba, me indicó con la cabeza que me colocara delante de él. Me subí a la silla, me senté y miré a la ventana, a las estrellas que habían empezado a aparecer en el cielo.
-¿Estás bien? –me preguntó volviendo a mirar la carta.
-Sí.
-No lo pareces. Estás pálida.
¿Cómo pudo darse cuenta si apenas me había mirado?
A veces, me daba miedo.
-Hum… No, no, estoy bien.
-Entiendo.
Se guardó el sobre, y cruzó los brazos encima de la mesa. Nos miramos.
-¿Adónde vamos? –le pregunté.
-No lo sé. Al norte, supongo. Empezaremos a buscar por allí.
-Ya veo…
La chica de antes, otra vez, se acercó a nuestra mesa. Damen la miró con una ceja alzada.
-¿Puedo ayudarte en algo? -le preguntó.
-Sí. ¿Mi disculpa?
-¿Disculpa?
-No, tuyo no. El de ella.
-No me estaba disculpando. Es una forma de hablar. Quiero decir de qué estás hablando.
-Ella –me señaló con la cabeza- me empujó antes.
Damen me miró.
-Fue sin querer –me excusé.
-Bien, pues listo. Ahora déjanos en paz, niña. Tenemos cosas mejores que hacer, ¿sabías?
-¿Cómo? ¿Aún por encima? ¡Quiero mi disculpa!
Damen puso los ojos en blanco, y la chica, descaradamente, se sentó a mi lado.
-¿Pero qué…?
-Yo no me voy sin mi disculpa.
-Lárgate. No estoy para cuidar a crías.
-¿Y tu hija qué? También es una cría.
-No soy su…
-No es mi… -dijimos a la vez.
-Ya, claro, claro.
Damen suspiró derrotado. La chica era demasiado cabezota.
-Discúlpate, Kira.
La miré con los ojos entrecerrados.
-Perdón –solté entre dientes.
-Eso está muchísimo mejor –dijo, y se cruzó de brazos sobre la mesa-. Y bueno, ¿cómo os llamáis?
Miré a Damen. ¿Pero esta chica no se iba a ir…?
domingo, 27 de febrero de 2011
Premio...
Ya sabéis que usualmente no suelo poner los maravillosos premios que me dais en las entradas, por el hecho de no interrumpir la historia y que los coloco en el lateral derecho del blog, pero este al parecer es un poquito especial xD
Este premio es del foro de The Fallen Angels, ¡a los que se lo agradezco mucho!
Y gracias a Mely por avisarme :D
Aquí hay una encuesta que me piden que haga, así que allá voy:
1-¿Cómo nació tu blog?
Pues fue gracias a la saga de Cazadores de Sombras, ya que estaba harta de que los protagonistas de las historias fueran siempre vampiros, y los ángeles les dan un toque de glamour xD
2-¿Por qué decidiste empezar a publicar tus historias?
Gracias a mi amiga Paula, que después de la fiebre de Crepúsculo y leer los libros, empezó mi pasión por las letras y ella me dijo que podía escribir historias y publicarlas en blogs.
3-¿Cuál es tu género preferido?
Fantástico *-* Bueno, y romántico también, pero no me gusta que los personajes sean muy ñoños.
4-Si pudieras por un día estar con algún personaje ya sea tuyo o de otro autor. ¿Quién sería?
Hombre, a ver... Patch, el de Hush Hush o Jace, el de Cazadores de sombras, que no me importaría nada... (jijiji), y míos... supongo que Damen o el de mi otro blog, Axel xD ¡Es que son tantos...!
5-Ahora dinos cual fue el reto más grande al cual te enfrentaste al escribir tu historia.
El reto más grande... Sin duda saber sobre qué tema escribir. Porque o bien ya está cogido, o también pasa que empiezas a escribir la historia toda emocionada, pero llegan los tres días y ya no sabes cómo seguirla, y tienes que empezar de nuevo. Y quizá se me haya escapado alguna cosa xD
Bueno, esto es todo =)
¡Por cierto, gracias por vuestros comentarios! Visitaré vuestros blogs lo antes que pueda *-* ¡Lo estoy deseando! *3* =D
jueves, 24 de febrero de 2011
Capítulo 77 (D)---(E)
Elisa estaba tardando demasiado. Miré a Kira, y ella a mí.
-Ve a ver qué está haciendo –le dije.
Ella asintió y se fue.
Al poco rato, vino hacia mí corriendo, sin Elisa por ninguna parte.
-¿Qué…?
-¡No está! –dijo alarmada-. No la encuentro.
-¿Has buscado bien?
-¡Sí!
Suspiré. Le indiqué con la cabeza que me siguiera y ambos caminamos por todo el barco buscando a Elisa, preguntando a la gente que había…
Pero en efecto, no estaba. Entonces empecé a asustarme de verdad.
Volvimos a rebuscar separados todo el barco, de arriba abajo, pero seguía desaparecida.
Me empezaba a agobiar, y subí otra vez afuera, dónde estábamos antes los tres mirando las olas, y Kira encontró una carta.
La cogí, la saqué del sobre y la leí.
Era un desafío. Habían capturado a Elisa, sin duda ese tal Keiran, y me desafiaba a encontrarla. Decía que él incluso me ayudaría. Sin duda estaba loco.
Pero no dejaría que ahora me arrebatara también a mi razón de vivir. Ya me quitó a mi mejor amigo, y esta vez no fallaré.
La media hora que quedaba para llegar la pasamos fatal, tanto Kira como yo, consumidos por la preocupación. Sentía como si me hubieran arrancado una parte de mí, un vacío, realmente doloroso e insoportable, pensando en que como ese hombre le tocara un solo pelo a mi niña, a mi vida, estaría muerto.
Al llegar bajamos. Desde la mañana hasta la tarde caminamos hasta Londres, dónde salía el tren. Sobre las nueve llegamos a la estación. El tren salía a las diez de la noche, así que saqué los billetes –y esta vez con compartimento, ya que se iba a hacer de noche e iba a ser un viaje de bastantes horas.
El hombre nos atendió, aunque primero nos examinó con la mirada nuestra ropa fuera de lugar en la época y mi pelo.
-¿Señor? –dijo finalmente.
-Deme dos billetes de tren con compartimento, por favor –contesté.
-¿Primera o segunda clase?
-Primera.
-Muy bien, señor.
Metí la mano en el bolsillo vacío de mis vaqueros e hice aparecer por magia muchas libras en monedas. Se las tendí, y él me dio los billetes.
Para matar el tiempo, nos dirigimos a un café. Aunque yo sentía el mismo ardor en el pecho por la pérdida, preguntándome cómo pude ser tan estúpido de dejarla ir sola.
Suspiré. Ahora lamentarme no me servía de nada.
Sentados en una mesa, dónde pronto el lugar iba a cerrar, justo cuando estaba dando el último sorbo al café, Kira dijo las primeras palabras desde que salimos del barco. No había hablado en todo el día.
-Tengo miedo –dijo mirando a su taza de té, que por cierto, yo no le veía la gracia de beber algo salido de una bolsita de hierbas.
-Mientras estés a mi lado, no te pasará nada. No dejaré que te arrebaten de mi lado a ti también –dejé la taza de café vacía en la mesa.
-No por mí, sino por Elisa. ¿Estará bien?
-No lo sé, Kira, no lo sé. Y ahora acábate eso.
Kira apretó los labios, asintió despacio y se lo bebió. Luego nos levantamos y fuimos a la estación.
El tren acababa de llegar justo ahora, y mientras, a unos pocos metros de nosotros, había una familia entristecida despidiéndose de una chica con gafas de unos catorce o quince años.
Sacudí la cabeza, y el tren justo acababa de llegar. Las puertas se abrieron a unos pocos pasos de nosotros, y todos los futuros pasajeros subieron al interior de éste. Miré a Kira. Ella me tendió una mano, y yo, un poco confuso, se la cogí.
-Así me siento más segura –dijo, y sonrió, pero con tristeza.
Echaba de menos a Elisa. Suspiré. No era la única.
Al final subimos también.
(E) Me desperté, pero por el terror que sentía, no abrí los ojos. No quería. Pero sentía que estaba acostada en algo mullido, sin duda una cama. Pero tenía un poco de frío, como si tuviera los brazos desnudos. Y juraría que yo llevaba una sudadera de manga larga.
Ay, madre, a saber en qué lío me había metido ahora.
-Ve a ver qué está haciendo –le dije.
Ella asintió y se fue.
Al poco rato, vino hacia mí corriendo, sin Elisa por ninguna parte.
-¿Qué…?
-¡No está! –dijo alarmada-. No la encuentro.
-¿Has buscado bien?
-¡Sí!
Suspiré. Le indiqué con la cabeza que me siguiera y ambos caminamos por todo el barco buscando a Elisa, preguntando a la gente que había…
Pero en efecto, no estaba. Entonces empecé a asustarme de verdad.
Volvimos a rebuscar separados todo el barco, de arriba abajo, pero seguía desaparecida.
Me empezaba a agobiar, y subí otra vez afuera, dónde estábamos antes los tres mirando las olas, y Kira encontró una carta.
La cogí, la saqué del sobre y la leí.
Era un desafío. Habían capturado a Elisa, sin duda ese tal Keiran, y me desafiaba a encontrarla. Decía que él incluso me ayudaría. Sin duda estaba loco.
Pero no dejaría que ahora me arrebatara también a mi razón de vivir. Ya me quitó a mi mejor amigo, y esta vez no fallaré.
La media hora que quedaba para llegar la pasamos fatal, tanto Kira como yo, consumidos por la preocupación. Sentía como si me hubieran arrancado una parte de mí, un vacío, realmente doloroso e insoportable, pensando en que como ese hombre le tocara un solo pelo a mi niña, a mi vida, estaría muerto.
Al llegar bajamos. Desde la mañana hasta la tarde caminamos hasta Londres, dónde salía el tren. Sobre las nueve llegamos a la estación. El tren salía a las diez de la noche, así que saqué los billetes –y esta vez con compartimento, ya que se iba a hacer de noche e iba a ser un viaje de bastantes horas.
El hombre nos atendió, aunque primero nos examinó con la mirada nuestra ropa fuera de lugar en la época y mi pelo.
-¿Señor? –dijo finalmente.
-Deme dos billetes de tren con compartimento, por favor –contesté.
-¿Primera o segunda clase?
-Primera.
-Muy bien, señor.
Metí la mano en el bolsillo vacío de mis vaqueros e hice aparecer por magia muchas libras en monedas. Se las tendí, y él me dio los billetes.
Para matar el tiempo, nos dirigimos a un café. Aunque yo sentía el mismo ardor en el pecho por la pérdida, preguntándome cómo pude ser tan estúpido de dejarla ir sola.
Suspiré. Ahora lamentarme no me servía de nada.
Sentados en una mesa, dónde pronto el lugar iba a cerrar, justo cuando estaba dando el último sorbo al café, Kira dijo las primeras palabras desde que salimos del barco. No había hablado en todo el día.
-Tengo miedo –dijo mirando a su taza de té, que por cierto, yo no le veía la gracia de beber algo salido de una bolsita de hierbas.
-Mientras estés a mi lado, no te pasará nada. No dejaré que te arrebaten de mi lado a ti también –dejé la taza de café vacía en la mesa.
-No por mí, sino por Elisa. ¿Estará bien?
-No lo sé, Kira, no lo sé. Y ahora acábate eso.
Kira apretó los labios, asintió despacio y se lo bebió. Luego nos levantamos y fuimos a la estación.
El tren acababa de llegar justo ahora, y mientras, a unos pocos metros de nosotros, había una familia entristecida despidiéndose de una chica con gafas de unos catorce o quince años.
Sacudí la cabeza, y el tren justo acababa de llegar. Las puertas se abrieron a unos pocos pasos de nosotros, y todos los futuros pasajeros subieron al interior de éste. Miré a Kira. Ella me tendió una mano, y yo, un poco confuso, se la cogí.
-Así me siento más segura –dijo, y sonrió, pero con tristeza.
Echaba de menos a Elisa. Suspiré. No era la única.
Al final subimos también.
(E) Me desperté, pero por el terror que sentía, no abrí los ojos. No quería. Pero sentía que estaba acostada en algo mullido, sin duda una cama. Pero tenía un poco de frío, como si tuviera los brazos desnudos. Y juraría que yo llevaba una sudadera de manga larga.
Ay, madre, a saber en qué lío me había metido ahora.
viernes, 18 de febrero de 2011
Capítulo 76 (E)
Bajamos las escaleras, y salimos de la catedral. Kira vino hacia nosotros, pero no dijo nada. Nosotros tampoco.
Mientras caminábamos, Damen sacó de su bolsillo la carta que le trajo el hijo de… su madre –ejem-, que me llamó rellenita.
Mientras él la leía, frunciendo el ceño a veces y otras acariciándose el mentón pensativo, yo me fijaba en la poca gente que había en la calle vestida de abrigo, y ellos nos examinaban a nosotros por nuestra ropa. Siempre me había interesado por la historia, pero vivirla en primera persona era, sencillamente, emocionante.
Y sorprendida, miré a algunos ángeles guardianes hacer su trabajo, siguiendo a sus protegidos por la calle. Los ángeles de antaño.
-Hum… -me volví hacia Damen cuando oí su leve gruñido. Se volvió a guardar la carta y me miró-. Nada –sonrió.
Pero era una sonrisa falsa. En esa carta había algo malo, estaba segura, pero antes tenía más cuestiones que atender.
-Esto… ¿puedo preguntarte una cosa? –Asintió mientras guardaba las manos en los bolsillos de sus oscuros vaqueros-. ¿Cómo es que esa… cosa, o el hombre que vimos antes, o ese estúpido cartero, hablaban español y no francés?
-Magia. Nos adapté a los tres para que pudiéramos entenderlos y ser entendidos, pero en realidad ellos hablan francés. Un espejismo.
-Guau. ¿Puedo preguntar otra vez?
-Venga.
-¿Y cómo vamos a encontrar el lugar si no aparece en el mapa?
-No lo sé, buscando.
-Ah, y hum…
-Adelante…
-¿Cómo vamos a llegar a Inglaterra?
Se frenó, y Kira y yo con él. Miró al cielo.
-Pues…
-¿No puedes usar un Portal?
-No, aquí no… El único que se mueve mover por diferentes espacios tan rápido como el tiempo es Christopher, el ángel del espacio… Y obviamente no soy yo. Así que no.
-Hum.
Seguimos caminando hasta que Kira se soltó de un tirón de mi mano y salió escopeteada.
-¿Pero qué…? –dije-. ¡Kira!
Damen y yo nos volvimos hacia dónde había ido, y nos señaló con el dedo una estación de tren.
Alcé las cejas y sonreí. Miré a Damen, y éste había hecho lo mismo.
-Hum, bueno, quién lo diría. Al final me vais a hacer falta.
Asentí enérgicamente y seguimos a Kira hasta la estación. Entramos, y sorprendida me fijé en que había bastante gente. Pero claro, debía de salir al amanecer.
Miramos el reloj.
-Sale a las 7.45. –Informó Kira con los bracitos cruzados-. Y son las siete y media –miró a Damen interrogativa.
-Bueno, dado que en esta época todavía no se ha inventado el tren que pasa por el canal de la Mancha, tendremos que viajar en tren hasta la costa, ir en barco hasta Inglaterra, y viajar en tren hacia el norte –nos miró-. ¿Bien?
-Ajá –dije.
Después Damen sacó los billetes para sólo un viaje rápido, sin compartimento, y nos subimos al tren.
El viaje en total duró una hora y media más o menos. Pero no era el tren que buscábamos. Luego, como Damen dijo, cogimos el barco, en el puerto, en dirección a Inglaterra.
Pero ese fue el mayor error que pudimos cometer.
Los tres íbamos fuera, viendo las nubes y niebla que había a causa del temporal y la estación, y el mar y sus olas. Pero me entraron unas ganas terribles de ir al baño.
Aunque sea inmortal, tengo necesidades humanas, no es algo del otro mundo.
Así que les dije a Kira y Damen que me iba un momento al baño –desea que por favor lo hubiera-, y después de preguntar por ahí, descubrí que sí.
Entré, hice mis necesidades, luego me lavé las manos, y justo cuando salí, al otro lado de la puerta, vi a alguien…
Pero no puedo describir sus facciones porque me golpeó a la milésima de segundo la cabeza, y perdí el conocimiento.
Mientras caminábamos, Damen sacó de su bolsillo la carta que le trajo el hijo de… su madre –ejem-, que me llamó rellenita.
Mientras él la leía, frunciendo el ceño a veces y otras acariciándose el mentón pensativo, yo me fijaba en la poca gente que había en la calle vestida de abrigo, y ellos nos examinaban a nosotros por nuestra ropa. Siempre me había interesado por la historia, pero vivirla en primera persona era, sencillamente, emocionante.
Y sorprendida, miré a algunos ángeles guardianes hacer su trabajo, siguiendo a sus protegidos por la calle. Los ángeles de antaño.
-Hum… -me volví hacia Damen cuando oí su leve gruñido. Se volvió a guardar la carta y me miró-. Nada –sonrió.
Pero era una sonrisa falsa. En esa carta había algo malo, estaba segura, pero antes tenía más cuestiones que atender.
-Esto… ¿puedo preguntarte una cosa? –Asintió mientras guardaba las manos en los bolsillos de sus oscuros vaqueros-. ¿Cómo es que esa… cosa, o el hombre que vimos antes, o ese estúpido cartero, hablaban español y no francés?
-Magia. Nos adapté a los tres para que pudiéramos entenderlos y ser entendidos, pero en realidad ellos hablan francés. Un espejismo.
-Guau. ¿Puedo preguntar otra vez?
-Venga.
-¿Y cómo vamos a encontrar el lugar si no aparece en el mapa?
-No lo sé, buscando.
-Ah, y hum…
-Adelante…
-¿Cómo vamos a llegar a Inglaterra?
Se frenó, y Kira y yo con él. Miró al cielo.
-Pues…
-¿No puedes usar un Portal?
-No, aquí no… El único que se mueve mover por diferentes espacios tan rápido como el tiempo es Christopher, el ángel del espacio… Y obviamente no soy yo. Así que no.
-Hum.
Seguimos caminando hasta que Kira se soltó de un tirón de mi mano y salió escopeteada.
-¿Pero qué…? –dije-. ¡Kira!
Damen y yo nos volvimos hacia dónde había ido, y nos señaló con el dedo una estación de tren.
Alcé las cejas y sonreí. Miré a Damen, y éste había hecho lo mismo.
-Hum, bueno, quién lo diría. Al final me vais a hacer falta.
Asentí enérgicamente y seguimos a Kira hasta la estación. Entramos, y sorprendida me fijé en que había bastante gente. Pero claro, debía de salir al amanecer.
Miramos el reloj.
-Sale a las 7.45. –Informó Kira con los bracitos cruzados-. Y son las siete y media –miró a Damen interrogativa.
-Bueno, dado que en esta época todavía no se ha inventado el tren que pasa por el canal de la Mancha, tendremos que viajar en tren hasta la costa, ir en barco hasta Inglaterra, y viajar en tren hacia el norte –nos miró-. ¿Bien?
-Ajá –dije.
Después Damen sacó los billetes para sólo un viaje rápido, sin compartimento, y nos subimos al tren.
El viaje en total duró una hora y media más o menos. Pero no era el tren que buscábamos. Luego, como Damen dijo, cogimos el barco, en el puerto, en dirección a Inglaterra.
Pero ese fue el mayor error que pudimos cometer.
Los tres íbamos fuera, viendo las nubes y niebla que había a causa del temporal y la estación, y el mar y sus olas. Pero me entraron unas ganas terribles de ir al baño.
Aunque sea inmortal, tengo necesidades humanas, no es algo del otro mundo.
Así que les dije a Kira y Damen que me iba un momento al baño –desea que por favor lo hubiera-, y después de preguntar por ahí, descubrí que sí.
Entré, hice mis necesidades, luego me lavé las manos, y justo cuando salí, al otro lado de la puerta, vi a alguien…
Pero no puedo describir sus facciones porque me golpeó a la milésima de segundo la cabeza, y perdí el conocimiento.
viernes, 4 de febrero de 2011
Capítulo 75 (E)
Todo ocurrió en una milésima de segundo.
Damen me empujó, y caí hacia atrás.
-¡Ay! –me quejé.
Miré hacia dónde estaba él, pero no lo encontré. Había desaparecido.
Hasta que escuché varios pasos a mi alrededor, pero eso es lo malo de estar en la oscuridad, que no ves nada.
Nunca había tenido tanto miedo en la vida. Ni siquiera cuando los nefilim me habían acorralado.
Me levanté despacio, tragué saliva sonoramente, y escuché un golpe fuerte y sordo contra el suelo.
-¡Damen! –dije sin poderlo evitar.
-Te pillé –dijo su voz, obviamente sin referirse a mí.
Miré a mi alrededor, y me fijé en una de las ventanas del cuarto, dónde estaba iluminado por la luz de la luna, en su silueta y algo que él pisaba.
Me acerqué despacio mientras el ser gruñía y se revolvía, pero Damen no le dejaba. Tenía un pie sobre el pecho del monstruo y un antebrazo apoyado en la rodilla, mirándolo con una sonrisa cruel.
-¿Qué tal, amigo mío?
-No… yo no… soy… no soy tu… amigo… -balbuceó casi sin aire la bestia.
-Tú sabes dónde está el hombre al que quiero asesinar con mis propias manitas, ¿verdad? –dijo medio cantando, ignorando su comentario y haciendo que todo esto pareciera más tétrico de lo que ya era.
-Qui…q…
-¡Suelta por esa sucia boquita! No tengo todo el tiempo, por si no te has dado cuenta.
El ser apretó la boca sin labios y negó débilmente con la cabeza. Damen apretó más su pisotón, y la bestia soltó un rugido medio apagado.
-Para que lo sepas, yo no soy un humano cualquiera. Bueno, sencillamente, no soy humano. Así que ten mucho cuidado, porque con sólo chasquear mis dedos, puedo hacer que vomites tu corazón junto con los demás órganos necesarios de tu organismo.
-¡Vale… vale! ¡Pero no… no me… me de… dejas… respirar!
En ese momento me pregunté por qué hablaba español y no francés, pero me abstuve de preguntar.
Damen aflojó el pie sobre su pecho.
-Venga, dilo ya.
-Lord Keiran vive en Inglaterra…
-Eso ya lo sé, no soy estúpido. Dime exactamente dónde.
-Nadie lo sabe. Dicen que vive en un lugar que no aparece en el mapa…
Miré con el ceño fruncido a Damen. ¿Como Saints?
-Así que no aparece en el mapa, ¿eh? ¿Y cómo se puede acceder a él?
-¡En un tren! Sólo unos pocos tienen la suerte de ir a ese lugar… o la desgracia.
-Eso me da igual. ¿Estás seguro? No me estarás mintiendo, ¿verdad? Porque sinceramente no te conviene.
-Tienes una carta del Lord Keiran, ¿verdad?
-Cómo lo sabes.
-La vi en tu bolsillo… y… Te la mandó él mismo…
-Hum, muy bien –Damen me miró-. Vámonos.
Dejó al ser tirado en el suelo, y me indicó con la cabeza que nos fuéramos. Pero de repente oí los pasos detrás de mí, y sin duda Damen también, porque sonrió, sacó un cuchillo de su bolsillo de la chaqueta y se dio la vuelta. Yo también, y vi que le había clavado el cuchillo en el corazón a la bestia justo cuando ésta se iba a abalanzar sobre nosotros. Cayó hacia atrás con una expresión de horror en el deformado rostro.
Miré a Damen con la boca abierta. Éste se encogió de hombros, le arrancó el cuchillo, lo limpió con el poco pelo del ser, y se lo guardó.
-¿Vamos?
Asentí despacio.
Hum. ¿Sentir miedo… o una especie de pánico por tu novio es normal o es que simplemente soy rara?
Quizá sean las dos cosas, pero es que estaba tan aterrada con el comportamiento tan feroz que estaba mostrando Damen en esos momentos, que no me atrevía ni a mirarle directamente a los ojos.
Aunque él no se dio cuenta, o hizo como que no se daba cuenta…
Damen me empujó, y caí hacia atrás.
-¡Ay! –me quejé.
Miré hacia dónde estaba él, pero no lo encontré. Había desaparecido.
Hasta que escuché varios pasos a mi alrededor, pero eso es lo malo de estar en la oscuridad, que no ves nada.
Nunca había tenido tanto miedo en la vida. Ni siquiera cuando los nefilim me habían acorralado.
Me levanté despacio, tragué saliva sonoramente, y escuché un golpe fuerte y sordo contra el suelo.
-¡Damen! –dije sin poderlo evitar.
-Te pillé –dijo su voz, obviamente sin referirse a mí.
Miré a mi alrededor, y me fijé en una de las ventanas del cuarto, dónde estaba iluminado por la luz de la luna, en su silueta y algo que él pisaba.
Me acerqué despacio mientras el ser gruñía y se revolvía, pero Damen no le dejaba. Tenía un pie sobre el pecho del monstruo y un antebrazo apoyado en la rodilla, mirándolo con una sonrisa cruel.
-¿Qué tal, amigo mío?
-No… yo no… soy… no soy tu… amigo… -balbuceó casi sin aire la bestia.
-Tú sabes dónde está el hombre al que quiero asesinar con mis propias manitas, ¿verdad? –dijo medio cantando, ignorando su comentario y haciendo que todo esto pareciera más tétrico de lo que ya era.
-Qui…q…
-¡Suelta por esa sucia boquita! No tengo todo el tiempo, por si no te has dado cuenta.
El ser apretó la boca sin labios y negó débilmente con la cabeza. Damen apretó más su pisotón, y la bestia soltó un rugido medio apagado.
-Para que lo sepas, yo no soy un humano cualquiera. Bueno, sencillamente, no soy humano. Así que ten mucho cuidado, porque con sólo chasquear mis dedos, puedo hacer que vomites tu corazón junto con los demás órganos necesarios de tu organismo.
-¡Vale… vale! ¡Pero no… no me… me de… dejas… respirar!
En ese momento me pregunté por qué hablaba español y no francés, pero me abstuve de preguntar.
Damen aflojó el pie sobre su pecho.
-Venga, dilo ya.
-Lord Keiran vive en Inglaterra…
-Eso ya lo sé, no soy estúpido. Dime exactamente dónde.
-Nadie lo sabe. Dicen que vive en un lugar que no aparece en el mapa…
Miré con el ceño fruncido a Damen. ¿Como Saints?
-Así que no aparece en el mapa, ¿eh? ¿Y cómo se puede acceder a él?
-¡En un tren! Sólo unos pocos tienen la suerte de ir a ese lugar… o la desgracia.
-Eso me da igual. ¿Estás seguro? No me estarás mintiendo, ¿verdad? Porque sinceramente no te conviene.
-Tienes una carta del Lord Keiran, ¿verdad?
-Cómo lo sabes.
-La vi en tu bolsillo… y… Te la mandó él mismo…
-Hum, muy bien –Damen me miró-. Vámonos.
Dejó al ser tirado en el suelo, y me indicó con la cabeza que nos fuéramos. Pero de repente oí los pasos detrás de mí, y sin duda Damen también, porque sonrió, sacó un cuchillo de su bolsillo de la chaqueta y se dio la vuelta. Yo también, y vi que le había clavado el cuchillo en el corazón a la bestia justo cuando ésta se iba a abalanzar sobre nosotros. Cayó hacia atrás con una expresión de horror en el deformado rostro.
Miré a Damen con la boca abierta. Éste se encogió de hombros, le arrancó el cuchillo, lo limpió con el poco pelo del ser, y se lo guardó.
-¿Vamos?
Asentí despacio.
Hum. ¿Sentir miedo… o una especie de pánico por tu novio es normal o es que simplemente soy rara?
Quizá sean las dos cosas, pero es que estaba tan aterrada con el comportamiento tan feroz que estaba mostrando Damen en esos momentos, que no me atrevía ni a mirarle directamente a los ojos.
Aunque él no se dio cuenta, o hizo como que no se daba cuenta…
martes, 1 de febrero de 2011
Capítulo 74 (E)
Mientras nos dirigíamos a la entrada de la catedral, Kira se fue hacia los escaparates a oscuras de las tiendas, y entonces Damen y yo escuchamos gritos:
-¡Eh! ¡El alto y la chica rellenita! ¡Esperad!
Nos giramos para ver si era por nosotros, y en efecto, lo de rellenita iba por mí. Un hombre medio calvo se nos acercó con una carta.
-¿Es usted el señor Damen?
-Sí, ese soy yo.
-Pues tome, tengo esta carta para usted.
El hombre le tendió una carta extraña, y Damen se la guardó en el bolsillo.
Y yo adelanté un paso.
-Oiga… ¿me ha llamado rellenita? –dije entre dientes.
Damen soltó una sonora carcajada. Le ignoré.
El hombre me examinó con la mirada y asintió.
-Sí, bueno…
-¡¿Usted cree que estoy gorda?! ¡¿Cómo se atreve a…?!
Pero el hombre, asustado, se giró sobre sus talones y salió escopeteado de allí. Miré a Damen. Se carcajeaba él solo, pero al ver mi cara, dejó de hacerlo.
-Hum… -risita-, lo siento, ejem…
-Todos los hombres sois iguales. ¡Me ha llamado gorda!
-Bueno, el término correcto por el que se ha referido a tu persona no es gorda, sino rellenita.
-¡Yo no estoy gorda!
-Hum… bueno, cielo, tienes que reconocer que has echado un poco de culo, pero por lo demás…
Se volvió a reír. Apreté los dientes y me dirigí a la catedral, subiendo los escalones. Damen vino detrás de mí hasta colocarse a mi lado, todavía con una sonrisita en los labios.
-Va, Elisa, sabes que lo decía en broma. Si estás como un palillo… ¿Estás enfadada?
-Déjame.
-Mira, esto es una pequeña venganza por no haberme hecho caso. ¿De acuerdo?
-He dicho que me dejes.
Se rió, y se encogió de hombros. Por fin nos adentramos en ese oscuro lugar. Me acerqué más a Damen, porque sinceramente temblaba de pies a cabeza.
Mientras caminábamos y veíamos los diseños de la catedral y las ventanas en la oscuridad, escuchamos ruidos en las torres superiores… Bueno, quizá el eco de esos ruidos.
Tragué saliva sonoramente. Damen me cogió la mano y la apretó.
-¿Estás bien? No tendrás miedo, ¿verdad? –susurró divertido.
-¿Yo? ¿Miedo? ¿Eso qué es? –pero mi voz horriblemente temblorosa me delataba.
Damen sonrió, y me acarició el dorso de la mano con el dedo pulgar, en círculos, para tranquilizarme. Parecía conseguirlo, pero escuchamos un gruñido animal, y volví a temblar de pies a cabeza.
Fuimos hacia unas escaleras y subimos… y subimos… y otra vez subimos… hasta que por fin llegamos arriba.
Bueno, yo arrastrada, porque era demasiado. Me recordaba a cuando subí las escaleras del edificio Celeste hasta el piso 81º corriendo, para decirle a Damen quién era yo en realidad.
Pero es que esto era mucho peor.
En el último escalón, me solté de la mano de Damen y me senté, poniendo la cabeza entre las rodillas flexionadas.
-Espera… un momento… -dije.
-Está bien –dijo.
Se agachó un momento, me acarició el pelo con suavidad y se levantó, mirando detrás de nosotros.
-Hum… tiene que estar por aquí…
-¿Estar…? ¿Pero qué… qué es lo que buscas?
Alcé la mirada desde el suelo, y él la bajó para mirarme. Sonrió con picardía. En ese momento, si no le conociera, pensaría que era un asesino en serie entre la oscuridad que le rodeaba. Además de que su extraño pelo plateado contrastaba.
-¿No conoces la leyenda de la bestia que habita en esta catedral?
-¿El jorobado? –alcé las cejas asustada.
-Hum, más o menos. Digamos… su primo lejano.
Otro gruñido rebotó en las paredes de piedra de Notre Dame. Yo me levanté de repente y me abracé sin poder contenerme a Damen.
Éste sonrió con satisfacción.
-¿Sabes? Dicen que antes de comerse a la gente, corta en trocitos a las personas y luego…
-¡Vale, vale, déjalo! –enterré mi cara en su pecho, amedrantada.
Él sonrió todavía más, y me apretó contra él. Luego me cogió de la mano y nos adentramos en la oscuridad total. Pero de repente escuchamos pasos, fuertes, y Damen frenó.
-¿Qué…? –susurré.
Él se llevó el dedo índice a los labios, signo de que me callara, y esperó. Miró al suelo, concentrado, y yo hice lo mismo, pero sin duda yo no percibía lo mismo.
-¡Cuidado! –dijo.
Todo ocurrió en una milésima de segundo.
-¡Eh! ¡El alto y la chica rellenita! ¡Esperad!
Nos giramos para ver si era por nosotros, y en efecto, lo de rellenita iba por mí. Un hombre medio calvo se nos acercó con una carta.
-¿Es usted el señor Damen?
-Sí, ese soy yo.
-Pues tome, tengo esta carta para usted.
El hombre le tendió una carta extraña, y Damen se la guardó en el bolsillo.
Y yo adelanté un paso.
-Oiga… ¿me ha llamado rellenita? –dije entre dientes.
Damen soltó una sonora carcajada. Le ignoré.
El hombre me examinó con la mirada y asintió.
-Sí, bueno…
-¡¿Usted cree que estoy gorda?! ¡¿Cómo se atreve a…?!
Pero el hombre, asustado, se giró sobre sus talones y salió escopeteado de allí. Miré a Damen. Se carcajeaba él solo, pero al ver mi cara, dejó de hacerlo.
-Hum… -risita-, lo siento, ejem…
-Todos los hombres sois iguales. ¡Me ha llamado gorda!
-Bueno, el término correcto por el que se ha referido a tu persona no es gorda, sino rellenita.
-¡Yo no estoy gorda!
-Hum… bueno, cielo, tienes que reconocer que has echado un poco de culo, pero por lo demás…
Se volvió a reír. Apreté los dientes y me dirigí a la catedral, subiendo los escalones. Damen vino detrás de mí hasta colocarse a mi lado, todavía con una sonrisita en los labios.
-Va, Elisa, sabes que lo decía en broma. Si estás como un palillo… ¿Estás enfadada?
-Déjame.
-Mira, esto es una pequeña venganza por no haberme hecho caso. ¿De acuerdo?
-He dicho que me dejes.
Se rió, y se encogió de hombros. Por fin nos adentramos en ese oscuro lugar. Me acerqué más a Damen, porque sinceramente temblaba de pies a cabeza.
Mientras caminábamos y veíamos los diseños de la catedral y las ventanas en la oscuridad, escuchamos ruidos en las torres superiores… Bueno, quizá el eco de esos ruidos.
Tragué saliva sonoramente. Damen me cogió la mano y la apretó.
-¿Estás bien? No tendrás miedo, ¿verdad? –susurró divertido.
-¿Yo? ¿Miedo? ¿Eso qué es? –pero mi voz horriblemente temblorosa me delataba.
Damen sonrió, y me acarició el dorso de la mano con el dedo pulgar, en círculos, para tranquilizarme. Parecía conseguirlo, pero escuchamos un gruñido animal, y volví a temblar de pies a cabeza.
Fuimos hacia unas escaleras y subimos… y subimos… y otra vez subimos… hasta que por fin llegamos arriba.
Bueno, yo arrastrada, porque era demasiado. Me recordaba a cuando subí las escaleras del edificio Celeste hasta el piso 81º corriendo, para decirle a Damen quién era yo en realidad.
Pero es que esto era mucho peor.
En el último escalón, me solté de la mano de Damen y me senté, poniendo la cabeza entre las rodillas flexionadas.
-Espera… un momento… -dije.
-Está bien –dijo.
Se agachó un momento, me acarició el pelo con suavidad y se levantó, mirando detrás de nosotros.
-Hum… tiene que estar por aquí…
-¿Estar…? ¿Pero qué… qué es lo que buscas?
Alcé la mirada desde el suelo, y él la bajó para mirarme. Sonrió con picardía. En ese momento, si no le conociera, pensaría que era un asesino en serie entre la oscuridad que le rodeaba. Además de que su extraño pelo plateado contrastaba.
-¿No conoces la leyenda de la bestia que habita en esta catedral?
-¿El jorobado? –alcé las cejas asustada.
-Hum, más o menos. Digamos… su primo lejano.
Otro gruñido rebotó en las paredes de piedra de Notre Dame. Yo me levanté de repente y me abracé sin poder contenerme a Damen.
Éste sonrió con satisfacción.
-¿Sabes? Dicen que antes de comerse a la gente, corta en trocitos a las personas y luego…
-¡Vale, vale, déjalo! –enterré mi cara en su pecho, amedrantada.
Él sonrió todavía más, y me apretó contra él. Luego me cogió de la mano y nos adentramos en la oscuridad total. Pero de repente escuchamos pasos, fuertes, y Damen frenó.
-¿Qué…? –susurré.
Él se llevó el dedo índice a los labios, signo de que me callara, y esperó. Miró al suelo, concentrado, y yo hice lo mismo, pero sin duda yo no percibía lo mismo.
-¡Cuidado! –dijo.
Todo ocurrió en una milésima de segundo.
viernes, 28 de enero de 2011
Capítulo 73 (D)
Cuando caí del Portal, lo hice de pie, pero de repente algo impactó contra mi espalda, haciéndome caer de bruces contra el suelo.
Entonces, en una milésima de segundo, deduje que quizá sería Elisa. Conociéndola.
Mientras me reincorporaba, rezaba porque no fuera ella.
Maldita suerte.
Era ella.
Apreté con fuerza la mandíbula. Cuando se levantó, y alzó despacio la mirada para verme, se estremeció, y me sonrió débilmente.
-Je, al final… al final vine… -dijo.
-¡¡Elisa!! ¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿¿Yo qué te dije????!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡Que no vinieras!!!!!! Te juro que como te pase algo…
-Damen… lo siento, de verdad, pero es que no te puedes imaginar lo que sentí cuando te vi marcharte y pensar que quizá… yo que sé… que no volvieras o… o algo peor… Yo… -empezó a sollozar.
Suspiré, y la abracé.
-Bueno, venga, tranquila… Pero de verdad que no gano en disgustos. Tú siempre haciéndome sufrir…
-¿Quién ha dicho que el amor es sólo cosas bonitas? También tiene lados malos, y el sufrimiento es uno de ellos.
-Lo sé. Vale, ven, pero ni se te ocurra separarte de mí.
-Bien.
-Te lo vuelvo a repetir, Elisa. No. Te. Separes. De. Mí.
-¡Vale, entendido! Si es que en realidad vine aquí porque quería que estuviésemos juntos.
Sonreí. Me encantaba cuando decía esas cosas.
Entonces oímos un débil grito, y cuando miré al cielo, algo cayó sobre mí, otra vez. Pero conseguí cogerlo en brazos sin caerme.
Kira.
Nos miró a Elisa y a mí alternativamente, se encogió de hombros y se revolvió para que la dejara en el suelo.
-No pensaba dejaros ir sin mí.
Apreté los dientes, y me pellizqué el puente de la nariz mientras cerraba los ojos.
-¿Y Penny? –preguntó Elisa.
-Hum… con Yin Yang… creo…
Abrí los ojos, y hundí los hombros. Ahora ya estaba hecho. Intentaría no enfadarme con ninguna…
Los tres nos volvimos y examinamos el paisaje. Habíamos aterrizado en el año 1860, en una ciudad… Pero no sabía cuál. En realidad no había pensado en ninguna, así que no sé cómo habíamos llegado hasta aquí. La gente que pasaba se volteaba para vernos, quizá por nuestra ropa… poco actual dónde estábamos.
Entonces nos dimos la vuelta y la vimos con la boca abierta: la catedral de Notre Dame.
-Hostia –solté sin querer.
Elisa me miró.
-¿Esa es…?
-Esa es, sí. Estamos en París. Lo que no entiendo es por qué. Quizá…
Por intuición, quizá, llevé la mano al bolsillo de mi pantalón, y saqué la carta que había encontrado en el buzón. La invitación, y que decía que fuera a París.
Ahora lo entendía.
-Hum.
-Es aterrador –comentó Kira.
-Sí, y me parece que le haremos una visita.
-Eh… ¿sabes la leyenda del jorobado de Notre Dame? –preguntó Elisa. Asentí sonriente-. Bueno, pues… ¿no crees que a lo mejor… bueno, exista?
-¿Entonces a qué crees que le vamos a dar una visita?
Elisa empezó a temblar.
-Damen, ¿no podríamos esperar al verano? ¡O a que sea de día simplemente! Tío, que no te pido mucho.
Me reí, y miré al cielo. Era verdad: estábamos en pleno invierno, viendo el ambiente y la temperatura, y en el cielo sólo había nubes y un pequeño resquicio de la luz de la luna.
-Venga, vamos, no hay mucho tiempo.
-Damen…
-Pues no hubieras venido –contesté de forma brusca.
Elisa me miró con arrepentimiento en los ojos, y puso una mano en su brazo, mirando al suelo. Kira miró a un escaparate, un tanto incómoda. Suspiré.
-Lo siento, pero de verdad que me cabreaste, Elisa. Te dije que no vinieras porque de verdad temía que te pasara algo, y te la resbaló. No me hiciste ni puñetero caso, y viniste por propia voluntad y en contra de la mía, aún sabiendo que me enfadarías. Y ahora quieres volver a casa sabiendo que no puedes.
-¡¡No!! –me abrazó con fuerza.
Confundido, le devolví el abrazo.
-¿Qué…?
-Damen, no quiero irme a casa sin ti. Yo me quedo aquí, contigo. Es sólo que… -suspiró-. Da igual. Vamos.
-Primero de todo tenemos que preguntar dónde vive el rubio. El que mató a… -se me crispó la voz.
Elisa me besó brevemente, y yo suspiré bastante aliviado por su cariño. Sinceramente no sé qué haría sin ella.
-Gracias –dije.
Sonrió.
-Vamos a preguntar a la gente.
Asentí. Elisa cogió la mano de Kira y paramos a un hombre con un niño pequeño. Obviamente iban vestidos con ropa de esa época.
-Hum, perdone, ¿sabe quién es, por casualidad… hum…? –Elisa me miró, y luego a mi mano. Cogió la invitación y me enseñó el nombre que aparecía en él-. ¿Lord Keiran?
El hombre me miró con ojos aterrados.
-¿Lord Keiran? Me suena, pero de todos modos podéis preguntarle a… -señaló la catedral con un dedo tembloroso-. Pero tenga cuidado, dicen que no es un hombre, sino un demonio…
-No se preocupe. Digamos que se me da bien tratar… con demonios –sonreí mientras me cruzaba de brazos.
Elisa tragó saliva sonoramente. El niño que acompañaba al hombre no le quitaba ojo a Kira. Ésta miraba fascinada la catedral, ignorándole.
-Los que le preguntan… se los come vivos o si les cae bien, por así decirlo, se lo dice, pero luego los tira de una de las torres.
-Entiendo –dije asintiendo-. Muchas gracias.
-Tengan cuidado.
-Lo tendremos.
Cuando el hombre y su hijo se fueron, me volví hacia Kira.
-Quédate aquí.
-¿Por qué?
-Eres muy pequeña para venir a la catedral.
-Sé cuidarme sola, Damen. Sabes perfectamente que aunque los aparente, no tengo siete años.
-Kira, no seas cabezota tú también. Espéranos en la entrada.
Suspiró, y derrotada, asintió. Cogí a Elisa de la mano y nos volvimos hacia Notre
Dame.
-¿Estás preparada? –le pregunté.
-Bueno… Nunca lo estaré, así que vamos.
Entonces, en una milésima de segundo, deduje que quizá sería Elisa. Conociéndola.
Mientras me reincorporaba, rezaba porque no fuera ella.
Maldita suerte.
Era ella.
Apreté con fuerza la mandíbula. Cuando se levantó, y alzó despacio la mirada para verme, se estremeció, y me sonrió débilmente.
-Je, al final… al final vine… -dijo.
-¡¡Elisa!! ¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿¿Yo qué te dije????!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡Que no vinieras!!!!!! Te juro que como te pase algo…
-Damen… lo siento, de verdad, pero es que no te puedes imaginar lo que sentí cuando te vi marcharte y pensar que quizá… yo que sé… que no volvieras o… o algo peor… Yo… -empezó a sollozar.
Suspiré, y la abracé.
-Bueno, venga, tranquila… Pero de verdad que no gano en disgustos. Tú siempre haciéndome sufrir…
-¿Quién ha dicho que el amor es sólo cosas bonitas? También tiene lados malos, y el sufrimiento es uno de ellos.
-Lo sé. Vale, ven, pero ni se te ocurra separarte de mí.
-Bien.
-Te lo vuelvo a repetir, Elisa. No. Te. Separes. De. Mí.
-¡Vale, entendido! Si es que en realidad vine aquí porque quería que estuviésemos juntos.
Sonreí. Me encantaba cuando decía esas cosas.
Entonces oímos un débil grito, y cuando miré al cielo, algo cayó sobre mí, otra vez. Pero conseguí cogerlo en brazos sin caerme.
Kira.
Nos miró a Elisa y a mí alternativamente, se encogió de hombros y se revolvió para que la dejara en el suelo.
-No pensaba dejaros ir sin mí.
Apreté los dientes, y me pellizqué el puente de la nariz mientras cerraba los ojos.
-¿Y Penny? –preguntó Elisa.
-Hum… con Yin Yang… creo…
Abrí los ojos, y hundí los hombros. Ahora ya estaba hecho. Intentaría no enfadarme con ninguna…
Los tres nos volvimos y examinamos el paisaje. Habíamos aterrizado en el año 1860, en una ciudad… Pero no sabía cuál. En realidad no había pensado en ninguna, así que no sé cómo habíamos llegado hasta aquí. La gente que pasaba se volteaba para vernos, quizá por nuestra ropa… poco actual dónde estábamos.
Entonces nos dimos la vuelta y la vimos con la boca abierta: la catedral de Notre Dame.
-Hostia –solté sin querer.
Elisa me miró.
-¿Esa es…?
-Esa es, sí. Estamos en París. Lo que no entiendo es por qué. Quizá…
Por intuición, quizá, llevé la mano al bolsillo de mi pantalón, y saqué la carta que había encontrado en el buzón. La invitación, y que decía que fuera a París.
Ahora lo entendía.
-Hum.
-Es aterrador –comentó Kira.
-Sí, y me parece que le haremos una visita.
-Eh… ¿sabes la leyenda del jorobado de Notre Dame? –preguntó Elisa. Asentí sonriente-. Bueno, pues… ¿no crees que a lo mejor… bueno, exista?
-¿Entonces a qué crees que le vamos a dar una visita?
Elisa empezó a temblar.
-Damen, ¿no podríamos esperar al verano? ¡O a que sea de día simplemente! Tío, que no te pido mucho.
Me reí, y miré al cielo. Era verdad: estábamos en pleno invierno, viendo el ambiente y la temperatura, y en el cielo sólo había nubes y un pequeño resquicio de la luz de la luna.
-Venga, vamos, no hay mucho tiempo.
-Damen…
-Pues no hubieras venido –contesté de forma brusca.
Elisa me miró con arrepentimiento en los ojos, y puso una mano en su brazo, mirando al suelo. Kira miró a un escaparate, un tanto incómoda. Suspiré.
-Lo siento, pero de verdad que me cabreaste, Elisa. Te dije que no vinieras porque de verdad temía que te pasara algo, y te la resbaló. No me hiciste ni puñetero caso, y viniste por propia voluntad y en contra de la mía, aún sabiendo que me enfadarías. Y ahora quieres volver a casa sabiendo que no puedes.
-¡¡No!! –me abrazó con fuerza.
Confundido, le devolví el abrazo.
-¿Qué…?
-Damen, no quiero irme a casa sin ti. Yo me quedo aquí, contigo. Es sólo que… -suspiró-. Da igual. Vamos.
-Primero de todo tenemos que preguntar dónde vive el rubio. El que mató a… -se me crispó la voz.
Elisa me besó brevemente, y yo suspiré bastante aliviado por su cariño. Sinceramente no sé qué haría sin ella.
-Gracias –dije.
Sonrió.
-Vamos a preguntar a la gente.
Asentí. Elisa cogió la mano de Kira y paramos a un hombre con un niño pequeño. Obviamente iban vestidos con ropa de esa época.
-Hum, perdone, ¿sabe quién es, por casualidad… hum…? –Elisa me miró, y luego a mi mano. Cogió la invitación y me enseñó el nombre que aparecía en él-. ¿Lord Keiran?
El hombre me miró con ojos aterrados.
-¿Lord Keiran? Me suena, pero de todos modos podéis preguntarle a… -señaló la catedral con un dedo tembloroso-. Pero tenga cuidado, dicen que no es un hombre, sino un demonio…
-No se preocupe. Digamos que se me da bien tratar… con demonios –sonreí mientras me cruzaba de brazos.
Elisa tragó saliva sonoramente. El niño que acompañaba al hombre no le quitaba ojo a Kira. Ésta miraba fascinada la catedral, ignorándole.
-Los que le preguntan… se los come vivos o si les cae bien, por así decirlo, se lo dice, pero luego los tira de una de las torres.
-Entiendo –dije asintiendo-. Muchas gracias.
-Tengan cuidado.
-Lo tendremos.
Cuando el hombre y su hijo se fueron, me volví hacia Kira.
-Quédate aquí.
-¿Por qué?
-Eres muy pequeña para venir a la catedral.
-Sé cuidarme sola, Damen. Sabes perfectamente que aunque los aparente, no tengo siete años.
-Kira, no seas cabezota tú también. Espéranos en la entrada.
Suspiró, y derrotada, asintió. Cogí a Elisa de la mano y nos volvimos hacia Notre
Dame.
-¿Estás preparada? –le pregunté.
-Bueno… Nunca lo estaré, así que vamos.
lunes, 24 de enero de 2011
Capítulo 72 (E)
Aparecimos al principio de una colina, dónde, en la cima, había un castillo del siglo XV, más o menos. Damen condujo por el camino que llevaba hasta allí, y aparcó justo en la entrada.
Salimos del coche, y cuando miré hacia una esquina de una de las torres, juraría haber visto un fantasma. Con la piel de gallina, sacudí la cabeza y me arrimé más a Damen. En los alrededores había jóvenes de entre doce y dieciocho años sentados en el césped con uniformes, hablando en grupos o demás, pero se nos habían quedado mirando.
Damen petó en la enorme puerta. Un hombre vestido con una chaqueta larga hasta los tobillos abrió. Alzó las cejas al reconocerle.
-Oh, vaya, usted… -balbuceó.
-Sí, sí, ahora déjame pasar.
Damen le apartó de su camino y pasó sin permiso. Recorrimos varios pasillos hasta llegar a una puerta. La abrió sin petar ni nada, y dentro había un hombre detrás de un escritorio. Alzó la mirada, y nos vio. Se levantó de repente.
-¿Qué…? ¿Qué hace usted aquí? –dijo.
-Estoy buscando al ángel del tiempo. ¿Dónde está? Escuché que le habíais arrastrado hasta aquí…
-Ahora mismo no puede…
Pero Damen le ignoró, y al darse media vuelta se encontró con un chico más o menos de su edad y altura, de pelo negro y guapo. Se cruzó de brazos.
-¿Quién eres tú? –dijo.
-Tu peor pesadilla si te interpones en mi camino –le contestó Damen.
-¿Cómo te atreves a hablarme así?
-¡Jack, por favor, no hagas nada! –le gritó el hombre de antes desde dentro del despacho.
Salió, intentando separar a Damen y a ese tal Jack.
-¿Te llamas Jack? ¡Estupendo! Se nota que este va a ser mi día favorito –dijo Damen con ironía.
El chico bajó su mirada hasta Kira, y abrió mucho los ojos.
-¡Un momento! ¿Ella es…?
Kira se colocó detrás de mí, y Damen se interpuso entre Jack y nosotras.
-La tocas y estás muerto. ¿Dónde está el ángel del tiempo?
-¿Crees que te lo voy a decir? Conozco a los de tu especie. Os creéis que sois unos protectores de primera, pero los guardias estábamos antes.
-Mira, chaval. Eso a mí me importa una mierda, ¿te queda claro? ¡¡Dónde está!! ¡Tengo que salvar a una persona muy importante para mí, así que dímelo!
El tal Jack seguía callado. Damen, al ver que no hacía nada, suspiró con fuerza y le apartó de un empujón. Le seguimos, subiendo unas escaleras de caracol hasta llegar a un pasillo con varias puertas, y Damen fue petando una a una con fuerza. Los alumnos que había dentro fueron saliendo a medida que pasábamos.
-¡Estate quieto! –gritó Jack corriendo, y se colocó delante de nosotros.
-Hey, ¿qué pasa aquí? –dijo una voz femenina.
Detrás de Jack apareció una chica de pelo rojizo y unos ojos muy extraños, con el iris tan plateado como el pelo de Damen.
Jack se puso delante de ella.
-Ni os acerquéis –murmuró.
-¿Tú eres el ángel del tiempo? –preguntó Damen.
-Sí, ésa soy yo. ¿Por qué?
-Necesito tu ayuda. Por favor.
La chica apartó a Jack a un lado con suavidad, y se acercó a Damen. Se cruzó de brazos, le examinó, y sonrió.
-Hum, eres muy guapo, así que te ayudaré. ¿Qué necesitas?
-Que me lleves al pasado.
La chica parpadeó.
-Al pasado –Damen asintió-. Hum… ¿y se puede saber el por qué?
-Por venganza.
-Hum, me gusta. La venganza. ¿Por qué no? Te ayudaré. ¿Y cuando quieres que te traiga?
-Dentro de unos días. ¿Podrás?
-¡Por supuesto! Soy imparable.
Sonreí. La chica me miró, y también sonrió. Luego miró a Kira.
-¡Vaya! ¡Una de las mías! Hola, bonita.
Kira tenía los labios apretados y se aferraba con fuerza a mi pierna.
-Veo que es tímida. Bueno, venga, vamos.
-Pero Alex… -dijo Jack.
-Venga, hombre, siempre tan pesado. No le hagáis ni caso. Vamos.
Todos salimos afuera. Los alumnos ya habían entrado en el colegio, por lo que sólo estábamos nosotros afuera.
En la pared de una de las torres del castillo, Alex posó su mano. De repente, un Portal diferente al que hacía Damen, de color azul eléctrico, apareció en ella. Cuando terminó, se apartó de ella, y miró a Damen.
-Bueno, ahí lo está. Dentro de cinco días justos, aparecerá un Portal como este en la ciudad que estés. Entonces apareceré yo y te llevo, ¡y listo! ¿No es difícil, verdad?
-No.
-Hum, para ir a la época que quieras, es como un Portal normal, piensa el año o siglo, nada más. Y el lugar, claro.
Damen asintió, y se volvió hacia mí.
-Elisa, espérame. Penny –la miró-, cuida muy bien de Kira y Elisa, ¿de acuerdo? Es una orden.
Penny asintió emocionada.
-¡Sí, señor!
-Kira, pórtate bien.
Kira asintió. Damen se acercó a mí, me besó y se volvió hacia el Portal.
Mi corazón empezó a latir frenéticamente. Temía que no volvería a verle. No quería separarme de él.
Cuando entró en el Portal, éste se estaba cerrando lentamente, y yo, por un impulso que no pude explicar muy bien, corrí hacia él y entré justo antes de cerrarse.
El problema es que juraría que mientras corría algo se agarraba a mí…
Salimos del coche, y cuando miré hacia una esquina de una de las torres, juraría haber visto un fantasma. Con la piel de gallina, sacudí la cabeza y me arrimé más a Damen. En los alrededores había jóvenes de entre doce y dieciocho años sentados en el césped con uniformes, hablando en grupos o demás, pero se nos habían quedado mirando.
Damen petó en la enorme puerta. Un hombre vestido con una chaqueta larga hasta los tobillos abrió. Alzó las cejas al reconocerle.
-Oh, vaya, usted… -balbuceó.
-Sí, sí, ahora déjame pasar.
Damen le apartó de su camino y pasó sin permiso. Recorrimos varios pasillos hasta llegar a una puerta. La abrió sin petar ni nada, y dentro había un hombre detrás de un escritorio. Alzó la mirada, y nos vio. Se levantó de repente.
-¿Qué…? ¿Qué hace usted aquí? –dijo.
-Estoy buscando al ángel del tiempo. ¿Dónde está? Escuché que le habíais arrastrado hasta aquí…
-Ahora mismo no puede…
Pero Damen le ignoró, y al darse media vuelta se encontró con un chico más o menos de su edad y altura, de pelo negro y guapo. Se cruzó de brazos.
-¿Quién eres tú? –dijo.
-Tu peor pesadilla si te interpones en mi camino –le contestó Damen.
-¿Cómo te atreves a hablarme así?
-¡Jack, por favor, no hagas nada! –le gritó el hombre de antes desde dentro del despacho.
Salió, intentando separar a Damen y a ese tal Jack.
-¿Te llamas Jack? ¡Estupendo! Se nota que este va a ser mi día favorito –dijo Damen con ironía.
El chico bajó su mirada hasta Kira, y abrió mucho los ojos.
-¡Un momento! ¿Ella es…?
Kira se colocó detrás de mí, y Damen se interpuso entre Jack y nosotras.
-La tocas y estás muerto. ¿Dónde está el ángel del tiempo?
-¿Crees que te lo voy a decir? Conozco a los de tu especie. Os creéis que sois unos protectores de primera, pero los guardias estábamos antes.
-Mira, chaval. Eso a mí me importa una mierda, ¿te queda claro? ¡¡Dónde está!! ¡Tengo que salvar a una persona muy importante para mí, así que dímelo!
El tal Jack seguía callado. Damen, al ver que no hacía nada, suspiró con fuerza y le apartó de un empujón. Le seguimos, subiendo unas escaleras de caracol hasta llegar a un pasillo con varias puertas, y Damen fue petando una a una con fuerza. Los alumnos que había dentro fueron saliendo a medida que pasábamos.
-¡Estate quieto! –gritó Jack corriendo, y se colocó delante de nosotros.
-Hey, ¿qué pasa aquí? –dijo una voz femenina.
Detrás de Jack apareció una chica de pelo rojizo y unos ojos muy extraños, con el iris tan plateado como el pelo de Damen.
Jack se puso delante de ella.
-Ni os acerquéis –murmuró.
-¿Tú eres el ángel del tiempo? –preguntó Damen.
-Sí, ésa soy yo. ¿Por qué?
-Necesito tu ayuda. Por favor.
La chica apartó a Jack a un lado con suavidad, y se acercó a Damen. Se cruzó de brazos, le examinó, y sonrió.
-Hum, eres muy guapo, así que te ayudaré. ¿Qué necesitas?
-Que me lleves al pasado.
La chica parpadeó.
-Al pasado –Damen asintió-. Hum… ¿y se puede saber el por qué?
-Por venganza.
-Hum, me gusta. La venganza. ¿Por qué no? Te ayudaré. ¿Y cuando quieres que te traiga?
-Dentro de unos días. ¿Podrás?
-¡Por supuesto! Soy imparable.
Sonreí. La chica me miró, y también sonrió. Luego miró a Kira.
-¡Vaya! ¡Una de las mías! Hola, bonita.
Kira tenía los labios apretados y se aferraba con fuerza a mi pierna.
-Veo que es tímida. Bueno, venga, vamos.
-Pero Alex… -dijo Jack.
-Venga, hombre, siempre tan pesado. No le hagáis ni caso. Vamos.
Todos salimos afuera. Los alumnos ya habían entrado en el colegio, por lo que sólo estábamos nosotros afuera.
En la pared de una de las torres del castillo, Alex posó su mano. De repente, un Portal diferente al que hacía Damen, de color azul eléctrico, apareció en ella. Cuando terminó, se apartó de ella, y miró a Damen.
-Bueno, ahí lo está. Dentro de cinco días justos, aparecerá un Portal como este en la ciudad que estés. Entonces apareceré yo y te llevo, ¡y listo! ¿No es difícil, verdad?
-No.
-Hum, para ir a la época que quieras, es como un Portal normal, piensa el año o siglo, nada más. Y el lugar, claro.
Damen asintió, y se volvió hacia mí.
-Elisa, espérame. Penny –la miró-, cuida muy bien de Kira y Elisa, ¿de acuerdo? Es una orden.
Penny asintió emocionada.
-¡Sí, señor!
-Kira, pórtate bien.
Kira asintió. Damen se acercó a mí, me besó y se volvió hacia el Portal.
Mi corazón empezó a latir frenéticamente. Temía que no volvería a verle. No quería separarme de él.
Cuando entró en el Portal, éste se estaba cerrando lentamente, y yo, por un impulso que no pude explicar muy bien, corrí hacia él y entré justo antes de cerrarse.
El problema es que juraría que mientras corría algo se agarraba a mí…
domingo, 16 de enero de 2011
Capítulo 71 (K)---(E)
(K)Yo apenas entendía nada. Había visto a Damen llorar. A Damen, y eso era algo traumático. Increíble, quizá.
Al llegar a una casa, éste petó en la puerta. Nos abrió la anciana del otro día. La tal Adalia. Al vernos todos juntos se sorprendió un poco, pero parecía que sabía por qué estábamos allí, a diferencia de mí, claro.
Entramos, y en el salón, Damen le soltó:
-¡Tú lo sabías! ¡Por eso fue en realidad por lo que viniste el otro día, porque me lo querías decir, pero no lo hiciste! ¡¿Por qué coño no lo hiciste?!
-¡Damen, tranquilízate! –le dijo Elisa poniendo una mano en su brazo.
Éste se relajó un poco, pero seguía fulminando con la mirada a Adalia, que tenía los hombros hundidos.
-Sí, es verdad. Lo vi en la baraja de cartas, pero Damen, es mejor que lo hubieras descubierto tú ahora que te lo hubiera dicho hace tiempo.
-¡¡Adalia!! –gritó él, y la chica llamada Penny dio un respingo.
-Tranquilo. Y sé por qué has venido. Puedo ayudarte.
-Y cómo…
-Escucha. Ese engendro vive aquí desde hace siglos. Si, por un casual, pudieras acabar con él en el pasado, entonces nada de esto habrá ocurrido.
Por intuición, Damen abrazó a Elisa.
-No me refiero a que nunca hubieras conocido a Elisa. Me refiero a los asesinatos.
-¿Pretendes que vaya al pasado? ¡¿Y cómo quieres que haga eso?! Sé que soy perfecto, pero algo así… -la voz se le fue apagando a medida que hablaba. Ya ni se esforzaba por parecer sarcástico.
-¿Sabes quién es la hija de Lucifer, Damen? El único ángel-demonio que es más rápida que el tiempo.
-Hum. Sí, la conozco. Bueno, oí, claro, hablar de ella.
-Puede llevarte, y al cabo de unos días, traerte.
-Ya… pero está ingresada en el internado ese… Moonlight, ¿no? ¿Y dónde porras sé yo dónde está eso?
-Yo lo sé –dijo Penny.
Todos la miramos.
-¿En serio? –asintió.
-Antes de ser un ángel Dominio, era un ángel normal y corriente. Me obligaron a asistir. Creo que mi amiga Vicky todavía sigue allí.
-Perfecto. Tú me llevarás.
-Nos llevará –corrigió Elisa cruzándose de brazos.
Damen la miró.
-No. Tú te vas a quedar aquí.
-Damen, voy a ir contigo quieras o no.
-Te ataré a una silla y me sentaré encima si hace falta hasta que se te vaya esa estúpida idea de la cabeza.
-Me da igual lo que digas. Yo voy contigo.
-Te he dicho que no.
-¡Sí!
-¡No!
-¡Damen!
-¡Que no! ¡¿Y si te llega a pasar algo?! ¡No! No lo soportaría. Perdí a Jack. Si te perdiera a ti también ya… yo no podría… Mi vida no tendría ningún sentido. Así que por favor, Elisa.
-¡¿Y crees que a mí no me pasa lo mismo?! ¿Qué haría yo si a ti te pasara algo? ¡Quiero hacer todo lo posible también para salvar a Jack!
-Te he dicho que no, y es que no. Fin de la historia.
Odiaba ver cómo los mayores discutían. Así que me tapé los oídos. Elisa me vio y se acercó a mí.
-¿Kira, estás bien?
-Quiero que dejéis de discutir… -sollocé.
Ambos apretaron los labios mientras se miraban, y Elisa me cogió en brazos. Adalia suspiró, y Penny me miraba.
-Venga, hay mucho que hacer –dijo la anciana-. Será mejor que os vayáis ya.
Todos asentimos.
Volvimos a casa en el elegante coche de Damen.
(E)Al entrar en el piso, dejamos a Penny y a Kira en el salón, y me fui a la habitación con Damen. Éste empezó a buscar por todos los cajones sus armas. Se quitó la ropa que llevaba y se puso un traje negro de pantalones y chaqueta de cuero negro, y la blusa. Luego, en los bolsillos, todas las armas que pudo llevar escondidas dentro.
Vale, debía de reconocer que estaba increíblemente sexy con eso puesto, pero me preocupaba muchísimo que le pasara algo.
-Damen, no estoy segura… Déjame ir contigo…
-Te he dicho que no –replicó sin mirarme siquiera.
-¡¿Y si te pasa algo?! No lo soportaría…
Dejó de intentar meter una pistola plateada en un bolsillo, tirándola encima de la cama, y me miró. Se acercó y cogió mi rostro entre sus manos.
-Amor, te prometo que no me pasará nada. Pero tengo que intentarlo al menos.
-Pero yo puedo ayudarte…
Me calló con un beso. Luego apoyó su frente en la mía.
-Por favor, déjalo estar. Venga, cuánto antes me vaya, antes estaré aquí.
Me besó otra vez, cogió la pistola plateada y salimos de la habitación. Se la guardó, e indicó a Penny que se levantara.
-Al menos déjame ir hasta allí contigo…
Me miró ya en la puerta. Apretó los labios. Intenté poner ojos tiernos.
-Por favor…
Suspiró con hastío y asintió.
-Pero sólo hasta el internado. Sólo hasta ahí.
Asentí con una sonrisa, le cogí la mano a Kira y nos fuimos los cuatro hacia el coche. Ya dentro, pregunté:
-¿Por qué sencillamente no creas un Portal y listo?
-Porque no sé ni cómo es el sitio, ni cómo se llama, ni dónde está. ¿Cómo pretendes que viajemos a un lugar que no sé dónde se encuentra? Aunque… -miró a Penny.
Ésta apretó los labios.
-¿Sí, señor?
-¿Tú sabes hacer Portales?
-Por supuesto.
-Entonces llévanos hasta allí. Tú sabes cómo es el lugar, así que eres la única que puede llevarnos.
Penny asintió, y de repente apareció un Portal prácticamente en frente del capó del coche. Damen sonrió débilmente, arrancó el coche en dirección opuesta, hacia atrás, frenó, y pisó el acelerador a fondo. Entonces entramos.
Al llegar a una casa, éste petó en la puerta. Nos abrió la anciana del otro día. La tal Adalia. Al vernos todos juntos se sorprendió un poco, pero parecía que sabía por qué estábamos allí, a diferencia de mí, claro.
Entramos, y en el salón, Damen le soltó:
-¡Tú lo sabías! ¡Por eso fue en realidad por lo que viniste el otro día, porque me lo querías decir, pero no lo hiciste! ¡¿Por qué coño no lo hiciste?!
-¡Damen, tranquilízate! –le dijo Elisa poniendo una mano en su brazo.
Éste se relajó un poco, pero seguía fulminando con la mirada a Adalia, que tenía los hombros hundidos.
-Sí, es verdad. Lo vi en la baraja de cartas, pero Damen, es mejor que lo hubieras descubierto tú ahora que te lo hubiera dicho hace tiempo.
-¡¡Adalia!! –gritó él, y la chica llamada Penny dio un respingo.
-Tranquilo. Y sé por qué has venido. Puedo ayudarte.
-Y cómo…
-Escucha. Ese engendro vive aquí desde hace siglos. Si, por un casual, pudieras acabar con él en el pasado, entonces nada de esto habrá ocurrido.
Por intuición, Damen abrazó a Elisa.
-No me refiero a que nunca hubieras conocido a Elisa. Me refiero a los asesinatos.
-¿Pretendes que vaya al pasado? ¡¿Y cómo quieres que haga eso?! Sé que soy perfecto, pero algo así… -la voz se le fue apagando a medida que hablaba. Ya ni se esforzaba por parecer sarcástico.
-¿Sabes quién es la hija de Lucifer, Damen? El único ángel-demonio que es más rápida que el tiempo.
-Hum. Sí, la conozco. Bueno, oí, claro, hablar de ella.
-Puede llevarte, y al cabo de unos días, traerte.
-Ya… pero está ingresada en el internado ese… Moonlight, ¿no? ¿Y dónde porras sé yo dónde está eso?
-Yo lo sé –dijo Penny.
Todos la miramos.
-¿En serio? –asintió.
-Antes de ser un ángel Dominio, era un ángel normal y corriente. Me obligaron a asistir. Creo que mi amiga Vicky todavía sigue allí.
-Perfecto. Tú me llevarás.
-Nos llevará –corrigió Elisa cruzándose de brazos.
Damen la miró.
-No. Tú te vas a quedar aquí.
-Damen, voy a ir contigo quieras o no.
-Te ataré a una silla y me sentaré encima si hace falta hasta que se te vaya esa estúpida idea de la cabeza.
-Me da igual lo que digas. Yo voy contigo.
-Te he dicho que no.
-¡Sí!
-¡No!
-¡Damen!
-¡Que no! ¡¿Y si te llega a pasar algo?! ¡No! No lo soportaría. Perdí a Jack. Si te perdiera a ti también ya… yo no podría… Mi vida no tendría ningún sentido. Así que por favor, Elisa.
-¡¿Y crees que a mí no me pasa lo mismo?! ¿Qué haría yo si a ti te pasara algo? ¡Quiero hacer todo lo posible también para salvar a Jack!
-Te he dicho que no, y es que no. Fin de la historia.
Odiaba ver cómo los mayores discutían. Así que me tapé los oídos. Elisa me vio y se acercó a mí.
-¿Kira, estás bien?
-Quiero que dejéis de discutir… -sollocé.
Ambos apretaron los labios mientras se miraban, y Elisa me cogió en brazos. Adalia suspiró, y Penny me miraba.
-Venga, hay mucho que hacer –dijo la anciana-. Será mejor que os vayáis ya.
Todos asentimos.
Volvimos a casa en el elegante coche de Damen.
(E)Al entrar en el piso, dejamos a Penny y a Kira en el salón, y me fui a la habitación con Damen. Éste empezó a buscar por todos los cajones sus armas. Se quitó la ropa que llevaba y se puso un traje negro de pantalones y chaqueta de cuero negro, y la blusa. Luego, en los bolsillos, todas las armas que pudo llevar escondidas dentro.
Vale, debía de reconocer que estaba increíblemente sexy con eso puesto, pero me preocupaba muchísimo que le pasara algo.
-Damen, no estoy segura… Déjame ir contigo…
-Te he dicho que no –replicó sin mirarme siquiera.
-¡¿Y si te pasa algo?! No lo soportaría…
Dejó de intentar meter una pistola plateada en un bolsillo, tirándola encima de la cama, y me miró. Se acercó y cogió mi rostro entre sus manos.
-Amor, te prometo que no me pasará nada. Pero tengo que intentarlo al menos.
-Pero yo puedo ayudarte…
Me calló con un beso. Luego apoyó su frente en la mía.
-Por favor, déjalo estar. Venga, cuánto antes me vaya, antes estaré aquí.
Me besó otra vez, cogió la pistola plateada y salimos de la habitación. Se la guardó, e indicó a Penny que se levantara.
-Al menos déjame ir hasta allí contigo…
Me miró ya en la puerta. Apretó los labios. Intenté poner ojos tiernos.
-Por favor…
Suspiró con hastío y asintió.
-Pero sólo hasta el internado. Sólo hasta ahí.
Asentí con una sonrisa, le cogí la mano a Kira y nos fuimos los cuatro hacia el coche. Ya dentro, pregunté:
-¿Por qué sencillamente no creas un Portal y listo?
-Porque no sé ni cómo es el sitio, ni cómo se llama, ni dónde está. ¿Cómo pretendes que viajemos a un lugar que no sé dónde se encuentra? Aunque… -miró a Penny.
Ésta apretó los labios.
-¿Sí, señor?
-¿Tú sabes hacer Portales?
-Por supuesto.
-Entonces llévanos hasta allí. Tú sabes cómo es el lugar, así que eres la única que puede llevarnos.
Penny asintió, y de repente apareció un Portal prácticamente en frente del capó del coche. Damen sonrió débilmente, arrancó el coche en dirección opuesta, hacia atrás, frenó, y pisó el acelerador a fondo. Entonces entramos.
jueves, 13 de enero de 2011
Capítulo 70 (D)
Como hoy debía vigilar por la noche, dejé a Elisa en la cama durmiendo y me fui. Pero al bajar en el ascensor y mirar el buzón, me encontré con varias cartas.
Fui hacia allí, y las cogí. Una vecina pasó por mi lado.
-Hola –me dijo mirándome con la boca abierta.
-Hola –dije, y volví mi atención a las cartas.
Factura, factura, factura, propaganda…
Hum, una carta desde París. La abrí. Era una invitación. Fruncí el ceño. El papel era viejo, como el que hacían antiguamente, y estaba escrito con letras elegantes. Pero no sabía para qué. Me encogí de hombros y me la guardé en el bolsillo. Las demás las tiré a la basura.
Salí a la calle, y vigilé por todas partes. Lo extraño era que no había visto nada. Sólo humanos que paseaban, se divertían y demás, pero ningún demonio. Entonces me decidí a ir otra vez a ese bar dónde curé a aquella chica.
Pero no había nadie.
Hum. Extraño.
Pero entonces un hombre rubio, de ojos azules y de apariencia tan joven como la mía, apareció por una puerta del interior del local. Me miró, y me sonrió, pero una sonrisa fría que te hace estremecer del terror.
Fruncí el ceño, y me crucé de brazos.
-Quién eres. ¿Y dónde está todo el mundo?
-¿No lo sabes?
-¿Debería?
-Están secuestrados, Damen. Ah, espera. Tu amigo… Jack, ¿verdad? ¿Cuánto hace que no le ves? ¿Cuatro, cinco años?
-Está en Italia.
-Ya no.
Tragué saliva. ¿Qué quería decir “ya no”?
-¿Qué?
Chasqueó los dedos, y el cuerpo de Jack apareció inerte a sus pies.
La mayor sensación de desasosiego que sentí al verlo sangrando.
No podía apartar la mirada de mi mejor amigo.
-¿Qué te parece? Desconcertante, ¿no? Es una pena. Bueno, me voy, y ten cuidado, porque también puede ocurrirle algo a la mujer que amas.
Y desapareció. Fui rápidamente hacia Jack, me arrodillé a su lado y le tomé el pulso. No latía, pero el mío se volvió frenético.
Jack… mi mejor amigo, tantas cosas que habíamos pasado juntos…
Unas lágrimas aparecieron por mis ojos, que resbalaron por mis mejillas y cayeron en su ropa.
-Jack… -susurré-. Jack, tú no… Cualquiera, pero tú…
Entonces escuché pasos detrás de mí. Lleno de rabia, saqué rápidamente mi pistola del bolsillo interior de la chaqueta, me levanté y apunté al intruso.
Pero era la chica del otro día, a la que curé. Tenía los ojos dilatados del miedo.
Apreté la mandíbula, y bajé poco a poco la pistola. Con un tembloroso suspiro me la guardé.
-Usted es…
-Sí.
-¿Está llorando?
Me di cuenta de que sí, así que alcé la mano y me enjugué las lágrimas. Odiaba llorar, sobre todo delante de la gente, pero es que esto… esto me superaba.
-¿Qué… qué pasó… qué pasó aquí? –pregunté con la voz rota por el dolor.
-Ese hombre se llevó a todos los ángeles. Yo conseguí esconderme.
Volví a mirar a Jack. Una forma… tenía que haber una forma para salvarle. No podía morir, él no.
Entonces recordé a Adalia.
-Ven conmigo –apremié a la chica.
Ella asintió, y ambos primero nos dirigimos a mi casa. En el portal del edificio, me volví hacia ella.
-Quédate aquí, ahora vuelvo.
Volvió a asentir, y yo subí en el ascensor.
Venga, vamos… No puede tardar tanto…
Por fin llegué a mi piso, abrí la puerta con rapidez y me encontré a Elisa y a Kira sentadas en el sofá con el portátil. Suspiré lleno de alivio. Me miraron.
-¿Damen? ¿Estás bien? –me preguntó Elisa.
Se levantó. Me acerqué a ella y la abracé, cerrando los ojos con fuerza. Sin poderlo evitar, otra lágrima me resbaló por la mejilla. Elisa se dio cuenta, y me miró llena de pánico. Me tocó la mejilla, y sin dejar de abrazarme miró a Kira, que también nos miraba, con la boca abierta.
-Kira, ve a jugar a la habitación con Yin Yang. Corre.
Kira asintió, dejó el portátil a un lado, cogió a Yin Yang en brazos y se fue a su habitación. Elisa se volvió hacia mí y me llevó hasta el sofá. Nos sentamos. Apoyé los codos en las rodillas y enterré la cara en las manos. Elisa puso una mano en mi espalda.
-Damen, por favor, cuéntame qué pasó.
-Jack… -susurré.
-¿Jack? ¿Qué le pasa a Jack? ¿Está bien, no…? –la miré-. Oh, dios mío, no… No será que…
Ella también empezó a llorar.
-¡Pero es imposible! ¡Es Jack! ¡Él no puede… es que no puede…! –sollozó.
La abracé.
-Creo que todavía podemos hacer algo –dije.
-¿Lo qué?
-Vamos a ver a Adalia. Venga.
Asintió, y nos levantamos. Llamamos a Kira, salimos del piso y bajamos. La chica nos esperaba en la entrada.
-Señor –dijo.
-Elisa, esta es una de las mías. Hum…
-Penny, encantada –le dijo.
-Bien. Vamos.
Sin perder el tiempo, fuimos a su casa. Adalia se había mudado a las afueras de la ciudad, cerca de nosotros. No quería seguir viviendo en el pueblo dónde podía recordarle a Susan.
Llegamos en mi coche, y llamamos. Sólo deseo que ella sepa qué hacer…
Fui hacia allí, y las cogí. Una vecina pasó por mi lado.
-Hola –me dijo mirándome con la boca abierta.
-Hola –dije, y volví mi atención a las cartas.
Factura, factura, factura, propaganda…
Hum, una carta desde París. La abrí. Era una invitación. Fruncí el ceño. El papel era viejo, como el que hacían antiguamente, y estaba escrito con letras elegantes. Pero no sabía para qué. Me encogí de hombros y me la guardé en el bolsillo. Las demás las tiré a la basura.
Salí a la calle, y vigilé por todas partes. Lo extraño era que no había visto nada. Sólo humanos que paseaban, se divertían y demás, pero ningún demonio. Entonces me decidí a ir otra vez a ese bar dónde curé a aquella chica.
Pero no había nadie.
Hum. Extraño.
Pero entonces un hombre rubio, de ojos azules y de apariencia tan joven como la mía, apareció por una puerta del interior del local. Me miró, y me sonrió, pero una sonrisa fría que te hace estremecer del terror.
Fruncí el ceño, y me crucé de brazos.
-Quién eres. ¿Y dónde está todo el mundo?
-¿No lo sabes?
-¿Debería?
-Están secuestrados, Damen. Ah, espera. Tu amigo… Jack, ¿verdad? ¿Cuánto hace que no le ves? ¿Cuatro, cinco años?
-Está en Italia.
-Ya no.
Tragué saliva. ¿Qué quería decir “ya no”?
-¿Qué?
Chasqueó los dedos, y el cuerpo de Jack apareció inerte a sus pies.
La mayor sensación de desasosiego que sentí al verlo sangrando.
No podía apartar la mirada de mi mejor amigo.
-¿Qué te parece? Desconcertante, ¿no? Es una pena. Bueno, me voy, y ten cuidado, porque también puede ocurrirle algo a la mujer que amas.
Y desapareció. Fui rápidamente hacia Jack, me arrodillé a su lado y le tomé el pulso. No latía, pero el mío se volvió frenético.
Jack… mi mejor amigo, tantas cosas que habíamos pasado juntos…
Unas lágrimas aparecieron por mis ojos, que resbalaron por mis mejillas y cayeron en su ropa.
-Jack… -susurré-. Jack, tú no… Cualquiera, pero tú…
Entonces escuché pasos detrás de mí. Lleno de rabia, saqué rápidamente mi pistola del bolsillo interior de la chaqueta, me levanté y apunté al intruso.
Pero era la chica del otro día, a la que curé. Tenía los ojos dilatados del miedo.
Apreté la mandíbula, y bajé poco a poco la pistola. Con un tembloroso suspiro me la guardé.
-Usted es…
-Sí.
-¿Está llorando?
Me di cuenta de que sí, así que alcé la mano y me enjugué las lágrimas. Odiaba llorar, sobre todo delante de la gente, pero es que esto… esto me superaba.
-¿Qué… qué pasó… qué pasó aquí? –pregunté con la voz rota por el dolor.
-Ese hombre se llevó a todos los ángeles. Yo conseguí esconderme.
Volví a mirar a Jack. Una forma… tenía que haber una forma para salvarle. No podía morir, él no.
Entonces recordé a Adalia.
-Ven conmigo –apremié a la chica.
Ella asintió, y ambos primero nos dirigimos a mi casa. En el portal del edificio, me volví hacia ella.
-Quédate aquí, ahora vuelvo.
Volvió a asentir, y yo subí en el ascensor.
Venga, vamos… No puede tardar tanto…
Por fin llegué a mi piso, abrí la puerta con rapidez y me encontré a Elisa y a Kira sentadas en el sofá con el portátil. Suspiré lleno de alivio. Me miraron.
-¿Damen? ¿Estás bien? –me preguntó Elisa.
Se levantó. Me acerqué a ella y la abracé, cerrando los ojos con fuerza. Sin poderlo evitar, otra lágrima me resbaló por la mejilla. Elisa se dio cuenta, y me miró llena de pánico. Me tocó la mejilla, y sin dejar de abrazarme miró a Kira, que también nos miraba, con la boca abierta.
-Kira, ve a jugar a la habitación con Yin Yang. Corre.
Kira asintió, dejó el portátil a un lado, cogió a Yin Yang en brazos y se fue a su habitación. Elisa se volvió hacia mí y me llevó hasta el sofá. Nos sentamos. Apoyé los codos en las rodillas y enterré la cara en las manos. Elisa puso una mano en mi espalda.
-Damen, por favor, cuéntame qué pasó.
-Jack… -susurré.
-¿Jack? ¿Qué le pasa a Jack? ¿Está bien, no…? –la miré-. Oh, dios mío, no… No será que…
Ella también empezó a llorar.
-¡Pero es imposible! ¡Es Jack! ¡Él no puede… es que no puede…! –sollozó.
La abracé.
-Creo que todavía podemos hacer algo –dije.
-¿Lo qué?
-Vamos a ver a Adalia. Venga.
Asintió, y nos levantamos. Llamamos a Kira, salimos del piso y bajamos. La chica nos esperaba en la entrada.
-Señor –dijo.
-Elisa, esta es una de las mías. Hum…
-Penny, encantada –le dijo.
-Bien. Vamos.
Sin perder el tiempo, fuimos a su casa. Adalia se había mudado a las afueras de la ciudad, cerca de nosotros. No quería seguir viviendo en el pueblo dónde podía recordarle a Susan.
Llegamos en mi coche, y llamamos. Sólo deseo que ella sepa qué hacer…
lunes, 3 de enero de 2011
Capítulo 69 (E)
Cuando llegué a casa después de subir el ascensor, abrí la puerta, la cerré detrás de mí y fui al salón, dónde me encontré a Kira sentada en el sofá, con mi portátil en las rodillas, y a Yin Yang al lado, durmiendo. Ni siquiera me miró cuando entré.
-¿Kira?
Alzó la mirada, y al reparar en mí sonrió.
-Hola –y volvió a ver el ordenador.
Me acerqué a ella.
-¿Qué estás viendo que te tiene tan enfrascada?
-Una serie de dibujos que se llama Vampire Knight –dijo sin mirarme.
-Ah, qué bien.
Le revolví el pelo con cariño, acaricié la cabeza de Yin Yang y me dirigí a mi habitación, dónde me encontré a Damen sentado a los pies de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y la cara tapada por las manos.
Me asusté al verlo así, así que dejé la mochila en el suelo y me senté a su lado.
-Damen…
Retiró las manos de la cara y me miró.
-Elisa… -suspiró.
-¿Qué te pasa? Me estás asustando.
-Tú… tú sabes que te quiero, ¿verdad?
Fruncí el ceño, y asentí extrañada.
-Claro que sí. ¿Pero por qué me lo dices ahora?
-¿Tienes pensado…dejarme en un futuro?
Parpadeé sorprendida.
-¿Qué? ¿Dejarte? ¿Por qué iba a…?
-¿O estás con otro?
La verdad es que eso me cabreó un poco. Me crucé de brazos y le miré con expresión seria.
-¿Tú estás tonto?
Se irguió, mirándome anonadado.
-¿Cómo?
-Te pregunto si estás tonto. Damen, ¿de dónde has sacado eso?
Suspiró, y miró al suelo, completamente destrozado. ¿Qué había pasado?
-Dime qué te ocurre, por favor.
-Hum… -me miró, y debió de ver algo en mis ojos, ya que alzó ligeramente las cejas y sonrió débilmente-. Nada. Tienes razón, esto es una estupidez. No…
-Un momento. ¿Estás celoso? –Desvió la mirada hacia la pared, apretando los labios-. ¡Estás celoso! –sonreí, aunque no sabía de qué.
-No. Yo nunca me pongo celoso. ¡No seas ridícula! Yo, celoso. Qué cosas… tienes…
Volvió a suspirar. Puse mis manos en sus mejillas y le obligué a mirarme.
-Tú eres el único en el mundo del que estoy locamente enamorada. Así que no hace falta que te pongas así. Nunca voy a abandonarte. Prometí que estaría a tu lado durante toda la eternidad por mi propia voluntad –él cerró los ojos, como si estuviera disfrutando del contacto de mi mano en la mejilla, y sonrió. Junté nuestras frentes-. Y te quiero.
Abrió los ojos, me rodeó la cintura con los brazos y cayó hacia atrás, dejándome sobre su pecho. Me miraba con tanto amor que no pude evitar ruborizarme.
-Mi amor, mi cielo, tú eres la llave que puede abrir mi corazón…
Sonreí.
-Damen, estás delirando.
-No… Bueno, puede que un poquito, pero después de que me dijeras que me quieres…
Me besó la cara y el cuello mientras empezaba a desabrochar los primeros botones de mi blusa, pero un pequeño carraspeo nos frenó a ambos. Miramos hacia la puerta, dónde Kira nos miraba con los brazos cruzados.
-Que hay una niña delante… -bostezó-. Elisa… es que tengo sueño…
Me levanté y salí de la cama.
-¡Nooo! ¡Esto se supone que iba a ser una media reconciliación romántica! –replicó Damen mientras se incorporaba-. ¡Un perro! ¡Debimos cuidar de un perro, en vez de esta niña! ¡Así al menos se comería al gato y no nos molestaría en estos momentos tan importantes!
Kira le miró interrogante, pero yo sonreí, le cogí de la manita y la llevé a su habitación.
Cuando la acosté en la cama, dónde en la habitación ya estaban todos los muebles y juguetes, la tapé con las mantas.
-¿Cenaste?
-Sí. ¡Ya sé preparármelo yo sola! Me costó, pero no fue difícil.
Sonreí ampliamente, y por un impulso le di un beso en la frente.
-Buenas noches.
Kira parpadeó un poco sorprendida, pero luego sonrió también.
-Buenas noches. Hum… Elisa, debo decirte algo… Por la mañana vino una tal Adalia, y Damen estaba así antes porque le dijo que había visto no sé qué de tu futuro en el que estabas besando a otro que no era Damen.
Abrí la boca para decir algo, pero es que me había dejado sin habla, ya que me lo había soltado así, de repente.
Asentí despacio y le acaricié la frente.
-Gracias por decírmelo.
Kira asintió y cerró los ojos.
Fui hacia la puerta, y la cerré, apagando la luz antes de salir. En el salón me encontré a Damen con los brazos cruzados. Al verme, sonrió.
-¿Ya se durmió?
-Sí –suspiré-. Damen, ¿hay algo que no me hayas contado? ¿Sobre una visita de Adalia, quizá?
Dejó de sonreír, y me miró de hito en hito. Suspiró.
-Sí. Pero veo que Kira te lo acaba de contar –asentí, y me crucé de brazos-. Tenía miedo, nada más. ¿Y que sabía si me estabas…?
-Damen, por favor, ya te dije…
-Lo sé, pero en ese momento… Creí lo peor.
Se acercó a mí, y me abrazó mientras besaba mi pelo. Apoyé la cabeza en su pecho, dónde podía escuchar sus latidos frenéticos, acompasados con los míos. Me separé, y le miré.
-Y es verdad. Estoy celoso de lo que pudiera pasar, y menos mal que no pasó. Porque quiero que tus suspiros sean sólo para mí –retrocedí un paso, y él avanzó otro-. Quiero ser el único que bese tus labios –retrocedí otro, y él lo mismo-. Quiero ser el que te hace temblar las piernas como ahora cuando estoy odiosamente cerca –y otro, hasta que choqué contra la pared, y Damen me acorraló con su cuerpo. Se inclinó ligeramente, y me susurró al oído mientras cogía mi mano y la colocaba en su pecho-. Y quiero ser el único en el mundo que pueda aliviar los fuertes latidos de tu corazón que yo mismo provoco…
El corazón se me disparó otra vez, con más fuerza.
Mientras nos besábamos, no pude evitar el pensar en que pude olvidarlo durante un tiempo…
Devon no había podido con sus recuerdos, sin embargo con los míos sí, porque mi mente era más débil que la de Damen, y me dolía pensar en que, si no hubiera recordado, ahora no lo tendría a mi lado…
** ¡Feliz año nuevo! ^-^
-¿Kira?
Alzó la mirada, y al reparar en mí sonrió.
-Hola –y volvió a ver el ordenador.
Me acerqué a ella.
-¿Qué estás viendo que te tiene tan enfrascada?
-Una serie de dibujos que se llama Vampire Knight –dijo sin mirarme.
-Ah, qué bien.
Le revolví el pelo con cariño, acaricié la cabeza de Yin Yang y me dirigí a mi habitación, dónde me encontré a Damen sentado a los pies de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y la cara tapada por las manos.
Me asusté al verlo así, así que dejé la mochila en el suelo y me senté a su lado.
-Damen…
Retiró las manos de la cara y me miró.
-Elisa… -suspiró.
-¿Qué te pasa? Me estás asustando.
-Tú… tú sabes que te quiero, ¿verdad?
Fruncí el ceño, y asentí extrañada.
-Claro que sí. ¿Pero por qué me lo dices ahora?
-¿Tienes pensado…dejarme en un futuro?
Parpadeé sorprendida.
-¿Qué? ¿Dejarte? ¿Por qué iba a…?
-¿O estás con otro?
La verdad es que eso me cabreó un poco. Me crucé de brazos y le miré con expresión seria.
-¿Tú estás tonto?
Se irguió, mirándome anonadado.
-¿Cómo?
-Te pregunto si estás tonto. Damen, ¿de dónde has sacado eso?
Suspiró, y miró al suelo, completamente destrozado. ¿Qué había pasado?
-Dime qué te ocurre, por favor.
-Hum… -me miró, y debió de ver algo en mis ojos, ya que alzó ligeramente las cejas y sonrió débilmente-. Nada. Tienes razón, esto es una estupidez. No…
-Un momento. ¿Estás celoso? –Desvió la mirada hacia la pared, apretando los labios-. ¡Estás celoso! –sonreí, aunque no sabía de qué.
-No. Yo nunca me pongo celoso. ¡No seas ridícula! Yo, celoso. Qué cosas… tienes…
Volvió a suspirar. Puse mis manos en sus mejillas y le obligué a mirarme.
-Tú eres el único en el mundo del que estoy locamente enamorada. Así que no hace falta que te pongas así. Nunca voy a abandonarte. Prometí que estaría a tu lado durante toda la eternidad por mi propia voluntad –él cerró los ojos, como si estuviera disfrutando del contacto de mi mano en la mejilla, y sonrió. Junté nuestras frentes-. Y te quiero.
Abrió los ojos, me rodeó la cintura con los brazos y cayó hacia atrás, dejándome sobre su pecho. Me miraba con tanto amor que no pude evitar ruborizarme.
-Mi amor, mi cielo, tú eres la llave que puede abrir mi corazón…
Sonreí.
-Damen, estás delirando.
-No… Bueno, puede que un poquito, pero después de que me dijeras que me quieres…
Me besó la cara y el cuello mientras empezaba a desabrochar los primeros botones de mi blusa, pero un pequeño carraspeo nos frenó a ambos. Miramos hacia la puerta, dónde Kira nos miraba con los brazos cruzados.
-Que hay una niña delante… -bostezó-. Elisa… es que tengo sueño…
Me levanté y salí de la cama.
-¡Nooo! ¡Esto se supone que iba a ser una media reconciliación romántica! –replicó Damen mientras se incorporaba-. ¡Un perro! ¡Debimos cuidar de un perro, en vez de esta niña! ¡Así al menos se comería al gato y no nos molestaría en estos momentos tan importantes!
Kira le miró interrogante, pero yo sonreí, le cogí de la manita y la llevé a su habitación.
Cuando la acosté en la cama, dónde en la habitación ya estaban todos los muebles y juguetes, la tapé con las mantas.
-¿Cenaste?
-Sí. ¡Ya sé preparármelo yo sola! Me costó, pero no fue difícil.
Sonreí ampliamente, y por un impulso le di un beso en la frente.
-Buenas noches.
Kira parpadeó un poco sorprendida, pero luego sonrió también.
-Buenas noches. Hum… Elisa, debo decirte algo… Por la mañana vino una tal Adalia, y Damen estaba así antes porque le dijo que había visto no sé qué de tu futuro en el que estabas besando a otro que no era Damen.
Abrí la boca para decir algo, pero es que me había dejado sin habla, ya que me lo había soltado así, de repente.
Asentí despacio y le acaricié la frente.
-Gracias por decírmelo.
Kira asintió y cerró los ojos.
Fui hacia la puerta, y la cerré, apagando la luz antes de salir. En el salón me encontré a Damen con los brazos cruzados. Al verme, sonrió.
-¿Ya se durmió?
-Sí –suspiré-. Damen, ¿hay algo que no me hayas contado? ¿Sobre una visita de Adalia, quizá?
Dejó de sonreír, y me miró de hito en hito. Suspiró.
-Sí. Pero veo que Kira te lo acaba de contar –asentí, y me crucé de brazos-. Tenía miedo, nada más. ¿Y que sabía si me estabas…?
-Damen, por favor, ya te dije…
-Lo sé, pero en ese momento… Creí lo peor.
Se acercó a mí, y me abrazó mientras besaba mi pelo. Apoyé la cabeza en su pecho, dónde podía escuchar sus latidos frenéticos, acompasados con los míos. Me separé, y le miré.
-Y es verdad. Estoy celoso de lo que pudiera pasar, y menos mal que no pasó. Porque quiero que tus suspiros sean sólo para mí –retrocedí un paso, y él avanzó otro-. Quiero ser el único que bese tus labios –retrocedí otro, y él lo mismo-. Quiero ser el que te hace temblar las piernas como ahora cuando estoy odiosamente cerca –y otro, hasta que choqué contra la pared, y Damen me acorraló con su cuerpo. Se inclinó ligeramente, y me susurró al oído mientras cogía mi mano y la colocaba en su pecho-. Y quiero ser el único en el mundo que pueda aliviar los fuertes latidos de tu corazón que yo mismo provoco…
El corazón se me disparó otra vez, con más fuerza.
Mientras nos besábamos, no pude evitar el pensar en que pude olvidarlo durante un tiempo…
Devon no había podido con sus recuerdos, sin embargo con los míos sí, porque mi mente era más débil que la de Damen, y me dolía pensar en que, si no hubiera recordado, ahora no lo tendría a mi lado…
** ¡Feliz año nuevo! ^-^
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